La traición de los spren nos ha traído aquí.

Dieron sus potencias a los herederos humanos,

pero no a aquellos a quienes sabemos que más temían, antes que a nosotros.

No es ninguna sorpresa que nos volviéramos.

En los dioses pasamos nuestros días

y para convertirnos en su barro, nos cambiaron.

De La canción de los secretos de los oyentes, estrofa 40

Esta informasió te coshtará dose broams —dijo Shallan—. De rubí, ¿vale? Los comprobaré uno por uno.

Tyn se echó a reír, echando atrás la cabeza, el pelo negro cayendo libre sobre sus hombros. Estaba sentada en el asiento de conductor de la carreta. Donde solía hacerlo Bluth.

—¿Y a eso lo llamas acento bav? —preguntó Tyn.

—Solo los he oído tres o cuatro veces.

—¡Hablabas como si tuvieras piedras en la boca!

—¡Suenan así!

—No, más bien es como si tuvieran guijarros. Pero hablan muy despacio, enfatizando los sonidos. Así: «He mirao los cuadros que me enzeñaste, y son bonitos. Mu bonitos. Nunca he tenío un lienzo pa mi culo tan agradable».

—¡Estás exagerando! —le recriminó Shallan, aunque no pudo evitar reírse.

—Un poco —admitió Tyn, echándose hacia atrás y agitando su larga vara para guiar al chull como si fuera una hoja esquirlada.

—No veo por qué el hecho de conocer el acento bav puede ser útil —dijo Shallan—. Tampoco es que sean gente tan importante.

—Chica, por eso son importantes.

—Son importantes porque no son importantes. Muy bien, sé que a veces me falla el razonamiento lógico, pero algo en esas palabras me parece un poco fuera de sitio.

Tyn sonrió. Se mostraba tan relajada, tan… libre. No se parecía en absoluto a lo que Shallan había esperado después de su primer encuentro. Pero en aquel entonces la mujer interpretaba un papel: jefa de los guardias. En cambio, la mujer con la que Shallan estaba ahora parecía real.

—Mira —dijo Tyn—, si vas a engañar a la gente, tendrás que aprender a actuar por debajo de sus expectativas, no solo por encima. Todo ese asunto de la «ojos claros importante» lo clavas. Supongo que has tenido buenos ejemplos.

—Podríamos decir que sí —respondió Shallan, pensando en Jasnah.

—Lo cierto es que en muchas situaciones, ser una ojos claros importante no sirve de nada.

—No ser importante es importante. Ser importante es inútil. Vale, ya lo he captado.

Tyn la miró, masticando tasajo. Su cinturón con la espada colgada de un clavo a un lado del asiento, bamboleándose al ritmo del paso del chull.

—¿Sabes, muchacha? Te vuelves muy locuaz cuando dejas caer tu máscara.

Shallan se ruborizó.

—Me gusta —añadió Tyn—. Prefiero la gente que sabe reírse de la vida.

—Comprendo lo que intentas enseñarme —dijo Shallan—. Estás diciendo que una persona con acento de Bav, alguien que parece llano y simple, puede ir a sitios que están vedados a los ojos claros.

—Y pueden oír o hacer cosas inaccesibles para un ojos claros. El acento es importante. Pronuncia con distinción, y a menudo no importará que estés sin blanca. Límpiate la nariz en el brazo y habla como un bav, y a veces la gente ni siquiera mirará si tienes una espada.

—Pero mis ojos son celestes —dijo Shallan—. ¡Nunca pasaré por alguien humilde, no importa cómo suene mi voz!

Tyn buscó en el bolsillo de su pantalón. Había colgado el gabán en la percha y por eso solo llevaba los pantalones marrón claro (ajustados, con botas altas) y una camisa abrochada. Casi una camisa de obrero, aunque de mejor calidad.

—Toma —dijo, arrojándole algo.

Shallan apenas lo cazó al vuelo. Se ruborizó ante su torpeza mientras lo alzaba al sol: un frasquito lleno de un líquido oscuro.

—Gotas para los ojos —dijo Tyn—. Te los oscurecen durante unas cuantas horas.

—¿En serio?

—No son difíciles de encontrar, si tienes los contactos adecuados. Material útil.

Shallan bajó el frasco, sintiendo de pronto un escalofrío.

—¿Hay también…?

—¿Lo contrario? —interrumpió Tyn—. ¿Algo que convierta a un ojos oscuros en un ojos claros? No, que yo sepa. A menos que creas las historias sobre los portadores de esquirlada.

—Tiene sentido —dijo Shallan, relajándose—. Se puede oscurecer el cristal pintándolo, pero no creo que se pueda aclarar sin fundirlo todo.

—De todas formas —insistió Tyn—, necesitarás un par de acentos soeces. Herdaziano, bavlandés, algo así.

—Probablemente tengo acento rural veden.

—Eso no funcionará aquí. Jah Keved es un país culto, y vuestros acentos internos se parecen todos demasiado para que los forasteros los distingan. Los alezi no te creerán rural, como lo haría un compatriota veden. Solo te encontrarán exótica.

—Has estado en un montón de sitios, ¿no? —preguntó Shallan.

—Voy allá donde me lleven los vientos. Es una buena vida, mientras no tengas apego a las cosas.

—¿A las cosas? —preguntó Shallan—. Pero eres… perdóname, eres una ladrona. ¡Se trata de conseguir más cosas!

—Tomo lo que puedo conseguir, pero eso solo demuestra lo fugaz que es todo. Te llevas unas cosas y luego las pierdes. Igual que el trabajo que conseguí en el sur. Mi grupo nunca regresó de su misión. Estoy medio convencida de que huyeron sin encargarse de pagarme. —Se encogió de hombros—. Suele pasar. No hay por qué enfadarse.

—¿Qué clase de trabajo era? —preguntó Shallan, parpadeando a conciencia para tomar una memoria de Tyn allí sentada, agitando su vara como si dirigiera a unos músicos, sin una sola preocupación en el mundo. Habían estado a punto de morir un par de semanas atrás, pero Tyn se lo tomaba con calma.

—Era un trabajo grande —dijo—. Importante, para la clase de gente que hace que las cosas cambien en el mundo. Aún no he tenido noticias de los que nos contrataron. Tal vez mis hombres no huyeron: tal vez solo fracasaron. No lo sé con certeza. —En este punto Shallan captó la tensión en el rostro de Tyn. Una tensión en la piel en torno a los ojos, distancia en la mirada. Le preocupaba lo que pudieran hacerle sus jefes. Entonces desapareció—. Echa un vistazo —dijo Tyn, indicando con la cabeza hacia delante.

Shallan siguió el gesto y advirtió figuras en movimiento unas cuantas colinas más allá. El paisaje había cambiado lentamente a medida que se acercaban a las Llanuras. Las colinas se volvían más empinadas, pero el aire era un poco más cálido, y las plantas más abundantes. Manojos de árboles se arracimaban en algunos valles, donde fluían las aguas después de las altas tormentas. Los árboles eran pequeños, diferentes a la alta majestuosidad de los que ella había conocido en Jah Keved, pero seguía siendo agradable ver algo distinto a arbustos.

La hierba era más tupida y se apartaba diestramente de las carretas, hundiéndose en sus madrigueras. Los rocabrotes eran grandes, y la cortezapizarra crecía en abundancia, a menudo con vidaspren correteando alrededor como diminutas motas verdes. Durante sus días de viaje se habían encontrado con otras caravanas, cada vez con más frecuencia a medida que se acercaban a las Llanuras Quebradas. Así que Shallan no se sorprendió al ver a alguien allí delante. Las figuras, sin embargo, montaban caballos. ¿Quién podía permitirse animales como esos? ¿Y por qué no tenían escolta? Parecía que solo eran cuatro.

La caravana se detuvo cuando Macob ladró una orden desde la primera carreta. Shallan había aprendido, por horrible experiencia, lo peligroso que podía ser cualquier encuentro en estos caminos. Un jefe de caravana no se tomaba ninguno a la ligera. Ella era la autoridad allí, pero permitía que quienes tenían más experiencia dieran la orden de parar y eligieran la ruta.

—Vamos —dijo Tyn, deteniendo al chull con una sacudida de la vara. Bajó luego de la carreta y recogió el gabán y la espada que colgaban en sus respectivos clavos.

Shallan se bajó también, poniéndose su máscara de Shallan. Con Tyn, se permitía ser ella misma. Con los demás, necesitaba ser una líder. Envarada, severa, pero también inspiradora. Para ese fin, se sentía satisfecha con el vestido azul que le había dado Macob. Bordado en plata, hecho de la seda más fina, era un cambio maravilloso tras su anterior vestido hecho jirones.

Adelantaron a Vathah y sus hombres, que marchaban detrás de la primera carreta. El líder de los desertores miró a Tyn con mala cara. Su repulsa hacia la mujer era un motivo más para respetarla, a pesar de sus tendencias criminales.

—La brillante Davar y yo nos encargaremos de esto —le dijo Tyn a Macob al pasar.

—¿Brillante? —dijo Macob, poniéndose en pie y mirando hacia Shallan—. ¿Y si son bandidos?

—Solo son cuatro, maestro Macob —dijo Shallan, animosamente—. El día en que no pueda encargarme yo sola de cuatro bandidos será el día en que merezca que me roben.

Dejaron atrás la carreta. Tyn se ató el cinturón.

—¿Y si son bandidos? —susurró Shallan cuando no pudieron oírla.

—Creí que habías dicho que podías encargarte de cuatro.

—¡Tan solo estaba siguiendo tus consejos!

—Eso es peligroso, muchacha —dijo Tyn con una mueca—. Mira, los bandidos no nos dejarían verlos, y desde luego no se quedarían ahí quietos.

El grupo de cuatro hombres esperaba en lo alto de la colina. Mientras Shallan se acercaba, pudo ver que llevaban uniformes azules que parecían auténticos. Al fondo del barranco entre las colinas, Shallan se lastimó el pie con un rocabrote. Hizo una mueca: Macob le había dado zapatos a juego con su vestido de ojos claros. Eran lujosos, y probablemente valían una fortuna, pero eran poco más que zapatillas.

—Esperaremos aquí —dijo—. Que se acerquen ellos.

—Me parece bien —respondió Tyn. En efecto, allá arriba, los hombres empezaron a bajar por la colina cuando advirtieron que ellas los estaban esperando. Dos más aparecieron y los siguieron a pie. No iban de uniforme, sino con ropas de trabajo. ¿Palafreneros?

—¿Quién vas a ser? —preguntó Tyn en voz baja.

—¿Yo misma…? —replicó Shallan.

—¿Qué tiene eso de divertido? ¿Cómo está tu comecuernos?

—¡Comecuernos! Yo…

—Demasiado tarde —dijo Tyn mientras los hombres se acercaban.

A Shallan los caballos la intimidaban. Aquellos grandes brutos no eran dóciles como los chulls. Los caballos siempre se estaban moviendo, bufando.

El primero de los jinetes refrenó a su caballo con obvio malestar. No parecía controlar por completo al animal.

—Brillante —dijo, inclinando la cabeza cuando le vio los ojos. Sorprendentemente, era un ojos oscuros, un hombre alto con negro pelo alezi que le llegaba hasta los hombros. Miró a Tyn y advirtió la espada y el uniforme de soldado, pero no mostró ninguna reacción. Era un hombre duro, este tipo.

—¡Su alteza —anunció Tyn en voz alta, indicando a Shallan—, la princesa Unulukuak’kina’autu’atai! ¡Estás en presencia de la realeza, ojos oscuros!

—¿Una comecuernos? —dijo el hombre, agachándose e inspeccionando el pelo rojo de Shallan—. Con un vestido vorin. A Roca le daría un ataque.

Tyn miró a Shallan y alzó una ceja.

«Voy a estrangularte, mujer», pensó Shallan antes de tomar aire.

—Esta cosa —dijo, señalando su vestido—. ¿No es lo que vuestras princesas llevan? Es bueno para mí. ¡Muestra respeto! —Afortunadamente, su cara roja encajaría con los comecuernos. Eran un pueblo apasionado.

Tyn asintió, satisfecha.

—Lo siento —dijo el hombre, aunque no parecía muy apurado. ¿Qué estaba haciendo un ojos oscuros cabalgando a un animal tan caro? Uno de sus compañeros inspeccionaba la caravana con un catalejo. También era ojos oscuros, pero parecía más cómodo en su montura.

—Siete carretas, Kal —dijo el hombre—. Bien protegidas.

El hombre, Kal, asintió.

—Me han enviado a buscar signos de bandidos —le dijo a Tyn—. ¿Todo bien en vuestra caravana?

—Nos topamos con unos bandidos hace tres semanas —contestó Tyn, indicando con el pulgar por encima de su hombro—. ¿Por qué te importa?

—Representamos al rey. Y pertenecemos a la guardia personal de Dalinar Kholin.

Oh, tormentas. Bueno, eso iba a ser un inconveniente.

—El brillante señor Kholin —continuó Kal— está investigando la posibilidad de ampliar el control en torno a las Llanuras Quebradas. Si realmente os han atacado, me gustaría conocer los detalles.

—¿Si nos han atacado? —preguntó Shallan—. ¿Dudas de nuestra palabra?

—No…

—¡Me siento ofendida! —declaró Shallan, cruzándose de brazos.

—Será mejor que tengáis cuidado —les dijo Tyn a los hombres—. A su alteza no le gusta que la ofendan.

—Qué sorprendente —dijo Kal—. ¿Dónde tuvo lugar el ataque? ¿Los rechazasteis? ¿Cuántos bandidos había?

Tyn le suministró los detalles, lo cual le dio a Shallan una oportunidad para pensar. Dalinar Kholin era su futuro suegro, si el matrimonio acordado se cumplía. Con suerte no volvería a toparse con esos soldados.

«De verdad que voy a estrangularte, Tyn…».

Su líder escuchó los detalles del ataque con aire estoico. No parecía un hombre muy agradable.

—Lamento vuestras pérdidas —dijo Kal—. Pero ya solo estáis a día y medio en caravana de las Llanuras Quebradas. Deberíais estar a salvo el resto del camino.

—Siento curiosidad —dijo Shallan—. Estos animales, ¿son caballos? Pero sois ojos oscuros. Ese… Kholin confía en vosotros.

—Cumplo con mi deber —dijo Kal, estudiándola—. ¿Dónde está el resto de vuestra gente? Parece que en esa caravana todos son vorin. También se te ve un poco delgaducha para ser una comecuernos.

—¿Acabas de insultar a la princesa por su peso? —preguntó Tyn, escandalizada.

¡Tormentas! Era buena. Consiguió producir iraspren con la observación.

Bueno, no había otra cosa que hacer sino apoyarla.

—¡Me siento ofendida! —gritó Shallan.

—¡Has vuelto a ofender a su alteza!

—¡Muy ofendida!

—Será mejor que te disculpes.

—¡Nada de disculpas! —declaró Shallan—. ¡Botas!

Kal se echó hacia atrás, mirándolas a ambas e intentando comprender lo que acababan de decir.

—¿Botas?

—Sí —dijo Shallan—. Me gustan tus botas. Te disculparás con botas.

—¿Tú… quieres mis botas?

—¿No has oído a su alteza? —preguntó Tyn, los brazos cruzados—. ¿Tan irrespetuosos son los soldados del ejército de ese Dalinar Kholin?

—No soy irrespetuoso —replicó Kal—. Pero no voy a darle mis botas.

—¡Me insultas! —declaró Shallan, dando un paso adelante y señalándolo. ¡Padre Tormenta, aquellos caballos eran enormes!—. ¡Les diré a todos que me escuchen! Cuando llegue, diré: Kholin es un ladrón de botas y de la virtud de las mujeres.

—¡Virtud! —borbotó Kal.

—Sí —espetó Shallan; entonces miró a Tyn—. ¿Virtud? No, palabra no buena. Verdur… No. Vestir… ¡Vestido! ¡Ladrón de vestido de mujer! Esa palabra quería.

El soldado miró a sus compañeros, confundido. «Rayos —pensó Shallan—. Las buenas bromas se pierden en los hombres con poco vocabulario».

—No importa —dijo Shallan, alzando la mano—. Todos sabrán lo que has hecho. Me has dejado desnuda, aquí en este desierto. ¡Desnuda! Es un insulto a mi casa y mi clan. Todos sabrán que Kholin…

—Oh, alto, alto —dijo Kal, extendiendo la mano y quitándose torpemente la bota, todavía a caballo. Su calcetín tenía un agujero en el talón—. Mujer de las tormentas —murmuró. Le lanzó la primera bota, luego se quitó la otra.

—Tu disculpa es aceptada —dijo Tyn, recogiendo las botas.

—Por Condenación, más vale —dijo Kal—. Transmitiré tu historia. Tal vez podemos hacer que patrullen este lugar. Vamos, hombres. —Se dio media vuelta y se marchó sin decir otra palabra, quizá temiendo otra diatriba comecuernos.

Cuando ya no pudieron oírlas, Shallan miró las botas, luego empezó a reír incontrolablemente. Alegrespren brotaron a su alrededor, como hojas azules que empezaron a sus pies y luego ascendieron en remolino antes de desaparecer sobre su cabeza como si se los llevara una ráfaga de viento. Shallan los observó con una gran sonrisa. Esos eran muy raros.

—Ah —sonrió Tyn—. No voy a negarlo. Ha sido divertido.

—Pero voy a estrangularte de todas formas —replicó Shallan—. Sabía que nos estábamos quedando con él. Esa debe de haber sido la peor interpretación de una comecuernos que se ha hecho jamás.

—En realidad estuvo bastante bien. Te pasaste un poco con las palabras, pero clavaste el acento. Pero ese no era el tema. —Le tendió las botas.

—¿Cuál era el tema? —preguntó Shallan mientras volvían hacia la caravana—. ¿Hacerme quedar como una idiota?

—En parte.

—Eso es sarcasmo.

—Si vas a aprender a hacer esto, tienes que sentirte cómoda en una situación como esa. No puedes cortarte cuando te haces pasar por otra persona. Cuando más descabellado el intento, más cara de palo tienes que poner. La única forma de mejorar es practicar… y delante de gente que pueda pillarte.

—Supongo —dijo Shallan.

—Esas botas son demasiado grandes para ti —advirtió Tyn—. Pero me encantó la expresión del rostro de ese hombre cuando se las pediste. «Nada de disculpas. ¡Botas!».

—La verdad es que necesito unas botas —dijo Shallan—. Estoy cansada de caminar sobre las rocas descalza o en zapatillas. Un poco de relleno, y me vendrán bien. —Las alzó. Eran bastante grandes—. Bueno, eso creo. —Miró hacia atrás—. Espero que no tenga problemas sin ellas. ¿Y si tiene que luchar con bandidos en el camino de vuelta?

Tyn puso los ojos en blanco.

—Alguna vez tendremos que hablar de ese corazón tan amable que tienes, niña.

—No es malo ser amable.

—Te estás entrenando para convertirte en timadora —dijo Tyn—. Por ahora, volvamos a la caravana. Quiero examinar contigo los mejores puntos de un acento comecuernos. Con ese pelo rojo tuyo, probablemente encontrarás más oportunidades de usarlo que otros.

Palabras radiantes
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