¿Has renunciado a la gema, ahora que está muerta? ¿Y ya no te ocultas tras el nombre de tu antiguo maestro? Me han dicho que en tu actual encarnación has tomado un nombre que hace referencia a la que, según presumes, es una de tus virtudes.

—¡Ajá! —exclamó Shallan. Se revolvió en su mullida cama (hundiéndose prácticamente hasta el cuello con cada movimiento) y se inclinó de manera precaria por el otro lado. Rebuscó entre el montón de papeles que había en el suelo, haciendo a un lado las hojas irrelevantes.

Por fin encontró la que quería y la alzó mientras se apartaba el pelo de los ojos y se lo colocaba tras las orejas. La página era un mapa, uno de los mapas antiguos de los que había hablado Jasnah. Había tardado una eternidad en encontrar en las Llanuras Quebradas un mercader que tuviera una copia.

—Mira —dijo, alzando el mapa junto a uno moderno de la misma zona, copiado por su propia mano de la pared de Amaram.

«Desgraciado», pensó para sí.

Les dio la vuelta a los mapas para que Patrón, que decoraba la pared sobre el cabecero de la cama, pudiera verlos.

—Mapas —dijo él.

—¡Un patrón! —exclamó Shallan.

—No veo ninguna.

—Mira aquí —dijo ella, acercándose a la pared—. En este mapa antiguo, la zona es…

—Natanatan —leyó Patrón, y zumbó suavemente.

—Uno de los Reinos de Época —explicó Shallan—. Organizado por los mismísimos Heraldos para propósitos divinos y bla bla bla. Pero mira. —Indicó la página con el dedo—. La capital de Natanatan, Sedetormenta. Si tuvieras que estimar dónde encontraríamos ruinas, comparando este mapa antiguo con el que tenía Amaram…

—Estaría en algún lugar de esas montañas —dijo Patrón—, entre las palabras «Sombra del Amanecer» y la «I» de «Montañas Irreclamadas».

—No, no —corrigió Shallan—. ¡Usa un poco la imaginación! El mapa antiguo es demasiado impreciso. Sedetormenta estaba aquí mismo. En las Llanuras Quebradas.

—Eso no es lo que dice el mapa —contestó Patrón, zumbando.

—Bastante cerca.

—Eso no es un patrón —alegó él, como ofendido—. Humanos: no comprendéis los patrones. Como ahora mismo. Es segunda luna. Todas las noches duermes durante este tiempo. Pero hoy no.

—No puedo dormir esta noche.

—Más información, por favor —exigió Patrón—. ¿Por qué esta noche no? ¿Es el día de la semana? ¿No duermes siempre en Jesel? ¿O es el clima? ¿Hace demasiado calor? La posición de las lunas respecto a…

—No es nada de eso —contestó Shallan, encogiéndose de hombros—. Simplemente, no puedo dormir.

—Tu cuerpo, sin duda, es capaz de hacerlo.

—Probablemente. Pero mi cabeza no. Está demasiado repleta de ideas, como olas contra las rocas. Rocas que… supongo… están también en mi cabeza. —Hizo un mohín—. Creo que esa metáfora no me hace parecer especialmente inteligente.

—Pero…

—Basta de quejas —dijo Shallan, alzando un dedo—. Esta noche voy a hacer trabajo de investigación.

Puso la página sobre la cama, se inclinó por el borde y cogió unas cuantas más.

—No me estaba lamentando —se quejó Patrón. Se dirigió hacia la cama—. No recuerdo bien, pero ¿no usaba Jasnah una mesa cuando hacía… «trabajo de investigación»?

—Las mesas son para la gente aburrida —dijo Shallan—. Y para gente que no tiene una cama mullida.

¿Habría una cama así de cómoda para ella en el campamento de Dalinar? Probablemente, la carga de trabajo habría sido menor. Aunque, finalmente, había conseguido resolver las finanzas personales de Sebarial y casi estaba a punto de presentarle unos libros relativamente ordenados.

En un arrebato de inspiración, había metido una copia de una de sus páginas de citas sobre Urithiru (sus riquezas potenciales y su relación con las Llanuras Quebradas) entre los otros informes que había enviado a Palona. Al pie, había escrito: «Entre las notas de Jasnah Kholin hay indicaciones de algo valioso oculto en las Llanuras Quebradas. Os mantendré al corriente de mis descubrimientos». Si Sebarial pensaba que había oportunidades más allá de las gemas corazón en las Llanuras, ella podría llevarlo allí con sus ejércitos, por si las promesas de Adolin no eran posibles.

Por desgracia, preparar todo aquello le había dejado poco tiempo para estudiar. Tal vez por eso no podía dormir. «Esto sería más fácil si Navani accediera a reunirse conmigo», pensó. Le había vuelto a escribir, y la respuesta fue que Navani estaba ocupada cuidando a Dalinar, que había caído enfermo. Nada serio, al parecer, pero se había retirado durante unos días para recuperarse.

¿La hacía responsable la tía de Adolin por haber malogrado el acuerdo de duelo? Después de lo que él había decidido hacer la semana pasada… Bueno, al menos su preocupación había concedido más tiempo a Shallan para leer y pensar en Urithiru. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a no angustiarse por sus hermanos, que aún no habían contestado a sus cartas suplicándoles que salieran de Jah Keved y se reunieran con ella.

—Dormir me parece muy raro —dijo Patrón—. Sé que todos los seres del Reino Físico lo hacen. ¿Lo encuentras agradable? Temes la no-existencia, pero ¿no es lo mismo la no-consciencia?

—Al dormir es solo temporal.

—Ah. Es verdad, porque por la mañana todos recuperáis la consciencia.

—Bueno, eso depende de la persona —comentó Shallan, ausente—. Para muchos, «consciencia» podría ser un término demasiado generoso.

Patrón zumbó, tratando de entender el significado de lo que decía. Finalmente, zumbó una aproximación a la risa.

Shallan lo miró, alzando una ceja.

—He deducido que lo que has dicho era humorístico —explicó Patrón—. Aunque no sé por qué. No era un chiste. Entiendo los chistes. Un soldado llegó corriendo al campamento después de ir a visitar a las prostitutas. Tenía la cara blanca. Sus amigos le preguntaron si se lo había pasado bien. Él dijo que no. Le preguntaron por qué. Dijo que cuando preguntó cuánto cobraba la mujer, le contestó que un marco más la cama aparte. Les dijo a sus amigos que no sabía que había que comprar también los muebles.

Shallan sonrió.

—Has oído ese chiste a los hombres de Vathah, ¿verdad?

—Sí. Es gracioso porque hay un juego de confusión entre los muebles y la cama. Normalmente en el precio de la suma inicial hay que pagar un alquiler por algo. Y creo que no hace falta comprar ningún mueble aunque los soldados tendrán que buscarse un lugar, y por eso el hombre del chiste pensó que iba a tener que comprar su propia…

—Sí, gracias —lo interrumpió Shallan.

—Es un chiste —continuó Patrón—. Comprendo por qué es gracioso. Ja ja. El sarcasmo es similar. Cambias un resultado esperado por otro que no se espera, y el humor está en la yuxtaposición. Pero ¿por qué fue gracioso tu comentario anterior?

—Es discutible que lo fuera, a estas alturas…

—Pero…

—Patrón, nada es menos gracioso que explicar el humor —dijo Shallan—. Tenemos cosas más importantes de que hablar.

—Mmm… ¿Como el motivo de que hayas olvidado cómo conseguir que tus imágenes produzcan sonido? Lo hiciste una vez, hace mucho.

—Yo…

Shallan parpadeó, luego alzó el mapa moderno.

—La capital de Natanatan estaba aquí, en las Llanuras Quebradas. Los mapas antiguos están equivocados. Amaram apunta que los parshendi usan armas de diseño magistral, muy superiores a sus capacidades artesanas. ¿De dónde pueden haberlas conseguido? De las ruinas de la ciudad que una vez estuvo aquí.

Shallan rebuscó en sus montones de papeles y sacó un mapa de la ciudad. No mostraba las inmediaciones: era solo un plano, y bastante vago, tomado de un libro que había comprado. Le parecía que era el que Jasnah citaba en sus notas.

El mercader al que se lo había comprado aseguraba que era antiguo, copia de un libro en azir que sostenía ser un dibujo de un mosaico donde se describía la ciudad de Sedetormenta. El mosaico ya no existía, así que casi todo lo que tenían de los días de sombra procedían de fragmentos como este.

—Las eruditas rechazan la idea de que Sedetormenta estuviera aquí en las Llanuras —explicó Shallan—. Dicen que los cráteres de los campamentos de guerra no encajan con las descripciones de la ciudad. En cambio, proponen que las ruinas deben de estar ocultas en las tierras altas, donde tú indicaste. Pero Jasnah no estaba de acuerdo con ellas. Señala que muy pocas eruditas han estado aquí, y que esta zona en general está poco explorada.

—Mmm —dijo Patrón—. Shallan…

—Estoy de acuerdo con Jasnah —dijo ella, dándose media vuelta—. Sedetormenta no era una ciudad grande. Podría haber estado en mitad de las Llanuras, y estos cráteres podrían ser cualquier otra cosa… Amaram cree que tal vez eran cúpulas. Me pregunto si es posible… Serían tan grandes… De todas formas, esto podría haber sido algún tipo de ciudad fuera de la ciudad.

Shallan sentía que se estaba acercando a algo. Las notas de Amaram hablaban sobre todo de intentar reunirse con los parshendi, para preguntarles por los Portadores del Vacío y cómo hacer que regresaran. Sin embargo, mencionaba Urithiru, y parecía haber llegado a la misma conclusión que Jasnah: que en la antigua ciudad de Sedetormenta tal vez había un camino a Urithiru. Diez de ellos conectaron en su tiempo las diez ciudades de los Reinos de Época con Urithiru, que tenía una especie de sala de reuniones para los diez monarcas, y un trono para cada uno.

Por eso ninguno de los mapas situaban la ciudad sagrada en el mismo punto. Era ridículo caminar hasta allí; en lugar de eso había que dirigirse a la ciudad más cercana con una Puerta Jurada y utilizarla.

«Está buscando la información —pensó Shallan—. Igual que yo. Pero quiere hacer volver a los Portadores del Vacío, no combatirlos. ¿Por qué?».

Alzó el mapa antiguo de Sedetormenta, la copia del mosaico. Tenía marcas artísticas en vez de indicaciones concretas de distancia y emplazamiento. Aunque agradecía lo primero, lo segundo era verdaderamente frustrante.

«¿Estás aquí? —pensó—. ¿El secreto, la Puerta Jurada? ¿Estás aquí, en este escenario, como pensaba Jasnah?».

—Las Llanuras Quebradas no han estado quebradas siempre —susurró Shallan para sí—. Eso es lo que todas las eruditas, menos Jasnah, pasan por alto. Sedetormenta fue destruida durante la Última Desolación, pero ocurrió hace tanto tiempo que nadie habla de cómo pasó. ¿Un incendio? ¿Un terremoto? No. Algo más terrible. La ciudad se rompió, como un bonito plato golpeado con un martillo.

—Shallan —intervino Patrón, acercándose a ella—. Sé que ha olvidado mucho de lo que antaño hubo. Esas mentiras me atrajeron. Pero no puedes continuar así: tienes que admitir la verdad sobre mí. Sobre lo que puedo hacer, y lo que hemos hecho. Mmm… Es más, tienes que conocerte a ti misma. Y recordar.

Ella se sentó con las piernas cruzadas en la cama demasiado agradable. Los recuerdos pugnaban por aflorar. Todos esos recuerdos apuntaban hacia la misma dirección, hacia la alfombra ensangrentada. Y la alfombra… no.

—Quieres ayudar —dijo Patrón—. Quieres prepararte para la Tormenta Eterna, el spren de lo innatural. Tienes que convertirte en algo. No vine a ti solo para enseñarte trucos de luz.

—Viniste a aprender —dijo Shallan, mirando su mapa—. Eso es lo que dijiste.

—Vine a aprender. Nos disponíamos a hacer algo más grande.

—¿Me querrías incapaz de reír? —preguntó ella, conteniendo de repente las lágrimas—. ¿Me querrías lisiada? Porque eso es lo que me harían estos recuerdos. Puedo ser lo que soy porque los aislé.

Una imagen se formó ante ella, nacida de la luz tormentosa, creada por intuición. No había necesitado dibujarla primero, pues la conocía demasiado bien.

La imagen de sí misma. Shallan, tal como debería ser. Hecha un ovillo en la cama, incapaz de llorar porque hacía mucho tiempo que se había quedado sin lágrimas. Esta niña… no una mujer, una niña… daba un respingo cada vez que se le hablaba. Esperaba que todos le gritaran. No reía nunca, pues había perdido la risa en una infancia de oscuridad y dolor.

Esa era la verdadera Shallan. Lo sabía con tanta certeza como sabía su propio nombre. La persona en la que se había convertido era una mentira, fabricada en nombre de la supervivencia. Recordarse a sí misma de niña, descubrir luz en los jardines, patrones en la mampostería, y sueños que se hacían realidad…

—Mmm… Qué gran mentira —susurró Patrón—. Una mentira muy grande, en efecto. Pero con todo, debes conseguir tus habilidades. Aprende de nuevo, si es necesario.

—Muy bien —dijo Shallan—. Pero si hicimos esto antes, ¿no puedes decirme ahora cómo se hace?

—Mi memoria es débil. Estuve aturdido mucho tiempo, casi muerto. Mmm. No podía hablar.

—Sí —dijo Shallan, recordándolo dando vueltas en el suelo y chocando contra la pared—. Pero eras simpático. —Desterró la imagen de la niña asustada, acurrucada y llorosa, y luego sacó sus útiles de dibujo. Se llevó un lápiz a los labios, se dio unos golpecitos, y a continuación hizo algo sencillo, un dibujo de Velo, la timadora ojos oscuros.

Velo no era Shallan. Sus rasgos resultaban tan distintos que las dos serían personas diferentes para quien las hubiera visto a ambas. Con todo, Velo tenía ecos de Shallan. Era una versión ojos oscuros, bronceada y alezi de sí misma: una Shallan unos cuantos años mayor con la nariz y la barbilla más afiladas.

Terminado el dibujo, Shallan exhaló luz tormentosa y creó la imagen, que permaneció de pie junto a la cama, con los brazos cruzados y tanto aplomo como un maestro duelista que se enfrentara a un niño con un palo.

Sonido. ¿Cómo se hacía el sonido? Patrón había dicho que era una fuerza, parte de la absorción de la Iluminación, o al menos similar. Shallan se situó en la cama, con una pierna cruzada debajo de su cuerpo, inspeccionando a Velo. Durante la hora siguiente intentó todo lo que se le ocurrió, desde esforzarse y concentrarse, a intentar dibujar sonidos para hacerlos aparecer. Nada de ello dio resultado.

Por fin se levantó de la cama y fue a servirse una bebida de la botella que se enfriaba en un cubo en la habitación de al lado. Sin embargo, mientras se acercaba, sintió un tirón en su interior. Miró por encima del hombro hacia el dormitorio, y vio que la imagen de Velo había empezado a difuminarse, como líneas de lápiz borrosas.

Rayos, qué inconveniente. Mantener la ilusión exigía que Shallan proporcionara una fuente constante de luz tormentosa. Volvió al dormitorio y colocó una esfera en el suelo, dentro del pie de Velo. Cuando se marchó, la ilusión se volvió difusa, como una burbuja a punto de estallar. Shallan se dio media vuelta, con las manos en las caderas, y contempló la versión de Velo que se había vuelto toda borrosa.

—¡Qué lata! —exclamó.

Patrón zumbó.

—Lamento que tus místicos poderes divinos no funcionen instantáneamente como te gustaría.

Ella lo miró, alzando una ceja.

—Creí que no entendías el humor.

—Sí que lo entiendo. Te acabo de explicar… —Hizo un momento de pausa—. ¿He sido gracioso? Sarcasmo. He sido sarcástico. ¡Sin pretenderlo! —Parecía sorprendido, incluso alegre.

—Supongo que estás aprendiendo.

—Es un vínculo —explicó—. En Shadesmar, no me comunico de esta forma, de esta… manera humana. Mi conexión contigo me proporciona los medios para manifestarme en el Reino Físico como algo más que un destello sin mente. Mmmm. Me enlaza contigo, me ayuda a comunicarme como lo haces tú. Fascinante. Mmmm.

Se sentó como un sabueso-hacha triunfal, completamente feliz. Y entonces Shallan advirtió algo.

—No brillo —señaló—. Contengo un montón de luz tormentosa, pero no brillo.

—Mmm… —dijo Patrón—. La ilusión grande transforma la potencia en otra. Se alimenta de tu luz tormentosa.

Ella asintió. La luz que contenía alimentaba la ilusión, absorbiendo el exceso que normalmente flotaría sobre su piel. Eso podría ser útil. Mientras Patrón se dirigía a la cama, el codo de Velo (que estaba más cerca de él) se volvió más definido.

Shallan frunció el ceño.

—Patrón, acércate más a la imagen.

Él así lo hizo y cruzó la colcha de la cama hacia donde estaba Velo. La imagen se aclaró. No del todo, pero la presencia de Patrón producía una considerable diferencia.

Shallan se acercó y su proximidad hizo que la ilusión volviera a adquirir total claridad.

—¿Puedes contener luz tormentosa, Patrón?

—Yo no… Quiero decir… La investidura es el modo por el que…

—Toma —dijo Shallan, presionándolo con la mano y apagando sus palabras hasta convertirlas en un zumbido molesto. Era una sensación extraña, como si hubiera atrapado a un cremlino furioso bajo las sábanas. Empujó algo de luz tormentosa hacia él. Cuando retiró la mano, desprendía hilillos de luz, como vapor de un fabrial caliente.

»Estamos vinculados —señaló ella—. Mi ilusión es tu ilusión. Voy a beber algo. Mira a ver si puedes impedir que la imagen se haga pedazos.

Volvió a la salita y sonrió. Patrón, todavía zumbando molesto, se bajó de la cama. No podía verlo (la cama se interponía), pero dedujo que se había situado junto a los pies de Velo.

Dio resultado. La ilusión permaneció.

—¡Ja! —exclamó Shallan, sirviéndose una copa de vino. Regresó a sentarse con cuidado en la cama (tumbarse con una copa de vino tinto no parecía prudente), y miró al suelo, donde Patrón estaba sentado bajo Velo. Era visible a causa de la luz tormentosa.

«Tendré que tener eso en cuenta —pensó Shallan—. Construir ilusiones para que él pueda esconderse en ellas».

—¿Ha salido bien? —preguntó Patrón—. ¿Cómo sabías que pasaría eso?

—No lo sabía. —Shallan tomó un sorbo de vino—. Lo supuse.

Dio otro sorbo mientras Patrón zumbaba. Jasnah no lo habría aprobado. «El estudio requiere una mente aguda y sentidos alerta. Eso no casa bien con el alcohol». Apuró de un trago el resto del vino.

—Toma —dijo, extendiendo la mano. Hizo lo siguiente por instinto. Tenía una conexión con la ilusión, y una conexión con Patrón, así que…

Con un empujón de luz tormentosa, unió la ilusión a Patrón como a veces la unía a sí misma. El brillo de Patrón remitió.

—Camina.

—Yo no camino… —dijo Patrón.

—Ya sabes a qué me refiero.

Patrón se movió y la imagen se desplazó con él. No caminó, por desgracia. La imagen solo se deslizó. Como la luz de una cuchara que mueves ociosamente en las manos y se refleja en la pared. Se alegró, de todas formas. Después de fracasar tantas veces intentando que una de sus creaciones sonara, este descubrimiento diferente parecía una victoria importante.

¿Podría hacer que se moviera de manera más natural? Cogió su libreta de bocetos y empezó a dibujar.

Palabras radiantes
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