Ahora bien, mientras los Corredores del Viento intervenían, se produjo el acontecimiento que se menciona: es decir, aquel descubrimiento de una perversidad destacada, aunque Avena no sugiere si se trata de alguna vileza entre los acólitos de los Radiantes o algo de origen externo.
De Palabras radiantes, capítulo 38, página 6
… Acompaño en el sentimiento —dijo Shallan—. He traído conmigo las pertenencias de Jasnah que pude recuperar. Mis hombres las tienen ahí fuera.
Descubrió que le resultaba sorprendentemente difícil pronunciar las palabras sin alterarse. Había llorado por Jasnah durante sus semanas de viaje, pero hablar de la muerte, recordar aquella terrible noche, devolvía las emociones en oleadas que amenazaban con abrumarla de nuevo.
La imagen que había dibujado de sí misma acudió al rescate. Podía ser esa mujer, y esa mujer, aunque no carente de emociones, podía superar la pérdida. Concentró su atención en el momento y la tarea que la ocupaba, sobre todo en las dos personas que tenía delante. Dalinar y Navani Kholin.
El alto príncipe era exactamente como había imaginado: un hombre de rasgos duros, el cabello corto y negro, plateado en las sienes. Su rígido uniforme le hacía parecer el único en la sala que sabía algo de la guerra. Shallan se preguntó si las magulladuras que mostraba su rostro eran el resultado de la campaña contra los parshendi. Por su parte, Navani parecía una versión veinte años mayor de Jasnah, todavía hermosa, aunque con aire maternal. Shallan no imaginaba a Jasnah siendo maternal.
Navani había empezado a sonreír cuando Shallan se acercó, pero en ese momento cualquier impostura social había desaparecido. «Todavía tenía esperanzas por su hija —pensó Shallan mientras la mujer se sentaba en una silla cercana—. Acabo de aplastarla».
—Te agradezco que nos traigas esta noticia —dijo el brillante señor Dalinar—. Es… un consuelo tener la confirmación.
Era terrible. No solo recordar la muerte, sino cargar a otros con su peso.
—Tengo información que ofreceros —añadió Shallan, intentando ser delicada—. Sobre las cuestiones en las que estaba trabajando Jasnah.
—¿Más sobre esos parshmenios? —replicó Navani—. Tormentas, estaba fascinada con ellos desde que se le metió en la cabeza que tenían la culpa de la muerte de Gavilar.
¿Qué era esto? Shallan nunca había oído esta parte de la historia.
—Su investigación puede esperar —añadió Navani con mirada fiera—. Quiero saber exactamente qué sucedió cuando piensas que la viste morir. Exactamente tal como lo recuerdes, muchacha. Sin omitir ningún detalle.
—Tal vez después de la reunión… —aconsejó Dalinar, posando una mano sobre el hombro de Navani. El contacto fue sorprendentemente tierno. ¿No era la esposa de su hermano? Aquella expresión en sus ojos, ¿era el familiar afecto por una hermana, o tal vez algo más?
—No, Dalinar —rebatió Navani—. Ahora. Quiero oírlo ahora.
Shallan inspiró profundamente, preparándose para empezar, dispuesta a dominar sus emociones… y para su sorpresa descubrió que tenía el control. Mientras ordenaba sus pensamientos, advirtió a un joven de cabellos rubios que la estaba mirando. Probablemente sería Adolin. Era guapo, como indicaban los rumores, y llevaba uniforme azul, al igual que su padre. Y, sin embargo, el de Adolin era de algún modo más… ¿estiloso? ¿Era esa la palabra adecuada? Le gustaba la forma en que su pelo, algo despeinado, contrastaba con el severo uniforme. Le hacía parecer más real, menos pintoresco.
Se volvió hacia Navani.
—Desperté en mitad de la noche, entre gritos y el olor a humo. Abrí la puerta y encontré a unos hombres desconocidos ante el camarote de Jasnah, que estaba frente al mío. La habían colocado en el suelo, y… brillante, vi que la apuñalaban en el corazón. Lo siento.
Navani se tensó y su cabeza se sacudió, como si la hubieran abofeteado.
Shallan continuó. Trató de contarle a Navani tanta parte de la verdad como le fuera posible, pero obviamente las cosas que había hecho (tejer luz, moldeando el barco) no era aconsejable compartirlas, al menos de momento. En cambio, indicó que se había pertrechado en su camarote, una mentira que ya había preparado.
—Oí a los hombres gritar en cubierta mientras los iban ejecutando, uno a uno —dijo—. Comprendí que la única esperanza que podía ofrecerles era provocar una crisis entre los forajidos, así que usé la antorcha que había cogido y le prendí fuego al barco.
—¿Le prendiste fuego? —preguntó Navani, horrorizada—. ¿Estando mi hija inconsciente?
—Navani… —dijo Dalinar, apretándole el hombro.
—La condenaste —declaró Navani, mirándola fijamente a los ojos—. Jasnah no sabía nadar, como los otros. Ella…
—Navani —repitió Dalinar, con más firmeza—. La decisión de esta muchacha fue acertada. No puedes esperar que se enfrentara con las manos desnudas a una banda de forajidos. Y lo que vio… Jasnah no estaba inconsciente, Navani. Era ya demasiado tarde para hacer nada por ella.
La mujer inspiró profundamente, esforzándose por controlar sus emociones.
—Yo… te pido disculpas —le dijo a Shallan—. No soy yo misma en este momento, me comporto de manera irracional. Te agradezco… te agradezco que nos hayas traído la noticia. —Se levantó—. Discúlpame.
Dalinar asintió, permitiéndole que se marchara de forma relativamente airosa. Shallan dio un paso atrás, con las manos unidas, sintiéndose impotente y avergonzada mientras contemplaba a Navani cuando esta se marchaba. No había esperado que su entrevista fuera a salir demasiado bien. Y no lo había hecho.
Dedicó un momento a inspeccionar a Patrón, que estaba en su falda, prácticamente invisible. Aunque repararan en él, lo considerarían parte del diseño del tejido; siempre y cuando él hiciera lo que le había ordenado y no se moviera ni hablara.
—Imagino que tu viaje hasta aquí habrá sido una terrible experiencia —dijo Dalinar, volviéndose hacia ella—. ¿Naufragaste en las Tierras Heladas?
—Sí. Por suerte, me encontré con una caravana y viajé con ellos hasta aquí. Nos encontramos con bandidos, lamento decir, pero nos rescató la oportuna llegada de unos soldados.
—¿Soldados? —dijo Dalinar, sorprendido—. ¿De qué bandera?
—No lo dijeron —respondió Shallan—. Imagino que habían pertenecido a las Llanuras Quebradas.
—¿Desertores?
—No les pregunté detalles, brillante señor —contestó ella—. Pero sí que les prometí clemencia por sus posibles anteriores delitos, en reconocimiento a su acción de nobleza. Salvaron docenas de vidas. Todos los miembros de la caravana a la que me uní pueden atestiguar la valentía de esos hombres. Sospecho que buscaban expiar sus acciones y una oportunidad para empezar de nuevo.
—Me encargaré de que el rey les conceda el perdón —anunció Dalinar—. Prepara una lista. Ahorcar soldados siempre ha sido un desperdicio.
Shallan se relajó. Un asunto resuelto.
—Hay otra cuestión un tanto delicada que debemos discutir, brillante señor —dijo Shallan. Los dos se volvieron hacia Adolin, que deambulaba cerca. Sonrió. Y tenía una sonrisa muy atractiva.
Cuando Jasnah le había hablado por primera vez del compromiso, el interés de Shallan había sido meramente teórico. ¿Un enlace con una poderosa casa alezi? ¿Aliados para sus hermanos? ¿Legitimidad y un modo de seguir trabajando con Jasnah para la salvación del mundo? En ese momento le parecieron excelentes ventajas.
Sin embargo, al mirar la sonrisa de Adolin, no consideró ninguna de esas cuestiones. El dolor que sentía al hablar de Jasnah no se difuminó por completo, pero le resultaba mucho más fácil soportarlo cuando lo miraba. Descubrió que se ruborizaba.
«Esto podría ser peligroso», pensó.
Adolin se acercó a ellos. El sonido de las conversaciones que se desarrollaban alrededor les permitía cierta intimidad entre la multitud. El joven había encontrado en alguna parte una copa de vino naranja, que le tendió.
—¿Shallan Davar? —preguntó.
—Hum… —¿Lo era? Ah, sí. Ella aceptó el vino—. ¿Sí?
—Adolin Kholin —se presentó él—. Lamento oír tus penalidades. Tendremos que contarle al rey lo de su hermana. Puedo ahorrarte esa tarea, si quieres que lo haga en tu lugar.
—Gracias —contestó Shallan—. Pero preferiría verle yo misma.
—Naturalmente. En cuanto a nuestra… relación, tenía mucho más sentido cuando eras la pupila de Jasnah, ¿no?
—Probablemente.
—Aunque, ahora que estás aquí, quizá deberíamos pasear y ver cómo nos sentimos.
—Me gusta pasear —dijo Shallan. «¡Estúpida! ¡Rápido, di algo ingenioso!».—. Hum. Tienes un pelo muy bonito.
Una parte de ella (la parte entrenada por Tyn) gruñó.
—¿Mi pelo? —dijo Adolin, tocándoselo.
—Sí —contestó Shallan, tratando de poner de nuevo en funcionamiento su embotado cerebro—. Los cabellos rubios no son frecuentes en Jah Keved.
—Algunas personas lo consideran una señal de que mi linaje es impuro.
—Qué curioso. Dicen lo mismo de mí por mi pelo. —Le sonrió. Y por lo visto era el movimiento adecuado, puesto que él le devolvió la sonrisa. Su recuperación verbal no había sido la mejor de su carrera, pero al parecer no lo estaba haciendo tan mal, ya que él sonreía.
Dalinar carraspeó. Shallan parpadeó. Se había olvidado por completo de que el alto príncipe estaba allí.
—Adolin, tráeme un poco de vino.
—¿Padre? —Adolin se volvió hacia él—. Oh. Muy bien, claro.
Se marchó. Por los ojos de Ceniza, sí que era guapo. Shallan se volvió hacia Dalinar que, bueno, no lo era. Oh, era distinguido, pero tenía la nariz rota, y sus facciones resultaban un tanto desafortunadas. Por otra parte, las magulladuras tampoco ayudaban.
De hecho, resultaba intimidatorio.
—Querría saber más de ti —dijo con amabilidad—, el estatus exacto de tu familia, y por qué estás tan ansiosa por relacionarte con mi hijo.
—Mi familia está en la ruina —respondió Shallan, optando por la sinceridad para enfrentarse a ese hombre—. Mi padre ha muerto, aunque la gente a quien debía dinero no lo sabe. No había pensado en una unión con Adolin hasta que Jasnah lo sugirió, pero la aprovecharía al instante, si se me permitiera. Un enlace con tu casa proporcionaría a mi familia mucha protección.
Seguía sin saber qué hacer con el moldeador de almas que debían sus hermanos. Pero todo se andaría.
Dalinar gruñó. No esperaba que la joven fuera tan directa.
—Así que no tienes nada que ofrecer —señaló.
—Por lo que me contó Jasnah acerca de ti, no pensé que mi situación económica o política fuera tu primera consideración —replicó Shallan—. Si ese fuera tu objetivo, habrías hecho que el príncipe Adolin se casara hace años. —Dio un respingo ante su propio descaro—. Con el debido respeto, brillante señor.
—Ninguna ofensa por mi parte —aseguró Dalinar—. Me gusta que la gente sea directa. Que quiera que mi hijo tenga algo que decir en el asunto no significa que no desee verlo casado, y bien casado. ¿Una mujer de una casa extranjera menor que confiesa que su familia está arruinada y que no aporta nada a la unión?
—No he dicho que no pueda ofrecer nada —replicó Shallan—. Brillante señor, ¿cuántas pupilas ha tomado Jasnah Kholin en los últimos diez años?
—Ninguna, que yo sepa —admitió él.
—¿Sabes a cuántas ha rechazado?
—Tengo una leve idea.
—Sin embargo, me aceptó a mí. ¿No podría eso constituir un apoyo a lo que puedo ofrecer?
Dalinar asintió lentamente.
—Mantendremos el compromiso informal por ahora —manifestó—. La razón por la que accedí en primer lugar sigue en pie: quiero que Adolin quede fuera del alcance de aquellos que desearían manipularlo para obtener ventajas políticas. Si de algún modo consigues convencerme a mí, a la brillante Navani, y naturalmente al muchacho, podemos convertir el compromiso informal en compromiso pleno. Mientras tanto, te ofreceré un puesto entre mis escribas menores. Puedes demostrar tu valía allí.
La oferta, aunque generosa, fue como si la ahogaran con una cuerda. El salario de una escriba menor le alcanzaría para mantenerse, pero no era para permitirse despilfarros. Y no tenía ninguna duda de que Dalinar la estaría vigilando. Esos ojos suyos eran alarmantemente perspicaces. No podría moverse sin que lo informaran de sus acciones.
Su caridad sería su prisión.
—Es muy generoso por tu parte, brillante señor —se encontró diciendo—, pero de hecho tengo…
—¡Dalinar! —llamó otro de los presentes en la sala—. ¿Vamos a empezar esta reunión en algún momento de hoy, o voy a tener que pedir una cena en condiciones?
Dalinar se volvió hacia un hombre rechoncho y barbudo vestido con ropajes tradicionales: la túnica abierta por delante sobre una camisa ancha y falda de guerrero, llamada «takama». «El alto príncipe Sebarial», pensó Shallan. Las notas de Jasnah lo consideraban molesto e inútil. Tenía palabras aún más amables para el alto príncipe Sadeas, a quien había descrito como una persona poco de fiar.
—Bien, bien, Sebarial —dijo Dalinar, separándose de Shallan y acercándose a un grupo de sillones situados en el centro de la sala. Ocupó uno junto al escritorio. Un hombre de aspecto orgulloso y nariz prominente se sentó a su lado. Ese debía de ser el rey, Elhokar. Era más joven de lo que Shallan lo había dibujado. ¿Por qué había llamado Sebarial a Dalinar para que continuara la reunión, y no al rey?
Los siguientes momentos constituyeron toda una prueba a la preparación de Shallan mientras hombres y mujeres de alta cuna se sentaban en los lujosos sillones. Junto a cada uno había una mesa pequeña, y detrás, un maestro de sirviente para atender las principales necesidades. Varios parshmenios mantenían las mesas bien surtidas de vino, nueces, y frutos frescos y secos. Shallan temblaba cuando alguno de ellos pasaba por su lado.
Contó mentalmente a los altos príncipes. Sadeas era fácil de localizar, con su tez roja debido a las venas visibles bajo la piel, como su padre después de beber. Otros le asintieron con la cabeza y le dejaron sentarse primero. Parecía causar tanto respeto como Dalinar. Su esposa, Ialai, era una mujer de cuello largo y labios gruesos, busto generoso y boca grande. Jasnah había anotado que era tan retorcida como su marido.
Dos altos príncipes se sentaron a cada lado de la pareja. Uno era Aladar, renombrado duelista. El hombre aparecía citado en las notas de Jasnah como un poderoso alto príncipe, aficionado a correr riesgos, proclive al tipo de juegos aleatorios que los devotarios prohibían. Sadeas y él parecían tratarse con gran franqueza. ¿No eran enemigos? Shallan había leído que a menudo se disputaban tierras. Bueno, en cualquier caso eso sería ya agua pasada, pues en ese momento parecían unidos mientras observaban a Dalinar.
Junto a ellos estaban el alto príncipe Ruthar y su esposa. Jasnah los consideraba poco más que ladrones, pero advertía que la pareja era peligrosa y oportunista.
La sala parecía orientada para que todos los ojos se dirigieran hacia aquellas dos facciones. El rey y Dalinar contra Sadeas, Ruthar y Aladar. Obviamente, los alineamientos políticos habían cambiado desde que Jasnah tomó sus notas.
La sala quedó en silencio y a nadie pareció importarle que Shallan estuviera presente. Adolin tomó asiento detrás de su padre, junto a un hombre más joven con gafas y un sillón vacío que probablemente había dejado vacante Navani. Shallan rodeó cuidadosamente la sala, cuyo perímetro estaba repleto de guardias, auxiliares e incluso algunos hombres con armaduras esquirladas, para salir de la línea directa de visión de Dalinar, por si reparaba en ella y decidía expulsarla.
La brillante dama Jayla Ruthar habló primero, inclinándose hacia delante, con las manos cruzadas.
—Majestad —empezó—, me temo que nuestra conversación de hoy ha girado en círculos y que no se ha conseguido nada. Tu seguridad es, naturalmente, nuestra mayor preocupación.
Al otro lado del grupo de altos príncipes, Sebarial bufó con fuerza mientras masticaba rodajas de melón. Todos parecían ignorar a propósito al molesto hombre de la barba.
—Sí —dijo Aladar—. El Asesino de Blanco. Tenemos que hacer algo. No pienso quedarme en mi palacio esperando a que me asesinen.
—¡Está matando a príncipes y reyes por todo el mundo! —añadió Roion. A Shallan le parecía una tortuga, con aquellos hombros encogidos y la cabeza calva. ¿Qué había dicho Jasnah sobre él…?
«Que es un cobarde —pensó Shallan—. Siempre escoge la opción segura».
—Debemos presentar un Alezkar unificado —intervino Hatham. Ella lo reconoció de inmediato, con aquel largo cuello y su refinada forma de hablar—. No debemos permitir que nos ataquen uno a uno, y no debemos pelearnos.
—Por eso deberíais seguir exactamente mis órdenes —declaró el rey, mirando a los altos príncipes con el ceño fruncido.
—No —replicó Ruthar—, ¡por eso debemos abandonar esas ridículas restricciones que nos has impuesto, majestad! No es el momento de parecer necios ante el mundo.
—Escuchad a Ruthar —dijo Sebarial secamente, echándose hacia atrás en su asiento—. Es experto en parecer necio.
La discusión continuó, y Shallan captó mejor el ambiente de la sala. Había tres facciones, en realidad. Dalinar y el rey, el grupo de Sadeas, y los que llamó pacifistas. Dirigidos por Hatham (que por su forma de hablar parecía el político más natural de los presentes), este tercer grupo pretendía mediar.
«Así que de esto se trata —pensó, escuchando mientras Ruthar discutía con el rey y Adolin Kholin—. Cada uno intenta convencer a estos altos príncipes neutrales para que se unan a su facción».
Dalinar dijo poco. Lo mismo respecto a Sadeas, que parecía contentarse dejando que el alto príncipe Ruthar y su esposa hablaran por él. Los dos se miraban mutuamente, Dalinar con expresión neutral, Sadeas con una leve sonrisa. Parecía bastante inocente hasta que te fijabas en sus ojos. Centrados unos en otros, sin parpadear apenas.
Había una tormenta en esta sala. Una tormenta silenciosa.
Todos parecían encajar en una de las tres facciones excepto Sebarial, que seguía poniendo los ojos en blanco, intercalando ocasionalmente algún comentario que rozaba lo obsceno. Era obvio que, con sus aires arrogantes, los otros alezi se sentían incómodos.
Lentamente, Shallan fue captando cuanto se estaba exponiendo en la conversación sin que fuera dicho. Todos los comentarios acerca de las prohibiciones y reglas ordenadas por el rey… no eran las reglas en sí mismas lo que parecía importar, sino la autoridad que subyacía. ¿Hasta qué punto se sometían los altos príncipes al rey, y cuánta autonomía podían exigir? Era fascinante.
Hasta que uno de ellos la mencionó.
—Esperad —dijo Vamah, uno de los príncipes neutrales—. ¿Quién es esa muchacha de ahí? ¿Tiene alguien a una veden en su séquito?
—Estaba hablando con Dalinar —respondió Roion—. ¿Hay noticias de Jah Keved que nos estés ocultando, Dalinar?
—Tú, muchacha —intervino Ialai Sadeas—. ¿Qué puedes decirnos de la guerra de sucesión de tu tierra? ¿Tienes información de ese asesino? ¿Por qué alguien a sueldo de los parshendi querría socavar vuestro trono?
Todas las miradas se centraron en Shallan, que experimentó un momento de puro pánico. La gente más importante del mundo estaba interrogándola, observándola con ojos críticos.
Y entonces recordó el dibujo. Y quién era ella.
—Por desgracia, os seré de poca utilidad, brillantes señores y brillantes damas —contestó—. Estaba lejos de mi tierra cuando sucedió ese trágico asesinato, y no tengo conocimiento del tema.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Hatham, amable pero inquisitivo.
—Está observando el zoo, obviamente —dijo Sebarial—. Veros a todos poniéndoos en ridículo es la mejor diversión gratis que puede encontrarse en estos desiertos yermos.
Probablemente era mejor hacer caso omiso de sus palabras.
—Soy la pupila de Jasnah Kholin —explicó Shallan, mirando a Hatham a los ojos—. Mi estancia aquí es de índole personal.
—Ah —dijo Aladar—. El compromiso fantasma del que he oído rumores.
—Eso es —asintió Ruthar. Tenía un aspecto decididamente untuoso, con el pelo negro engominado, los brazos velludos y una barba que le rodeaba la boca. Sin embargo, lo más perturbador era aquella sonrisa suya: un gesto que parecía demasiado depredador—. Muchacha, ¿qué hace falta para que visites mi campamento y hables con mis escribas? Necesito saber qué está ocurriendo en Jah Keved.
—Yo haré algo mejor —intervino Roion—. ¿Dónde te alojas, muchacha? Te ofrezco una invitación para visitar mi palacio. Yo también quiero oír hablar de tu patria.
Pero… si acababa de decir que no sabía nada…
Shallan recurrió a las enseñanzas de Jasnah. No les importaba Jah Keved. Querían obtener información sobre su compromiso: sospechaban que en todo aquel asunto había algo más.
Los dos que acababan de invitarla se contaban entre los que Jasnah consideraba de menor astucia política. Los otros, como Aladar y Hatham, esperarían a un momento en privado para plantear la invitación, así que no revelaron su interés en público.
—Tu preocupación es injustificada, Roion —dijo Dalinar—. Naturalmente, la joven se aloja en mi campamento y tiene un puesto entre mis escribas.
—Lo cierto es que no tuve oportunidad de responder a tu ofrecimiento, brillante señor Kholin —señaló Shallan—. Me encantaría tener la oportunidad de estar a tu servicio, pero ya me he instalado en otro campamento.
Se produjo un tenso silencio.
Ella sabía lo que quería decir a continuación. Una jugada arriesgada, una argucia que Jasnah no habría aprobado bajo ningún concepto. Habló de todas formas, confiando en su intuición. Después de todo, cuando se trataba de arte esa estrategia daba buen resultado.
—El brillante señor Sebarial —dijo, mirando hacia el hombre barbudo que tanto detestaba Jasnah— fue el primero en ofrecerme un puesto e invitarme a alojarme con él.
El hombre casi se atragantó con el vino y la miró por encima de la copa, entornando los ojos.
Ella se encogió de hombros con lo que esperaba que fuese un gesto inocente, y sonrió. «Por favor…».
—Pues…, así es —dijo Sebarial, echándose hacia atrás en su asiento—. Es familia lejana. Los remordimientos no me dejarían vivir si no le diera un lugar donde alojarse.
—Su oferta fue bastante generosa —añadió Shallan—. Tres broams a la semana.
A Sebarial se le salieron los ojos de las órbitas.
—No era consciente de eso —dijo Dalinar, mirando primero a Sebarial y luego a ella.
—Lo siento, brillante señor —dijo Shallan—. Tendría que habértelo dicho. No me pareció adecuado quedarme en la casa de un hombre que me estuviera cortejando. Sin duda comprendes mi situación.
Él frunció el ceño.
—Lo que me cuesta comprender es por qué nadie querría estar más cerca de Sebarial de lo que es necesario.
—Oh, el tío Sebarial es bastante tolerable, cuando te acostumbras a él —respondió Shallan—. Como un ruido muy molesto que al final aprendes a ignorar.
La mayoría pareció horrorizarse ante el comentario, aunque Aladar sonrió. Sebarial, como ella esperaba, soltó una carcajada.
—Supongo que el asunto queda zanjado —dijo Ruthar, contrariado—. Espero que al menos estés dispuesta a venir a informarme brevemente.
—Déjalo, Ruthar —replicó Sebarial—. Es demasiado joven para ti. Aunque, desde luego, tratándose de ti seguro que sería breve.
Ruthar balbuceó.
—No quería decir… Viejo decrépito… ¡Bah!
Shallan se alegró de que entonces la atención volviera a otros temas, porque ese último comentario la había hecho ruborizarse. En efecto, Sebarial era irreverente. Con todo, parecía estar haciendo un esfuerzo por mantenerse al margen de las discusiones políticas, y ese parecía el lugar donde Shallan quería estar. La postura con más libertad. Seguiría trabajando con Dalinar y Navani en las notas de Jasnah, pero no quería sentirse obligada hacia ellos.
«¿Y quién dice que sentirse obligada hacia este hombre suponga diferencia alguna?»., pensó, rodeando la sala para acercarse al lugar donde estaba sentado Sebarial, sin esposa ni familiares que lo acompañaran. No estaba casado.
—Casi te hago expulsar, muchacha —dijo Sebarial rápidamente, bebiendo su vino sin mirarla—. Ha sido un movimiento estúpido, ponerte en mis manos. Todo el mundo sabe que me gusta pegarles fuego a las cosas y verlas arder.
—Sin embargo, no me expulsaste —señaló ella—. Así que no fue un movimiento estúpido. Simplemente un riesgo que tuvo su recompensa.
—Todavía puedo rechazarte. Desde luego, no voy a pagar esos tres broams. Es casi tanto como cuesta mi amante, y al menos de ese acuerdo saco algo.
—Pagarás —aseguró Shallan—. Ahora es asunto público. Pero no te preocupes. Me ganaré el sueldo.
—¿Tienes información sobre Kholin? —preguntó Sebarial, estudiando su vino.
Así que le importaba.
—Información, sí —dijo Shallan—. Menos sobre Kholin que sobre el mundo. Confía en mí, Sebarial. Acabas de cerrar un acuerdo muy ventajoso.
Probablemente tendría que idear por qué.
Los demás continuaron discutiendo sobre el Asesino de Blanco, y ella dedujo que había atacado allí pero que habían conseguido ahuyentarlo. Cuando Aladar desvió la conversación a la queja de que la corona se había quedado con sus gemas (Shallan no sabía el motivo por el que se las habían quitado), Dalinar Kholin se levantó lentamente. Se movía como un peñasco que rodara por una pendiente: inevitable, implacable.
Aladar se calló.
—En el camino me encontré un curioso montón de piedras —comentó Dalinar—. De un tipo que me llamó la atención. La pizarra rota había sido desgastada por las altas tormentas, empujada contra piedra de naturaleza más resistente. Este montón de finas capas parecía amontonado por una mano mortal.
Los otros miraron a Dalinar como si estuviera loco. Algo en esas palabras produjo un destello en la memoria de Shallan. Eran una cita de algo que había leído.
Dalinar dio media vuelta y se dirigió a las ventanas abiertas en la parte a sotavento de la sala.
—Pero ningún hombre había apilado esas piedras. Pese a que parecían precarias, eran en realidad bastante sólidas, una formación de estratos antaño enterrados expuesta al aire libre. Me pregunté cómo era posible que permanecieran tan ordenadas, soportando la furia de las tempestades.
»Pronto comprendí su verdadera naturaleza. Descubrí que la fuerza de una dirección las empujaba a unas contra otras y a la roca de detrás. Por más que las presioné, no pude moverlas. Sin embargo, cuando retiré una piedra de la parte inferior (empujándola hacia el interior en lugar de tirar de ella), toda la formación se desmoronó en un alud en miniatura.
Los ocupantes de la sala lo miraron hasta que por fin Sebarial habló por todos ellos.
—Dalinar —dijo el hombre regordete—, por el undécimo nombre de Condenación, ¿de qué estás hablando?
—Nuestros métodos no funcionan —dijo Dalinar, mirándolos—. Años de guerra, y nos encontramos en la misma situación que antes. No podemos luchar contra ese asesino al igual que tampoco pudimos hacerlo la noche que mató a mi hermano. El rey de Jah Keved puso a tres portadores de esquirlada y medio ejército contra la criatura, pero luego murió con una hoja en el pecho y sus esquirlas cayeron en manos de los oportunistas.
»Si no podemos derrotar al asesino, entonces debemos acabar con sus motivos para atacarnos. Si logramos capturarlo o eliminar a sus jefes, entonces tal vez consigamos invalidar el contrato que lo ata. Lo último que sabemos es que estaba a sueldo de los parshendi.
—Magnífico —dijo Ruthar secamente—. Todo lo que tenemos que hacer es ganar la guerra, cosa que solo llevamos cinco años intentando.
—No lo hemos intentado —replicó Dalinar—. Al menos con la fuerza suficiente. Pretendo hacer la paz con los parshendi. Si no la aceptan en nuestros términos, entonces me lanzaré a las Llanuras Quebradas con mi ejército y todo aquel que se me una. Se acabaron los juegos en las mesetas y luchar por las gemas. Buscaré el campamento parshendi, lo encontraré y los derrotaré de una vez por todas.
El rey suspiró en voz baja, acomodándose tras su escritorio. Shallan dedujo que se esperaba esto.
—Salir a las Llanuras Quebradas —dijo Sadeas—. Parece un intento maravilloso por tu parte.
—Dalinar —intervino Hatham, hablando con cautela—, no veo que nuestra situación haya cambiado. Gran parte de las Llanuras Quebradas sigue inexplorada, y el campamento parshendi podría estar literalmente en cualquier lugar, oculto entre kilómetros y kilómetros de terreno que nuestro ejército no puede recorrer sin gran dificultad. Acordamos que atacar su campamento era imprudente, mientras estuvieran dispuestos a venir a enfrentarse a nosotros.
—Su disposición a venir hacia nosotros, Hatham —dijo Dalinar—, ha demostrado ser un problema, porque pone la batalla en sus términos. No, nuestra situación no ha cambiado. Lo ha hecho nuestra resolución. Esta guerra ya ha durado demasiado. Yo le pondré fin, de un modo u otro.
—Parece maravilloso —repitió Sadeas—. ¿Partirás mañana o esperarás a pasado?
Dalinar le dirigió una mirada despectiva.
—Solo intento calcular cuándo habrá un campamento libre —dijo Sadeas con aire de inocencia—. El mío se me está quedando pequeño, y no me importaría extenderme a un segundo cuando los parshendi os hayan masacrado a ti y a los tuyos. Pensar que, después de todos los problemas en los que te viste cuando te rodearon allí, vayas a hacerlo de nuevo…
Adolin se levantó detrás de su padre con la cara enrojecida, mientras los furiaspren borboteaban a sus pies como charcos de sangre. Su hermano lo obligó a sentarse de nuevo. Obviamente, allí había algo que Shallan no acababa de captar.
«Me he metido aquí en medio sin suficiente contexto —pensó Shallan—. Tormentas, tengo suerte de que no me hayan devorado ya». De repente, ya no estuvo tan orgullosa de lo que había conseguido.
—Antes de la última alta tormenta —dijo Dalinar—, nos llegó un mensajero de los parshendi…, el primero dispuesto a hablar con nosotros desde hace años. Dijo que sus líderes querían discutir las posibilidades de paz.
Los altos príncipes parecieron aturdidos. «¿Paz?»., pensó Shallan con el corazón desbocado. Eso sin duda le facilitaría ponerse en marcha y buscar Urithiru.
—Esa misma noche —dijo Dalinar en voz baja—, el asesino golpeó. De nuevo. La última vez que vino fue justo después de que firmáramos un tratado de paz con los parshendi. Ahora regresa justo el día de otra oferta de paz.
—Esos hijos de puta —murmuró Aladar—. ¿Es alguna especie de retorcido ritual suyo?
—Podría ser una coincidencia —dijo Dalinar—. El asesino ha estado golpeando por todo el mundo. Sin duda los parshendi no habrán contactado con toda esa gente. Sin embargo, los hechos me hacen ser cauteloso. Casi he llegado a preguntarme si están involucrando a los parshendi, si alguien está utilizando a este asesino para asegurarse de que Alezkar nunca conozca la paz. Pero claro, los parshendi reconocieron haberlo contratado para matar a mi hermano…
—Tal vez estén desesperados —dijo Roion, encogiéndose en su asiento—. Una facción busca la paz mientras que otra hace todo lo posible por destruirnos.
—Sea lo que sea, planifico basándome en lo peor —dijo Dalinar, mirando a Sadeas—. Me dirigiré al centro de las Llanuras Quebradas, bien para derrotar definitivamente a los parshendi, bien para aceptar su rendición y desarme… pero hace falta tiempo para organizar esa expedición. Tendré que entrenar a mis hombres para una operación extensa y enviar exploradores que tracen nuevos mapas del centro de las Llanuras. Además, habré de elegir algunos nuevos portadores.
—¿Nuevos portadores? —preguntó Roion, alzando con curiosidad la cabeza, tan similar a la de una tortuga.
—Pronto poseeré más esquirlas —dijo Dalinar.
—¿Y se nos permite conocer la fuente de tan sorprendente tesoro? —preguntó Aladar.
—Claro, Adolin os las va a ganar a todos vosotros.
Algunos de los presentes se rieron, como si se tratara de una broma, aunque Dalinar no parecía haber pretendido que lo fuera. Volvió a sentarse, y los demás interpretaron su gesto como el final de la reunión. Una vez más, pareció que era Dalinar, y no el rey, quien gobernaba realmente.
«Todo el equilibrio de poder ha cambiado aquí —pensó Shallan—. Igual que la naturaleza de la guerra». Las notas de Jasnah sobre la corte habían quedado obsoletas.
—Bueno, supongo que ahora me acompañarás de vuelta a mi campamento —le dijo Sebarial, poniéndose en pie—. Lo que significa que esta reunión no ha sido la habitual pérdida de tiempo, solo escuchando a esos gallitos hacerse amenazas veladas unos a otros… En realidad me ha costado dinero.
—Podría ser peor —dijo Shallan, ayudando al hombre a levantarse, ya que parecía un poco inestable. Una vez en pie, él liberó su brazo.
—¿Peor? ¿Cómo?
—Yo podría ser aburrida además de cara.
Él la miró, luego se echó a reír.
—Supongo que tienes razón. Bueno, vamos.
—Un momentito —dijo Shallan—. Ve tú delante, y te alcanzaré en tu carruaje.
Se marchó en busca del rey, a quien comunicó directamente la noticia de la muerte de Jasnah. Él se lo tomó con regia dignidad. Probablemente Dalinar le había informado ya.
Terminada la tarea, buscó a las escribas del rey. Poco después, dejó la sala de audiencias y encontró a Vathah y a Gaz esperando nerviosos en el exterior. Le entregó a Vathah una hoja de papel.
—¿Qué es esto? —preguntó él, dándole la vuelta al papel.
—Un indulto. Sellado por el rey. Para ti y tus hombres. Pronto recibiremos otros escritos específicos con el nombre de cada uno, pero mientras tanto esto evitará que os arresten.
—No puedo creerlo —dijo Vathah al tiempo que examinaba el escrito, aunque obviamente no podía encontrarle sentido—. Tormentas, ¿de verdad has cumplido tu palabra?
—Pues claro —dijo Shallan—. Te advierto que solo cubre los delitos pasados, así que di a tus hombres que se comporten. Ahora, vámonos. He buscado un sitio para alojarnos.