Nunca nos dio por pensar que podría haber espías parshendi ocultos entre nuestros esclavos. Es algo de lo que debería haberme percatado.
Del diario de Navani Kholin, Jesesan 1174
En la cubierta del barco, Shallan estaba sentada de nuevo en su caja, aunque esta vez llevaba un sombrero, un abrigo sobre el vestido, y un guante en la mano libre; su mano segura, naturalmente, quedaba oculta dentro de la manga.
El frío allí, en mar abierto, era algo irreal. El capitán le había dicho que tan lejos al sur el océano mismo se congelaba. Era algo que parecía increíble y que le habría gustado ver. De vez en cuando había visto nieve y hielo en Jah Keved, durante algún invierno ocasional. Pero ¿un océano entero? Sorprendente.
Escribía con dedos enguantados mientras observaba al spren al que había puesto por nombre Patrón. En ese momento, se había despegado de la superficie de la cubierta, formando una bola de negrura en movimiento, líneas infinitas que se retorcían de formas que ella no podría haber capturado nunca en una página plana. Por tanto, escribía descripciones que complementaba con bocetos.
—Comida… —dijo Patrón. El sonido tenía una cualidad zumbante y vibraba cuando hablaba.
—Sí —respondió Shallan—. La comemos. —Seleccionó una pequeña lima del cuenco y se la metió en la boca, luego masticó y tragó.
—Comer —dijo Patrón—. Tú… la haces… tuya.
—¡Sí! Exactamente.
Se desplomó y la negrura se desvaneció cuando entró en la cubierta de madera del barco. Una vez más, se volvió parte del material, haciendo que la madera ondulara como si fuera agua. Se deslizó por el suelo y a continuación subió por la caja hasta el cuenco de pequeñas frutas verdes. Una vez allí, se movió sobre ellas, y la piel de las frutas se arrugó y elevó con la forma de su patrón.
—¡Terrible! —dijo. El sonido vibró en el cuenco.
—¿Terrible?
—¡Destrucción!
—¿Qué? No, así vivimos. Todo ser vivo necesita comer.
—¡Terrible destrucción comer! —Parecía angustiado. Se retiró del cuenco a la cubierta.
«Patrón conecta pensamientos cada vez más complejos —escribió Shallan—. Las abstracciones acuden fácilmente a él. Antes me preguntó “¿Por qué? ¿Por qué tú? ¿Por qué ser?”. Interpreté que me preguntaba mi propósito. Cuando respondí “Para encontrar la verdad”, pareció comprender lo que quería decir. Y, sin embargo, algunas realidades sencillas (como por qué las personas necesitan comer) se le escapan por completo. Es…».
Dejó de escribir mientras el papel se hinchaba y arrugaba y Patrón aparecía en la página, alzando con sus diminutos bordes las letras que acababa de anotar.
—¿Por qué esto? —preguntó.
—Para recordar.
—Recordar —dijo, probando la palabra.
—Significa… —Padre Tormenta. ¿Cómo explicaba lo que era la memoria?—. Significa poder saber qué hiciste en el pasado. Saber en otros momentos cosas que pasaron hace días.
—Recordar… Yo… no puedo recordar…
—¿Qué es lo primero que recuerdas? —preguntó Shallan—. ¿Dónde estuviste primero?
—Primero —dijo Patrón—. Contigo.
—¿En el barco? —dijo Shallan, escribiendo.
—No. Verde. Comida. Comida no comida.
—¿Plantas? —preguntó Shallan.
—Sí. Muchas plantas.
Vibró, y a ella le pareció que en aquella vibración captaba el silbido del viento entre las ramas. Shallan inspiró. Casi podía verlo. La cubierta que tenía delante se convertía en un camino de arena, la caja en un banco de piedra. Débilmente. No estaba allí realmente, pero casi. Los jardines de su padre. Patrón en el suelo, dibujado en el polvo…
—Recuerda —dijo Patrón, la voz como un susurro.
«No —pensó Shallan, horrorizada—. ¡NO!».
La imagen se desvaneció. En realidad el spren ni siquiera había estado allí, ¿no? Se llevó la mano segura al pecho y respiró entrecortadamente. No.
—¡Eh, joven señora! —dijo Yalb desde atrás—. ¡Cuéntale al novato qué pasó en Kharbranth!
Shallan se dio media vuelta, con el corazón todavía desbocado, y vio a Yalb que se acercaba con el «novato», un gigantón de metro ochenta que tenía al menos cinco años más que él. Lo habían recogido en Amydlatn, el último puerto. Tozbek quería asegurarse de que no le faltaran hombres durante el último tramo de viaje hasta Nueva Natanan.
Yalb se sentó en cuclillas junto al taburete de Shallan. Debido al frío, había accedido a ponerse una camisa de mangas recortadas y una especie de banda que le cubría las orejas.
—¿Brillante? —preguntó Yalb—. ¿Te encuentras bien? Parece como si te hubieras tragado una tortuga. Y no solo la cabeza.
—Estoy bien —respondió Shallan—. ¿Qué… qué me habías pedido?
—En Kharbranth —dijo Yalb, señalando con el pulgar por encima de su hombro—. ¿Vimos o no vimos al rey?
—¿Nosotros? Yo me reuní con él.
—Y yo era tu escolta.
—Te quedaste esperando fuera.
—Eso no importa —replicó Yalb—. Fui tu lacayo durante ese encuentro, ¿no?
¿Lacayo? La había acompañado hasta el palacio como un favor.
—Yo… supongo que sí —respondió ella—. Hiciste una buena reverencia, que yo recuerde.
—¿Ves? —dijo Yalb, volviéndose hacia el grandullón—. Te conté lo de la reverencia, ¿verdad?
El «novato» gruñó su acuerdo.
—Así que ya estás fregando esos platos —añadió Yalb. Recibió una mueca por respuesta—. No, no me mires así. Ya te lo dije, el servicio de cocinas es algo que el capitán vigila con mucha atención. Si quieres encajar aquí, hazlo bien; no te quedes corto en el trabajo y rinde al máximo. Así te ganarás el favor del capitán y del resto de los hombres. Te estoy dando toda una oportunidad, y espero que me lo agradezcas.
Eso pareció aplacar al grandullón, que se dio media vuelta y se dirigió con paso pesado hacia las cubiertas inferiores.
—¡Pasiones! —dijo Yalb—. Ese tipo es tan obtuso como dos esferas hechas de barro. Me preocupa. Alguien tendrá que abrirle los ojos, brillante.
—Yalb, ¿has estado alardeando otra vez? —preguntó Shallan.
—No es alardear si hay algo de verdad.
—En realidad, eso es exactamente lo que significa alardear.
—Eh —dijo Yalb, volviéndose hacia ella—. ¿Qué estabas haciendo antes? Ya sabes, con los colores.
—¿Colores? —repuso Shallan, paralizada.
—Sí, la cubierta se volvió verde, ¿no? Juro que lo vi. Tiene que ver con ese extraño spren, ¿verdad?
—Yo… estoy intentando averiguar qué tipo de spren es exactamente —dijo Shallan, con voz tranquila—. Es un asunto de estudio.
—Lo que me suponía —asintió Yalb, aunque ella no le había dado ninguna respuesta concreta. Hizo un afable gesto de despedida con una mano y se marchó.
A ella le preocupaba que los demás vieran a Patrón. Había intentado quedarse en su camarote para mantenerlo en secreto a los hombres, pero estar encerrada le resultó demasiado difícil, y el spren no respondía a sus sugerencias de que permaneciera fuera de la vista. Así que durante los últimos cuatro días, se había visto obligada a permitir que vieran lo que estaba haciendo mientras lo estudiaba.
Como era de esperar, los marineros se sentían incómodos con él, pero no decían nada. En ese momento estaban preparando el barco para navegar toda la noche. Pensar en el mar abierto de noche inquietaba a Shallan, pero ese era el precio de navegar tan lejos de la civilización. Dos días antes, incluso se habían visto obligados a capear una tormenta en una cala en la costa. Jasnah y Shallan habían desembarcado para alojarse en una fortaleza mantenida para tal propósito (y pagando un alto precio por hacerlo), mientras los marineros se quedaban a bordo.
Aunque la rada no era un verdadero puerto, tenía al menos una muralla contra las tormentas que ayudó a proteger el barco. Con la siguiente alta tormenta ni siquiera tendrían eso. Buscarían una cala y tratarían de capear los vientos, aunque Tozbek decía que las enviaría a tierra para que buscaran refugio en una cueva.
Shallan se volvió hacia Patrón, que había vuelto a adquirir su forma flotante. Se parecía al patrón de luz que proyectaba en la pared un candelabro de cristal… excepto que estaba hecho de algo negro en vez de luz, y era tridimensional. Así que… Tal vez no se parecía en nada.
—Mentiras —dijo Patrón—. Mentiras de Yalb.
—Sí —respondió Shallan con un suspiro—. Yalb es a veces demasiado hábil persuadiendo a los demás para su propio provecho.
Patrón tarareó en voz baja. Parecía complacido.
—¿Te gustan las mentiras? —preguntó Shallan.
—Buenas mentiras —dijo Patrón—. Esa mentira. Buena mentira.
—¿Qué hace buena a una mentira? —preguntó Shallan, tomando cuidadosamente notas y registrando las palabras exactas de Patrón.
—Mentiras verdaderas.
—Patrón, eso son cosas opuestas.
—Hummm… La luz crea sombras. La verdad crea mentiras. Hummm.
«“Mentiraspren”, los llamaba Jasnah —escribió Shallan—. Un apodo que al parecer no les gusta. Cuando moldeé almas por primera vez, una voz me exigió la verdad. Sigo sin saber qué significa eso, y Jasnah no ha colaborado mucho. No parece saber tampoco cómo interpretar mi experiencia. No creo que aquella voz perteneciera a Patrón, pero no puedo decirlo, ya que él parece haber olvidado tantas cosas sobre sí mismo…».
Continuó haciendo unos cuantos bocetos de Patrón en sus formas flotante y plana. Dibujar le ayudaba a relajarse. Cuando terminó, había varios pasajes medio recordados de su investigación que quería citar en sus notas.
Se dirigió bajo cubierta, seguida de Patrón, que atrajo las miradas de los marineros. Eran un gremio supersticioso, y lo consideraban un signo aciago.
Una vez en el camarote, Patrón subió por la pared junto a ella, observando sin ojos mientras Shallan buscaba un párrafo que recordaba a medias en el que se mencionaba la existencia de spren que hablaban. No solo vientospren y ríospren, que imitaban a la gente y hacían comentarios jocosos. Esos correspondían a un paso más respecto a los spren corrientes, pero había otro nivel, visto en raras ocasiones. Spren como Patrón, que mantenían auténticas conversaciones con los seres humanos.
«La Vigilante Nocturna es obviamente uno de ellos —escribía Alai, y Shallan copió el párrafo—. Los registros de conversaciones con ella (y es decididamente femenina, a pesar de lo que puedan decir los cuentos populares rurales alezi) son numerosos y creíbles. La propia Shubalai, empeñada en proporcionar un estudio de primera mano, visitó a la Vigilante Nocturna y registró su historia palabra por palabra…».
Shallan consultó otra referencia, y poco después se sumió por completo en sus estudios. Unas cuantas horas después, cerró el libro y lo dejó en la mesa junto a su cama. Las esferas empezaban a perder brillo: se apagarían pronto y habría que volver a infundirles luz tormentosa. Shallan dejó escapar un suspiro contenido y se tendió en la cama, con las notas de una docena de fuentes distintas dispersas en el suelo de su pequeño camarote.
Se sentía… satisfecha. A sus hermanos les encantaba el plan de arreglar el moldeador de almas y devolverla, y parecían moldeados por su sugerencia de que no todo estaba perdido. Puesto que había un plan, pensaba que podrían durar más.
La vida de Shallan empezaba a resolverse. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pudo sentarse a leer sin preocuparse por su casa, sin temer la necesidad de encontrar un modo de robarle a Jasnah? Incluso antes de aquella terrible secuencia de acontecimientos que habían llevado a la muerte de su padre, siempre había sido una joven ansiosa. Esa era su vida. Para ella el hecho de convertirse en una auténtica erudita era algo inalcanzable. ¡Padre Tormenta! Pero si de hecho hasta veía la ciudad más cercana como algo inalcanzable.
Se levantó, recogió su libro de bocetos y repasó sus dibujos del santhid, incluyendo algunos que había extraído de su zambullida en el océano. Sonrió al recordar cómo había vuelto a subir a cubierta, empapada y sonriente. Obviamente, todos los marineros pensaron que estaba loca.
En ese momento navegaba hacia una ciudad situada en el confín del mundo, prometida a un poderoso príncipe alezi, y era libre para dedicarse únicamente a aprender. Contemplaba nuevos paisajes increíbles, los esbozaba durante el día, y leía montones de libros durante la noche.
Se había encontrado con la vida perfecta, y era todo lo que siempre había deseado.
Shallan buscó en el bolsillo interior de la manga de su mano segura y sacó algunas esferas más para sustituir las que iban apagándose en el cuenco. Sin embargo, las que encontró estaban completamente opacas. No había en ellas ni un atisbo de luz.
Frunció el ceño. Habían sido restauradas durante la alta tormenta anterior, tras ser colocadas en una cesta atada al mástil del barco. Las que había en su cuenco tenían ya dos tormentas de antigüedad, y por eso se estaban apagando. ¿Cómo se habían oscurecido más rápido las de su bolsillo? Aquello desafiaba la razón.
—Mmm… —dijo Patrón desde la pared, cerca de su cabeza—. Mentiras.
Shallan volvió a guardarse las esferas en el bolsillo, abrió luego la puerta que daba al estrecho pasillo del barco y se dirigió al camarote de Jasnah. Era el compartimiento que habitualmente compartían Tozbek y su esposa, pero lo habían cambiado por el tercero (y más pequeño) de todos para asignar a Jasnah el mejor alojamiento. La gente hacía ese tipo de cosas por ella, aunque ni siquiera lo pidiese.
Jasnah tendría alguna esfera que prestarle. De hecho, la puerta estaba entornada y se movía levemente mientras el barco se mecía en su rumbo nocturno. Jasnah estaba sentada ante la mesa y Shallan se asomó, súbitamente insegura de si debía molestarla.
Vio el rostro de Jasnah, con la mano contra la sien, mientras contemplaba las páginas que tenía delante. Sus ojos estaban llenos de pavor y el semblante, demacrado.
Esta no era la Jasnah que estaba acostumbrada a ver. La confianza había sido superada por el agotamiento, la pose sustituida por la preocupación. Jasnah empezó a escribir algo, pero se detuvo después de unas pocas palabras. Soltó la pluma, cerró los ojos y se frotó las sienes. Unos cuantos spren de aspecto mareado, como chorros de polvo lanzados al aire, aparecieron en torno a la cabeza de Jasnah. Agotaspren.
Shallan se retiró, sintiéndose de pronto como si se hubiera entrometido en un momento íntimo. Jasnah estaba con las defensas bajas. Empezó a marcharse, pero una voz desde el suelo dijo de pronto:
—¡Verdad!
Sobresaltada, Jasnah alzó la cabeza y su mirada encontró la de Shallan, quien, naturalmente, se ruborizó por completo.
Jasnah bajó los ojos hacia Patrón, que estaba en el suelo, luego volvió a adoptar su máscara de serenidad y se irguió en la postura adecuada en su asiento.
—¿Sí, niña?
—Yo… necesitaría unas esferas… —dijo Shallan—. Las de mi bolsillo se apagaron.
—¿Has estado moldeando? —preguntó Jasnah bruscamente.
—¿Qué? No, brillante. Prometí que no lo haría.
—Entonces es la segunda habilidad —dijo Jasnah—. Pasa y cierra la puerta. Tendría que hablar con el capitán Tozbek: el pestillo está roto.
Shallan entró y cerró la puerta, aunque el pestillo no encajó. Dio un paso adelante con las manos unidas, sintiéndose cohibida.
—¿Qué hiciste? —preguntó Jasnah—. Supongo que tuvo que ver con la luz.
—Fue como si hiciera aparecer plantas —contestó Shallan—. Bueno, en realidad solo el color. Uno de los marineros vio que la cubierta se teñía de verde, pero el tono desapareció cuando dejé de pensar en las plantas.
—Sí… —dijo Jasnah. Hojeó uno de sus libros, hasta detenerse en una ilustración. Shallan la había visto antes: era tan antigua como el vorinismo. Diez esferas conectadas por líneas que creaban una forma parecida a un reloj de arena puesto de lado. Dos de las esferas en el centro casi parecían pupilas. El Doble Ojo del Todopoderoso—. Diez Esencias —dijo Jasnah en voz baja—. Diez potenciaciones. Diez órdenes. Pero ¿qué significa que los spren hayan decidido por fin devolvernos los juramentos? ¿Y cuánto tiempo me queda? No mucho. No mucho…
—¿Brillante? —preguntó Shallan.
—Antes de tu llegada, podía suponer que era una anomalía —dijo Jasnah—. Podía esperar que las potenciaciones no regresaran en gran número. Pero ya no me queda esa esperanza. Los crípticos te enviaron a mí, de eso no tengo ninguna duda, porque sabían que necesitabas formación. Eso me da esperanzas de que fuera al menos una de las primeras.
—No comprendo.
Jasnah alzó la cabeza hacia Shallan para mirarla intensamente a los ojos. Los suyos estaban enrojecidos por la fatiga. ¿Hasta qué hora se quedaba trabajando? Todas las noches, cuando Shallan se acostaba, todavía salía luz por debajo de la puerta de Jasnah.
—Para ser sincera —dijo Jasnah—, yo tampoco lo comprendo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Shallan—. Antes de entrar, parecías… angustiada.
Jasnah vaciló un momento.
—Solo he pasado demasiado tiempo con mis estudios. —Se volvió hacia uno de sus baúles y sacó una bolsa de tela oscura llena de esferas—. Coge estas. Te sugiero que mantengas las esferas contigo en todo momento, para que tu potenciación tenga oportunidad de manifestarse.
—¿Puedes enseñarme? —preguntó Shallan, aceptando la bolsa.
—No lo sé. Lo intentaré. En este diagrama, una de las potencias se muestra como Iluminación, el dominio de la luz. Por ahora preferiría que dedicaras tus esfuerzos en aprender esta absorción, en vez de a moldear almas. Es un arte peligroso, ahora más que antes.
Shallan asintió y se puso en pie. Sin embargo, vaciló antes de marcharse.
—¿Seguro que estás bien?
—Por supuesto. —Jasnah lo dijo demasiado rápido. La mujer parecía tranquila, controlada, pero también saltaba a la vista que estaba exhausta. La máscara se quebraba, y Shallan podía ver la verdad.
«Está intentando tranquilizarme —advirtió Shallan—. Me da una palmadita en la cabeza y me envía a la cama, como a una niña que despierta de una pesadilla».
—Estás preocupada —dijo, mirándola a los ojos.
La mujer se dio la vuelta. Empujó un libro sobre algo que se agitaba en su mesa, un pequeño spren púrpura. Miedospren. Solo uno, cierto, pero allí estaba.
—No… —susurró Shallan—. No estás preocupada. Estás aterrorizada. —¡Padre Tormenta!
—No pasa nada, Shallan. Solo necesito dormir un poco. Vuelve a tus estudios.
La joven se sentó en el taburete junto a la mesa de Jasnah. La otra mujer la miró, y Shallan advirtió que la máscara se resquebrajaba un poco más. Malestar mientras fruncía los labios. Tensión en la forma en que sostenía la pluma, con el puño cerrado.
—Me dijiste que podía ser parte de esto —dijo Shallan—. Jasnah, si te preocupa algo…
—Mi preocupación es la de siempre —respondió Jasnah, echándose hacia atrás en su silla—. Llegar demasiado tarde. Ser incapaz de hacer algo para impedir lo que viene… Estar intentando detener una alta tormenta soplando con fuerza contra ella.
—Los Portadores del Vacío. Los parshmenios.
—En el pasado, la Desolación, la llegada de los Portadores del Vacío, supuestamente siempre quedaba marcada por un regreso de los Heraldos para preparar a la humanidad —dijo Jasnah—. Entrenaban a los Caballeros Radiantes, cuyo número de miembros se incrementaba.
—Pero nosotros capturamos a los Portadores del Vacío. Y los esclavizamos —adujo Shallan. Eso era lo que Jasnah postulaba, y ella estaba de acuerdo, tras haber hecho su investigación—. Así que piensas que viene una especie de revolución. Que los parshmenios se alzarán contra nosotros como hicieron en el pasado.
—Sí —asintió la dama, hojeando sus notas—. Y eso ocurrirá en breve. Que tú resultes ser una absorbedora no me consuela, ya que me recuerda demasiado a lo sucedido antes. Pero entonces los nuevos caballeros tenían maestros que los entrenaban, una tradición de generaciones. Nosotros no tenemos nada.
—Los Portadores del Vacío están cautivos —dijo Shallan mirando a Patrón, que descansaba en el suelo, casi invisible, sin decir nada—. Los parshmenios apenas pueden comunicarse. ¿Cómo podrían orquestar una revolución?
Jasnah tomó la hoja de papel que estaba estudiando y se la tendió a Shallan. Escrita de su puño y letra, era la narración de la esposa de un capitán de un ataque en las Llanuras Quebradas.
—Los parshendi pueden cantar en sincronía unos con otros, no importa la distancia que los separe —explicó Jasnah—. Tienen algún tipo de habilidad para comunicarse que no comprendemos. Solo puedo asumir que sus parientes los parshmenios también la tienen. Es posible que no necesiten oír una llamada a la acción para rebelarse.
Shallan leyó el informe, asintiendo lentamente.
—Tenemos que avisar a los demás, Jasnah.
—¿Crees que no lo he intentado? He escrito a eruditas y reyes de todo el mundo. La mayoría me considera una paranoica y no me ha prestado atención. Estas pruebas que tú has aceptado de buen grado, para ellos son endebles.
»Los fervorosos eran mi esperanza, pero sus ojos están nublados por la interferencia con la Hierocracia. Además, debido a mis creencias personales, los fervorosos se muestran escépticos ante cualquiera de mis afirmaciones. Mi madre quiere ver mi investigación, lo cual ya es algo. Mi hermano y mi tío puede que me crean, y por eso vamos a verlos. —Vaciló—. Pero hay otro motivo por el que vamos a las Llanuras Quebradas. Para encontrar pruebas que puedan convencer a todo el mundo.
—Urithiru —dijo Shallan—. ¿Es esa la ciudad que buscas?
Jasnah le dirigió otra mirada cortante. La antigua ciudad era algo que Shallan había conocido por primera vez cuando leyó en secreto las notas de su maestra.
—Todavía te ruborizas demasiado fácilmente cuanto te ves cara a cara con alguien —advirtió Jasnah.
—Lo siento.
—Y pides disculpas demasiado fácilmente también.
—Yo… ¿he de indignarme?
Jasnah sonrió y recogió la representación del Doble Ojo. Lo miró.
—Hay un secreto oculto en algún lugar de las Llanuras Quebradas. Un secreto acerca de Urithiru.
—¡Me dijiste que la ciudad no estaba allí!
—Y es así. Pero el camino hacia ella tal vez se encuentre allí. —Los labios de Jasnah se tensaron—. Según la leyenda, solo un Caballero Radiante podría abrir el camino.
—Por fortuna, conocemos a dos de ellos.
—Una vez más: tú no eres una Radiante, ni yo tampoco. El hecho de que podamos reproducir algunas de sus habilidades tal vez no importe. Carecemos de sus tradiciones y de su conocimiento.
—Estamos hablando del posible fin de la civilización misma, ¿no es así? —preguntó Shallan en voz baja.
Jasnah vaciló.
—Las Desolaciones —dijo Shallan—. Sé muy poco, pero las leyendas…
—Después de cada una de ellas, la humanidad quedó rota. Grandes ciudades en cenizas, la industria aplastada. En todos los casos, el conocimiento y el desarrollo se redujeron a un estado casi prehistórico: hicieron falta siglos de reconstrucción para devolver la civilización a lo que había sido antes. —Vaciló—. Ojalá me equivoque.
—Urithiru —murmuró Shallan. Intentó no hacer más preguntas, sino llegar a la respuesta a través del razonamiento—. Dijiste que la ciudad era una base o el hogar de los Caballeros Radiantes. No había oído hablar de ella antes de que me lo comentaras, y puedo suponer que no se cita comúnmente en la literatura. Tal vez sea una de las cosas cuyo conocimiento suprimió la Hierocracia.
—Muy bien —asintió Jasnah—. Aunque creo que su conocimiento había empezado a perderse en la leyenda incluso antes, la intervención de la Hierocracia no ayudó.
—Así pues, si existió antes de la Hierocracia, y si el camino hacia ella estaba conectado con la caída de los Radiantes… entonces podría contener registros que no hayan pasado por las manos de las eruditas modernas. Datos inalterados sobre los Portadores del Vacío y la potenciación. —Shallan se estremeció—. Este es el verdadero motivo de nuestro viaje a las Llanuras Quebradas.
A pesar de su cansancio, Jasnah sonrió.
—Muy bien. Mi estancia en el Palaneo fue muy útil, pero también muy decepcionante en algunos aspectos. Aunque confirmé mis sospechas sobre los parshmenios, también descubrí que muchos de los archivos de la gran biblioteca tenían los mismos signos de manipulación que otros que había leído. Esta «limpieza» de la historia, eliminando referencias directas a Urithiru o los Radiantes porque eran un engorro para el vorinismo resulta irritante. ¡Y la gente me pregunta por qué mi hostilidad hacia la Iglesia! Necesito fuentes primarias. Y luego están las historias, en las que me atrevo a creer, que dicen que Urithiru era sagrada y estaba protegida de los Portadores del Vacío. Tal vez fuera un deseo absurdo, pero en el fondo de mi mente erudita me gustaría que algo así fuera cierto.
—¿Y los parshmenios?
—Intentaremos convencer a los alezi para que se libren de ellos.
—No es tarea fácil.
—De hecho, es casi imposible —dijo Jasnah, poniéndose en pie. Empezó a guardar sus libros, introduciéndolos en su baúl impermeable—. Los parshmenios son los esclavos perfectos: dóciles y obedientes. Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado dependiente de ellos. Los parshmenios no necesitarían recurrir a la violencia para sumirnos en el caos, aunque estoy segura de que eso es lo que va a suceder: simplemente, podrían marcharse. Eso causaría una crisis económica.
Cerró el baúl después de sacar un libro y se volvió hacia Shallan.
—Si no consigo más pruebas, me será imposible convencer a todo el mundo de mis hipótesis. Aunque mi hermano me escuche, no tiene autoridad para obligar a los altos príncipes a librarse de sus parshmenios. Y, con toda sinceridad, temo que mi hermano no sea lo bastante valiente para arriesgarse al colapso que podría causar expulsarlos.
—Pero si se vuelven contra nosotros, el colapso se producirá de todas formas.
—Sí —convino Jasnah—. Tú lo sabes y yo lo sé. Mi madre podría creerlo. Pero el riesgo de equivocarse es tan inmenso que… bueno, necesitaremos pruebas. Pruebas abrumadoras e irrefutables. Así que tendremos que encontrar la ciudad. Y daremos con ella a toda costa.
Shallan asintió.
—No quiero echar todo ese peso sobre tus espaldas, niña —dijo Jasnah, sentándose de nuevo—. Sin embargo, admito que es un alivio hablar de estas cosas con alguien que no me desafía a cada paso.
—Lo lograremos, Jasnah. Viajaremos a las Llanuras Quebradas y encontraremos Urithiru. Conseguiremos las pruebas y convenceremos a los demás para que nos hagan caso.
—Ah, el optimismo de la juventud —dijo Jasnah—. También es agradable oírlo de vez en cuando. —Le tendió el libro a su pupila—. Entre los Caballeros Radiantes, había una orden conocida como los Tejedores de Luz. Sé muy poco de ellos, pero de todas las fuentes que he leído, esta es la que contiene más información.
Shallan cogió el libro ansiosamente. Palabras radiantes, rezaba el título.
—Adelante —dijo Jasnah—. Léelo.
Shallan la miró.
—Dormiré —prometió Jasnah con una sonrisa asomando a sus labios—. Y deja de comportarte como mi madre. Ni siquiera le permito a Navani hacerlo.
Shallan suspiró, asintió y salió de la habitación de Jasnah. Patrón la siguió: se había mantenido en silencio durante toda la conversación. Cuando ella entró en su camarote, se sintió mucho más desanimada que al salir. No podía olvidar el terror pintado en los ojos de su maestra. Jasnah Kholin no debería temer nada, ¿no?
Shallan se metió en el camastro con el libro que le habían dado y la bolsa de esferas. Una parte de su ser estaba ansiosa por comenzar, pero se sentía agotada, le pesaban los párpados. Se había hecho muy tarde. Si empezaba el libro en ese momento…
Tal vez sería mejor descansar esa noche y empezar los estudios al día siguiente, después de haber descansado. Depositó el libro sobre la mesita junto a la cama, se enroscó, y dejó que el bamboleo del barco la arrullara.
Despertó entre gritos, chillidos y humo.