La forma meditación hecha para la paz, se dice.

Forma de enseñanza y consuelo.

Cuando la usaron los dioses, en cambio,

se convirtió en forma de mentiras y desolación.

De La canción de las clasificaciones de los oyentes, estrofa 33

Shallan cerró los ojos de Bluth, sin mirar el agujero abierto en su torso por el que asomaban las entrañas sanguinolentas. A su alrededor, los trabajadores recuperaban lo que podían del campamento. La gente gemía, aunque algunos de aquellos lamentos se apagaron cuando Vathah fue ejecutando a los bandidos uno por uno.

Shallan no lo detuvo. Hacía su trabajo sombríamente, y cuando pasó por su lado no la miró. «Está pensando que estos bandidos podrían haber sido fácilmente sus hombres y él —pensó Shallan, mirando de nuevo a Bluth, su rostro muerto iluminado por las llamas—. ¿Qué separa a los héroes de los villanos? ¿Un discurso en la noche?».

Bluth no era la única baja del ataque; Vathah había perdido a siete soldados. Habían matado a más del doble de bandidos. Agotada, Shallan se levantó, pero vaciló al ver que algo sobresalía en la chaqueta de Bluth. Se agachó y abrió la prenda.

Allí, en el bolsillo, estaba el dibujo que ella le había hecho. El que lo mostraba no como era, sino como ella imaginaba que podría haber sido. Un soldado en un ejército, con un uniforme radiante. Los ojos al frente, en vez de mirando al suelo todo el tiempo. Un héroe.

¿Cuándo lo había cogido del cuaderno? Shallan lo soltó y lo dobló, alisando las arrugas.

—Me equivoqué —susurró—. Eras una buena forma de volver a iniciar mi colección, Bluth. Lucha bien por el Todopoderoso en tu sueño, valiente.

Se levantó y contempló el campamento. Varios de los parshmenios de la caravana arrastraban cadáveres hacia las hogueras para incinerarlos. La intervención de Shallan había rescatado a los mercaderes, pero no sin grandes bajas. No las había contado, pero parecían elevadas. Docenas de muertos, incluyendo a la mayoría de los guardias de la caravana, entre ellos el hombre iriali que había encontrado antes.

Agotada, Shallan quiso arrastrarse a su carreta y acurrucarse para dormir. En cambio, se fue a buscar a los líderes de la caravana.

La exploradora de antes, demacrada y cubierta de sangre, estaba de pie junto a una mesa de viaje, donde hablaba con un hombre mayor y barbudo que tenía una gorra de fieltro. Sus ojos eran azules, y se pasaba los dedos por la barba mientras examinaba una lista que le había traído la mujer.

Los dos alzaron la cabeza cuando Shallan se acercó. La mujer se llevó la mano a la espada; el hombre continuó acariciándose la barba. Cerca, los trabajadores de la caravana rebuscaban en los contenidos de una carreta que había volcado, desparramando fardos de tela.

—Y aquí está nuestra salvadora —dijo el hombre—. Brillante, los vientos mismos no pueden hablar de tu majestuosidad o de lo maravilloso de tu llegada providencial.

Shallan no se sentía majestuosa. Se sentía cansada, dolorida, y malhumorada. Sus pies descalzos, ocultos por lo largo de sus faldas, habían empezado a dolerle de nuevo, y su habilidad para tejer con luz se había agotado. Su vestido parecía casi tan pobre como el de una mendiga, y su pelo, aunque trenzado, era un absoluto caos.

—¿Eres el dueño de la caravana? —preguntó Shallan.

—Mi nombre es Macob —respondió el hombre. Ella no acertó a identificar su acento. No era thayleño ni alezi—. Ya conoces a mi socia, Tyn —indicó a la mujer con la cabeza—. Es la jefa de nuestros guardias. Tanto sus soldados como mis artículos se han visto… menguados tras los encuentros de esta noche.

Tyn se cruzó de brazos. Seguía llevando su gabán pardo, y a la luz de las esferas de Macob Shallan pudo ver que era de buen cuero. ¿Cómo interpretar a una mujer que vestía como un soldado y llevaba una espada al cinto?

—Le estaba contando a Macob tu oferta —dijo Tyn—. Lo de antes, en la colina.

Macob se echó a reír, un sonido incongruente considerando el ambiente que los rodeaba.

—Oferta, lo llama. ¡Mi asociada tiene la impresión de que en realidad fue una amenaza! Esos mercenarios trabajan obviamente para ti. Nos preguntamos cuáles son tus intenciones para esta caravana.

—Los mercenarios no trabajaban para mí antes —contestó Shallan—, pero lo hacen ahora. Hizo falta un poco de persuasión.

Tyn alzó una ceja.

—Debe de haber sido una persuasión bastante poderosa, brillante…

—Shallan Davar. Todo lo que te pido es lo que le dije a Tyn antes. Acompañadme a las Llanuras Quebradas.

—Sin duda eso podrán hacerlo tus soldados —dijo Macob—. No necesitas nuestra ayuda.

«Os quiero para que recordéis a los “soldados” lo que han hecho», pensó Shallan. Su intuición le decía que cuantos más recordatorios de la civilización tuvieran los desertores, mejor estaría ella.

—Son soldados —dijo Shallan—. No tienen ni idea de cómo tratar adecuadamente a una dama ojos claros. En cambio tú tienes bonitas carretas y mercancías en abundancia. No sé si te habrás fijado en mi humilde aspecto, pero necesito desesperadamente un poco de lujo. Prefiero no llegar a las Llanuras Quebradas pareciendo una vagabunda.

—Podríamos utilizar a sus soldados —intervino Tyn—. Mis fuerzas han quedado muy mermadas. —Inspeccionó de nuevo a Shallan, esta vez con curiosidad. No era una mirada hostil.

—Entonces haremos un trato —propuso Macob, sonriendo de oreja a oreja y extendiendo la mano sobre la mesa hacia Shallan—. En agradecimiento por mi vida, me encargaré de que tengas nuevos vestidos y buena comida durante nuestro viaje. Tus hombres y tú aseguraréis nuestra seguridad durante el resto del camino, y cuando nos separemos, estaremos en paz.

—De acuerdo —asintió Shallan, estrechando su mano—. Os permitiré que os unáis a mí, tu caravana a la mía.

Macob vaciló.

—Tu caravana.

—Sí.

—¿Y tu autoridad, entonces, supongo?

—¿Acaso te sorprende?

Él suspiró, pero no retiró la mano.

—No, supongo que no. Supongo que no. —Le soltó la mano, y luego señaló a un par de personas que esperaban junto a las carretas. Tvlakv y Tag—. ¿Y esos?

—Son míos —dijo Shallan—. Yo me encargaré de ellos.

—Mantenlos en la parte de atrás de la caravana, por favor —dijo Macob, torciendo el gesto—. Oficio sucio. Preferiría que nuestra caravana no apestara a esa mercancía. Sea como sea, es mejor que reúnas a tu gente. Habrá una alta tormenta pronto. Después de haber perdido las carretas, no nos sobran refugios.

Shallan los dejó y cruzó el valle, procurando que no la afectara el hedor a sangre mezclado con el tufo a quemado. Una forma se separó de la oscuridad y se situó a su lado. A pesar de estar a la luz, Vathah no parecía menos intimidatorio.

—Dime —pidió Shallan.

—Algunos de mis hombres han muerto —expuso, con voz inexpresiva.

—Murieron haciendo muy buen trabajo —dijo Shallan—, y las familias de los que vivieron los bendecirán por su sacrificio.

Vathah la agarró por el brazo, obligándola a detenerse. Su tenaza fue firme, incluso dolorosa.

—No tienes el mismo aspecto de antes —dijo. Ella no se había dado cuenta de lo alto que era—. ¿Me confundieron mis ojos? Allí, en la oscuridad, vi a una reina. Ahora solo se me presenta una niña.

—Quizá viste lo que tu conciencia necesitaba que vieras —replicó Shallan, tirando sin éxito de su brazo. Se ruborizó.

Vathah se inclinó hacia ella. Su aliento no era particularmente agradable.

—Mis hombres han hecho cosas peores que esta —susurró, señalando con la otra mano a los muertos que estaban quemando—. En las tierras salvajes, robamos. Matamos. ¿Crees que lo ocurrido una noche nos absuelve? ¿Crees que una noche detendrá las pesadillas?

Shallan sintió un vacío en el estómago.

—Si vamos contigo a las Llanuras Quebradas, somos hombres muertos —prosiguió Vathah—. Nos ahorcarán en el momento en que regresemos.

—Mi palabra…

—¡Tu palabra no significa nada, mujer! —gritó él, apretando su tenaza.

—Deberías soltarla —intervino Patrón tranquilamente desde atrás.

Vathah se dio la vuelta, pero no había nadie cerca. Shallan divisó a Patrón detrás del uniforme de Vathah cuando este se volvió.

—¿Quién ha dicho eso? —exigió Vathah.

—Yo no he oído nada —dijo Shallan, consiguiendo parecer tranquila.

—Deberías soltarla —repitió Patrón.

Vathah miró de nuevo a su alrededor y luego de nuevo a Shallan, que lo miró a su vez, impávida. Incluso forzó una sonrisa.

La soltó y se frotó la mano en los pantalones antes de retirarse. Patrón se deslizó por su espalda y su pierna hasta llegar al suelo, luego corrió hacia Shallan.

—Ese será un problema —dijo Shallan, frotándose el lugar donde la había agarrado.

—¿Es una forma de hablar? —preguntó Patrón.

—No. Lo digo en serio.

—Curioso —dijo Patrón, viendo retirarse a Vathah—, porque creo que es ya un problema.

—Cierto.

Ella continuó dirigiéndose hacia Tvlakv, que estaba sentado en el asiento de su carreta, con las manos cruzadas. Le sonrió al verla llegar, aunque ese día su expresión parecía particularmente forzada.

—Bien —dijo, como sin darle importancia—, ¿lo sabías desde el principio?

—¿Saber qué? —preguntó Shallan, cansada, indicando a Tag que se marchara para poder hablar con Tvlakv en privado.

—El plan de Bluth.

—Por favor, cuéntamelo.

—Obviamente —dijo Tvlakv—, estaba conchabado con los desertores. Esa primera noche, cuando volvió corriendo al campamento, se había reunido con ellos y prometió dejar que nos alcanzaran a cambio de compartir las riquezas. Por eso no te mataron inmediatamente cuando fuiste a hablar con ellos.

—¿Ah, sí? —preguntó Shallan—. En ese caso, ¿por qué volvió Bluth y nos alertó esa noche? ¿Por qué huyó con nosotros, en vez de dejar que sus «amigos» nos mataran allí mismo?

—Quizá solo se reunió con unos cuantos —aventuró Tvlakv—. Sí, encendieron fuegos en aquella colina en la noche para hacernos pensar que había más, y entonces sus amigos fueron a congregar un grupo más grande… Y… —Se desinfló—. Tormentas. Eso no tiene ningún sentido. Pero ¿cómo, por qué? Deberíamos estar muertos.

—El Todopoderoso nos protegió —declaró Shallan.

—El Todopoderoso es una farsa.

—Más te vale que lo sea —dijo Shallan, acercándose a la parte trasera del carro de Tag—. Porque si no es así, entonces Condenación misma espera a los hombres como tú. —Inspeccionó la jaula. Cinco esclavos con sucias ropas se acurrucaban dentro, cada uno de ellos con aspecto de estar solo, aunque estaban hacinados unos contra otros.

—Ahora son míos —le dijo a Tvlakv.

—¡Qué! —El hombre se incorporó—. Te…

—Te he salvado la vida, listillo —dijo Shallan—. Me darás estos esclavos como pago. Ese es el precio por la protección que mis soldados brindaron a tu vida indigna.

—Esto es un robo.

—Es justicia. Si no estás de acuerdo, presenta una queja al rey cuando lleguemos a las Llanuras Quebradas.

—No voy a ir a las Llanuras Quebradas —escupió Tvlakv—. Ahora tienes a otros que te acompañen, brillante. Yo voy al sur, como me propuse inicialmente.

—Entonces lo harás sin estos —dijo Shallan, sacando la llave que le habían dado para entrar en su carreta con intención de abrir la jaula—. Me darás sus papeles de esclavitud. Y que el Padre Tormenta te ayude si no está todo en orden, Tvlakv. No hay falsificación que se me escape.

Ni siquiera había visto nunca un papel de esclavitud, y desde luego no sabría distinguir si era falso o no. Pero eso no le importaba. Estaba cansada, frustrada y ansiosa por que esa noche diera a su fin.

Uno a uno, los cinco vacilantes esclavos bajaron del carro, con barbas hirsutas y sin camisa. Su viaje con Tvlakv no había sido agradable, pero comparado con lo que habían vivido esos hombres había resultado un auténtico lujo. Varios contemplaron la oscuridad que los rodeaba, como ansiosos.

—Podéis huir si queréis —dijo Shallan en un tono más suave—. No os perseguiré. Sin embargo, necesito sirvientes, y os pagaré bien. Seis marcos de fuego a la semana si estáis de acuerdo en dedicar cinco de ellos a cancelar vuestra deuda de eslavos. Uno si no.

Uno de los hombres ladeó la cabeza.

—Entonces… ¿recibimos la misma cantidad de todas formas? ¿Qué sentido tiene eso?

—El mejor —dijo Shallan, volviéndose hacia Tvlakv, que rumiaba en su asiento—. Tienes tres carros pero solo dos conductores. ¿Me venderás el tercer carromato? —No necesitaría el chull: Macob tendría alguno que podría usar, ya que varios de sus carros se habían quemado.

—¿Vender el carro? ¡Bah! ¿Por qué no me lo robas?

—Deja de comportarte como un niño, Tvlakv. ¿Quieres mi dinero o no?

—Cinco broams de zafiro —replicó él—. Y a ese precio es un robo. No discutas lo contrario.

Ella no sabía si era un robo o no, pero podía permitírselo, con las esferas que tenía, aunque la mayoría fueran opacas.

—No puedes llevarte a ningún parshmenio —repuso Tvlakv.

—Quédatelos —dijo Shallan. Tendría que hablar con el jefe de la caravana para conseguir calzado y ropa para sus criados.

Mientras se dirigía a ver si podía usar un chull de los que le sobraban a Macob, pasó ante un grupo de trabajadores de la caravana que esperaban junto a una de las hogueras. Los desertores arrojaron el último cadáver (uno de los suyos) a las llamas, y luego retrocedieron, secándose la frente.

Una de las mujeres ojos oscuros de la caravana se adelantó y le entregó una hoja de papel a uno de los antiguos desertores. El hombre la cogió, rascándose la barba. Era el hombre bajo y tuerto que había hablado durante el discurso de Shallan. Alzó la hoja hacia los demás. Era una oración hecha con runas familiares, pero no de duelo, como Shallan había esperado. Era una oración de agradecimiento.

Los que habían sido desertores se reunieron ante las llamas y miraron la oración. Entonces se volvieron hacia el otro lado y, como si las vieran por primera vez, contemplaron a las dos docenas de personas que había allí observando en el silencio de la noche. Algunos tenían lágrimas en las mejillas, otros llevaban a niños de la mano. Shallan no había reparado en los niños antes, pero no le sorprendió verlos. Los trabajadores de las caravanas se pasaban la vida viajando, y sus familias los acompañaban.

Shallan se detuvo tras la gente de la caravana, la mayoría oculta en la oscuridad. Los desertores no parecían saber cómo reaccionar, rodeados por aquella constelación de ojos agradecidos y lloros de gratitud. Finalmente, quemaron la oración. Shallan inclinó la cabeza mientras lo hacían, como hicieron la mayoría de los que observaban.

Los dejó sintiéndose más nobles, contemplando las cenizas de aquella oración elevarse hacia el Todopoderoso.

Palabras radiantes
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