La forma pútrida destruye las almas de los sueños.
Una forma que evitan los dioses, parece.
No busques su contacto, ni oigas sus gritos, niégala.
Mira por dónde andas, por dónde pisan tus pies:
sobre colina o lecho rocoso de río.
Contén los temores que llenan tu cabeza, desafíala.
De La canción de los secretos de los oyentes, estrofa 27
Bueno, verás —dijo Gaz mientras lijaba la madera del asiento de Shallan. Ella estaba sentada cerca, escuchando mientras trabajaba—. La mayoría de nosotros nos unimos a la lucha en las Llanuras Quebradas como venganza, ¿sabes? Los moteados mataron al rey. Iba a ser un acto grandioso y tal. Una lucha por venganza, una forma de mostrar al mundo que los alezi no toleran la traición.
—Sí —coincidió Red. El soldado barbudo y larguirucho soltó una barra de la carreta. Sin esta, solo quedaban tres en cada esquina para sostener el techo. Soltó la barra con satisfacción, luego se sacudió el polvo de los guantes de trabajo. Esto ayudaría a transformar el vehículo para que dejara de ser una jaula rodante y fuera un transporte más adecuado para una dama ojos claros—. Lo recuerdo —continuó diciendo Red, sentándose en el carruaje con las piernas colgando—. La llamada a las armas nos la hizo el mismísimo alto príncipe Vamah, y se extendió por toda Costa Lejana como un mal olor. Todo hijo segundo de edad adecuada se unió a la causa. La gente se preguntaba si eras un cobarde si ibas a la taberna a tomar una copa y no llevabas la insignia de recluta. Yo me enrolé con cinco de mis amigos. Ahora están todos muertos, pudriéndose en esos abismos malditos por las tormentas.
—Entonces os… ¿cansasteis de luchar? —preguntó Shallan. Para entonces ya tenía un escritorio. Bueno, una mesa: un pequeño mueble de viaje que podía desmontarse con facilidad. La habían sacado del carro y ella lo utilizaba para repasar algunas de las notas de Jasnah.
La caravana acampaba mientras el día tocaba a su fin: habían viajado bien, pero Shallan no los presionaba demasiado, después de lo que habían pasado. Tras cuatro jornadas de viaje, se acercaban a la parte del camino donde era mucho menos probable que los atacaran los bandidos. Se acercaban a las Llanuras Quebradas, y la seguridad que estas ofrecían.
—¿Cansados de luchar? —dijo Gaz, riendo mientras cogía una bisagra y empezaba a clavarla en su sitio. De vez en cuando, miraba hacia un lado, una especie de tic nervioso—. Maldición, no. ¡No fuimos nosotros, fueron los malditos ojos claros! Disculpa si te ofende, brillante. ¡Pero a las tormentas con ellos, y a las tormentas para siempre!
—Dejaron de luchar para vencer —añadió Red en voz baja—. Y empezaron a luchar por las esferas.
—Todos los días —terció Gaz—. Todos los atormentados días, nos levantábamos y luchábamos en esas mesetas. Y no hacíamos ningún progreso. ¿A quién le importaba? Los altos príncipes iban tras las gemas corazón. Y allí estábamos nosotros, convertidos prácticamente en esclavos debido a nuestros juramentos militares. Ningún derecho a viajar como lo tendrían los buenos ciudadanos, desde que nos alistamos. ¡Moríamos, sangrábamos y sufríamos para que ellos pudieran enriquecerse! De eso se trataba. Así que nos marchamos. Éramos un grupo que estábamos bebiendo juntos, aunque servíamos a altos príncipes diferentes. Los abandonamos a ellos y a su guerra.
—Bueno, Gaz —intervino Red—. Eso no es todo. Sé sincero con la dama. ¿No debías también algunas esferas a los prestamistas? ¿Qué era eso que nos dijiste de que estabas a un paso de convertirte en un hombre de los puentes…?
—Vale —dijo Gaz—. Eso fue en mi antigua vida. Y ya no hay nada de mi antigua vida que tenga importancia. —Terminó de trabajar con el martillo—. Además, la brillante Shallan dijo que nuestras deudas se olvidarían.
—Todo será perdonado —asintió Shallan.
—¿Ves?
—Excepto tu aliento —añadió ella.
Gaz alzó el rostro cubierto de cicatrices, ruborizado, pero Red se echó a reír. Había algo conmovedor en esos soldados. Habían aprovechado la oportunidad de llevar de nuevo una vida normal y estaban decididos a conservarla. No se había producido ni un solo problema de disciplina en los días que llevaban juntos, y la obedecían rápidamente, incluso con ansiedad.
La prueba de eso se produjo cuando Gaz plegó hacia arriba el costado de su carreta y luego abrió un pestillo y bajó una ventanita para dejar entrar la luz. Hizo un gesto hacia su nueva ventana, sonriente.
—Tal vez no sea lo suficientemente elegante para una dama ojos claros, pero al menos ahora podrás ver el exterior.
—No está mal —dijo Red, aplaudiendo lentamente—. ¿Por qué no nos dijiste que tenías formación de carpintero?
—No la tengo —dijo Gaz, con expresión solemne—. Trabajé algún tiempo en un aserradero, eso es todo. Ahí se aprenden un par de cosas.
—Es muy bonita, Gaz —lo felicitó Shallan—. Te lo agradezco mucho.
—No es nada. Creo que deberías tener otra en el otro lado también. Veré si puedo sablear otro gozne a los mercaderes.
—¿Ya estás besando los pies de nuestra nueva ama, Gaz? —Vathah se acercó al grupo. Shallan no lo había visto aproximarse.
El líder de los antiguos desertores tenía en las manos un cuenco de humeante curry del caldero de la cena. Shallan captó el olor de los pimientos picantes. Aunque habría sido un cambio agradable tras el guiso que había comido con los traficantes de esclavos, la caravana tenía comida apropiada para mujeres, que se veía obligada a tomar. Tal vez pudiera probar ese curry cuando no hubiera nadie mirando.
—Ni siquiera te ofreciste a hacerme este tipo de cosas, Gaz —dijo Vathah, mojando su pan en la salsa y arrancando un bocado con los dientes. Habló mientras masticaba—. Pareces feliz de volver a ser un criado de los ojos claros. Me extraña que no tengas la camisa hecha jirones después de tanto arrastrarte.
Gaz volvió a ruborizarse.
—Por lo que sé, Vathah —intervino Shallan—, no tenías carreta. ¿Dónde querías que Gaz te pusiera una ventana? ¿En la cabeza, tal vez? Estoy segura de que podemos arreglar eso.
Vathah sonrió mientras comía, aunque no fue una sonrisa particularmente agradable.
—¿Te ha hablado del dinero que debe?
—Nos encargaremos de ese problema cuando llegue el momento.
—Este grupo va a ser más problemático de lo que piensas, pequeña ojos claros —dijo Vathah, sacudiendo la cabeza mientras volvía a mojar el pan—. Volverán a donde estaban antes.
—Esta vez serán héroes por haberme rescatado.
Él bufó.
—Esos nunca serán héroes. Son crem, brillante. Ni más ni menos.
Gaz agachó la cabeza y Red se dio media vuelta, pero ninguno se mostró en desacuerdo con aquellas palabras.
—Te tomas muchas molestias para humillarlos, Vathah —señaló Shallan, poniéndose en pie—. ¿Tanto temes estar equivocado? Se diría que ya habrías de estar acostumbrado.
Él gruñó.
—Ten cuidado, niña. No vayas a ofender a alguien sin proponértelo.
—Lo último que querría es ofenderte sin proponérmelo, Vathah —respondió Shallan—. ¡Pensar que no podría conseguirlo a propósito si quisiera!
Él la miró, luego se ruborizó y vaciló un momento, intentando hallar una respuesta.
Shallan lo interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
—No me sorprende que no encuentres las palabras adecuadas, una experiencia a la que, sin duda, también estás acostumbrado. Seguramente la experimentas cada vez que alguien te hace una pregunta difícil… como de qué color es tu camisa.
—Muy graciosa —replicó él—. Pero las palabras no van a cambiar a estos hombres ni los problemas en los que están metidos.
—Al contrario —replicó Shallan, mirándolo a los ojos—. Por experiencia sé que la mayoría de los cambios parten de las palabras. Les he prometido una segunda oportunidad. Mantendré mi promesa.
Vathah gruñó, pero se marchó sin hacer más comentarios. Shallan suspiró, se sentó y volvió a su trabajo.
—Ese siempre va por ahí actuando como si un abismoide se hubiera comido a su madre —dijo con una sonrisa—. O tal vez el abismoide era su madre.
Red soltó una carcajada.
—Si no te importa que lo diga, brillante, ¡tienes una lengua muy larga!
—La verdad es que nunca he medido la lengua de nadie —respondió Shallan, pasando una página y sin alzar la cabeza—. Me atrevería a decir que ha de ser una experiencia bastante desagradable.
—No es tan mala —dijo Gaz.
Los dos lo miraron.
Él se encogió de hombros.
—Lo decía por decir. No es que…
Red se echó a reír y le dio a Gaz una palmada en el hombro.
—Voy a buscar comida. Te ayudaré a conseguir esa bisagra más tarde.
Gaz asintió, aunque miró de nuevo hacia el lado (el mismo tic nervioso), y no siguió a Red cuando este se encaminó hacia el caldero de la cena. En cambio, se puso a lijar la madera de la carreta en los lugares donde había empezado a astillarse.
Shallan apartó el cuaderno que tenía delante, en el que había intentado diseñar formas de ayudar a sus hermanos. Incluían de todo, desde comprar uno de los moldeadores de almas que tenían los alezi a intentar localizar a los Sangre Espectral y desviar de algún modo su atención. Sin embargo, no podía hacer nada hasta que llegara a las Llanuras Quebradas… y entonces la mayoría de sus planes requerirían tener aliados poderosos.
Tenía que hacer que su compromiso nupcial con Adolin Kholin siguiera adelante; no solo por su familia, sino por el bien del mundo. Shallan necesitaría aliados y recursos que la ayudaran. Pero ¿y si no podía mantener su compromiso? ¿Y si no lograba que la brillante Navani la apoyara? Tal vez tendría que continuar buscando Urithiru y preparándose para los Portadores del Vacío por su cuenta. Esa idea la aterrorizaba, pero quería estar preparada.
Sacó un libro distinto, uno de los pocos de la colección de Jasnah que no describían a los Portadores del Vacío ni a la legendaria Urithiru. En cambio, era una lista de los altos príncipes alezi y registraba sus maniobras y objetivos políticos.
Shallan tenía que estar preparada, informarse del paisaje político de la corte alezi. No podía permitirse ser ignorante. Tenía que saber quiénes podían ser aliados potenciales, si todo lo demás le fallaba.
«¿Y este Sadeas?»., pensó, pasando a una página del cuaderno. Se le describía como conspirador y peligroso, y detallaba que tanto él como su esposa poseían una aguda inteligencia. Un hombre inteligente podría atender los argumentos de Shallan y comprenderlos.
Aladar era otro alto príncipe a quien Jasnah respetaba. Era poderoso y conocido por sus soberbias maniobras políticas, además de ser aficionado a los juegos de azar. Tal vez se arriesgaría a organizar una expedición para encontrar Urithiru, si Shallan insistía en las riquezas que podrían encontrarse allí.
Hatham quedaba descrito como un hombre de política incisiva y cuidadosa planificación. Otro aliado potencial. Jasnah no tenía en gran consideración a Thanadal, Bethan ni a Sebarial. Al primero lo consideraba empalagoso; al segundo, lerdo, y al tercero, escandalosamente burdo.
Estudió a los nobles y sus motivaciones durante un rato. Poco después, Gaz se levantó y se sacudió el serrín de los pantalones, le dirigió un respetuoso saludo y se fue a buscar comida.
—Un momento, maestro Gaz —dijo ella.
—No soy ningún maestro —respondió el hombre, acercándose de nuevo—. Sexto nahn solamente, brillante. Nunca pude comprarme nada mejor.
—¿A cuánto ascienden exactamente esas deudas tuyas? —preguntó Shallan, sacando algunas esferas de su bolsa segura para colocarlas en el cuenco de su escritorio.
—Bueno, uno de mis acreedores fue ejecutado —dijo Gaz, frotándose la barbilla—. Pero hay más. —Vaciló—. Ochenta broams de rubí, brillante. Aunque puede que ya no los acepten. A día de hoy, lo que quieren es mi cabeza.
—Una suma bastante elevada para un hombre como tú. ¿Deudas de juego?
—Qué más da —respondió él—. Pero sí, es eso.
—No me lo creo —dijo Shallan, ladeando la cabeza—. Me gustaría que me contaras la verdad, Gaz.
—Entrégame a ellos —replicó él, que dio media vuelta y se dispuso a alejarse para ir a buscar la sopa—. No me importa. Lo prefiero a estar aquí, preguntándome cuándo me encontrarán.
Shallan se quedó mirándolo mientras él se marchaba, luego sacudió la cabeza y volvió a sus estudios. «Jasnah escribió que Urithiru no está en las Llanuras Quebradas —pensó, pasando unas cuantas páginas—. Pero ¿cómo estaba tan segura? Las Llanuras nunca se han explorado del todo, debido a los abismos. ¿Quién sabe qué hay ahí fuera?».
Por fortuna, las anotaciones de Jasnah eran muy detalladas. Parecía que la mayoría de los antiguos archivos situaban a Urithiru en las montañas. Las Llanuras Quebradas ocupaban una cuenca.
«Nohadon pudo ir allí caminando», pensó Shallan, encontrando una cita de El camino de los reyes. Jasnah cuestionaba la validez de aquella declaración, aunque a decir verdad Jasnah lo cuestionaba casi todo. Después de una hora de estudio, cuando el sol empezaba a descender ya hacia el horizonte, Shallan se encontró frotándose las sienes.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Patrón en voz baja. Le gustaba salir cuando estaba más oscuro, y ella no se lo prohibía. Buscó y lo encontró en la mesa, creando una compleja formación de rugosidades en la madera.
—Las historiadoras son un hatajo de mentirosas —dijo Shallan.
—Mmm —comentó Patrón, satisfecho.
—No era un cumplido.
—Oh.
Shallan cerró el libro.
—¡Se supone que estas mujeres eran sabias! En vez de registrar hechos, escribían opiniones y las presentaban como verdades. Parecían tomarse muchas molestias en contradecirse unas a otras, y danzaban alrededor de los temas importantes como los spren alrededor del fuego: sin proporcionar calor, solo alardeando.
Patrón zumbó.
—La verdad es individual.
—¿Qué? No, no lo es. La verdad es… la verdad. La realidad.
—Tu verdad es lo que ves —dijo Patrón, confundido—. ¿Qué otra cosa podría ser? Esa es la verdad de la que puedes hablarme, la verdad que proporciona poder.
Al mirarlo ella advirtió que sus rugosidades proyectaban sombras a la luz de las esferas. Las había renovado con la alta tormenta de la noche anterior, mientras se acurrucaba en su carreta. Patrón había empezado a zumbar en mitad de la tormenta: un sonido extraño y furioso. Después de eso, soltó una diatriba en un lenguaje que no comprendió, asustando a Gaz y los otros soldados que ella había invitado al refugio. Por suerte, dieron por hecho que durante las altas tormentas sucedían cosas terribles, y ninguno había hablado del tema desde entonces.
«Tonta —se dijo, pasando a una página vacía de las notas—. Empieza a actuar como una estudiosa. Jasnah se sentiría decepcionada». Anotó lo que Patrón acababa de decir.
—Patrón —dijo, cogiendo el lápiz que, junto con el papel, le habían proporcionado los mercaderes—. Esta mesa tiene cuatro patas. ¿No dirías que eso es una verdad, al margen de mi punto de vista?
Patrón zumbó, inseguro.
—¿Qué es una pata? Depende de tu definición. Sin un punto de vista, no existe ni una pata, ni una mesa. Solo es madera.
—Me dijiste que la mesa se percibe así a sí misma.
—Porque la gente la ha considerado, durante mucho tiempo, como una mesa —dijo Patrón—. Para la mesa se vuelve la verdad por la verdad que la gente creó para ella.
«Interesante», pensó Shallan, escribiendo en su cuaderno de notas. No le interesaba tanto la naturaleza de la verdad en este momento, sino cómo la percibía Patrón. «¿Es porque pertenece al Reino Cognitivo? Los libros dicen que el Reino Espiritual es un lugar de verdad pura, mientras que el Cognitivo es más fluido».
—Los spren —dijo Shallan—. Si los humanos no estuvieran aquí, ¿tendrían pensamiento los spren?
—Aquí, en este reino, no —respondió Patrón—. En el otro reino, no lo sé.
—No pareces preocupado —señaló Shallan—. Tu existencia podría depender de los humanos.
—En efecto —asintió Patrón, de nuevo sin parecer preocupado—. Pero también los niños dependen de sus padres. —Vaciló—. Además, hay otros que piensan.
—Los Portadores del Vacío —declaró Shallan con frialdad.
—Sí. No creo que mi especie viviera en un mundo donde solo estuvieran ellos. Tienen sus propios spren.
Shallan se irguió bruscamente en su asiento.
—¿Sus propios spren?
Patrón se encogió en la mesa y sus rugosidades se volvieron menos claras al replegarse unas sobre otras.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Shallan.
—No hablamos de esto.
—Pues empieza. Es importante.
Patrón zumbó. Shallan pensó que iba a insistir en su negativa, pero después de un instante continuó, con voz muy débil:
—Los spren son… poder… poder roto. Poder al que se da pensamiento por las percepciones de los hombres. Honor, refinamiento y… y otro. Fragmentos desgajados.
—¿Otro? —instó Shallan.
El zumbido de Patrón se convirtió en un gemido, tan agudo que ella casi no pudo oírlo.
—Odium. —Pronunció la palabra como si necesitara escupirla.
Shallan escribió rápidamente. Odium. Odio. ¿Un tipo de spren? Quizás uno grande y único, como Cusicesh de Iri o la Vigilante Nocturna. Spren de odio. Nunca había oído hablar de ello.
Mientras escribía, uno de sus esclavos se acercó en la oscuridad. Era un hombre tímido, vestido con una sencilla túnica y pantalones, parte del equipo que los mercaderes le habían dado a Shallan. Era un regalo de agradecer, ya que las últimas esferas que tenía la mujer estaban en el cuenco que tenía delante, y ni siquiera alcanzarían para pagar una comida en los mejores restaurantes de Kharbranth.
—¿Brillante? —preguntó el hombre.
—¿Sí, Suna?
—Yo… esto… —Señaló—. La otra dama me pidió que te dijera…
Señalaba hacia la tienda que utilizaba Tyn, la mujer alta que era la jefa de los pocos guardias de la caravana supervivientes.
—¿Quiere que la visite? —preguntó Shallan.
—Sí —dijo Suna, agachando la cabeza—. Creo que para comer.
—Gracias, Suna —respondió Shallan, dándole permiso para que regresara a la hoguera donde los otros esclavos y él ayudaban con la cocina mientras los parshmenios reunían leña.
Los esclavos de Shallan formaban un grupo silencioso. Llevaban tatuajes en la frente, en vez de marcas. Era la forma más amable de hacerlo, y normalmente identificaban a la persona que había entrado voluntariamente en el servicio y no había sido obligada como castigo por un delito violento o terrible. Eran hombres con deudas o hijos de esclavos que aún tenían que saldar la deuda de sus padres. Estaban acostumbrados al trabajo y parecía asustarles la idea de que ella les pagara. Pese a que el sueldo era miserable, en menos de dos años la mayoría quedaría en libertad. Obviamente, se sentían incómodos ante esa perspectiva.
Shallan sacudió la cabeza y guardó sus cosas. Mientras se dirigía a la tienda de Tyn, Shallan se detuvo ante la hoguera y le pidió a Red que volviera a guardar su mesa en la carreta y la asegurara allí.
Le preocupaban sus pertenencias, pero ya no tenía ninguna esfera allí, y había dejado los baúles abiertos para que Red y Gaz pudieran echar un vistazo y vieran solo libros. Era de esperar que no supusieran ningún atractivo para que nadie fuera a ir a robarlos.
«Tú también andas bailando alrededor de la verdad —pensó mientras se apartaba de la hoguera—. Igual que esas historiadoras de las que te quejabas». Fingía que esos hombres eran héroes, pero no tenía ninguna ilusión respecto a lo rápido que podrían cambiar de bando en las circunstancias equivocadas.
La tienda de Tyn era grande y bien iluminada. La mujer no viajaba como una simple guardia. En muchos aspectos, era la persona más intrigante de la caravana. Una de las pocas ojos claros, aparte de los mercaderes. Una mujer que llevaba espada.
Shallan se asomó a las puertas de lona abiertas y encontró a varios parshmenios sirviendo la comida en una mesa baja de viaje pensada para comer sentado en el suelo. Los parshmenios salieron rápidamente y Shallan los observó con recelo.
Tyn estaba de pie junto a una ventana abierta en la lona. Llevaba su gabán largo y pardo, sujeto con un cinturón. Tenía aspecto de vestido, aunque era más rígido que ningún vestido que Shallan hubiera llevado nunca, a juego con los rígidos pantalones que la mujer vestía debajo.
—Pregunté a tus hombres —dijo Tyn sin volverse—, y me dijeron que no habías cenado todavía. Hice que los parshmenios trajeran suficiente comida para dos.
—Gracias —respondió Shallan al tiempo que entraba, procurando disimular la vacilación. Entre esta gente no era una muchacha tímida, sino una mujer poderosa. Al menos en teoría.
—He ordenado a mi gente que mantenga el perímetro despejado —añadió Tyn—. Podemos hablar libremente.
—Muy bien.
—Eso significa que puedes decirme quién eres realmente.
¡Padre Tormenta! ¿A qué venía eso?
—Soy Shallan Davar, como ya sabes.
—Sí —convino Tyn, acercándose y sentándose a la mesa—. Por favor —señaló.
Shallan se sentó con cuidado en una postura adecuada para una dama, con las piernas dobladas hacia un lado.
Tyn se sentó y cruzó las piernas después de extender el gabán a su alrededor. Se lanzó a su comida, mojando pan ácimo en un curry que parecía demasiado oscuro y olía demasiado picante para ser femenino.
—¿Comida de hombre? —preguntó Shallan.
—Nunca he entendido esa clasificación —dijo Tyn—. Me crie en Tu Bayla, hija de padres que trabajaban como intérpretes. No supe qué determinadas comidas eran para hombres o para mujeres hasta que visité la patria de mis padres por primera vez. Me sigue pareciendo una tontería. Comeré lo que quiera, muchas gracias.
La comida de Shallan era más adecuada, y olía a dulce en vez de a picante. Comió. En ese momento se dio cuenta de lo hambrienta que estaba.
—Tengo una vinculacañas —dijo Tyn.
Shallan alzó la cabeza, la punta de su pan en el cuenco.
—Está conectada con otra en Tashikk —continuó la mujer—, en una de sus nuevas casas de información. Se contrata a un intermediario allí, y pueden hacer servicios por ti. Investigación, preguntas… incluso transmitir mensajes por ti a través de vinculacañas a cualquier ciudad importante del mundo. Es bastante espectacular.
—Parece útil —comentó Shallan con prudencia.
—En efecto. Se pueden descubrir todo tipo de cosas. Por ejemplo, hice que mi contacto buscara todo lo que pudiera sobre la casa Davar. Al parecer es una casa pequeña y apartada, con grandes deudas y un líder errático que puede o no estar vivo. Tiene una hija, Shallan, a quien al parecer nadie conoce.
—Yo soy esa hija. Así que diría que «nadie» es un poco exagerado.
—¿Por qué la hija desconocida de una familia veden menor viajaría por las Tierras Heladas con un grupo de traficantes de esclavos? —prosiguió Tyn—. ¿Diciendo, además, que la esperan en las Llanuras Quebradas, y que su rescate será celebrado? ¿Que tiene conexiones poderosas, suficientes para pagar los salarios de toda una tropa de mercenarios?
—La verdad es a veces más sorprendente que la mentira.
Tyn sonrió y luego se inclinó hacia delante.
—No pasa nada: no tienes que seguir fingiendo ante mí. Estás haciendo un buen trabajo. He olvidado mi malestar contigo y he decidido dejarme impresionar. Eres nueva en esto, pero tienes talento.
—¿Esto? —preguntó Shallan.
—El arte del timo, naturalmente. El gran acto de fingir ser quien no eres, y luego ir a por todas. Me gusta lo que conseguiste con esos desertores. Fue una gran jugada, y dio sus frutos.
»Pero ahora estás en una situación incómoda. Finges ser alguien que está varios peldaños por encima de ti y prometes una gran recompensa. He visto ese timo antes, y la parte más difícil es el final. Si no lo manejas bien, estos “héroes” que has reclutado no tendrán el menor reparo en colgarte del cuello. He advertido que arrastras los pies mientras nos diriges a las Llanuras. Te sientes insegura, ¿verdad? ¿Es demasiado para ti?
—En efecto —admitió Shallan en voz baja.
—Bueno —dijo Tyn, atacando su comida—. Estoy aquí para ayudar.
—¿A qué precio? —A esta mujer le gustaba hablar. Shallan se sintió inclinada a dejarla continuar.
—Quiero participar de lo que sea que estés planeando —dijo Tyn, clavando el pan en su cuenco como si fuera una espada en un conchagrande—. Viniste hasta las Tierras Heladas por algo. Probablemente planeas un timo a lo grande, pero me da toda la impresión de que no tienes experiencia para llevarlo a cabo.
Shallan dio un golpecito en la mesa con el dedo. ¿Quién debería ser para esta mujer? ¿Quién necesitaba ser?
«Parece una maestra del engaño —pensó, sudando—. No puedo engañar a alguien así».
Excepto que ya lo había hecho. Sin proponérselo.
—¿Cómo has acabado aquí? —preguntó Shallan—. ¿Por qué diriges guardias en una caravana? ¿Forma parte de un timo?
Tyn se echó a reír.
—¿Esto? No, no merecería la pena las molestias. Puede que haya exagerado mi experiencia cuando hablé con los líderes de la caravana, pero necesitaba llegar a las Llanuras Quebradas y no tenía recursos para llegar sana y salva por mi cuenta.
—¿Cómo una mujer como tú acaba sin recursos? —preguntó Shallan, frunciendo el ceño—. Pensaba que nunca estarías desprovista.
—Y no lo estoy —dijo Tyn, señalando a su alrededor—. Como puedes ver claramente. Tendrás que acostumbrarte a reconstruir, si quieres unirte a la profesión. Como viene, se va. Me quedé atascada en el sur sin ninguna esfera, y voy camino de países más civilizados.
—De las Llanuras Quebradas —dijo Shallan—. ¿Tienes allí también algún tipo de trabajo? ¿Un… timo que intentas colar?
Tyn sonrió.
—No se trata de mí, muchacha. Se trata de ti, y de qué puedo hacer por ti. Conozco a gente en los campamentos de guerra. Es prácticamente la nueva capital de Alezkar: todo lo interesante del país está sucediendo allí. El dinero fluye como los ríos después de una tormenta, pero todo el mundo lo considera una frontera, y por eso las leyes no son muy estrictas. Una mujer puede progresar si conoce a la gente adecuada.
Tyn se inclinó adelante y su semblante se ensombreció.
—Pero si no lo hace, puede encontrar enemigos muy rápidamente. Créeme, querrás conocer a quienes conozco, y querrás trabajar con ellos. Sin su aprobación, no sucede nada de importancia en las Llanuras Quebradas. Así que te repito la pregunta: ¿qué esperas conseguir allí?
—Yo… sé algo sobre Dalinar Kholin.
—¿La vieja Espina Negra en persona? —dijo Tyn, sorprendida—. Vive una vida aburrida últimamente, tan superior a todo, como si fuera un héroe de las leyendas.
—Sí, bueno, lo que sé será muy importante para él. Mucho.
—Bien, ¿cuál es ese secreto?
Shallan no respondió.
—No estás dispuesta a divulgar la mercancía aún —observó Tyn—. Bueno, es comprensible. El chantaje es complicado. Te alegrarás de tenerme a tu lado. Porque vas a tenerme a tu lado, ¿verdad?
—Sí —respondió Shallan—. Creo que podría aprender algunas cosas de ti.