En cuanto a Ishi’Elin, al principio la suya fue la parte más importante; él comprendía realmente las implicaciones de que se concedieran las potencias a los hombres y se les confiara su organización; como tenía grandes poderes, hizo saber que destruiría a todos y cada uno, a menos que accedieran a estar limitados por leyes y preceptos.

De Palabras radiantes, capítulo 2, página 4

Shallan despertó al oír un zumbido. Abrió los ojos y se encontró acurrucada en la lujosa cama de la mansión de Sebarial. Se había quedado dormida vestida.

El zumbido era Patrón en la colcha que tenía al lado. Parecía como si fuera de encaje bordado. Habían corrido las cortinas (ella no recordaba haberlo hecho) y fuera estaba oscuro. Era la noche del día de su llegada a las Llanuras.

—¿Ha entrado alguien? —le preguntó a Patrón, sentándose en la cama y apartando de sus ojos unos mechones.

—Mmm. Álguienes. Se han ido ya.

Shallan se levantó y se dirigió a la sala de estar. Por los ojos de Ceniza, apenas se atrevía a pisar la impoluta alfombra blanca. ¿Y si dejaba huellas y la estropeaba?

Los «álguienes» de Patrón habían dejado comida en la mesa. De pronto Shallan sintió hambre, se sentó en el sofá, alzó la tapa de la bandeja y encontró pan ácimo que habían horneado con pasta dulce en el centro, junto con salsas para mojar.

—Recuérdame que le dé las gracias a Palona por la mañana —dijo—. Esa mujer es divina.

—Mmm. No, creo que es… Ah… ¿Una exageración?

—Lo pillas rápido —dijo Shallan mientras Patrón se convertía en una masa tridimensional de líneas retorcidas, una bola flotando en el aire sobre el asiento junto a ella.

—No. Soy demasiado lento. Prefieres algunos alimentos y no otros. ¿Por qué?

—Por el sabor —dijo Shallan.

—Debería entender este mundo. Pero no, hay muchas cosas que se me escapan.

Tormentas. ¿Cómo describir el sabor?

—Es como el color… ves con la boca. —Shallan hizo una mueca—. Esa sí que ha sido una metáfora horrible. Lo siento. Me cuesta pensar con el estómago vacío.

—Dices que piensas «con» el estómago —dijo Patrón—. Pero sé que no lo dices en serio. El contexto me permite deducir lo que quieres decir en realidad. En cierto modo, esa frase es una mentira.

—No es una mentira si todo el mundo entiende y sabe lo que significa.

—Mmm. Esas son algunas de las mejores mentiras.

—Patrón —dijo Shallan, partiendo un trozo de pan ácimo—, a veces eres tan inteligible como un bavlandés intentando citar poesía vorin antigua.

Una nota junto a la comida informaba de que Vathah y sus soldados habían llegado y que habían sido instalados en un edificio cercano. Sus esclavos habían sido incorporados al personal de la mansión por el momento.

Mientras masticaba el pan (estaba delicioso), Shallan se dirigió a sus baúles con la intención de desempaquetar. Sin embargo, cuando abrió el primero, se encontró ante una parpadeante luz roja. La vinculacañas de Tyn.

Shallan se la quedó mirando. Sería la persona que le transmitía información a Tyn. Shallan asumía que se trataba de una mujer, aunque como la estación transmisora de información estaba en Tashikk, era posible que ni siquiera fuera vorin. Podía tratarse de un hombre.

Sabía tan poco… Tendría que ser muy prudente. Tormentas, podía hacer que la mataran incluso yendo con mucho cuidado. Sin embargo, estaba cansada de que la manipularan.

Esta gente sabía algo de Urithiru. Fuera peligroso o no, era la mejor pista que tenía. Sacó la vinculacañas, cargó de papel el teclado, y colocó la caña. Cuando giró el dial para indicar que estaba lista, la pluma permaneció flotando allí, inmóvil, pero no empezó a escribir inmediatamente. La persona que intentaba contactar con ella se había ido: la pluma podía estar allí parpadeando durante horas. Tendría que esperar a que su corresponsal regresara.

—Qué inconveniente —dijo, pero luego sonrió para sí mismo. ¿Se quejaba de verdad por tener que esperar unos pocos minutos para comunicarse instantáneamente con alguien a medio mundo de distancia?

«Tendré que encontrar un modo de contactar con mis hermanos», pensó. Sin una vinculacañas sería incómodamente lento. ¿Podría transmitir un mensaje a través de una de las estaciones de Tashikk usando quizás un intermediario distinto?

Volvió a sentarse en el sofá, con la pluma y la mesa de escribir cerca de la bandeja de comida, y revisó el fajo de comunicaciones previas que Tyn había intercambiado con esta persona lejana. No eran muchas. Tyn probablemente las había ido destruyendo. Las que quedaban se referían a preguntas relacionadas con Jasnah, la casa Davar y los Sangre Espectral.

Un detalle le llamó la atención. La forma en que Tyn hablaba de este grupo no era la de una ladrona y sus jefes. Tyn hablaba de «llevarse bien» y «ascender» dentro de los Espectros.

—Patrón —dijo Patrón.

—¿Qué? —preguntó Shallan, mirándolo.

—Patrón —respondió él—. En las palabras. Mmm.

—¿En esta hoja? —preguntó Shallan, alzando la página.

—Allí y en otras. ¿Ves las primeras palabras?

Shallan frunció el ceño e inspeccionó las hojas. En cada una de ellas, las primeras palabras pertenecían al escritor de otro lado. Una sencilla frase preguntando por la salud o el estatus de Tyn, que respondía siempre también con sencillez.

—No comprendo —dijo Shallan.

—Forman grupos de cinco —dijo Patrón—. Quintetos, las letras. Mmm. Cada mensaje sigue un patrón: las primeras tres palabras empiezan cada una con tres de las letras del quinteto. La respuesta de Tyn, con las dos que faltan.

Shallan lo examinó, aunque no acababa de entender lo que quería decir Patrón. Él lo volvió a explicar, y entonces le pareció captarlo, aunque el patrón era complejo.

—Un código —dijo Shallan. Tenía sentido: era necesario corroborar que la persona adecuada estaba al otro extremo de la vinculacañas. Se ruborizó al darse cuenta de que casi había estropeado esta oportunidad. Si Patrón no lo hubiera visto, o si la vinculacañas hubiera empezado a escribir inmediatamente, Shallan se habría descubierto.

No podía hacer esto. No podía infiltrarse en un grupo lo bastante hábil y poderoso para eliminar a la propia Jasnah. No podía, simplemente.

Y sin embargo tenía que hacerlo.

Sacó su cuaderno de bocetos y empezó a dibujar, dejando que sus dedos se movieran por su cuenta. Necesitaba ser mayor, pero no demasiado. Sería ojos oscuros. La gente haría comentarios si una ojos claros que no conocían se movía por el campamento. Una ojos oscuros, en cambio, sería más invisible. Sin embargo, para la gente adecuada, podría parecer que estaba usando las gotas.

Cabello oscuro. Largo, como su pelo real, pero no rojo. La misma altura, la misma constitución, pero un rostro muy diferente. Rasgos algo ajados, como los de Tyn. Una cicatriz en la barbilla, una cara mucho más angulosa. No tan bonita, pero tampoco fea. Más… seria.

Absorbió luz tormentosa de la lámpara que tenía al lado y esa energía le permitió dibujar más rápidamente. No era entusiasmo. Era la necesidad de seguir adelante.

Terminó con una floritura y encontró un rostro mirándola desde la página, casi vivo. Shallan exhaló luz y la sintió envolverla, arremolinarse a su alrededor. Su visión se nubló durante un momento y solo vio el resplandor de aquella luz tormentosa que se difuminaba.

Entonces desapareció. Shallan dejó de sentirse diferente. Se tocó la cara. Era la misma. ¿Había…?

El mechón de pelo que caía sobre su hombro era negro. Shallan lo miró, luego se levantó del asiento, ansiosa y tímida al mismo tiempo. Se dirigió al cuarto de baño y se acercó al espejo que allí había, para ver un rostro transformado, un semblante de piel bronceada y ojos oscuros. El rostro de su dibujo, con color y vida.

—Funciona… —susurró. Esto era más que modificarse el vestido o hacerse parecer mayor, como había hecho antes. Era una transformación completa—. ¿Qué podemos hacer con esto?

—Cualquier cosa que imaginemos —dijo Patrón desde la pared cercana—. O lo que imagines tú. No se me da bien manejar lo que no es. Me gusta el… sabor… de esto. —Pareció muy satisfecho consigo mismo por el comentario.

Había algo que fallaba. Shallan frunció el ceño, alzó el dibujo y advirtió que había dejado un punto sin terminar al lado de la nariz. El tejido de luz no cubría su nariz por completo en ese punto, y tenía una especie de agujero difuso en el lado. Era pequeño; cualquier otra persona probablemente solo lo consideraría una extraña cicatriz. Sin embargo a ella le parecía escandaloso y ofendía su sentido artístico.

Retocó el resto de la nariz. La había hecho ligeramente más grande que la de verdad, y podía extender la mano a través de la imagen para tocársela. La imagen no tenía sustancia. De hecho, si movía el dedo rápidamente por encima de la punta de la nariz falsa, se convertía en luz tormentosa, como humo que hubiera dispersado una ráfaga de viento.

Retiró los dedos y la imagen volvió a su sitio, aunque todavía tenía un agujero en el lado. Un dibujo torpe por su parte.

—¿Cuánto tiempo durará la imagen? —preguntó.

—Se alimenta de luz —dijo Patrón.

Shallan sacó las esferas de su bolsa segura. Todas estaban opacas: probablemente las había usado en la conversación con los altos príncipes. Cogió una de la lámpara de la pared, sustituyéndola por una esfera opaca del mismo valor, y la llevó en su puño.

Shallan volvió a la sala de estar. Necesitaría un atuendo distinto, naturalmente. Una mujer ojos oscuros no…

La vinculacañas estaba escribiendo.

Shallan corrió al sofá y contuvo la respiración cuando vio aparecer las palabras. «Creo que la información que tengo hoy funcionará». Una simple introducción, pero seguía el patrón del código.

—Mmm —dijo Patrón.

Necesitaba que las dos primeras palabas de su respuesta empezaran con las letras adecuadas. «Pero dijiste eso la última vez», escribió, esperando completar el código.

«No te preocupes —escribió el mensajero—. Te gustará esto, aunque quizá sea justo de tiempo. Quieren reunirse».

«Bien», respondió Shallan, relajándose… y bendiciendo el tiempo que Tyn había pasado obligándola a practicar las técnicas de falsificación. Lo había hecho con rapidez, pero las sugerencias de Tyn le permitían imitar la escritura más descuidada de la mujer con considerable habilidad.

«Quieren reunirse esta noche, Tyn», escribió la caña.

¿Esa noche? ¿Qué hora era? Un reloj en la pared indicaba que era media primera campanada nocturna pasada. Era solo la primera luna, justo después de oscurecer. Cogió la vinculacañas y empezó a escribir: «No sé si estoy preparada», pero se detuvo. Tyn no lo habría dicho así.

«No estoy lista», escribió en cambio.

«Insistieron —respondió el corresponsal—. Por eso intenté contactar contigo antes. Al parecer, la pupila de Jasnah ha llegado hoy. ¿Qué ha pasado?».

«No es asunto tuyo», replicó Shallan, reproduciendo el tono que Tyn había usado previamente en estas conversaciones. La persona al otro lado de la comunicación era un criado, no un colega.

«Desde luego —escribió la caña—. Pero quieren reunirse contigo esta noche. Si te niegas, podrían cortar los vínculos».

¡Padre Tormenta! ¿Esta noche? Shallan se pasó los dedos por el pelo mientras miraba la página. ¿Podría hacerlo esta noche?

¿Cambiaría realmente algo esperar?

Con el corazón desbocado, escribió: «Creí que tenía prisionera a la pupila de Jasnah, pero la chica me traicionó. No estoy bien. Pero enviaré a mi aprendiz».

«¿Otra, Tyn? —escribió la caña—. ¿Después de lo que pasó con Si? De todas formas, dudo de que quieran reunirse con una aprendiz».

«No tienen otra opción», escribió Shallan.

Tal vez podría haber creado a su alrededor un tejido de luz que la hiciera parecer Tyn, pero no creía estar preparada para hacer algo así. Fingir ser alguien que ella misma se había inventado ya sería lo bastante difícil, pero ¿imitar a una persona concreta? La descubrirían con toda seguridad.

«Voy a ver», escribió el mensajero.

Shallan esperó. En la lejana Tashikk, el mensajero estaría sacando otra vinculacañas y actuando como intermediario ante los Sangre Espectral. Shallan se entretuvo mientras comprobaba la esfera que había traído del cuarto de baño.

Su luz se había reducido al mínimo. Mantener este tejido de luz le exigiría llevar encima un puñado de esferas infusas.

La vinculacañas empezó a escribir de nuevo. «Aceptan. ¿Puedes llegar rápidamente al campamento de Sebarial?».

«Creo que sí —escribió Shallan—. ¿Por qué allí?».

«Es uno de los pocos que tienen las puertas abiertas toda la noche —escribió el corresponsal—. Hay un edificio donde tus jefes se reunirán con tu aprendiz. Te dibujaré un mapa. Que tu aprendiz llegue al cenit de Salas. Buena suerte».

Siguió un dibujo que indicaba el emplazamiento. ¿Al cenit de Salas? Tendría veinticinco minutos, y no conocía el campamento. Shallan se puso en pie de un salto y a continuación se detuvo. No podía ir así, vestida como una ojos claros. Corrió al baúl de Tyn y empezó a buscar ropa.

Unos minutos después se plantó delante del espejo, vestida con unos pantalones marrones holgados, una camisa blanca y un fino guante en su mano segura. Se sentía desnuda con la mano expuesta de esa forma. Los pantalones no estaban tan mal: las mujeres ojos oscuros los llevaban cuando trabajaban en la plantación allá en casa, aunque nunca había visto a una dama ojos claros usarlos. Pero ese guante…

Se estremeció, advirtiendo que su rostro falso se ruborizaba. La nariz se movía cuando fruncía la suya también. Era buena cosa, aunque había esperado poder disimular su vergüenza.

Sacó uno de los blancos gabanes de Tyn. Era rígido y le llegaba hasta la caña de las botas, y se lo ató a la cintura con un grueso cinturón negro de piel de cerdo, de modo que quedó cerrado casi entero por la parte delantera, como lo llevaba Tyn. Terminó cambiando las esferas de su bolsa por las esferas infusas de las lámparas de la habitación.

Aquel defecto de su nariz seguía molestándole. «Algo para darle sombra a la cara», pensó, corriendo al baúl. Sacó de allí el sombrero blanco de Bluth, el que tenía las alas que se doblaban hacia arriba. Esperaba que le sentara mejor a ella que a Bluth.

Se lo puso, regresó al espejo y descubrió que le gustaba cómo cubría su cara. Se veía un poco tonta. Pero claro, todo lo de este atuendo le parecía tonto. ¿Una mano enguantada? ¿Guantes? El gabán parecía impresionante en Tyn: indicaba experiencia y sensación de estilo personal. Cuando Shallan lo llevaba, parecía que estaba fingiendo. A través de la ilusión veía a la muchacha asustada de la rural Jah Keved.

«La autoridad no es algo real. —Las palabras de Jasnah—. Son meros vapores: una ilusión. Yo puedo crear esa ilusión… igual que tú».

Shallan se irguió, enderezó el sombrero, luego se dirigió al dormitorio y se guardó unas cuantas cosas en los bolsillos, incluyendo el mapa del lugar donde tenía que ir. Se acercó a la ventana y la abrió. Por fortuna, estaba en la planta baja.

—Allá vamos —le susurró a Patrón.

Y salió a la noche.

Palabras radiantes
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