Lift nunca había robado en un palacio antes. Intentarlo parecía peligroso. No porque pudieran pillarla, sino porque una vez que robabas un maldito palacio, ¿adónde ibas luego?

Escaló la muralla exterior y contempló el terreno. Todo (los árboles, las rocas, los edificios) reflejaba la luz de las estrellas de forma extraña. Un edificio de aspecto bulboso destacaba en mitad de todo, como una burbuja en un estanque. De hecho, la mayoría de los edificios tenían la misma forma redonda, a menudo con pequeñas protuberancias en lo alto. No había una línea recta en todo el famélico lugar. Solo montones y montones de curvas.

Los compañeros de Lift escalaron para asomarse a la muralla. Eran un grupo variopinto y peleón. Seis hombres, supuestamente maestros ladrones. Ni siquiera sabían escalar una muralla en condiciones.

—El Palacio de Bronce —susurró Huqin.

—¿De bronce? ¿De eso está hecho todo? —preguntó Lift, sentándose en la muralla y dejando colgar una pierna al otro lado—. Parecen un montón de pechos.

Los hombres la miraron, sorprendidos. Todos eran azishianos, de pelo y piel oscuros. Ella era reshi, de las islas del norte. Eso le había dicho su madre, aunque Lift nunca había visto el lugar.

—¿Qué? —preguntó Huqin.

—Pechos —dijo Lift, señalando—. ¿Ves? Como una dama tendida de espaldas. Esas puntas allá en lo alto son pezones. El tipo que construyó este lugar debió de estar soltero muuucho tiempo.

Huqin se volvió hacia uno de sus compañeros. Usando las cuerdas, bajaron por la pared para conferenciar entre susurros.

—Desde este lado parece que está vacío, como indicó mi informador —dijo Huqin, que estaba a cargo del grupo. Tenía una nariz como si alguien se la hubiera agarrado cuando era niño y hubiera tirado con todas sus fuerzas. A Lift le sorprendía que no le golpeara a la gente en la cara cuando se volvía.

—Todo el mundo está concentrado en elegir al nuevo Aqasix Supremo —dijo Maxin—. Podríamos lograrlo. Robar en el Palacio de Bronce, y justo ante las narices del visirato.

—¿Es… hum… seguro? —preguntó el sobrino de Huqin. Era adolescente, y la pubertad no había sido amable con él. Solo había que mirarle la cara, oír su voz y observar esas piernas flacuchas.

—Calla —ordenó Huqin.

—No —dijo Tigzikk—, el chico tiene derecho a expresar cautela. Esto será muy peligroso.

Consideraban a Tigzikk el culto del grupo porque sabía maldecir en tres idiomas. Todo un intelectual. Llevaba ropas caras, mientras que la mayoría de los otros iba de negro.

—Habrá caos —continuó Tigzikk—, porque mucha gente se mueve por el palacio de noche, pero también habrá peligro. Muchos, muchos guardaespaldas y la probabilidad de sospechas por todas partes.

Tigzikk era un tipo mayor y el único del grupo a quien Lift conocía bien. No podía pronunciar su nombre. Cuando se pronunciaba correctamente, el sonido «quq» del final sonaba como si alguien se atragantara. Ella lo llamaba simplemente Tig.

—Tigzikk —dijo Huqin. Sí. Atragantándose—. Tú fuiste quien sugirió esto. No me digas que ahora te está entrando miedo.

—No me estoy echando atrás. Solo pido cautela.

Lift se inclinó hacia ellos desde lo alto del muro.

—Menos discusiones —dijo—. En marcha. Tengo hambre.

Huqin alzó la cabeza.

—¿Por qué la hemos traído?

—Será útil —respondió Tigzikk—. Ya lo verás.

—¡No es más que una niña!

—Es una muchacha. Al menos tiene doce años.

—No tengo doce años —dijo ella, alzándose sobre ellos.

Se volvieron a mirarla.

—No los tengo —insistió—. Doce es un número de mala suerte. —Mostró las manos—. Tengo estos.

—¿Diez…? —preguntó Tigzikk.

—¿Esos son? Pues eso, entonces. Diez. —Bajó las manos—. Si no puedo contarlo con los dedos, trae mala suerte. —Y llevaba así tres años ya. Por eso.

—Parece que hay un montón de edades de mala suerte —dijo Huqin, divertido.

—Claro —reconoció ella. Escrutó de nuevo el terreno, luego se volvió a mirar por donde habían llegado, hacia la ciudad.

Un hombre recorría una de las calles que conducían al palacio. Sus ropas oscuras se fundían con la penumbra, pero sus botones de plata brillaban cada vez que pasaba ante una farola.

«Tormentas —pensó Lift, mientras un escalofrío le corría por la espalda—. Al final resulta que no lo he perdido».

Miró a los hombres.

—¿Vais a venir conmigo o no? Porque me marcho.

Pasó por encima de la muralla y se dejó caer a los patios del palacio. Se quedó allí agazapada, sintiendo el frío suelo. Sí, era de metal. Todo era de bronce. A la gente rica, decidió, les gustaba ceñirse a un tema.

Mientras los muchachos por fin dejaban de discutir y empezaban a escalar, un fino y retorcido sendero de enredaderas brotó de la oscuridad y se acercó a Lift. Parecía un hilillo de agua derramada que se abriera paso por el suelo. Aquí y allá, trocitos de cristal claro asomaban de las enredaderas, como secciones de cuarzo en una piedra por lo demás oscura. No eran afilados, sino lisos como cristal pulido, y no brillaban de luz tormentosa.

Las enredaderas crecieron rapidísimamente, enroscándose unas en otras en una maraña que formó una cara.

—Señora —dijo la cara—. ¿Es aconsejable esto?

—Hola, Portador del Vacío —dijo Lift, escrutando el terreno.

—¡No soy un Portador del Vacío! Y lo sabes. Así que… ¡así que deja de decir eso!

Lift sonrió.

—Eres mi Portador del Vacío mascota, y ninguna mentira va a cambiar eso. Te capturé. Nada de robar almas, ahora. No hemos venido a por almas. Solo un pequeño robo, de esos que no hacen daño a nadie.

El rostro de enredadera (se llamaba a sí mismo Wyndle) suspiró. Lift cruzó corriendo el suelo de bronce para llegar a un árbol que, naturalmente, también estaba hecho de bronce. Huqin había elegido para colarse el momento más oscuro de la noche, entre lunas, pero la luz de las estrellas era suficiente para ver en una noche sin nubes como esta.

Wyndle se le acercó, dejando un pequeño rastro de enredaderas que la gente no parecía ser capaz de ver. Las enredaderas se endurecían después de un momento de inmovilidad, se convertían brevemente en cristal sólido y luego se desmoronaban en polvo. La gente lo advertía en alguna ocasión, aunque no podían ver a Wyndle.

—Soy un spren —le dijo Wyndle—. Parte de una noble y orgullosa…

—Calla —dijo Lift, asomándose desde detrás del árbol de bronce. Un carruaje descubierto pasó por el camino más allá, transportando a algunos azishianos importantes. Se notaba por la ropa. Grandes gabanes hinchados con mangas muy anchas y diseños que se daban de patadas unos a otros. Todos parecían niños que se hubieran metido en el armario de sus padres. Los sombreros, sin embargo, eran bonitos.

Los ladrones la siguieron, moviéndose con considerable sigilo. En realidad no eran tan malos. Aunque no supieran escalar bien una muralla.

Se congregaron a su alrededor, y Tigzikk se irguió, alisándose la chaqueta, que era una imitación de las que llevaban los ricos escribas que trabajaban en el gobierno. Allí en Azir, trabajar para el gobierno era realmente importante. Todo el mundo decía que había que ser «discreto», significara lo que significase eso.

—¿Preparado? —le dijo Tigzikk a Maxin, que era el otro ladrón bien vestido.

Maxin asintió, y los dos se desviaron hacia la derecha, encaminándose hacia el jardín de esculturas del palacio. Se suponía que la gente importante paseaba por allí, especulando sobre quién debía ser el próximo Supremo.

Un trabajo peligroso, ese. A los dos últimos les había cortado la cabeza un tipo de blanco con una hoja esquirlada. ¡El Supremo más reciente no había durado ni dos famélicos días!

Cuando Tigzikk y Maxin se marcharon, Lift solo se quedó con otros cuatro hombres para preocuparse. Huqin, su sobrino, y dos hermanos delgados que no hablaban mucho y no paraban de palpar sus cuchillos bajo las chaquetas. A Lift no le gustaban. Para robar no hacía falta dejar cadáveres. Dejar cadáveres era fácil. No había ningún reto si podías matar a todo el que te viera.

—Puedes colarnos ahí dentro —le dijo Huqin—. ¿Verdad?

Lift puso los ojos en blanco y echó a correr por los terrenos de bronce hacia la estructura principal del palacio.

«De verdad que parece un pecho…».

Wyndle se arrastró por el suelo tras ella y su rastro de enredaderas hizo brotar diminutos trozos de cristal aquí y allá. Era tan sinuoso y veloz como una anguila, solo que en vez de desplazarse, crecía. Los Portadores del Vacío eran raros con ganas.

—Eres consciente de que yo no te elegí —dijo, y un rostro apareció en las enredaderas mientras se movían. Su habla producía un extraño efecto, y el rastro detrás de él se pobló de rostros congelados. La boca parecía moverse porque crecía muy rápido junto a ella—. Quería escoger a una distinguida matrona iriali. Una abuela, una jardinera experta. Pero no, el Anillo dijo que debíamos elegirte a ti. «Ha visitado la Antigua Magia», dijeron. «Nuestra madre la ha bendecido». «Será joven y podemos moldearla», dijeron. Bueno, ellos no tuvieron que soportar…

—Cállate, Portador del Vacío —susurró Lift, apretujándose contra la pared del palacio—. Si no, me bañaré en agua bendita e iré a escuchar a los sacerdotes. Tal vez para que me hagan un exorcismo.

Lift avanzó de lado hasta que pudo asomarse a la curva de la pared y divisar a la patrulla de guardia: hombres con chalecos de cuadros y cascos, con largas alabardas. Miró hacia arriba. La pared se combaba hacia fuera sobre ella, como un rocabrote, antes de seguir ascendiendo. Era de liso bronce, sin asideros.

Esperó a que los guardias se alejaran.

—Muy bien —le susurró a Wyndle—. Tienes que hacer lo que te diga.

—Nada de eso.

—Claro que sí. Te capturé, como en las historias.

—Yo acudí a ti —puntualizó Wyndle—. ¡Tus poderes proceden de mí! ¿Escucharás alguna vez…?

—Sube por la pared —señaló Lift.

Wyndle suspiró, pero acabó por obedecer y reptó por la pared trazando un amplio patrón. Lift saltó y se agarró a los pequeños asideros que dejaba la enredadera a medida que esta se adhería a la pared mediante miles de tallos con discos pegajosos. Wyndle avanzaba ante ella, creando una especie de escala.

No era fácil. Al contrario: aquella forma abultada convertía la ascensión en un suplicio y los asideros de Wyndle no eran muy grandes. Pero lo logró y consiguió llegar hasta casi la cima de la cúpula del edificio, donde había ventanas que se asomaban al terreno.

Miró hacia la ciudad. No había ni rastro del hombre del uniforme negro. Tal vez lo había perdido.

Se volvió para examinar la ventana. Su bonito marco de madera sostenía un cristal muy grueso, aunque apuntaba al este. Era injusto lo bien protegida que estaba Azimir de las altas tormentas. Tendrían que vivir con el viento, como la gente normal.

—Tenemos que vaciar eso —dijo, señalando la ventana.

—¿Te has dado cuenta —dijo Wyndle—, que aunque tú dices ser una maestra ladrona, soy yo quien hace todo el trabajo?

—También haces todas las quejas. ¿Cómo atravesamos esto?

—¿Tienes las semillas?

Ella asintió, rebuscando en un bolsillo. Luego, en el otro. Después, en el bolsillo trasero. Ah, allí estaban. Sacó un puñado de semillas.

—No puedo afectar al Reino Físico excepto en aspectos menores —dijo Wyndle—. Eso significa que tendrás que usar Investidura para…

Lift bostezó.

—Usar Investidura para…

Bostezó con más fuerzas. Los famélicos Portadores del Vacío nunca captaban una indirecta.

Wyndle suspiró.

—Esparce las semillas sobre el marco.

Ella así lo hizo, lanzando las semillas contra la ventana.

—Tu vínculo conmigo ofrece dos tipos principales de habilidad —dijo Wyndle—. La primera, la manipulación de fricción, ya la has descubierto. ¡No me bosteces! Llevamos usándola bien desde hace ya muchas semanas, y es hora de que aprendas la segunda, el poder de la Generación. Aún no estás preparada para lo que una vez fue conocido como Regeneración, la curación de…

Lift colocó la palma de la mano contra las semillas y pasó a invocar su maravilla.

No estaba segura de cómo lo hacía. Simplemente, lo hacía. Había empezado más o menos en la época en que Wyndle apareció por primera vez.

Por entonces él no hablaba. Lift echaba de menos aquellos tiempos.

Su mano brilló levemente con luz blanca, como vapor que brotara de la piel. Las semillas que vieron la luz empezaron a crecer. Rápidamente. De las semillas brotaron enredaderas que se colaron en las grietas entre la ventana y el marco.

Las enredaderas crecieron a su antojo, produciendo sonidos apagados y forzados. El cristal se resquebrajó, luego el marco de la ventana se soltó.

Lift sonrió.

—Bien hecho —dijo Wyndle—. Todavía conseguiremos hacer de ti una bailarina del filo. —A Lift le gruñó el estómago. ¿Cuándo fue la última vez que comió? Había usado gran parte de su maravilla practicando antes. Probablemente tendría que haber robado algo de comer. No era tan maravillosa cuando tenía hambre.

Se coló por la ventana. Tener a un Portador del Vacío era útil, aunque no estaba completamente segura de que sus poderes procedieran de él. Parecía el tipo de asunto sobre el que un Portador del Vacío mentiría. Ella lo había capturado, así de claro. Había utilizado palabras. Los Portadores del Vacío no tenían cuerpo, en realidad. Para capturar algo así, tenías que usar palabras. Todo el mundo lo sabía. Igual que las maldiciones hacían que seres malvados fueran a buscarte.

Tuvo que sacar una esfera (un marco de diamante, el de la suerte) para ver adecuadamente allí dentro. El pequeño dormitorio estaba decorado al estilo azishiano, como montones de intrincados patrones en las alfombras y la tela de las paredes, casi todo rojo y dorado. Esos patrones lo eran todo para los azishianos. Eran como palabras.

Se asomó a la ventana. Sin duda había escapado de Oscuridad, el hombre de negro y plata con la clara marca de nacimiento en forma de media luna en la mejilla. El hombre de la mirada sin vida. Seguro que no la había seguido desde Marabethia. ¡Eso estaba a medio continente de distancia! Bueno, a un cuarto, al menos.

Convencida, desenrolló la cuerda que llevaba a la cintura y los hombros. La ató a la puerta de un armario empotrado y la arrojó por la ventana. La cuerda se tensó cuando los hombres empezaron a escalar. Cerca de ella, Wyndle creció en torno a uno de los postes de la cama, enroscado como una anguila.

Lift oyó susurros abajo.

—¿Has visto eso? Ha escalado directamente. No hay ni un asidero a la vista. ¿Cómo…?

—Calla. —Era Huqin.

Lift empezó a hurgar en cajones y armarios mientras los muchachos entraban uno por uno a través de la ventana. Una vez dentro, los ladrones recogieron la cuerda y cerraron la ventana lo mejor que pudieron. Huqin estudió las enredaderas que habían crecido a partir de las semillas que había en el marco.

Lift metió la cabeza en el fondo de un guardarropa y tanteó.

—En esta habitación no hay nada más que zapatos mohosos.

—Mi sobrino y tú os quedaréis en esta habitación —le dijo Huqin—. Nosotros tres buscaremos en los dormitorios cercanos. Volveremos dentro de poco.

—Probablemente encontraréis un saco entero de zapatos mohosos… —intervino Lift, saliendo del guardarropa.

—Niña ignorante —masculló Huqin, señalando al guardarropa. Uno de sus hombres cogió los zapatos y las prendas que había dentro y los metió en un saco—. Esta ropa se venderá con facilidad. Es exactamente lo que estamos buscando.

—¿Y riquezas de verdad? —dijo Lift—. Esferas, joyas, arte… —Ella había perdido interés en esas cosas, pero pensaba que era lo que buscaba Huqin.

—Todo eso estará demasiado bien protegido —contestó Huqin mientras sus dos socios se apoderaban rápidamente de las ropas que había en la habitación—. La diferencia entre un ladrón de éxito y un ladrón muerto es que el primero sabe cuándo hay que escapar con las ganancias. Este alijo nos permitirá vivir con lujo durante un año o dos. Con eso basta.

Uno de los hermanos se asomó a la puerta que daba al pasillo. Asintió, y los tres salieron de la habitación.

—Atento a la señal —le dijo Huqin a su sobrino, luego dejó la puerta casi cerrada tras el.

Tigzikk y su cómplice estarían atentos allá abajo a cualquier tipo de alarma. Si algo parecía ir mal, se quitarían de en medio y harían sonar sus silbatos. El sobrino de Huqin se agazapó para escuchar junto a la ventana, tomándose obviamente muy en serio su trabajo. Parecía tener unos dieciséis años. Edad de mala suerte, esa.

—¿Cómo escalaste así por la pared? —preguntó el joven.

—Agallas —dijo Lift—. Y saliva.

Él la miró con el ceño fruncido.

—Tengo saliva mágica.

Él pareció creerla. Idiota.

—¿Te sientes sola? —preguntó—. ¿Lejos de tu pueblo?

Ella se levantó. Pelo negro liso (lo llevaba hasta la cintura), piel bronceada, rasgos suaves. Todo el mundo la identificaba inmediatamente como reshi.

—No lo sé —contestó, encaminándose hacia la puerta—. Nunca he estado con mi pueblo.

—¿No eres de las islas?

—No. Crecí en Rall Elorim.

—¿La… Ciudad de las sombras?

—Ajá.

—¿Es…?

—Ajá. Tal como dicen.

Se asomó a la puerta. Huqin y los demás ya se habían alejado. El pasillo era de bronce, paredes y todo, pero una alfombra roja y azul, con montones de pequeños patrones de enredaderas, corría por el centro. En las paredes colgaban cuadros.

Lift abrió la puerta del todo y salió.

—¡Lift! —El sobrino corrió hacia la puerta—. ¡Nos han dicho que esperemos aquí!

—¿Y?

—¡Pues que deberíamos esperar aquí! ¡No queremos que el tío Huqin se meta en un lío!

—¿Qué sentido tiene colarte en un palacio si no es para meterte en un lío? —Lift sacudió la cabeza. Qué raros eran estos tipos—. Esto debe de ser un lugar interesante, con todos esos ricachones pululando. —Tenía que haber comida realmente buena por allí.

Salió al pasillo y Wyndle creció a lo largo del suelo tras ella. Curiosamente, el sobrino la siguió. Ella había supuesto que se quedaría en la habitación.

—No deberíamos estar haciendo esto —dijo él mientras pasaban ante una puerta que estaba ligeramente abierta. Escucharon sonidos apagados dentro. Huqin y sus hombres, robando el lugar a placer.

—Entonces quédate —susurró Lift, que llegaba a unas grandes escaleras. Abajo los criados se afanaban de un lado a otro, incluso unos cuantos parshmenios, pero no vio a nadie con uno de aquellos largos gabanes—. ¿Dónde está la gente importante?

—Leyendo impresos —dijo el sobrino, tras ella.

—¿Impresos?

—Claro. Con el Supremo muerto, los visires, escribas y árbitros tienen todos la oportunidad de rellenar el papeleo adecuado para solicitar el puesto.

—¿Se solicita el puesto de emperador? —dijo Lift.

—Claro —respondió él—. Hace falta un montón de papeleo. Y un ensayo. El ensayo tiene que ser realmente bueno para conseguir el puesto.

—Tormentas. Estáis locos.

—¿Otras naciones lo hacen mejor? ¿Con sangrientas guerras de sucesión? De esta forma, todo el mundo tiene una oportunidad. Incluso los funcionarios de rangos inferiores pueden entregar los papeles. Y también puedes ser discreto y acabar en el trono, si eres lo bastante convincente. Sucedió una vez.

—De locos.

—Y eso lo dice la chica que habla sola.

Lift lo miró bruscamente.

—No digas que no. Te he visto. Hablas al aire, como si hubiera alguien.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Lift.

—Gawx.

—Vaya. Bueno, verás, Gawx. No hablo sola porque esté loca.

—¿No?

—Lo hago porque soy maravillosa. —Empezó a bajar las escaleras, esperó a que hubiera un hueco entre los criados que pasaban, y luego se dirigió a una alacena al otro lado. Gawx maldijo y la siguió.

Lift se sintió tentada de usar su maravilla para deslizarse rápidamente por el suelo, pero no le hacía falta. Además, Wyndle no paraba de quejarse de que usaba la maravilla demasiado a menudo. Que corría riesgo de malnutrición, significara eso lo que significase.

Se acercó a la alacena, usando solamente sus habilidades cotidianas, y se metió dentro. Gawx se coló tras ella justo antes de que cerrara. La vajilla que había en un carrito tintineó tras ellos, y apenas pudieron apretujarse en aquel espacio. Gawx se movió, provocando más tintineos, y ella le dio un codazo. Gawx se calló mientras pasaban dos parshmenios cargados con grandes barriles de vino.

—Deberías volver arriba —le susurró Lift—. Esto podría ser peligroso.

—Oh, ¿así que colarte en el palacio real es peligroso, por las tormentas? Gracias. No me había dado cuenta.

—Lo digo en serio —replicó Lift, asomándose—. Vuelve arriba y márchate cuando regrese Huqin. Me abandonará sin pensárselo dos veces. Y probablemente a ti también.

Además, no quería ser maravillosa con Gawx delante. Eso provocaría preguntas. Y rumores. Odiaba ambas cosas. Por una vez, le gustaría poder quedarse en un sitio durante un rato sin verse obligada a echar a correr.

—No —contestó Gawx en voz baja—. Si vas a robar algo bueno, quiero mi tajada. Así tal vez Huqin ya no me obligue a quedarme atrás ni me dé los trabajos fáciles.

Vaya. Por lo visto tenía valor.

Una criada pasó cargada con una gran bandeja llena de platos. Los olores de la comida hicieron que el estómago de Lift rugiera. Comida de ricos. Una pura delicia.

En cuanto Lift vio pasar a la mujer, salió de la alacena y la siguió. Esto iba a ser difícil con Gawx pegado a sus talones. Su tío lo había entrenado bastante bien, pero moverse sin ser visto por un edificio habitado no era fácil.

La criada abrió una puerta que estaba oculta en la pared. Los pasillos del servicio. Lift la detuvo cuando ya se cerraba, esperó unos segundos, luego la abrió y se deslizó dentro. El estrecho pasillo estaba mal iluminado y olía a la comida que acababa de pasar.

Gawx entró detrás de ella y luego cerró silenciosamente la puerta. La criada desapareció al doblar una esquina por delante: probablemente había montones de pasillos como aquel en el palacio. Detrás de Lift, Wyndle creció en torno al marco de la puerta: un manojo de enredaderas como hongos, verde oscuro, que cubrió la puerta y luego la pared.

Formó un rostro en las enredaderas y puntos de cristal, y luego sacudió la cabeza.

—¿Demasiado estrecho? —preguntó Lift.

Él asintió.

—Está oscuro aquí dentro. Apenas se nos ve.

—Vibraciones en el suelo, ama. Alguien se acerca.

Ella miró ansiosamente hacia el lugar por donde había ido la criada con la comida, luego hizo a un lado a Gawx y abrió la puerta para salir de nuevo al pasillo principal.

Gawx maldijo.

—¿Sabes siquiera lo que estás haciendo?

—No —respondió ella, y dobló una esquina del pasillo grande flanqueado de lámparas de gemas verdes y amarillas. Por desgracia, un criado de estirado uniforme blanco y negro se dirigía hacia ella.

Gawx dejó escapar un silbidito de preocupación y volvió a doblar la esquina. Lift se irguió, con las manos a la espalda, y avanzó.

Pasó ante el hombre. Su uniforme indicaba que era alguien importante, para tratarse de un criado.

—¡Eh, tú! —exclamó el hombre—. ¿Qué es esto?

—La señora quiere tarta —dijo Lift, alzando la barbilla.

—Oh, por el amor de Yaezir. ¡La comida está servida en los jardines! ¡Allí hay tarta!

—No de la que ella quiere —respondió Lift—. La señora quiere tarta de moras.

El hombre alzó las manos al aire.

—Las cocinas están por el otro lado —dijo—. Trata de convencer a la cocinera, aunque probablemente te cortará las manos antes de aceptar otra petición especial. ¡País de escribas de las tormentas! ¡Las necesidades culinarias especiales hay que enviarlas por adelantado, con los impresos adecuados! —Se marchó, dejando a Lift con las manos a la espalda, observándolo.

Gawx se asomó a la esquina.

—Ya me daba por muerto.

—No seas estúpido —dijo Lift, apresurándose pasillo abajo—. Todavía no hemos llegado a lo más difícil.

Al fondo, el pasillo se cruzaba con otro que tenía la misma ancha alfombra en el centro, las paredes de bronce y las brillantes lámparas de metal. Enfrente había una puerta sin luz asomando debajo. Lift comprobó en ambas direcciones, luego se dirigió a la puerta, la abrió un poco, se asomó y le hizo señas a Gawx para que se reuniera con ella dentro.

—Tendrías que seguir ese pasillo de fuera —susurró Gawx mientras ella entornaba la puerta—. Por ahí, encontraremos los aposentos de los visires. No creo que haya nadie, porque todo el mundo estará en el ala del Supremo, deliberando.

—¿Conoces el trazado del palacio? —preguntó ella, agazapada en la penumbra junto a la puerta. Estaba en una pequeña sala de espera, con un par de sillas en sombras y una mesita.

—Sí —respondió Gawx—. Memoricé los planos del palacio antes de venir. ¿Tú no?

Ella se encogió de hombros.

—He estado aquí una vez antes —dijo Gawx—. Vi al Supremo dormido.

—¿Que hiciste qué?

—Es público, pertenece a todo el mundo. Puedes participar en un sorteo para venir a verlo dormir. La gente rota cada hora.

—¿Cómo? ¿En un día especial o algo?

—No, todos los días. También puedes verlo comer, o realizar sus rituales diarios. Si pierde un cabello o se recorta una uña, hasta es posible que te lo quedes como reliquia.

—Parece repulsivo.

—Un poco.

—¿Por dónde se va a sus aposentos? —preguntó Lift.

—Por ahí —dijo Gawx, señalando a la izquierda del pasillo: la dirección opuesta a los aposentos de los visires—. No querrás entrar ahí, Lift. Ahí es donde los visires y toda la gente importante estará revisando las solicitudes. En presencia del Supremo.

—Pero si está muerto.

—El nuevo Supremo.

—¡Si no lo han elegido todavía!

—Bueno, es un poco raro —dijo Gawx. A la tenue luz de la puerta entreabierta, ella vio que se ruborizaba, como si se diera cuenta de lo extravagante que era todo esto—. Nunca ha faltado un Supremo. Simplemente, todavía no sabemos quién es. Quiero decir, está vivo, y ya es Supremo… ahora mismo. Solo que de momento no conocemos su identidad. Así que, estos son sus aposentos, y los vástagos y visires quieren estar en su presencia mientras deciden quién es. Aunque la persona que decidan no esté en la habitación.

—Eso no tiene sentido.

—Pues claro que lo tiene —dijo Gawx—. Es el gobierno. Todo está muy detallado en los códigos y… —Se calló cuando vio bostezar a Lift. Los azishianos podían ser aburridísimos. Al menos, él era capaz de captar una indirecta.

»De todas formas —continuó Gawx—, todo el mundo que está ahí fuera en los jardines espera que lo llamen para una entrevista personal. Puede que no lleguen a eso. Los vástagos no pueden ser Supremo, ya que están demasiado ocupados visitando y bendiciendo aldeas por todo el reino… Pero un visir sí puede, y suelen entregar las mejores solicitudes. Por lo general eligen a uno de los suyos.

—Los aposentos del Supremo —dijo Lift—. Por ahí ha ido la comida.

—¿Qué te pasa con la comida?

—Me voy a comer su cena —respondió ella, en voz baja pero intensa.

Gawx parpadeó, sorprendido.

—¿Que vas a… qué?

—Voy a comerme su comida. Los ricos tienen la mejor comida.

—Pero… puede que haya esferas en los aposentos de los visires…

—Eh —dijo ella—. Me las gastaría en comida.

Robar cosas corrientes no era divertido. Ella quería un auténtico desafío. A lo largo de los dos últimos años, había escogido los lugares más difíciles de acceder. Y luego había irrumpido en ellos.

Y se había comido sus cenas.

—Vamos —dijo, saliendo del portal y dirigiéndose a la izquierda, hacia los aposentos del Supremo.

—Estás loca de atar —susurró Gawx.

—No. Solo me aburro.

Él miró hacia el otro lado.

—Yo me voy a los aposentos de los visires.

—Como quieras —respondió ella—. Yo en tu lugar volvería escaleras arriba. No tienes suficiente práctica para este tipo de cosas. Si no vienes conmigo, probablemente te meterás en líos.

Él vaciló, luego se marchó en dirección a los aposentos de los visires. Lift se encogió de hombros.

—¿Por qué vienes con ellos? —preguntó Wyndle, saliendo de la habitación—. ¿Por qué no trabajas por tu cuenta?

—Tigzikk descubrió todo este asunto de la elección —dijo ella—. Me dijo que esta noche era un buen momento para colarse. Se lo debía. Además, quería estar allí por si se metía en problemas. Para ayudar si hace falta.

—¿Por qué te molestas?

¿Por qué, en efecto?

—Alguien tiene que preocuparse —dijo, echando a andar pasillo abajo—. Muy poca gente lo hace, hoy en día.

—Dices esto cuando vienes a robarle a la gente.

—Claro. No les hará daño.

—Tienes un extraño sentido de la moralidad, ama.

—No seas estúpido —dijo ella—. Todo sentido de la moralidad es extraño.

—Supongo.

—Sobre todo para un Portador del Vacío.

—Yo no soy…

Ella sonrió y avivó el paso hacia los aposentos del Supremo. Supo que los había encontrado cuando se volvió a mirar un pasillo lateral y divisó guardias al fondo. Sí. Aquella puerta era tan bonita que tenía que pertenecer a un emperador. Solo la gente extraordinariamente rica construía puertas así. Tenía que salirte el dinero por las orejas para gastarlo en una puerta.

Los guardias eran un problema. Lift se arrodilló y se asomó a la esquina. El pasillo era estrecho, como un callejón. Qué inteligente. Era difícil colarse en un sitio así. Y esos dos guardias no eran de los de aspecto aburrido. Eran de los de «tenemos que estar aquí y poner cara de malas pulgas». Estaban tan erguidos que cualquiera diría que les habían metido una escoba por el trasero.

Lift alzó la mirada. El pasillo era alto: a los ricos les gustaban las cosas altas. Si hubieran sido pobres, habrían construido otro piso encima para que vivieran allí sus tíos y primos. Los ricos desperdiciaban el espacio. Como tenían tanto dinero, podían malgastarlo.

Robarles parecía de lo más natural.

—Allí —susurró Lift, señalando un pequeño saliente ornamental que corría por la pared allá arriba. No sería lo bastante ancho para caminar por él, a menos que fueras Lift. Cosa que, por fortuna, era. Estaba oscuro allí arriba también. Las lámparas de araña eran de las que colgaban bajas, con espejos reflejando hacia abajo la luz de sus esferas.

—Allá vamos —dijo Lift.

Wyndle suspiró.

—Tienes que hacer lo que digo o te podaré.

—Me… podarás.

—Claro. —Eso sonaba amenazador, ¿no?

Wyndle creció por la pared, proporcionándole asideros. Las enredaderas que había dejado por el pasillo tras ellos se estaban desvaneciendo ya, volviéndose cristal y desintegrándose en polvo.

—¿Por qué no han reparado en ti? —susurró Lift. Nunca se lo había preguntado, a pesar de los meses que llevaban juntos—. ¿Es porque solo pueden verte los puros de corazón?

—No lo dirás en serio.

—Claro que sí. Eso encajaría con las historias y leyendas.

—Oh, la teoría en sí misma no es ridícula —dijo Wyndle, hablando desde un trozo de enredadera cercano; los diversos tallos verdes se movían como labios—. Solo la idea de que te consideres pura de corazón.

—Soy pura —susurró ella, gruñendo mientras escalaba—. Soy una niña y todo eso. Soy tan pura, tormentas, que prácticamente eructo arcoiris.

Wyndle volvió a suspirar (le gustaba hacerlo) mientras llegaban al saliente. Creció a lo largo, haciéndolo un poco más ancho, y Lift se encaramó. Se equilibró con cuidado, luego le asintió a Wyndle. Él siguió creciendo a lo largo del saliente, luego se dio media vuelta y creció por la pared hasta un punto por encima de la cabeza de Lift. A partir de ahí, creció en horizontal para proporcionarle un asidero. Con la pulgada extra de espacio y el asidero arriba, ella consiguió ir avanzando, el estómago contra la pared. Inspiró profundamente, luego dobló la esquina que desembocaba en el pasillo de los guardias.

Lo siguió despacio, con Wyndle moviéndose adelante y atrás, ampliando los asideros para sus manos y sus pies. Los guardias no dieron ningún grito de alarma. Lo estaba consiguiendo.

—No pueden verme —dijo Wyndle, creciendo junto a ella para crear otra fila de asideros—, porque existo principalmente en el Reino Cognitivo, aunque he trasladado mi conciencia a este Reino. Puedo hacerme visible para cualquiera, si lo deseo, aunque no me resulta fácil. Algunos spren son más habilidosos en ello, mientras que otros tienen el problema contrario. Naturalmente, no importa cómo me manifieste, nadie puede tocarme, ya que apenas tengo ninguna sustancia en este Reino.

—Nadie más que yo —susurró Lift, avanzando poco a poco por el pasillo.

—Tú tampoco deberías —dijo él, preocupado—. ¿Qué pediste, cuando visitaste a mi madre?

Lift no tenía una respuesta para eso, o al menos la que tenía no servía para dársela a un condenado Portador del Vacío. Por fin llegó al final del pasillo, donde estaba la puerta. Por desgracia, allí era exactamente donde se encontraban los guardias.

—Esto no parece muy meditado, ama —advirtió Wyndle—. ¿Habías considerado qué ibas a hacer cuando llegaras aquí?

Ella asintió.

—¿Bien?

—Espera —susurró Lift.

Y esperaron, ella apretada de cara contra la pared, los talones colgando tres metros por encima de los guardias. No quería caer. Estaba segura de que era lo bastante maravillosa para sobrevivir, pero si los hombres la veían, sería el final del juego. Tendría que huir, y sin la cena.

Por fortuna no se había equivocado…, para su desgracia. Un guardia apareció en el otro extremo del pasillo, con aspecto inquieto y no poco molesto. Los otros dos guardias corrieron hacia él. El hombre se volvió y señaló hacia la dirección opuesta.

Era la oportunidad de Lift. Wyndle hizo crecer una enredadera hacia abajo, y ella la agarró. Pudo sentir los cristales brotando entre los zarcillos, pero eran lisos y planos, no angulosos y afilados. Se dejó caer, la enredadera suave entre los dedos, y se detuvo justo ante la puerta.

Solo tenía unos pocos segundos.

—… capturado a un ladrón intentando saquear los aposentos de los visires —dijo el guardia recién llegado—. Puede que haya más. Seguid vigilando. ¡Por Yaezir! No puedo creer que se atrevan. ¡Esta noche, nada menos!

Lift abrió un poco la puerta de las habitaciones del emperador y se asomó. Una sala grande. Hombres y mujeres ante una mesa. Nadie miraba en su dirección. Atravesó la puerta.

Entonces se volvió maravillosa.

Se agachó, se lanzó hacia delante y, durante un momento, el suelo (la alfombra, el suelo debajo) no tuvo efecto sobre ella. Se deslizó como si lo hiciera sobre hielo, sin hacer ningún ruido mientras recorría los tres metros de distancia. Nada podía detenerla cuando se deslizaba así. Los dedos no lograban agarrarla, y era capaz de deslizarse eternamente. Creía que no se detendría a menos que se quedara sin maravilla. Le parecía posible deslizarse hasta el condenado océano.

Esa noche se detuvo bajo la mesa usando los dedos (que no eran deslizantes) y luego eliminó el deslizamiento de las piernas. Su estómago gruñó, quejándose. Necesitaba comida. Y rápido, o no habría más maravilla.

—De algún modo, estás en parte en el Reino Cognitivo —dijo Wyndle, enroscándose a su lado y alzando una retorcida maraña de enredaderas que podían componer un rostro—. Es la única respuesta que encuentro a que puedas tocar a los spren. Y puedes metabolizar comida directamente en luz tormentosa.

Ella se encogió de hombros. Él siempre decía palabras así. Trataba de confundirla, famélico Portador del Vacío. Bueno, no iba a responderle, y menos en ese momento. Los hombres y mujeres que estaban alrededor de la mesa podrían oírla, aunque no captaran a Wyndle.

La comida estaba allí, en alguna parte. Le llegaba el aroma.

—Pero ¿por qué? —dijo Wyndle—. ¿Por qué te dio Ella este increíble talento? ¿Por qué a una niña? Hay soldados, grandes reyes, sabios increíbles entre la humanidad. En cambio, te eligió a ti.

Comida, comida, comida. El olor era una delicia. Lift se arrastró bajo la larga mesa. Los hombres y mujeres que compartían la cena hablaban con voces muy preocupadas.

—Tu solicitud fue claramente la mejor, Dalksi.

—¡Qué! ¡Me equivoqué al escribir tres palabras solo en el primer párrafo!

—No me di cuenta.

—No te… ¡Pues claro que te diste cuenta! Pero esto es absurdo, porque está claro que el ensayo de Axikk es superior al mío.

—No me vuelvas a meter en esto. Nos hemos descalificado. No soy adecuado para ser Supremo. Tengo la espalda mala.

—Ashno de Sages tenía problemas de espalda. Y fue el más grande de los Supremos Emuli.

—¡Bah! Mi ensayo era una completa basura, y lo sabéis.

Wyndle se detuvo junto a Lift.

—Mi madre ha renunciado a tu especie. Lo noto. Ya nada le preocupa. Ahora que Él no está…

—Esta discusión no nos beneficia —dijo una imperiosa voz femenina—. Deberíamos votar. La gente está esperando.

—Que sea uno de esos idiotas de los jardines.

—Sus ensayos eran horribles. Mira lo que escribió Pandri encima del suyo.

—Bueno… yo… no sé lo que significa la mitad de lo que pone, pero parece injurioso.

Eso llamó por fin la atención de Lift. Alzó la mirada hacia la mesa. ¿Buenos insultos? «Vamos —pensó—. Lee unos cuantos».

—Tendremos que escoger a uno de ellos —dijo la otra voz, que parecía al mando—. Kadaseises y Estrellas, esto es un rompecabezas. ¿Qué hacemos cuando nadie quiere ser Supremo?

¿Nadie quería ser Supremo? ¿De pronto al país entero le había entrado algo de sensatez? La vida continuaba. Ser rico parecía divertido y todo eso, pero ¿estar a cargo de tanta gente? Sería lo peor de lo peor.

—Tal vez deberíamos elegir la peor solicitud —dijo una de las voces—. En esta situación, eso indicaría al aspirante más listo.

—Seis monarcas distintos asesinados… —dijo una de las voces, una nueva—. En solo dos meses. Altos príncipes muertos por todo el este. Líderes religiosos. Y luego, dos Supremos asesinados en una sola semana. Tormentas… Casi parece que otra Desolación nos ha caído encima.

—Una Desolación en forma de un solo hombre. Yaezir ayude a quien elijamos. Es una sentencia de muerte.

—Hemos tardado demasiado. Estas semanas de espera sin Supremo han sido dañinas para Azir. Escojamos la peor solicitud. De este fajo.

—¿Y si escogemos a alguien que sea legítimamente de lo peor? ¿No es nuestro deber cuidar del reino, sin importarnos el riesgo que corra quien elijamos?

—Pero al elegir al mejor entre nosotros, condenamos a nuestros más brillantes, a los mejores, a morir por la espada… Yaezir nos ayude. Vástago Ethid, una plegaria como guía sería de agradecer. Necesitamos que el mismo Yaezir nos muestre su voluntad. Tal vez si escogemos a la persona adecuada, su mano lo protegerá.

Lift llegó al final de la mesa y contempló el banquete que habían colocado en una mesa más pequeña al otro lado de la sala. Este lugar era muy azishiano. Bordados por todas partes. Alfombras tan finas que probablemente habían dejado ciega a alguna pobre mujer mientras las tejía. Colores oscuros y luces tenues. Pinturas en las paredes.

«Vaya —pensó Lift—, alguien ha borrado una cara de esa». ¿Quién estropearía una pintura así, y tan bonita, con todos los Heraldos en fila?

Bueno, nadie parecía dispuesto a tocar ese banquete. El estómago de Lift gruñó, pero esperó una distracción.

Poco después se produjo: la puerta se abrió. Probablemente los guardias venían a informar sobre el ladrón que habían encontrado. Pobre Gawx. Tendría que ir a sacarlo de allí más tarde.

En ese momento era la hora de comer. Lift se puso de rodillas y usó su maravilla para deslizar sus piernas. Cruzó el suelo y se agarró a la pata de la mesa de la comida. Su impulso la hizo girar y rodearla. Se agachó, casi oculta por el mantel, y eliminó el deslizamiento de sus piernas.

Perfecto. Extendió una mano y cogió un rollito de la mesa. Dio un bocado y enseguida se detuvo.

¿Por qué todo se había vuelto tan silencioso? Se arriesgó a mirar por encima de la mesa.

Él había llegado.

El alto azishiano de la marca blanca en la mejilla, como una media luna. Uniforme negro con una doble fila de botones de plata en la pechera, un rígido cuello plateado asomando de la camisa que llevaba debajo. Sus gruesos guantes tenían bocamangas que se extendían hacia sus antebrazos.

Ojos muertos. Era Oscuridad mismo.

«Oh, no».

—¿Qué significa esto? —exigió una de los visires, una mujer vestida con uno de aquellos grandes gabanes de mangas demasiado grandes. Su gorra tenía un diseño diferente, y chocaba espectacularmente con el gabán.

—Estoy aquí —dijo Oscuridad—, por un ladrón.

—¿Te das cuenta de dónde estás? ¿Cómo te atreves a interrumpir?

—Tengo los impresos adecuados —aseguró Oscuridad, sin la menor emoción. No manifestaba ningún malestar por ser desafiado, ninguna arrogancia o pomposidad. Nada en absoluto. Uno de sus sicarios entró tras él, un hombre con uniforme negro y plata, menos ornamentado. Le ofreció a su amo un ordenado fajo de papeles.

—Los impresos están muy bien —dijo la visir—. Pero este no es el momento, alguacil.

Lift echó a correr.

Sus instintos finalmente fueron más fuertes que su sorpresa y corrió, saltando por encima de un sofá camino de la puerta trasera de la sala. Wyndle se movió tras ella como un rayo.

Arrancó con los dientes un trozo del rollo: iba a necesitar la comida. Más allá de aquella puerta habría un dormitorio, y un dormitorio tendría una ventana. Abrió de golpe la puerta y la atravesó.

Algo saltó de las sombras al otro lado.

Un garrote le golpeó en el pecho, rompiéndole las costillas. Lift jadeó y cayó de bruces al suelo.

Otro de los sicarios de Oscuridad salió de entre las sombras.

—Incluso lo caótico puede predecirse con el estudio adecuado —dijo Oscuridad. Sus pies resonaron por el suelo tras ella.

Lift apretó los dientes, enroscada en el suelo. «No comí lo suficiente…». ¡Tenía tanta hambre!

Los pocos bocados que había tomado antes actuaron en su interior. Notó la familiar sensación, como una tormenta en sus venas. Maravilla líquida. El dolor se disolvió en su pecho mientras se curaba.

Wyndle corría en círculo a su alrededor, un pequeño lazo de enredaderas del que brotaban hojas, envolviéndola una y otra vez. Oscuridad se acercó.

«¡Huye!». Lift se puso a cuatro patas de un salto. Él la agarró por el hombro, pero pudo eludirlo. Invocó su maravilla.

Oscuridad le arrojó algo.

El animalillo era como un cremlino, pero con alas. Alas pegadas, patas atadas. Tenía una carita extraña, no de cangrejo como los cremlinos. Más bien como un diminuto sabueso-hacha, con hocico, boca y ojos.

Parecía enfermo, y sus ojos brillantes mostraban dolor. ¿Cómo podía ella saberlo?

La criatura absorbió la maravilla de Lift. Ella la vio brotar, una brillante blancura blanca que pasó de ella al animalito, que abrió la boca y la bebió.

De repente, Lift se sintió muy cansada y muy, muy hambrienta.

Oscuridad le entregó el animal a uno de sus sicarios, que se aseguró de hacerlo desaparecer en una bolsa negra que luego se guardó en el bolsillo. Lift estaba segura de que los visires (de pie ante la mesa, airados) no habían visto nada de esto, no con Oscuridad de espaldas a ellos y los sicarios alrededor.

—Quitadle todas las esferas —dijo Oscuridad—. No debe infundir.

Lift sintió terror, un pánico como no había conocido en años, desde sus días en Rall Elorim. Se debatió, revolviéndose, mordiendo la mano que la sujetaba. Oscuridad ni siquiera gruñó. La puso en pie, y otro sicario la cogió por los brazos y se los retorció hacia atrás hasta que gimió de dolor.

No. ¡Se liberaría! No podían capturarla así. Wyndle seguía girando a su alrededor en el suelo, inquieto. Era un buen tipo, para ser un Portador del Vacío.

Oscuridad se volvió hacia los visires.

—No os molestaré más.

—¡Ama! —gritó Wyndle—. ¡Toma!

El rollito a medio comer estaba en el suelo. Lift lo había dejado caer cuando la golpeó el garrote. Wyndle corrió hacia él, pero no pudo hacer más que sacudirlo. Lift se debatió, tratando de liberarse, pero sin aquella tormenta en su interior, era solo una niña sujeta por un soldado entrenado.

—Me preocupa enormemente la naturaleza de esta incursión, alguacil —dijo el visir principal, repasando el fajo de papeles que Oscuridad les había mostrado—. Tu papeleo está en orden, y veo que incluso has incluido una solicitud, concedida por los árbitros, para buscar a esta ladronzuela en el palacio. Pero sin duda no tenías que molestar un cónclave sagrado. Por una vulgar ladrona, nada menos.

—La justicia no espera a ningún hombre o mujer —dijo Oscuridad, completamente tranquilo—. Y esta ladrona es de todo menos vulgar. Con vuestro permiso, dejaré de molestaros.

No pareció importarle si le daban permiso o no. Se dirigió hacia la puerta, y su sicario arrastró consigo a Lift. Ella logró alcanzar el rollo con el pie, pero solo consiguió darle una patada y empujarlo bajo la larga mesa de los visires.

—Esto es un permiso de ejecución —dijo la visir con sorpresa, alzando la última hoja del fajo—. ¿Matarás a esa niña? ¿Solo por robar?

¿Matar? «No. ¡No!».

—Por eso, además de por irrumpir en el palacio del Supremo —respondió Oscuridad, alcanzando la puerta—. Y por interrumpir un sagrado cónclave en sesión.

La visir lo miró a los ojos. Sostuvo la mirada y luego la bajó.

—Yo… —dijo—. Ag, por supuesto… er… alguacil.

Oscuridad dio media vuelta y abrió la puerta. La visir apoyó una mano en la mesa y se llevó la otra a la cabeza.

El sicario arrastró a Lift hacia la puerta.

—¡Ama! —dijo Wyndle, retorciéndose—. Oh… oh, cielos. ¡Hay algo muy malo en ese hombre! No es bueno, no es nada bueno. Tienes que usar tus poderes.

—Lo intento —dijo Lift, gruñendo.

—Te has quedado demasiado delgada —dijo Wyndle—. No es bueno. Siempre consumes el exceso… Baja grasa corporal… Eso podría ser el problema. ¡No sé cómo funciona esto!

Oscuridad vaciló junto a la puerta y miró las lámparas de araña que colgaban en el pasillo, con sus espejos y gemas chispeantes. Alzó la mano e hizo un gesto. El sicario que sujetaba a Lift salió al pasillo y buscó las cuerdas de las lámparas.

Lift trató de invocar su maravilla. Solo un poco más. Apenas necesitaba un poquito.

Estaba exhausta. Agotada. En efecto, se había excedido. Se debatió, cada vez más presa del pánico. Cada vez más desesperada.

En el pasillo, el sicario elevó la lámpara. Cerca, el visir principal miró primero a Oscuridad y luego a Lift.

—Por favor —silabeó ella.

El visir empujó la mesa. Dio un golpe en el codo del sicario que sujetaba a Lift. El hombre maldijo y retiró la mano.

Lift se lanzó al suelo, escapando de su presa, se rebulló y se metió bajo la mesa.

El sicario la agarró por los tobillos.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Oscuridad con voz inexpresiva.

—He resbalado —dijo el visir.

—Ten cuidado.

—¿Eso es una amenaza, alguacil? Estoy más allá de tu alcance.

—Nadie está más allá de mi alcance —declaró, sin revelar ninguna emoción.

Lift se rebulló bajo la mesa, dando patadas al sicario. El hombre maldijo en voz baja y tiró de las piernas de la chica antes de obligarla a ponerse en pie. Oscuridad observaba, inexpresivo.

Ella lo miró a los ojos, con un rollito a medio comer en la boca. Lo miró, masticando rápidamente. Tragó.

Por una vez, él mostró emoción. Asombro.

—¿Todo eso por un rollito?

Lift no dijo nada.

«Vamos…».

La condujeron pasillo abajo, luego rodearon la esquina. Uno de los sicarios se adelantó y retiró las esferas de las lámparas de las paredes. ¿Estaban robando el palacio? No: después de que ella pasara, el sicario se apresuró a poner de nuevo las esferas en su sitio.

«Vamos…».

Pasaron ante un guardia en el pasillo. El hombre advirtió algo en Oscuridad (quizá la cuerda atada en su antebrazo, trenzada con una secuencia de colores azishiana), y saludó.

—¿Señor? ¿Ha encontrado otro?

Oscuridad se detuvo a mirar mientras el guardia abría la puerta que protegía. Dentro, Gawx estaba sentado en una silla, desplomado entre otros dos guardias.

—¡Así que tenías cómplices! —gritó uno de los guardias de la habitación. Abofeteó a Gawx.

Wyndle susurró tras Lift, asombrado.

—¡Eso no era necesario!

«Vamos…».

—Eso no es asunto vuestro —le dijo Oscuridad a los guardias, esperando a que uno de sus sicarios realizara el extraño ritual de la retirada de gemas. ¿Por qué se molestaban en hacerlo?

Algo se agitó en el interior de Lift. Como los pequeños remolinos de viento que anunciaban la llegada de una tormenta.

Oscuridad se volvió bruscamente para mirarla.

—Algo se…

La maravilla regresó.

Lift se volvió deslizante, toda ella menos los pies y las palmas de las manos. Dio un tirón con el brazo, que escapó de entre los dedos del sicario, y luego se lanzó hacia delante para caer de rodillas y deslizarse bajo la mano de Oscuridad, que intentó cogerla.

Wyndle dejó escapar un grito de júbilo y zigzagueó junto a ella mientras Lift empezaba a golpear el suelo como si estuviera nadando, usando cada movimiento de los brazos para impulsarse hacia delante. Se deslizó por el suelo del pasillo del palacio con las rodillas resbaladizas, como si estuvieran engrasadas.

La postura no era particularmente digna. La dignidad era para los ricos que tenían tiempo para inventar juegos en los que entretenerse.

Empezó a ir muy rápido, tanto que tuvo que controlarse, relajar su maravilla y tratar de ponerse en pie. Chocó contra una pared al fondo hecha un guiñapo.

Se levantó con una sonrisa. Le había salido bastante mejor que las últimas veces que lo había intentado. Su primer intento había sido vergonzoso a más no poder. Estaba tan deslizante que ni siquiera había conseguido ponerse de rodillas.

—¡Lift! —dijo Wyndle—. Detrás.

Ella miró pasillo abajo. Habría jurado que el hombre brillaba levemente, y desde luego corría demasiado rápido.

Oscuridad también era maravilloso.

—¡Esto no es justo! —gritó Lift, incorporándose y echando a correr por un pasillo lateral, el mismo que había seguido cuando se coló con Gawx. Su cuerpo ya había empezado a acusar el cansancio. Un rollito no daba para mucho.

Corrió por el lujoso pasillo, haciendo que una criada retrocediera de un salto, chillando como si hubiera visto a una rata. Lift rodeó una esquina deslizándose, se dirigió a toda velocidad hacia los agradables olores e irrumpió en las cocinas.

Corrió entre la gente que había allí dentro. La puerta se abrió de golpe tras ella un instante después. Oscuridad.

Ignorando a las sorprendidas cocineras, Lift saltó a una larga encimera, deslizando la pierna y colocándola de lado, por lo que derribó cuencos y sartenes, provocando un auténtico estrépito. Se bajó de la encimera por el otro extremo mientras Oscuridad se abría paso entre el personal de cocina, alzando su hoja esquirlada.

No maldecía molesto. Era algo que debería hacerse. La gente se volvía real cuando maldecía.

Pero, naturalmente, Oscuridad no era una persona de verdad. De eso, aunque de poco más, estaba segura.

Lift agarró una salchicha de un humeante plato y corrió hacia los pasillos de los criados. Masticó mientras corría. Wyndle crecía por la pared junto a ella, dejando un rastro de oscuras enredaderas verdes.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Afuera.

La puerta del pasillo de los criados se abrió tras ella. Lift dobló una esquina, sorprendiendo a un escudero. Se volvió maravillosa, y se lanzó hacia el lado, esquivando fácilmente al hombre en el estrecho pasillo.

—¿En qué me he convertido? —preguntó Wyndle—. Ladrón nocturno, perseguido por abominaciones. Yo era jardinero. ¡Un jardinero maravilloso! Crípticos y honorspren por igual venían a ver los cristales que yo cultivaba con las mentes de tu mundo. Y ahora esto. ¿En qué me he convertido?

—En un quejica —replicó Lift con un bufido.

—Tonterías.

—¿Así que siempre fuiste uno, entonces? —Miró por encima del hombro. Oscuridad empujó al escudero, sin apenas alterar su ritmo mientras cargaba contra el hombre.

Lift llegó a una puerta y la golpeó con el hombro, para salir de nuevo a los ricos pasillos del otro lado.

Necesitaba una salida. Una ventana. Su huida la había hecho regresar a las inmediaciones de los aposentos del Supremo. Escogió una dirección por instinto y echó a correr, pero uno de los sicarios de Oscuridad apareció en una esquina al fondo. También llevaba una hoja esquirlada. Vaya suerte famélica que tenía.

Se volvió hacia el otro lado y pasó junto a Oscuridad deslizándose por el pasillo de los criados. Apenas logró esquivar un tajo de su espada encogiéndose, escurriéndose y resbalando por el suelo. Se puso en pie sin tropezar esta vez. Era algo, al menos.

—¿Quiénes son esos hombres? —preguntó Wyndle a su lado.

Lift gruñó.

—¿Por qué les importamos tanto? Hay algo en esas armas que llevan…

—Hojas esquirladas —expuso Lift—. Valen lo que todo un reino. Forjadas para matar Portadores del Vacío. —Y encima tenían dos. Qué locura.

Forjadas para matar Portadores del Vacío…

—¡A ti! —dijo, sin dejar de correr—. ¡Te quieren a ti!

—¿Qué? ¡Pues claro que no!

—Sí. No te preocupes. Eres mío. No permitiré que se te lleven.

—Eso es conmovedoramente leal —dijo Wyndle—. Y un tanto insultante. Pero no van a por…

El segundo de los sicarios de Oscuridad apareció en el pasillo ante ella. Sujetaba a Gawx.

Sostenía un cuchillo en la garganta del joven.

Lift se detuvo a trompicones. Gawx, sometido, gemía en manos del hombre.

—No te muevas —dijo el sicario—, o lo mataré.

—Bastardo famélico —masculló Lift. Escupió hacia un lado—. Eso es jugar sucio.

Oscuridad llegó corriendo tras ella, seguido de su otro sicario. La acorralaron. La entrada a los aposentos del Supremo estaba ahí mismo, y los visires y vástagos habían salido al pasillo, donde discutían unos con otros en tono airado.

Gawx sollozaba. Pobre necio.

Bueno. Este tipo de cosas nunca terminaban bien. Lift siguió su instinto (que era básicamente lo que hacía siempre), y aceptó el farol del sicario lanzándose hacia delante. Era agente de la ley. No mataría a un cautivo a sangre…

El sicario le cortó la garganta a Gawx.

Brotó sangre escarlata y manchó las ropas del muchacho. El sicario lo dejó caer, luego retrocedió, como sorprendido por lo que había hecho.

Lift se quedó inmóvil. No podía. No de…

Oscuridad la agarró por atrás.

—Mal ejecutado —le dijo Oscuridad al sicario, en un tono sin emoción. Lift apenas lo oía. «Tanta sangre»—. Serás castigado.

—Pero… —dijo el sicario—. Tuve que cumplir mi amenaza…

—No has hecho el papeleo adecuado en este reino para matar a ese chico —señaló Oscuridad.

—¿No estamos por encima de sus leyes?

Oscuridad soltó a Lift y tras dar una zancada abofeteó al sicario.

—Sin la ley, no hay nada. Te someterás a sus reglas y aceptarás los dictados de la justicia. Es todo lo que tenemos, lo único que hay seguro en este mundo.

Lift contempló al muchacho agonizante, que se sujetaba el cuello con la mano, como para detener la hemorragia. Aquellas lágrimas…

El otro sicario se acercó por detrás.

—¡Huye! —dijo Wyndle.

Ella se sobresaltó.

—¡Huye!

Lift echó a correr.

Dejó atrás a Oscuridad y se abrió paso entre los visires, que gemían y chillaban ante la muerte. Entró en los aposentos del Supremo, se deslizó por la mesa, cogió otro rollo del plato, e irrumpió en el dormitorio. Salió por la ventana un segundo más tarde.

—Arriba —le dijo a Wyndle, y se metió el rollo en la boca. Él se desparramó por la pared, y Lift escaló, sudando. Un segundo después, uno de los sicarios saltó por la ventana tras ella.

No miró hacia arriba. Se lanzó al suelo, girándose, buscando, su hoja esquirlada destellando en la oscuridad mientras reflejaba la luz de las estrellas.

Lift llegó a las alturas del palacio y se ocultó allí en las sombras. Se agachó, con las manos en las rodillas, sintiendo frío.

—Apenas lo conocías —dijo Wyndle—. Pero lo lloras.

Ella asintió.

—Has visto mucha muerte —continuó Wyndle—. Lo sé. ¿No te has acostumbrado?

Ella negó con la cabeza.

Abajo, el sicario se alejó, buscándola. Estaba libre. Solo tenía que cruzar el tejado, deslizarse al otro lado, desaparecer.

¿Qué era ese movimiento en el muro que rodeaba el palacio? Sí, aquellas sombras que se movían eran hombres. Los otros ladrones escalaban el muro y desaparecían en la noche. Huqin había abandonado a su sobrino, como era de esperar.

¿Quién lloraría por Gawx? Nadie. Sería olvidado, abandonado.

Lift se soltó las piernas y se arrastró por la cúpula curva del tejado hasta la ventana por la que había entrado antes. Las enredaderas de las semillas, al contrario de las que hacía crecer Wyndle, estaban vivas todavía. Habían superado la ventana, y las hojas temblaban al viento.

«Corre —le decían sus instintos—. Huye».

—Antes hablaste de algo —susurró—. La Re…

—Regeneración —dijo Wyndle—. Cada vínculo concede poder sobre dos potencias. Puedes influir en cómo crecen las cosas.

—¿Puedo usarlo para ayudar a Gawx?

—Si estuvieras mejor entrenada, sí. Pero tal como están las cosas, lo dudo. No eres muy fuerte, ni tienes mucha práctica. Y puede que él esté ya muerto.

Lift tocó una de las enredaderas.

—¿Por qué te importa? —volvió a preguntar Wyndle. Parecía curioso. No era un reto, sino un intento por comprender.

—Porque alguien tiene que hacerlo.

Por una vez, Lift hizo caso omiso de su intuición y, en cambio, se coló por la ventana. Cruzó corriendo la habitación.

Salió al pasillo. Llegó a las escaleras. Las bajó sin detenerse, saltando la mayor parte. Atravesó una puerta. Giró a la izquierda. Recorrió un pasillo. A la izquierda otra vez.

Una multitud en el lujoso pasillo. Lift los alcanzó, luego se escabulló entre ellos. No necesitó su maravilla para hacerlo. Llevaba abriéndose paso entre la multitud desde que empezó a andar.

Gawx yacía en un charco de sangre que había oscurecido la bella alfombra. Los visires y guardias lo rodeaban, hablando en voz baja.

Lift se arrastró hasta él. Su cuerpo estaba todavía caliente, pero la sangre parecía haber dejado de manar. Tenía los ojos cerrados.

—¿Demasiado tarde? —susurró ella.

—No lo sé —respondió Wyndle, enroscándose a su lado.

—¿Qué hago?

—Yo… no estoy seguro. Ama, la transición a vuestro lado fue difícil y dejó agujeros en mi memoria, incluso con las precauciones que tomó mi pueblo. Yo…

Lift tendió a Gawx de espaldas, mirando al cielo. En realidad, no era nada para ella, eso era verdad. Apenas se acababan de conocer, y él había sido un necio. Le había dicho que se volviera.

Pero esto era lo que era ella, lo que tenía que ser.

«Recordaré a aquellos que han sido olvidados».

Lift se inclinó hacia delante, tocó su frente con la suya, y exhaló. Una especie de titilar salió de sus labios, una nubecilla de luz brillante. Flotó delante de los labios de Gawx.

«Vamos…».

La nube se agitó antes de colarse por la boca del muchacho.

Una mano cogió a Lift por el hombro, apartándola de Gawx. Ella se desplomó, súbitamente agotada. Verdaderamente agotada, tanto que incluso estar de pie le suponía un esfuerzo.

Oscuridad la apartó de la multitud, tirando de ella.

—Ven —dijo.

Gawx se agitó. Los visires jadearon, volviendo su atención hacia el joven, que gimió y luego se sentó.

—Parece que eres una bailarina del filo —dijo Oscuridad, empujándola por el pasillo mientras la multitud rodeaba a Gawx, parloteando. Ella se tambaleó, pero él la sujetó—. Me preguntaba cuál de los dos lo sería.

—¡Milagro! —exclamó un visir.

—¡Yaezir ha hablado! —dijo uno de los vástagos.

—Bailarina del filo —replicó Lift—. No sé lo que es eso.

—Una vez fueron una orden gloriosa —dijo Oscuridad, empujándola. Todos los ignoraban, concentrados en Gawx—. Donde tú tropiezas, ellos tenían una elegante belleza. Podían cabalgar la cuerda más fina a gran velocidad, danzar en los tejados, moverse por un campo de batalla como un lazo al viento.

—Eso parece… sorprendente.

—Lo es. Por desgracia, siempre les preocuparon demasiado estas tonterías e ignoraron otras cuestiones de mayor importancia. Parece que compartes su temperamento. Te has convertido en uno de ellos.

—No lo pretendía.

—Ya lo veo.

—¿Por qué… por qué me persigues?

—En nombre de la justicia.

—Hay montones de personas que hacen cosas malas —alegó ella. Tenía que esforzarse con cada palabra. Hablar era difícil. Pensar también. Estaba tan cansada…—. Tú… podrías perseguir a grandes jefes criminales, a asesinos. Y me eliges en cambio a mí. ¿Por qué?

—Hay otros que pueden ser detestables, pero no se refocilan en artes que podrían traer de nuevo a Desolación a este mundo. —Sus palabras eran duras—. Lo que haces debe ser detenido.

Lift se sentía aturdida. Trató de invocar su maravilla, pero la había agotado toda. Y algo más, probablemente.

Oscuridad la hizo volverse y la apretó contra la pared. Ella no pudo mantenerse en pie y fue resbalando hasta quedar sentada. Wyndle se acercó, desplegando un estallido de enredaderas.

—Lo salvé —dijo Lift—. Hice algo bueno, ¿eh?

—El bien es irrelevante —dijo Oscuridad. La hoja esquirlada apareció en su mano.

—Ni siquiera te importa, ¿no?

—No —dijo él—. No me importa.

—Deberías —murmuró ella, agotada—. Deberías… intentarlo. Una vez quise ser como tú. No funcionó. Ni siquiera era… como estar viva…

Oscuridad alzó su espada.

Lift cerró los ojos.

—¡Está perdonada!

La presa de Oscuridad sobre el hombro de Lift se tensó.

Sintiéndose completamente agotada, como si alguien la hubiera agarrado por los tobillos y la hubiera apretado para vaciarla entera, Lift se obligó a abrir los ojos. Gawx se detuvo junto a ellos, respirando entrecortadamente. Detrás, los visires y vástagos se acercaron también.

Con las ropas ensangrentadas, los ojos muy abiertos, Gawx sostenía un papel en la mano. Se lo arrojó a Oscuridad.

—Perdono a esta chica. ¡Suéltala, alguacil!

—¿Quién eres para hacer algo así? —dijo Oscuridad.

—Soy el Aqasix Supremo —declaró Gawx—. ¡Gobernante de Azir!

—Ridículo.

—Los Kadaseises han hablado —dijo uno de los vástagos.

—¿Los Heraldos? —dijo Oscuridad—. No han hecho nada de eso. Os confundís.

—Hemos votado —manifestó un visir—. La solicitud de este joven fue la mejor.

—¿Qué solicitud? ¡Es un ladrón!

—Realizó el milagro de la Regeneración —adujo uno de los vástagos mayores—. Estaba muerto y regresó. ¿Qué mejor solicitud podíamos pedir?

—Se ha producido una señal —intervino el visir principal—. Tenemos un Supremo que puede sobrevivir a los ataques del Todo de Blanco. Alabado sea Yaezir, Kadaseis de Reyes, para que nos guíe con sabiduría. Este joven es Supremo. Siempre ha sido Supremo. Solo ahora nos hemos dado cuenta y le pedimos perdón por no haber visto antes la verdad.

—Como siempre se ha hecho —sentenció el vástago mayor—. Como se hará de nuevo. Apártate, alguacil. Se te ha dado una orden.

Oscuridad miró a Lift.

Ella sonrió, cansada. Mostrarle los dientes a aquel tipo famélico. Eso era lo que había que hacer.

La hoja esquirlada se disolvió en bruma. Había sido vencido, pero no pareció importarle. Ni una imprecación, ni siquiera una mueca. Se levantó y se tiró de los guantes, primero de uno, luego de otro.

—Alabado sea Yaezir, Heraldo de Reyes —dijo—. Que gobierne con sabiduría. Si alguna vez deja de babear.

Oscuridad se inclinó ante el nuevo Supremo y se marchó luego con paso seguro.

—¿Sabe alguien el nombre de ese alguacil? —preguntó uno de los visires—. ¿Cuándo empezamos a permitir que los agentes de la ley tuvieran hojas esquirladas?

Gawx se arrodilló junto a Lift.

—Así que ahora eres emperador o algo —dijo ella, cerrando los ojos, echando la cabeza atrás.

—Sí. Todavía estoy confuso. Parece que realicé un milagro o algo por el estilo.

—Bien por ti —dijo Lift—. ¿Puedo comerme tu cena?

Palabras radiantes
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