Ah​pero​se​quedaron​atrás​Está​claro​por​la​naturaleza​del​vínculo

Pero​donde​donde​donde​Partieron​Obvia​Comprensión​como​una

prioridad​Ellos​se​están​con​los​shin​Nosotros​tenemos​que​encontrar

un​Podemos​dar​uso​a​un​sin​verdad​Podemos​crear​un​arma

Del Diagrama, tabla del suelo 17, párrafo 2, cada segunda letra empieza a partir de la primera

En la oscuridad, las esferas violeta de Shallan le daban vida a la lluvia. Sin las esferas, no podía ver las gotas, solo oía sus muertes contra las piedras y la lona del pabellón. Con la luz, cada mota de agua que caía destellaba brevemente, como estrellaspren.

Estaba sentada en la entrada del pabellón, ya que le gustaba ver la lluvia mientras dibujaba, mientras que otras eruditas lo hacían más cerca del centro. Lo mismo hacían Vathah y un par de soldados, que la vigilaban como si fueran anguilas aéreas que cuidaran de un solo polluelo. A Shallan le hacía gracia que se hubieran vuelto tan protectores: parecían claramente orgullosos de ser sus soldados. En realidad, ella había esperado que se quitaran de en medio en cuanto consiguieron clemencia.

Cuatro días de Llanto, y todavía le gustaba el clima. ¿Por qué el suave sonido de la llovizna la hacía sentirse más imaginativa? A su alrededor, los creacionspren se desvanecían lentamente, la mayoría después de haber tomado la forma de cosas del campamento. Espadas que se envainaban y desenvainaban repetidamente, tiendas diminutas que se desataban y volaban con un viento invisible. Ella estaba dibujando a Jasnah tal como la había visto aquella última noche de hacía más de un mes. Apoyada en el escritorio del camarote oscuro, la mano echándose atrás el pelo libre de sus habituales trenzas y lazos. Agotada, abrumada, aterrada.

El dibujo no describía un único recuerdo fiel, no como los hacía habitualmente. Esto era una recreación de lo que recordaba, una interpretación que no era exacta. Shallan estaba orgullosa de él, pues había capturado las contradicciones de Jasnah.

Contradicciones. Eran lo que hacía reales a las personas. Jasnah agotada, aunque de algún modo aún fuerte… más fuerte, incluso, debido a la vulnerabilidad que revelaba. Jasnah aterrada, pero también valiente, pues una cosa permitía que la otra existiera. Jasnah abrumada, pero poderosa.

Recientemente, Shallan había intentado hacer más dibujos como este: dibujos sintetizados a partir de sus propias imaginaciones. Sus ilusiones sufrirían si solo pudiera reproducir lo que había experimentado. Necesitaba poder crear, no solo copiar.

El último creacionspren se difuminó, imitando un charco donde salpicaba una bota. La hoja de papel onduló cuando Patrón se subió a ella.

Bufó.

—Seres inútiles.

—¿Los creacionspren?

—No hacen nada. Revolotean y miran, admiran. La mayoría de los spren tienen un propósito. Estos simplemente se sienten atraídos por el propósito de los demás.

Shallan se acomodó en su asiento, pensando en eso, como le había enseñado Jasnah. Las eruditas y fervorosos discutían sobre el tamaño de Sedetormenta. Navani había cumplido bien con su parte, mejor de lo que Shallan había esperado. Las eruditas del ejército trabajaban ya bajo sus órdenes.

A su alrededor, en la noche, un incontable despliegue de luces cercanas y lejanas indicaba la amplitud del ejército. La lluvia continuaba chispeando, capturando la luz púrpura de las esferas. Ella había escogido todas las esferas de un solo color.

—La artista Eleseth —le comentó a Patrón— hizo una vez un experimento. Solo colocó esferas de rubí, con su intensidad, para que iluminaran su estudio. Quería ver qué efecto tenía la luz roja sobre su arte.

—Mmm —dijo Patrón—. ¿Con qué resultado?

—Al principio, durante una sesión de pintura, el color de la luz la afectaba enormemente. Usaba muy poco color rojo, y los campos de flores parecían marchitos.

—No es extraño.

—Sin embargo, lo interesante es lo que sucedía si continuaba trabajando —dijo Shallan—. Si pintaba durante horas con esa luz, los efectos disminuían. Los colores de sus reproducciones se volvían más equilibrados, las imágenes de flores más vívidas. Al final llegó a la conclusión de que su mente compensaba los colores de lo que veía. De hecho, si cambiaba el color de la luz durante una sesión, continuaba pintando durante un rato como si la habitación fuera todavía roja, reaccionando contra el nuevo color.

—Mmm… —dijo Patrón, contento—. Los humanos pueden ver el mundo como no es. Por eso vuestras mentiras pueden ser tan fuertes. Podéis no admitir que son mentiras.

—Eso me asusta.

—¿Por qué? Es maravilloso.

Para él, Shallan era un objeto de estudio. Durante un momento, ella comprendió cómo debió verla Kaladin mientras hablaba del abismoide, admirando su belleza, la forma de su creación, ajena a la realidad presente de su peligro.

—Me asusta porque todos vemos el mundo según un tipo de luz personal para todos nosotros, y esa luz cambia nuestra percepción. Yo no veo con claridad. Quiero hacerlo, pero no sé si alguna vez podré hacerlo.

Al cabo de un rato, un patrón se hizo paso a través del sonido de la lluvia, y Dalinar Kholin entró en la tienda. De espalda recta y con el pelo gris, parecía más un general que un rey. Ella no tenía ningún dibujo suyo. Parecía un enorme fallo por su parte, así que tomó un recuerdo de su entrada en el pabellón, mientras un ayudante le sostenía un paraguas.

Se acercó a Shallan.

—Ah, estás aquí. La que ha tomado el mando de esta expedición.

Demasiado tarde, Shallan se puso en pie e hizo una reverencia.

—¿Alto príncipe?

—Te has apoderado de mis escribas y cartógrafas —dijo Dalinar, divertido—. No dejan de murmurar como la lluvia. Urithiru. Sedetormenta. ¿Cómo lo hiciste?

—No lo hice. Fue la brillante Navani.

—Dice que tú la convenciste.

—Yo… —Shallan se ruborizó—. Yo estaba allí, y ella cambió de opinión…

Dalinar hizo un breve gesto con la cabeza hacia un lado, y su ayudante se dirigió a las eruditas que debatían. Habló con ellas en voz baja y ellas se levantaron (algunas rápidamente, otras con reticencia) y salieron a la lluvia, dejando sus papeles. El ayudante las siguió, y Vathah miró a Shallan. Ella asintió, excusándolo junto con los otros guardias.

Shallan y Dalinar se quedaron a solas en el pabellón.

—Le dijiste a Navani que Jasnah descubrió los secretos de los Caballeros Radiantes —dijo Dalinar.

—Así es.

—¿Estás segura de que Jasnah no te confundió de algún modo… o permitió que te confundieras? Eso sería más propio de ella.

—Brillante señor, yo… No creo que sea… —Tomó aire—. No. No me confundió.

—¿Cómo puedes estar segura?

—Lo vi —dijo Shallan—. Fui testigo de lo que hizo, y hablamos de ello. Jasnah Kholin no usó un moldeador de almas. Era una.

Dalinar se cruzó de brazos, contemplando la noche.

—Se supone que debo volver a fundar los Caballeros Radiantes. El primer hombre en quien creí que podía confiar resultó ser un mentiroso y un asesino. Ahora tú me dices que Jasnah tenía poderes de verdad. Si eso es cierto, entonces soy un idiota.

—No te entiendo.

—Al nombrar a Amaram —dijo Dalinar—. Hice lo que creí que era mi tarea. Pero me pregunto si no estuve equivocado todo el tiempo. Tal vez la reinstauración nunca fue asunto mío. Puede que vayan a reinstaurarse solos, y yo no sea más que un arrogante entrometido. Me has dado mucho en qué pensar. Gracias.

No sonrió al decirlo. De hecho, parecía gravemente preocupado. Se dio media vuelta para marcharse, con las manos a la espalda.

—¿Brillante señor Dalinar? —dijo Shallan—. ¿Y si tu tarea no fuera reinstaurar a los Caballeros Radiantes?

—Es lo que acabo de decir —replicó Dalinar.

—¿Y si, en cambio, tu tarea fuera reunirlos?

Él la miró, esperando. Shallan sintió un sudor frío. ¿Qué estaba haciendo?

«Tendré que decírselo a alguien alguna vez —pensó—. No puedo hacer lo que hizo Jasnah, guardárselo todo. Esto es demasiado importante». ¿Era Dalinar la persona adecuada?

Bueno, desde luego no se le ocurría alguien mejor.

Shallan extendió la palma de la mano, luego inspiró, absorbiendo una de sus esferas. Exhaló luego, enviando al aire una nube de titilante luz tormentosa entre Dalinar y ella. Le dio la forma de una pequeña imagen de Jasnah, la que acababa de dibujar, en lo alto de su palma.

—Todopoderoso en las alturas —susurró Dalinar. Un único asombrospren, como un anillo de humo azul, estalló sobre él, extendiéndose como la onda de una piedra arrojada a un estanque. Shallan solo había visto spren de ese estilo unas pocas veces en su vida.

Dalinar se acercó un paso, reverente, y se agachó para inspeccionar la imagen de Shallan.

—¿Puedo? —preguntó, extendiendo una mano.

—Sí.

Tocó la imagen, haciendo que se difuminara y volviera a ser luz. Cuando retiró el dedo, la imagen volvió a formarse.

—Es solo una ilusión —dijo Shallan—. No puedo crear nada real.

—Es sorprendente —murmuró Dalinar, en voz tan baja que ella apenas pudo oírla por encima del golpeteo de la lluvia—. Es maravilloso. —La miró, y hubo, sorprendentemente, lágrimas en sus ojos—. Eres una de ellos.

—Tal vez, más o menos —dijo Shallan, cortada. Este hombre, tan imponente, tan superior a la vida, no debería estar llorando delante de ella.

—No estoy loco —dijo él, más para sí, según parecía—. Había decidido que no lo estaba, pero no es lo mismo que saberlo. Todo es verdad. Están regresando. —Volvió a tocar la imagen—. ¿Te lo enseñó Jasnah?

—Lo descubrí por mi cuenta —respondió Shallan—. Creo que me guiaron hasta ella para que pudiera enseñarme. Por desgracia, no tuvimos mucho tiempo para eso. —Sonrió con tristeza, retirando la luz tormentosa, el corazón latiéndole rápidamente por lo que había hecho.

—Tengo que darte la capa dorada —dijo Dalinar, irguiéndose, secándose los ojos y recuperando la firmeza en la voz—. Ponerte al mando de ellos. Para que…

—¿A mí? —susurró Shallan, pensando en lo que eso implicaría para su identidad alternativa—. ¡No, no puedo! Quiero decir, brillante señor, lo que puedo hacer es útil si nadie sabe que es posible. Si todo el mundo espera mis ilusiones, nunca los engañaré.

—¿Engañarlos? —dijo Dalinar.

Quizá no era la elección de palabras más adecuada para Dalinar.

—¡Brillante señor Dalinar!

Shallan giró sobre sus talones, alerta, súbitamente preocupada de que alguien hubiera visto lo que hacía. Una ágil mensajera se acercó a la tienda, empapada, los mechones de pelo sueltos de las trenzas y pegados en su rostro.

—¡Brillante señor Dalinar! ¡Han divisado parshendi, señor!

—¿Dónde?

—En la zona este de la meseta —dijo la mensajera, jadeando—. Creemos que es una partida de exploradores.

Dalinar miró a la mensajera y luego a Shallan. Maldijo y echó a andar bajo la lluvia.

Shallan arrojó su cuaderno a la silla y lo siguió.

—Esto podría ser peligroso —dijo Dalinar.

—Agradezco la preocupación, brillante señor —respondió ella en voz baja—. Pero creo que podrían clavarme una lanza en el estómago y mis habilidades me ayudarían a sanar sin dejar siquiera cicatriz. Probablemente soy la persona más difícil de matar de todo el campamento.

Dalinar caminó en silencio durante un momento.

—¿La caída al abismo? —preguntó en voz baja.

—Sí. Creo que debí salvar también al capitán Kaladin, aunque no sé cómo lo conseguí.

Él gruñó. Avanzaron con rapidez bajo la lluvia. El agua empapaba el pelo y las ropas de Shallan, que prácticamente tenía que correr para seguir el paso de Dalinar. Alezi de las tormentas y sus largas piernas. Los guardias se acercaron corriendo, miembros del Puente Cuatro, y los rodearon.

Shallan oyó gritos a lo lejos. Dalinar ordenó a los guardias ampliar su perímetro para tener un poco más de intimidad con ella.

—¿Puedes moldear almas? —preguntó en voz baja—. ¿Como hacía Jasnah?

—Sí. Pero no he practicado mucho.

—Eso podría resultar muy útil.

—También es muy peligroso. Jasnah no quería que practicara sin ella, aunque ahora que ya no está… Bueno, tendré que trabajarlo, tarde o temprano. Señor, por favor, no se lo cuentes a nadie. Al menos de momento.

—Por eso Jasnah te aceptó como pupila —dijo Dalinar—. Por eso quería que te casaras con Adolin, ¿no? ¿Para vincularte a nosotros?

—Sí —dijo Shallan, ruborizándose en la oscuridad.

—Ahora todo empieza a encajar. Se lo contaré a Navani, pero a nadie más, y le haré jurar que lo mantendrá en secreto. Sabe hacerlo, si es necesario.

Ella abrió la boca para decir que sí, pero se detuvo. ¿Era eso lo que habría dicho Jasnah?

—Te enviaremos de vuelta a los campamentos —continuó Dalinar, mirando al frente, hablando en voz baja—. De inmediato, con una escolta. No me importa lo difícil que sea matarte. Eres demasiado valiosa para ponerte en peligro en esta expedición.

—Brillante señor —dijo Shallan, chapoteando en un charco, contenta de llevar botas y calzas bajo la falda—, no eres mi rey, ni mi alto príncipe. No tienes ninguna autoridad sobre mí. Mi deber es encontrar Urithiru, así que no me enviarás de regreso. Y, por tu honor, quiero tu promesa de que no le dirás a nadie lo que hago hasta que yo te dé permiso. Eso incluye a la brillante Navani.

Él se detuvo y la miró con sorpresa. Entonces gruñó; el rostro apenas era visible.

—Veo a Jasnah en ti.

Rara vez le habían hecho a Shallan un cumplido semejante.

Las luces subían y bajaban y se acercaban bajo la lluvia, soldados con lámparas de linternas. Vathah y su grupo llegaron corriendo, pues habían quedado atrás, y el Puente Cuatro los detuvo un momento.

—Muy bien, brillante —le dijo Dalinar a Shallan—. Tu secreto continuará siéndolo, por ahora. Hablaremos más, cuando esta expedición haya terminado. ¿Has leído acerca de las cosas que he estado viendo?

Ella asintió.

—El mundo está a punto de cambiar —dijo Dalinar. Inspiró profundamente—. Tú me das esperanza, auténtica esperanza de que podamos cambiarlo de la manera correcta.

Los exploradores que se acercaban saludaron, y el Puente Cuatro dejó pasar a su líder. Era un hombre grueso de sombrero marrón que le recordó a Shallan al que llevaba Velo, aunque era de ala más ancha. El soldado llevaba pantalones de soldado, con un tabardo de cuero encima, y no parecía en forma para combatir.

—Bashin —dijo Dalinar.

—Parshendi en la meseta junto a nosotros, señor —dijo Bashin, señalando—. Los parshendi se toparon con uno de mis grupos de exploradores. Los muchachos dieron la alarma rápidamente, pero perdimos a tres.

Dalinar maldijo en voz baja. Luego se volvió hacia el alto señor Teleb, que se acercaba desde la otra dirección, vestido con su armadura esquirlada, que había pintado de color plateado.

—Despierta al ejército, Teleb. Todo el mundo en alerta.

—Sí, brillante señor —dijo Teleb.

—Brillante señor Dalinar —dijo Bashin—, los muchachos abatieron a uno de esos cabezas de concha antes de que se mataran. Señor… tienes que ver esto. Algo ha cambiado.

Shallan se estremeció, sintiéndose empapada y helada. Había elegido ropas adecuadas para la lluvia, naturalmente, pero eso no significaba que estar allí fuera cómodo. Aunque llevaban tabardos, nadie más parecía prestarle mucha atención. Lo más probable era que aceptaran que durante el Llanto iban a empaparse. Era una cosa más para la que su infancia protegida no la había preparado.

Dalinar no puso reparos a que lo acompañara a un puente cercano, uno de los móviles que empujaba una de las cuadrillas de Kaladin, ataviadas con ropa impermeable y cascos con visera. Un grupo de soldados al otro lado del puente arrastraba algo, levantando una pequeña ola de agua a su paso. Un cadáver parshendi.

Shallan solo había visto el que había encontrado con Kaladin en el abismo. Había hecho un dibujo, y este parecía muy diferente. Tenía pelo… bueno, algo parecido a pelo. Tras agacharse, descubrió que era más grueso que el pelo humano y también parecía… resbaladizo. ¿Era la palabra adecuada? La cara era moteada, como la de un parshmenio, la de este con prominentes vetas rojas que atravesaban el fondo negro. El cuerpo era delgado y fuerte, y algo parecía crecer bajo la piel de los brazos desnudos, asomando. Shallan lo tocó y descubrió que era duro y rugoso, como la piel de un cangrejo. De hecho, la cara estaba cubierta con una especie de fino caparazón abultado encima de las mejillas y que corría por los lados de la cabeza.

—No es de un tipo que hayamos visto antes, señor —le dijo Bashin a Dalinar—. Mira esos bultos. Señor… algunos de los muchachos que murieron, tenían marcas de quemaduras. Bajo la lluvia. Es lo más raro que he visto…

Shallan los miró.

—¿Qué quieres decir con «tipo», Bashin?

—Algunos parshendi tienen pelo —dijo el hombre. Era un ojos oscuros, pero se notaba que era respetado, aunque no llevaba ningún rango militar destacado—. Otros tienen caparazón. Los que se reunieron con el rey Gavilar hace tiempo, tenían… forma distinta de los que combatimos.

—¿Tienen subespecies especializadas? —preguntó Shallan. Algunos cremlinos eran así, colmeneros, con diferentes especializaciones y formas variadas.

—Puede que estemos reduciendo su número —le dijo Dalinar a Bashin—. Y obligándolos a enviar a luchar a su equivalente a los ojos claros.

—¿Y las quemaduras, Dalinar? —repuso Bashin, rascándose la cabeza bajo el sombrero.

Shallan extendió la mano para comprobar el color de ojos del parshendi. ¿Tenían ojos claros y oscuros, como los humanos? Levantó el párpado.

El ojo que había debajo era completamente rojo.

Shallan gritó, dando un salto atrás, y se llevó la mano al pecho. Los soldados maldijeron, mirando alrededor, y la espada esquirlada de Dalinar apareció en su mano unos segundos más tarde.

—Ojos rojos —susurró Shallan—. Está sucediendo.

—Los ojos rojos son solo una leyenda.

—Jasnah tenía un libro entero de referencias a esto, brillante señor —dijo Shallan, temblando—. Los Portadores del Vacío están aquí. Queda poco tiempo.

—Lanzad el cadáver al abismo —ordenó Dalinar a sus hombres—. Dudo de que podamos quemarlo fácilmente. Que todo el mundo se mantenga alerta. Estad preparados para un ataque esta noche. Ellos…

—¡Brillante señor!

Shallan se volvió para ver a una enorme figura acercarse; el agua de lluvia le corría por la armadura esquirlada.

—Hemos encontrado a otro, señor —dijo Teleb.

—¿Muerto?

—No, señor —respondió el portador—. Vino directo hacia nosotros, señor. Está sentado allí en una roca.

Dalinar miró a Shallan, que se encogió de hombros. Echó a andar en la dirección que indicaba Teleb.

—¿Señor? —dijo Teleb, la voz resonando dentro de su yelmo—. ¿No deberías…?

Dalinar ignoró la advertencia. Shallan corrió tras él, seguida por Vathah y sus dos guardias.

—¿No deberías volverte? —le dijo Vathah entre dientes. Tormentas, esa cara suya sí que parecía peligrosa en la penumbra, aunque su voz fuera respetuosa. Ella no podía dejar de verlo como el hombre que había estado a punto de matarla, allá en las Montañas Irreclamadas.

—Estaré a salvo —respondió Shallan en voz baja.

—Puede que tengas una espada esquirlada, brillante, pero podrían matarte de un flechazo por la espalda.

—Difícilmente, con esta lluvia.

Él la siguió, sin poner más objeciones. Intentaba hacer el trabajo que ella le había asignado. Por desgracia, Shallan había descubierto que no le gustaba mucho que la protegieran.

Encontraron al parshendi tras una caminata bajo la lluvia. La roca en la que estaba sentado tenía la altura de un hombre. No parecía llevar armas, y casi un centenar de soldados alezi rodeaban la base de su asiento, apuntándolo con sus lanzas. Shallan no pudo distinguir mucho más, ya que estaba sentado en el abismo frente a ellos, al otro lado de un puente portátil.

—¿Ha dicho algo? —preguntó Dalinar en voz baja mientras Teleb se acercaba.

—No que yo sepa —contestó el portador de esquirlada—. Tan solo está ahí sentado.

Shallan contempló a través del abismo al solitario parshendi, que se levantó y se protegió los ojos de la lluvia. Los soldados reaccionaron, alzando las lanzas y adoptando posiciones más amenazantes.

—¿Cikatriz? —llamó la voz del parshendi—. ¿Cikatriz, eres tú? ¿Y Leyten?

Uno de los hombres de los puentes de Dalinar soltó una imprecación. Cruzó corriendo el puente, y otros cuantos hombres más lo siguieron.

Regresaron un momento después. Shallan se acercó a escuchar lo que su líder le susurraba a Dalinar.

—Es él, señor —dijo Cikatriz—. Ha cambiado, pero tómame por un loco de las tormentas si me equivoco: es él. Shen. Cargó puentes con nosotros durante meses, luego desapareció. Ahora está aquí. Dice que quiere rendirse.

Palabras radiantes
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