Nuestros dioses nacieron siendo fragmentos de un alma,
un alma que pretende tomar el control,
Destruye todas las tierras que contempla, con rencor.
Son sus spren, su don, su precio.
Pero las formas nocturnas hablan de vida futura,
un campeón retado. Una lucha que incluso él debe atender.
De La canción de los secretos de los oyentes, estrofa final
El alto príncipe Valam podría haber muerto, brillante Tyn —escribió la vinculacañas—. Nuestros informadores no lo saben con seguridad. Nunca gozó de buena salud y ahora hay rumores de que su enfermedad se lo ha llevado por fin. Sin embargo, sus fuerzas se preparan para tomar Vedenar, así que si está muerto es probable que su hijo bastardo esté fingiendo que sigue con vida».
Shallan se echó hacia atrás en su asiento, aunque la vinculacañas siguió escribiendo. Se movía aparentemente siguiendo su propia voluntad, en paralelo a un vinculacañas idéntica utilizada por los socios de Tyn en algún lugar de Tashikk. Habían acampado después de la alta tormenta, y Shallan se había reunido con Tyn en su magnífica tienda. El aire aún olía a lluvia, y el suelo de la tienda dejaba filtrar algo de agua que humedecía la alfombra. Shallan deseó haberse puesto sus enormes botas en vez de zapatillas.
¿Qué significaría para su familia que el alto príncipe estuviera muerto? Había sido uno de los principales problemas de su padre en los últimos días de su vida, y su casa se había endeudado buscando aliados con los que ganarse la atención del alto príncipe, o quizás tratando de destronarlo. Una guerra de sucesión podía meter presión a las familias que controlaban las deudas familiares, y eso podría hacer que fueran en busca de sus hermanos exigiendo que las pagaran. O, en cambio, el caos podría causar que los acreedores se olvidaran de los hermanos de Shallan y su insignificante casa. ¿Y qué sería de los Sangre Espectral? ¿La guerra de sucesión haría más o menos improbable que vinieran, exigiendo su moldeador de almas?
¡Padre Tormenta! Necesitaba más información.
La caña continuó moviéndose, escribiendo la lista de los que intentaban hacerse con el trono de Jah Keved.
—¿Conoces a alguno personalmente? —preguntó Tyn con los brazos cruzados mientras esperaba tras el escritorio—. Lo que está ocurriendo podría ofrecernos algunas oportunidades.
—Para estos tipos yo no era suficientemente importante —respondió Shallan con una mueca. Era verdad.
—De todas formas, tal vez nos interese ir a Jah Keved —dijo Tyn—. Conoces la cultura, la gente. Será útil.
—¡Es zona de guerra!
—La guerra significa desesperación, y la desesperación es nuestro pan, niña. Cuando terminemos tu asunto en las Llanuras Quebradas (y tal vez elijamos a un par de miembros más para nuestro equipo), probablemente querremos ir a visitar tu patria.
Shallan sintió una inmediata puñalada de culpabilidad. Por lo que decía Tyn, por las historias que contaba, había quedado claro que a menudo elegía tener a alguien como ella bajo su ala. Una acólita, alguien a quien formar. Shallan sospechaba que en parte eso se debía a que le gustaba tener a alguien cerca para impresionar.
«Su vida debe de ser tan solitaria… —pensó—. Siempre viajando, siempre tomando lo que pueda llevarse, sin dar nunca. Excepto de vez en cuando, a alguna joven ladrona a quien pueda instruir…».
Una extraña sombra se movió por la pared de la tienda. Patrón, aunque Shallan solo lo veía porque sabía dónde mirar. Podía ser prácticamente invisible cuando lo deseaba, aunque a diferencia de algunos spren, no podía desaparecer por completo.
La vinculacañas continuó escribiendo, ofreciendo a Tyn un informe más amplio de la situación en diversos países. Después de eso, hizo una curiosa declaración.
«He acudido a nuestros informadores en las Llanuras Quebradas —escribió la pluma—. Esos por los que preguntaste son, en efecto, hombres buscados. La mayoría son antiguos miembros del ejército del alto príncipe Sadeas. Y él no perdona a los desertores».
—¿Qué es esto? —preguntó Shallan, levantándose de su taburete y acercándose para mirar con más atención lo que escribía la pluma.
—Ya te comenté que tendríamos que discutirlo —dijo Tyn, cambiando el papel de la vinculacañas—. Como te he repetido varias veces, la vida que llevamos exige hacer algunas cosas desagradables.
«El líder, a quien llamas Vathah, vale una recompensa de cuatro broams de esmeralda —escribió la pluma—. El resto, dos broams cada uno».
—¿Recompensa? —preguntó Shallan—. ¡Les hice una promesa a esos hombres!
—¡Calla! —ordenó Tyn—. No estamos solas en el campamento, estúpida. Si quieres que muramos, lo único que tienes que hacer es permitir que oigan esta conversación.
—No vamos a entregarlos a cambio de dinero —dijo Shallan, en voz más baja—. Tyn, di mi palabra.
—¿Tu palabra? —Tyn se echó a reír—. Muchacha, ¿qué crees que somos? ¿Tu palabra?
Shallan se ruborizó. En la mesa, la vinculacañas continuó escribiendo, ajena al hecho de que ellas no le estaban prestando atención. Decía algo sobre un trabajo que Tyn había hecho antes.
—Tyn, Vathah y sus hombres pueden ser útiles.
Tyn sacudió la cabeza, se acercó a un lado de la tienda y se sirvió una copa de vino.
—Deberías estar orgullosa de lo que has hecho. Apenas tenías experiencia, y sin embargo dominaste a tres grupos separados, convenciéndolos de que te pusieran, prácticamente sin esferas ni autoridad ninguna, al mando. ¡Brillante!
»Pero ese es el tema. Las mentiras que decimos, los sueños que creamos, no son reales. No podemos permitir que sean reales. Puede que esta sea la lección más difícil que tengas que aprender.
Se volvió hacia Shallan con ademán severo, ya sin rastro de diversión.
—Cuando una buena timadora muere, a menudo es porque empieza a creerse sus propias mentiras. Encuentra algo bueno y quiere continuar. Sigue adelante, creyendo que puede manejarlo. Un día más, se dice. Un día más, y luego…
Tyn dejó caer la copa, que golpeó el suelo y manchó de vino rojo como la sangre el suelo de la tienda y la alfombra.
«Alfombra roja… Antes era blanca…».
—Tu alfombra —comentó Shallan, aturdida.
—¿Crees que puedo permitirme ir cargando con una alfombra cuando deje las Llanuras Quebradas? —preguntó Tyn en voz baja, pasando por encima del vino derramado y cogiendo a Shallan por el brazo—. ¿Crees que puedo llevarme algo de todo esto? No tiene sentido. Has mentido a esos hombres. Has creado una farsa y mañana, cuando entremos en el campamento, la verdad te golpeará en la cara como una bofetada.
»¿De verdad crees que podrás conseguir clemencia para estos hombres? ¿De alguien como el alto príncipe Sadeas? No seas tonta. Aunque puedas engañar a Dalinar, ¿quieres perder la poca credibilidad que puedas conseguir con el engaño para librar a unos asesinos del enemigo político de Dalinar? ¿Cuánto tiempo crees que podrías mantener esta mentira?
Shallan volvió a sentarse en el taburete, inquieta, tanto por Tyn como por ella misma. No debería sorprenderle que Tyn quisiera traicionar a Vathah y sus hombres: sabía lo que era Tyn, y había dejado que la mujer le enseñara. En realidad, Vathah y sus hombres probablemente se merecían el castigo.
Eso no significaba que Shallan fuera a traicionarlos. Les había dicho que podían cambiar. Les había dado su palabra.
«Mentiras…».
Por el mero hecho de haber aprendido a mentir no podía permitir que la mentira la gobernara. Pero ¿cómo proteger a Vathah sin molestar a Tyn? ¿Tenía siquiera otra opción?
¿Qué haría Tyn cuando Shallan demostrara que era en verdad la mujer prometida al hijo de Dalinar Kholin?
«¿Cuánto tiempo crees que podrías mantener esta mentira?».
—Bueno —dijo Tyn, sonriendo de oreja a oreja—. Esto sí es una buena noticia.
Shallan se sacudió de sus meditaciones y miró lo que la vinculacañas había estado escribiendo.
«En cuanto a tu misión en Amydlatn —leyó—, nuestros benefactores han escrito diciendo que están satisfechos. Quieren saber si recuperaste la información, aunque creo que para ellos este tema es secundario. Dieron a entender que habían recuperado la información que necesitan en otra parte, algo sobre una ciudad que han estado buscando.
»Por tu parte, no hay noticias de que el objetivo sobreviviera. Parece que sus preocupaciones por el fracaso de la misión son infundadas. Lo que pasó a bordo del barco juega a nuestro favor. El Placer del Viento se ha perdido con toda su tripulación. Jasnah Kholin está muerta».
Jasnah Kholin está muerta.
Shallan jadeó, boquiabierta. «Eso… no es…».
—Tal vez esos idiotas consiguieron terminar el trabajo —dijo Tyn, satisfecha—. Parece que me pagarán después de todo.
—Tu misión en Amydlatn era asesinar a Jasnah Kholin —susurró Shallan.
—Dirigir la operación, al menos —admitió Tyn, distraída—. Habría ido yo misma, pero no soporto los barcos. Esos mares revueltos me afectan al estómago…
Shallan no podía hablar. Tyn era una asesina. Tyn estaba detrás del ataque a Jasnah Kholin.
La vinculacañas seguía escribiendo.
«… algunas noticias interesantes. Preguntaste por la casa Davar de Jah Keved. Parece que Jasnah, antes de salir de Kharbranth, tomó una nueva pupila…».
Shallan extendió la mano hacia la vinculacañas. Tyn le detuvo la mano, abriendo mucho los ojos mientras la caña escribía unas últimas frases más.
«… una chica llamada Shallan. Pelo rojo. Piel clara. Nadie sabe mucho de ella. A nuestros informadores no les parecía importante hasta que pregunté por ella».
Shallan alzó la vista justo cuando lo hacía Tyn, y las dos mujeres se miraron a los ojos.
—Ah, Condenación —dijo Tyn.
Shallan trató de zafarse, pero la otra la levantó de la silla. La joven no pudo seguir el rápido movimiento de Tyn cuando esta la lanzó al suelo de bruces. La bota de la mujer se clavó en su espalda, dejándola sin aire y provocando una descarga de dolor por todo su cuerpo. La visión de Shallan se nubló mientras boqueaba en busca de aire.
—¡Condenación, Condenación! —exclamó Tyn—. ¿Eres la pupila de Kholin? ¿Sobrevivió?
—¡Socorro! —masculló Shallan, apenas capaz de hablar mientras intentaba arrastrarse hacia la pared de la tienda.
Tyn clavó una rodilla sobre la espalda de Shallan, dejándola de nuevo sin aire.
—Hice que mis hombres despejaran la zona alrededor de esta tienda. Me preocupaba que alertaras a los desertores de que íbamos a entregarlos. ¡Padre Tormenta! —Se arrodilló, acercando la cara al oído de Shallan. Cuando la muchacha se debatió, la agarró por el hombro y apretó con fuerza—. ¿Sobrevivió Jasnah?
—No —susurró Shallan, con los ojos llenos de lágrimas de dolor.
—Puede que te hayas dado cuenta de que el barco tiene dos camarotes muy agradables que contraté para nosotras a un precio bastante alto —dijo la voz de Jasnah tras ellas.
Tyn maldijo, se incorporó de un salto y se dio media vuelta para ver quién había hablado. Por supuesto, era Patrón. Shallan no le dio una oportunidad y siguió arrastrándose hacia la pared de la tienda. Vathah y los demás estaban ahí fuera, en alguna parte. Si pudiera…
Tyn le agarró la pierna y tiró de ella.
«No puedo escapar», pensó una parte primigenia de ella. El pánico brotó en su interior, trayendo recuerdos de días pasados en los que se había sentido completamente impotente. La violencia cada vez más destructiva de su padre. Una familia hecha pedazos.
Impotente.
«No puedo huir, no puedo huir, no puedo huir…».
«Lucha».
Shallan liberó una pierna y se rebulló, lanzándose contra Tyn. No volvería a sentirse impotente. ¡Nunca!
Tyn jadeó cuando Shallan la atacó con todas sus fuerzas. Una lucha frenética, furiosa, a arañazos. No sirvió de nada. Shallan apenas sabía pelear, y en unos instantes se encontró gimiendo de dolor por segunda vez. Tyn le enterró el puño en el estómago.
Shallan cayó de rodillas con las mejillas bañadas en lágrimas. Intentó inhalar, pero fue en vano. Tyn la golpeó en la sien, haciendo que su visión se nublara.
—¿De dónde ha salido eso? —le preguntó.
Shallan parpadeó y al alzar la cabeza advirtió que seguía viendo borroso. Estaba en el suelo de nuevo. Sus uñas habían dejado una serie de marcas ensangrentadas en la mejilla de Tyn, que se llevó la mano a la cara y vio que la retiraba teñida de rojo. Su expresión se ensombreció y extendió la mano hacia la mesa, donde estaba su espada envainada.
—Qué estropicio —gruñó—. ¡A la tormenta! Voy a tener que invitar a ese Vathah, para encontrar un modo de echarle la culpa por eso. —Desenvainó la espada.
Shallan consiguió ponerse de rodillas, pero sus piernas cedieron y la habitación rodó a su alrededor, como si todavía estuviera a bordo del barco.
—¿Patrón? —dijo con voz ahogada—. ¿Patrón?
Oyó algo en el exterior. ¿Gritos?
—Lo siento —dijo Tyn, con voz fría—. Voy a tener que acabar con esto de una vez. En cierto modo, me siento orgullosa de ti. Me has engañado. Se te habría dado bien este negocio.
«Calma —se dijo Shallan—. ¡Ten calma!».
Diez latidos.
Pero, para ella, no tenían que ser diez, ¿no?
«No. Tiene que ser. ¡Tiempo, necesito tiempo!».
Tenía esferas en la manga. Mientras Tyn se acercaba, Shallan inspiró profundamente. La luz tormentosa se convirtió en una rugiente tempestad en su interior y alzó la mano, lanzando un pulso de luz. No logró darle ninguna forma (seguía sin saber cómo hacerlo), pero durante un momento pareció que mostraba la imagen ondulante de Shallan, orgullosamente erguida como una mujer de la corte.
Tyn se detuvo en seco al ver la proyección de luz y color, luego blandió la espada ante ella. La luz onduló, disipándose en hilillos de humo.
—Así que me estoy volviendo loca —dijo—. Oigo voces. Tengo visiones. Supongo que una parte de mí no quiere hacer eso. —Avanzó, alzando la espada—. Lamento que hayas de aprender la lección de esta manera. A veces, tenemos que hacer cosas que no queremos, niña. Cosas difíciles.
Shallan rugió, extendiendo las manos hacia delante. La bruma se retorció y rebulló en sus manos mientras una brillante hoja plateada se formaba allí y atravesaba el pecho de Tyn. La mujer apenas tuvo tiempo de jadear de sorpresa mientras sus ojos se quemaban en su cráneo.
El cadáver de Tyn resbaló del arma hasta desplomarse.
—Cosas desagradables —masculló Shallan—. Sí. Creo que ya te lo había dicho. Ya he aprendido esa lección. Gracias. —Se arrastró hasta ponerse en pie, temblando.
La puerta de la tienda se abrió y Shallan se dio la vuelta, empuñando la hoja esquirlada con la punta hacia la entrada. Vathah, Gaz y unos cuantos soldados más se detuvieron, con las armas manchadas de sangre. Miraron primero a Shallan y luego al cadáver que yacía en el suelo con los ojos quemados, antes de volver a mirar a Shallan.
Ella se sintió aturdida. Quiso hacer desaparecer la espada, esconderla. Era terrible.
No lo hizo. Contuvo aquellas emociones y las reprimió profundamente en su interior. En ese momento necesitaba algo fuerte a lo que aferrarse, y el arma servía a ese propósito. Aunque la odiara.
—¿Los soldados de Tyn? —¿Era esa su voz, completamente fría, carente de emoción?
—¡Padre Tormenta! —exclamó Vathah mientras entraba en la tienda, con la mano en el pecho, mientras miraba la hoja esquirlada—. Esa noche, cuando te enfrentaste a nosotros, podrías habernos matado a todos, y también a los bandidos. Podrías haberlo hecho con tu propia…
—¡Los hombres de Tyn! —gritó Shallan.
—Muertos, brillante —respondió Red—. Oímos… oímos una voz. Diciéndonos que viniéramos a por ti, y no nos dejaron pasar. Entonces te oímos gritar, y…
—¿Era la voz del Todopoderoso? —preguntó Vathah en un susurro.
—Era mi spren —dijo Shallan—. Es todo lo que necesitáis saber. Registrad la tienda. Esta mujer fue contratada para asesinarme. —Era verdad, en cierto modo—. Puede que haya algún documento de quién la contrató. Traedme todo lo que encontréis con escritos.
Mientras ellos terminaban de entrar y se disponían a obedecer, Shallan se sentó en el taburete junto a la mesa. La vinculacañas seguía allí, flotando, detenida en la parte inferior de la página. Necesitaba una hoja nueva.
Shallan hizo desaparecer la hoja esquirlada.
—No habléis con los demás de lo que habéis visto aquí —le dijo a Vathah y sus hombres. Aunque lo prometieron rápidamente, ella dudaba de que cumplieran su palabra mucho tiempo. Las hojas esquirladas eran objetos casi míticos, ¿y una mujer empuñando una? Los rumores se extenderían. Justo lo que necesitaba.
«Estás viva a causa de esa maldita cosa —pensó para sí—. Otra vez. Deja de quejarte».
Cogió la vinculacañas, cambió el papel y colocó la punta en una esquina. Un momento después, el lejano cómplice de Tyn empezó a escribir de nuevo.
«Tus benefactores del trabajo en Amydlatn desean reunirse contigo —escribió el papel—. Parece que los Sangre Espectral tienen algo más para ti. ¿Te gustaría concertar una reunión con ellos en los campamentos de guerra?».
La pluma se detuvo en su sitio, esperando una respuesta. ¿Qué había dicho la vinculacañas más arriba? Que esta gente, los benefactores de Tyn, los Sangre Espectral, habían encontrado la información que buscaban… información sobre una ciudad.
Urithiru. La gente que había matado a Jasnah, la gente que amenazaba a su familia, buscaba también la ciudad. Shallan miró el papel y sus palabras durante largo rato mientras Vathah y sus hombres empezaban a sacar ropas del baúl de Tyn y golpeaban sus costados en busca de algo oculto.
«¿Te gustaría concertar una reunión con ellos…?».
Shallan cogió la vinculacañas, cambió los parámetros del fabrial y escribió una sola palabra.
«Sí».
Fin de la Segunda parte