La forma nocturna predice lo que será,

la forma de las sombras, mente para prever.

Cuando los dioses se marcharon, la sombra nocturna susurró.

Una nueva tormenta vendrá, algún día romperá.

Una nueva tormenta para hacer un mundo nuevo.

Una nueva tormenta un nuevo camino que emprender; la forma nocturna escucha.

De La canción de los secretos de los oyentes, estrofa 17

El rey estaba bien.

Kaladin se detuvo, jadeando, con una mano apoyada en el marco de la puerta, después de volver al palacio a la carrera. En el interior de la habitación, Elhokar, Dalinar, Navani y los dos hijos de Dalinar hablaban. No había muerto nadie. No había muerto nadie.

«Padre Tormenta —pensó, entrando—. Por un momento, me sentí igual que en las mesetas, viendo a mis hombres cargar contra los parshendi». Apenas conocía a esta gente, pero era su deber salvaguardarlos. No había pensado que su sentido de la protección pudiera aplicarse a los ojos claros.

—Bueno, al menos ha venido corriendo hasta aquí —masculló el rey, rechazando los cuidados de una mujer que intentaba vendar un corte que tenía en la frente—. ¿Ves, Idrin? Eso es un buen guardaespaldas. Apuesto a que no habría dejado que sucediera esto.

El capitán de la guardia real, que estaba de pie cerca de la puerta, ruborizado, apartó la mirada y salió al pasillo. Kaladin se llevó una mano a la cabeza, asombrado. Comentarios como el que acababa de hacer el rey no contribuirían precisamente a que sus hombres se llevaran bien con los soldados de Dalinar.

Dentro de la estancia, un grupo de guardias, sirvientes y miembros del Puente Cuatro parecían confusos o avergonzados. Allí estaba Natam, que estaba de servicio con la Guardia del Rey, y también Moash.

—Moash —llamó Kaladin—. ¿No se suponía que habías de estar en el campamento, durmiendo?

—Igual que tú —respondió Moash.

Kaladin gruñó, se acercó a él y le habló en voz baja.

—¿Estabas aquí cuando sucedió?

—Acababa de marcharme al terminar mi turno con la Guardia del Rey. Oí gritos y volví lo más rápido que pude. —Indicó con la cabeza la puerta abierta del balcón—. Ven a echar un vistazo.

Salieron al balcón, que era un camino circular de piedra que corría por las habitaciones superiores del palacio, una terraza tallada en la piedra misma. Desde esta altura, el balcón ofrecía una visión inconmensurable de los campamentos y las llanuras. Algunos miembros de la Guardia del Rey estaban inspeccionando la barandilla del balcón con lámparas de esferas. Una sección de la estructura de hierro se había torcido hacia fuera y colgaba precariamente sobre el abismo.

—Por lo que he deducido —señaló Moash—, el rey salió aquí a pensar, como le gusta hacer.

Kaladin asintió. El suelo de piedra bajo sus pies estaba aún húmedo por la lluvia de la alta tormenta. Llegaron al lugar donde la barandilla estaba desgarrada y varios guardias les dejaron sitio. Kaladin se asomó. La caída a las rocas de abajo tenía una buena treintena de metros. Syl revoloteaba allí abajo, trazando perezosos círculos resplandecientes.

—¡Maldición, Kaladin! —dijo Moash, cogiéndolo por el brazo—. ¿Intentas darme un susto de muerte?

«Me pregunto si sobreviviría a esa caída…». En una ocasión Kaladin había caído la mitad de esa altura, lleno de luz tormentosa, y había aterrizado sin problemas. Dio un paso atrás en atención a Moash, aunque las alturas siempre lo habían fascinado, incluso antes de conseguir sus habilidades especiales. Se sentía liberado al estar tan alto. Solo él y el aire mismo.

Se arrodilló y examinó los lugares donde las monturas de la barandilla de hierro habían sido cimentadas en agujeros hechos en la piedra.

—¿La barandilla se soltó de sus anclajes? —preguntó, metiendo el dedo en un agujero y retirándolo manchado de polvo de argamasa.

—Sí —dijo Moash. Varios de los hombres de la guardia real asintieron.

—Podría ser un defecto de construcción —dijo Kaladin.

—Capitán —dijo uno de los guardias—. Yo estaba presente cuando sucedió, lo custodiaba en el balcón. Se cayó sin más. Solo se oyó un pequeño ruido. Yo estaba aquí, contemplando las Llanuras ensimismado, y a continuación vi a su majestad colgando allí mismo, agarrado por su vida y maldiciendo como un caravanero. —El guardia se ruborizó—. Señor.

Kaladin se levantó para inspeccionar el metal. Así que el rey se había apoyado contra esta sección de la barandilla, que se había doblado hacia delante al ceder los anclajes de abajo. Se habían soltado casi por completo, pero por fortuna un barrote había aguantado. El rey se había aferrado a él el tiempo suficiente hasta que lo rescataron.

Esto no debería haber sido posible jamás. Parecía que la estructura había sido construida primero con madera y cuerda, y luego moldeada para convertirla en hierro. Tras sacudir otra sección, descubrió que era sumamente segura. Aunque unas cuantas sujeciones cedieran, la construcción no habría cedido: para eso las piezas de metal habrían tenido que romperse.

Se dirigió a la derecha para inspeccionar algunas de las que se habían soltado. Las dos piezas de metal habían sido cortadas. Limpia, claramente.

La puerta de la cámara del rey se oscureció cuando Dalinar Kholin salió al balcón.

—Entrad —ordenó a Moash y los otros guardias—. Cerrad la puerta. Me gustaría hablar con el capitán Kaladin.

Obedecieron, aunque Moash se marchó reacio. Dalinar se acercó a Kaladin mientras se cerraban las ventanas para darles intimidad. A pesar de su edad, la figura del alto príncipe era intimidatoria: ancho de hombros, con una constitución tan robusta como una pared de ladrillo.

—Señor —dijo Kaladin—. Tendría que haber…

—No ha sido culpa tuya —lo interrumpió Dalinar—. El rey no estaba a tu cargo. Y aunque lo hubiera estado, no podría reprocharte nada, igual que no se lo reprocho a Idrin. No cabía esperar que los guardaespaldas inspeccionaran la construcción.

—Sí, señor —dijo Kaladin.

Dalinar se arrodilló para inspeccionar los anclajes.

—Te gusta aceptar la responsabilidad de las cosas, ¿no? Un atributo encomiable en un oficial. —Dalinar se levantó y miró el lugar donde habían cortado la barandilla—. ¿Cuál es tu valoración?

—Alguien picó en la argamasa y saboteó la barandilla.

Dalinar asintió.

—Estoy de acuerdo. Esto ha sido un atentado deliberado contra la vida del rey.

—Sin embargo… señor…

—¿Sí?

—Quien lo intentó ha de ser idiota.

Dalinar lo miró. Alzó una ceja a la luz de las linternas.

—¿Cómo podían saber dónde iba a apoyarse el rey? —añadió Kaladin—. ¿O que fuera a hacerlo, siquiera? Esta trampa podría haber pillado a cualquiera, y entonces los supuestos asesinos se habrían expuesto por nada. De hecho, eso es precisamente lo que ha sucedido. El rey sobrevivió, y ahora estamos al corriente de su existencia.

—Esperábamos asesinos —dijo Dalinar—. Y no solo por el incidente con la armadura del rey. Es posible que la mitad de los hombres poderosos de este campamento estén planeando algún tipo de intento de asesinato, así que un atentado contra la vida de Elhokar no nos dice tanto como crees. En cuanto a cómo supieron que se apoyaría aquí, este es su lugar favorito para contemplar las Llanuras Quebradas. Todo el que vigile sus movimientos habría sabido dónde llevar a cabo su sabotaje.

—Pero, señor, esto es demasiado retorcido —dijo Kaladin—. Si tienen acceso a los aposentos privados del rey, ¿por qué no esconder a un asesino dentro? ¿O usar veneno?

—El veneno es tan improbable como esto —replicó Dalinar, indicando la barandilla—. La comida y la bebida del rey se prueban. En cuanto a un asesino oculto, podría toparse con los guardias. —Se levantó—. Pero estoy de acuerdo en que esos métodos probablemente tendrían mayor probabilidad de éxito. El hecho de que no los intentaran nos dice algo. Suponiendo que sean los mismos que colocaron las gemas defectuosas en la armadura del rey, prefieren métodos que no implican un enfrentamiento directo. No es que sean idiotas, es que son…

—Cobardes —concluyó Kaladin—. Quieren que el asesinato parezca un accidente. Puede que hayan esperado tanto para acallar las sospechas.

—Sí —dijo Dalinar, levantándose con aire de preocupación.

—Sin embargo, esta vez han cometido un gran error.

—¿Cómo?

Kaladin se acercó a la sección cortada que había inspeccionado antes y se arrodilló para frotar la sección lisa.

—¿Qué material corta tan limpiamente el hierro?

Dalinar se agachó, inspeccionó el corte y sacó una esfera para darse más luz. Gruñó.

—Yo diría que se supone que tiene que parecer que el anclaje se soltó.

—¿Y es así? —preguntó Kaladin.

—No. Eso ha sido una hoja esquirlada.

—Lo cual reduce bastante nuestros sospechosos.

Dalinar asintió.

—No se lo digas a nadie. Ocultaremos que hemos visto el corte de esquirlada, y así tal vez tengamos algo de ventaja. Es demasiado tarde para fingir que creemos que ha sido un accidente, pero no tenemos que revelar nada.

—Sí, señor.

—El rey insiste en que te ponga a cargo de su protección —dijo Dalinar—. Puede que tengamos que alterar tu calendario de trabajo.

—No estoy preparado para eso —dijo Kaladin—. Mis hombres no pueden asumir todas sus tareas.

—Lo sé —respondió Dalinar en voz baja. Parecía vacilante—. Pero supongo que comprendes que esto lo ha hecho alguien desde dentro.

Kaladin sintió frío.

—¿En los mismos aposentos del rey? Eso significa que es un criado. O uno de sus guardias. Los hombres de la Guardia del Rey pueden haber tenido también acceso a su armadura. —Dalinar miró a Kaladin, el rostro iluminado por la esfera que tenía en la mano. Un rostro fuerte, con una nariz rota. Roma. Real—. No sé en quién puedo confiar hoy en día. ¿Puedo confiar en ti, Kaladin Bendito por la Tormenta?

—Sí. Lo juro.

Dalinar asintió.

—Voy a retirar a Idrin de su cargo y asignarlo a un puesto de mando en mi ejército. Eso satisfará al rey, pero me aseguraré de que Idrin sepa que no se trata de un castigo. Sospecho que disfrutará más del nuevo trabajo, de todas formas.

—Sí, señor.

—Le preguntaré cuáles son sus mejores hombres y de momento los pondré a tus órdenes. Úsalos lo menos posible. Quiero que al final el rey sea protegido solo por hombres de los puentes: hombres en quienes confíes, hombres que no tengan nada que ver con la política de los campamentos de guerra. Elige con cuidado. No quiero sustituir a traidores potenciales por antiguos ladrones que puedan ser comprados fácilmente.

—Sí, señor —dijo Kaladin, sintiendo que un gran peso se posaba sobre sus hombros.

Dalinar se levantó.

—No sé qué más hacer. Un hombre tiene que poder confiar en sus propios guardias. —Se volvió para entrar en la habitación. El tono de su voz parecía profundamente preocupado.

—¿Señor? —preguntó Kaladin—. Esto no ha sido el intento de asesinato que estabas esperando, ¿verdad?

—No —contestó Dalinar, con la mano en el pomo de la puerta—. Estoy de acuerdo con tus valoraciones. Esto no ha sido obra de alguien que sepa lo que hace. Considerando lo retorcido del plan, me sorprende lo cerca que ha estado de funcionar. —Miró a Kaladin a los ojos—. Si Sadeas decide golpear… o, peor aún, el asesino que se llevó la vida de mi hermano… no nos irá tan bien. La tormenta tiene que llegar todavía.

Al abrir la puerta se oyeron claramente las quejas del rey, que hasta entonces habían sonado apagadas. Elhokar clamaba que nadie se tomaba su seguridad en serio, que nadie escuchaba, que deberían estar buscando las cosas que él veía por encima del hombro en el espejo, significara lo que significara eso. La invectiva parecían las protestas de un niño malcriado.

Kaladin miró la barandilla torcida, imaginando al rey colgando de ella. Tenía buenos motivos para estar enfadado. Pero ¿no se suponía que un rey había de estar por encima de todo eso? ¿No exigía su Llamada que pudiera mantener la compostura bajo presión? A Kaladin le resultaba difícil imaginar a Dalinar reaccionando de forma tan infantil, no importaba cuál fuera la situación.

«Tu trabajo no es juzgar —se dijo, llamando a Syl para marcharse del balcón—. Tu trabajo es proteger a esta gente».

Como fuera.

Palabras radiantes
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