Eshonai agitó la mano mientras subía a la torre central de Narak, tratando de espantar al diminuto spren que bailaba alrededor de su cabeza, desprendiendo anillos de luz de sus formas de cometa. Horrible criatura. ¿Por qué no la dejaba en paz?

Tal vez no podía alejarse. Después de todo, ella estaba experimentando algo maravillosamente nuevo. Algo que no se había visto en siglos. Forma de tormenta. Una forma de auténtico poder.

Una forma dada por los dioses.

Continuó subiendo los escalones, y a medida que lo hacía la armadura esquirlada iba tintineando. Se sentía bien con ella.

Llevaba ya quince días conteniendo esta forma, quince días de oír nuevos ritmos. Al principio, los había armonizado a menudo, pero eso ponía muy nervioso a su pueblo. Se retiró, y se obligó a armonizar los ritmos antiguos y familiares cuando hablaba.

Era difícil, pues aquellos antiguos ritmos eran muy aburridos. Enterrados dentro de los nuevos ritmos, cuyos nombres intuía de algún modo, casi podía oír voces hablándole. Aconsejándole. Si su pueblo hubiera tenido esa guía a lo largo de los siglos, sin duda no habrían caído tanto.

Eshonai llegó a lo alto de la torre, donde la esperaban los otros cuatro. Una vez más, su hermana Venli estaba allí, llevando también la nueva forma, con sus placas de armadura puntiagudas, sus ojos rojos, su flexible peligro. Esta reunión sería muy distinta a la anterior. Eshonai sorteó los nuevos ritmos, procurando no cantarlos. Los demás no estaban preparados todavía.

Se sentó, luego se quedó boquiabierta.

¡Aquel ritmo! Sonaba como… como su propia voz chillándole. Gritando de dolor. ¿Qué era eso? Sacudió la cabeza, y descubrió que por reflejo se había llevado la mano al pecho, llena de ansiedad. Cuando la abrió, brotaron spren como cometas.

Armonizó a Irritación. Los otros Cinco la miraron con las cabezas hacia un lado, un par canturreando a Curiosidad. ¿Por qué actuaba de esa manera?

Eshonai se sentó y la armadura esquirlada rechinó contra la piedra. Tan cerca del sosiego (el tiempo que los humanos llamaban el Llanto), las altas tormentas se hacían cada vez más escasas. Eso había creado un pequeño impedimento en su marcha para encargarse de que todos los oyentes tuvieran forma tormenta. Solo había habido una desde la transformación de la propia Eshonai, y durante ella, Venli y sus estudiosos habían tomado la forma tormenta junto con doscientos soldados elegidos por Eshonai. No oficiales. Soldados rasos. Esos que estaba segura de que obedecerían.

La siguiente alta tormenta estaba a pocos días de distancia, y Venli había estado reuniendo sus spren. Tenían dispuestos miles. Era el momento.

Eshonai observó a los otros miembros de los Cinco. Del cielo claro llovía luz blanca, y unos cuantos vientospren se acercaban con la brisa. Se detuvieron al aproximarse, luego se marcharon en la dirección opuesta.

—¿Por qué habéis convocado esta reunión? —preguntó Eshonai a los demás.

—Has estado hablando de un plan —dijo Davim, con sus anchas manos de trabajador unidas ante él—. Se lo has estado diciendo a todos. ¿No deberías haberlo planteado primero a los Cinco?

—Lo siento —contestó Eshonai—. Simplemente, estoy entusiasmada. Sin embargo, creo que ahora deberíamos ser Seis.

—Eso no ha sido decidido —dijo Abronai, débil y rollizo. La forma carnal era repulsiva—. Esto va demasiado deprisa.

—Tenemos que movernos rápido —replicó Eshonai a Resolución—. Solo tenemos dos altas tormentas antes del sosiego. Ya conocéis los informes de los espías. Los humanos planean un ataque final contra nosotros, hacia Narak.

—Es una lástima que tu reunión con ellos saliera tan mal —dijo Abronai a Consideración.

—Querían hablarme de la destrucción que planeaban traer —mintió Eshonai—. Querían alardear. Era el único motivo de la reunión.

—Tenemos que estar preparados para combatirlos —dijo Davim al Ritmo de Ansiedad.

Eshonai se echó a reír. Un uso descarado de emoción, pero lo sentía de verdad.

—¿Combatirlos? Puedo invocar una alta tormenta.

—Con ayuda —dijo Chivi a Curiosidad. Forma diestra. Otra forma débil. Tendrían que eliminarlos de sus filas—. Has dicho que no puedes hacerlo sola. ¿A cuántos más necesitas? Es evidente que con los doscientos de los que dispones ha de bastar.

—No, no bastan —replicó Eshonai—. Pienso que cuanta más gente consigamos en esta forma, más probabilidades de vencer tendremos. Por eso me gustaría proceder a transformarnos.

—Sí —dijo Chivi—. Pero ¿cuántos de nosotros?

—Todos.

Davim canturreó a Diversión, pensando que era un chiste. Se calló cuando los demás guardaron silencio.

—Solo tendremos una oportunidad —dijo Eshonai a Resolución—. Los humanos saldrán juntos de sus campamentos de guerra, en un gran ejército que pretende llegar a Narak durante el sosiego. En las mesetas quedarán completamente expuestos, sin refugio. Una alta tormenta en ese momento los destruiría.

—Ni siquiera sabemos si se puede invocar una —dijo Abronai a Escepticismo.

—Por eso necesitamos tantos de nosotros en forma tormenta como sea posible —respondió Eshonai—. Si perdemos esta oportunidad, nuestros hijos nos cantarán las canciones de los Malditos, suponiendo que vivan lo suficiente para hacerlo. Esta es nuestra oportunidad, nuestra única oportunidad. ¡Imaginad diez ejércitos de hombres, aislados en las mesetas, acorralados y superados por una tempestad completamente imprevista! Con la forma tormenta, nosotros seríamos inmunes a sus efectos. Y si sobrevive alguno, podremos destruirlo fácilmente.

—Es tentador —convino Davim.

—No me gusta el aspecto de los que han tomado esa forma —se opuso Chivi—. No me gusta cómo clama la gente que la ha conseguido. Quizá doscientos sean suficientes.

—Eshonai —dijo Davim—, ¿cómo se siente esa forma?

Estaba preguntando más que de costumbre. Cada forma cambiaba a la persona en algunos aspectos. La forma de guerra la volvía más agresiva, la forma carnal hacía que el sujeto fuera fácil de distraer, la forma diestra potenciaba la concentración, y la forma de trabajo hacía que quien la ostentaba fuera obediente.

Eshonai armonizó Paz.

No. Esa era la voz que gritaba. ¿Cómo se había pasado semanas en esta forma y no se había dado cuenta?

—Me siento viva —dijo Eshonai a Alegría—. Me siento fuerte, y me siento poderosa. Siento una conexión con el mundo que siempre tendría que haber conocido. Davim, es como cambiar de la forma gris a cualquiera de las otras formas: así de grande es el avance. Ahora que tengo esta fuerza, me doy cuenta de que antes no estaba viva del todo.

Alzó la mano y cerró el puño. Sintió la energía correrle por el brazo mientras flexionaba los músculos, aunque quedaba oculta bajo la armadura esquirlada.

—Ojos rojos —susurró Abronai—. ¿Hemos llegado a eso?

—Si decidimos hacerlo —admitió Chivi—. Quizá deberíamos evaluarlo primero, y luego decidir si los demás deberían unirse a nosotros. —Venli abrió la boca para hablar, pero Chivi agitó una mano, interrumpiéndola—: Ya has dicho lo que tenías que decir, Venli. Conocemos tu punto de vista.

—Por desgracia, no podemos esperar —dijo Eshonai—. Si queremos atrapar a los ejércitos alezi, necesitaremos tiempo para transformarnos todos antes de que ellos partan hacia Narak.

—Estoy dispuesto a intentarlo —intervino Abronai—. Tal vez deberíamos proponer una transformación en masa de nuestro pueblo.

—No —replicó Zuln al Ritmo de la Paz.

La miembro gris de los Cinco estaba sentada en cuclillas, mirando al suelo. Casi nunca decía nada.

Eshonai armonizó a Malestar.

—¿Qué has dicho?

—No —repitió Zuln—. No está bien.

—Tendríamos que estar todos de acuerdo —dijo Davim—. Zuln, ¿no puedes escuchar a razones?

—No está bien —repitió de nuevo la forma gris.

—Es tonta —dijo Eshonai—. Deberíamos prescindir de ella.

Davim canturreó a Ansiedad.

—Zuln representa el pasado, Eshonai. No deberías decir esas cosas de ella.

—El pasado está muerto.

Abronai se unió a Davim para cantar en Ansiedad.

—Quizás esto merezca más reflexión. Eshonai, tú… no hablas como antes. No me había dado cuenta de que los cambios eran tan grandes.

Eshonai armonizó uno de los nuevos ritmos, el Ritmo de la Furia. Contuvo la canción en su interior y se encontró canturreándola. ¡Eran tan pusilánimes, tan débiles! Por su culpa su pueblo podía acabar destruido.

—Volveremos a reunirnos más tarde hoy mismo —dijo Davim—. Pasemos ese tiempo reflexionando. Eshonai, quisiera hablar contigo a solas durante ese período, si estás dispuesta.

—Naturalmente.

Se levantaron de sus sitios alrededor de la columna. Eshonai se acercó al borde y miró desde las alturas mientras los demás bajaban en fila. La torre era demasiado alta para saltar desde allí, incluso con la armadura esquirlada. Quería intentarlo con tantas ganas…

Parecía que todas las personas de la ciudad se habían congregado alrededor de la base de la torre para escuchar la decisión. En las semanas transcurridas desde la transformación de Eshonai, los comentarios de lo que le había sucedido (primero a ella y luego a los demás) habían imbuido a la ciudad de una curiosa mezcla de ansiedad y esperanza. Muchos habían acudido a verla, suplicando que les dieran la forma. Veían el cambio que ofrecía.

—No van a estar de acuerdo —vaticinó Venli desde detrás, cuando los demás se marcharon. Hablaba a Rencor, uno de los nuevos ritmos—. Has mostrado demasiada agresividad, Eshonai.

—Davim está con nosotros —dijo Eshonai a Confianza—. Chivi vendrá también, con persuasión.

—No es suficiente. Si los Cinco no alcanzan un consenso…

—No te preocupes.

—Nuestro pueblo tiene que tomar esa forma, Eshonai —dijo Venli—. Es inevitable.

Eshonai se encontró armonizando la nueva versión de la Diversión… Ridículo. Se volvió hacia su hermana.

—Lo sabías, ¿verdad? Sabías exactamente lo que me haría esta forma. Lo sabías antes de que tú misma la adoptaras.

—Yo… Sí.

Eshonai agarró a su hermana por la túnica y tiró de ella sujetándola con fuerza. Con la armadura esquirlada era fácil, aunque Venli se resistió más de lo que debería, y una pequeña chispa roja corrió por los brazos y el rostro de la mujer. Eshonai no estaba acostumbrada a tanta fuerza por parte de una erudita como su hermana.

—Podría habernos destruido —adujo—. ¿Y si esta forma hubiera hecho algo terrible?

Gritos. En su cabeza. Venli sonrió.

—¿Cómo lo descubriste? —preguntó Eshonai—. No vino de las canciones. Hay más.

Venli no dijo nada. Miró a Eshonai a los ojos y armonizó a Confianza.

—Debemos asegurarnos de que los Cinco están de acuerdo con este plan —dijo—. Si queremos sobrevivir, y si queremos derrotar a los humanos, debemos estar en esta forma: todos nosotros. Tenemos que invocar esa tormenta. Ha estado… esperando, Eshonai. Esperando y acumulando.

—Me encargaré de ello —dijo Eshonai, soltándola—. ¿Puedes reunir suficientes spren para transformar a todo nuestro pueblo?

—Mi personal lleva semanas trabajando en esto. Estaremos preparados para transformar a miles y miles en el curso de las dos últimas altas tormentas antes del sosiego.

—Bien. —Eshonai empezó a bajar las escaleras.

—¿Hermana? —preguntó Venli—. Estás planeando algo. ¿Qué es? ¿Cómo convencerás a los Cinco?

Eshonai siguió bajando los peldaños. Con el equilibrio y la fuerza añadida de la armadura esquirlada, no tenía que molestarse con las cadenas para asegurarse. Mientras se acercaba al pie, donde los otros miembros de los Cinco hablaban con la gente, se detuvo a poca distancia sobre la multitud e inspiró profundamente.

Allí, lo más fuerte que pudo, Eshonai gritó:

—Dentro de dos días, llevaré a todos los que quieran a la tormenta y les daré esta nueva forma.

La multitud guardó silencio, su canturreo se apagó.

—Los Cinco pretenden negaros este derecho —gritó Eshonai—. No quieren que tengáis esta forma de poder. Tienen miedo, como cremlinos escondidos en sus grietas. ¡No os lo pueden negar! Toda persona tiene derecho a elegir su propia forma.

Alzó las manos por encima de la cabeza, canturreando a Resolución, e invocó una tormenta.

Una tormenta diminuta, un mero goteo comparado con lo que esperaba. Creció entre sus manos un viento cargado de relámpagos. Una tempestad en miniatura en sus palmas, luz, poder y el viento girando en un vórtice. Habían pasado siglos desde que se utilizó este poder por última vez, y por eso, como un río contenido en una presa, la energía esperaba impaciente a ser liberada.

La tempestad creció tanto que agitó sus ropas, girando en torno a ella como un remolino, haciendo restallar relámpagos rojos y bruma oscura. Por fin, se disipó. Oyó cantar Asombro entre la multitud: canciones enteras, no canturreos. Sus emociones eran fuertes.

—Con este poder —declaró Eshonai—, podemos destruir a los alezi y proteger a nuestro pueblo. He visto vuestra desesperación. Os he oído cantar a Duelo. ¡No tiene por qué ser así! Venid conmigo a las tormentas. Es vuestro derecho, vuestro deber, uniros a mí.

Tras ella, en las escaleras, Venli canturreó a Tensión.

—Esto nos dividirá, Eshonai. ¡Demasiado agresivo, demasiado brusco!

—Funcionará —dijo Eshonai a Confianza—. Tú no los conoces como yo.

Debajo, los otros miembros de los Cinco la miraban con mala cara, sintiéndose traicionados, aunque no podía oír sus canciones.

Eshonai terminó de bajar de la torre y luego se abrió camino entre la multitud. Sus soldados, en forma de tormenta, se le unieron. La gente les dejó pasar, muchos canturreando a Ansiedad. La mayoría de los que habían venido eran trabajadores o formas grises. Eso tenía sentido. Los formas de guerra eran demasiado pragmáticas para acudir a mirar boquiabiertos.

Eshonai y sus guerreros dejaron el anillo central de la ciudad. Permitió que Venli los siguiera, pero no le hizo caso. Eshonai acabó por llegar a los barracones de la zona a sotavento de la ciudad, un gran grupo de edificios construidos para formar una comunidad para los soldados. Aunque no se exigía a sus tropas que durmieran allí, muchos lo hacían.

Los terrenos de prácticas de una meseta más allá resonaban con los guerreros afinando sus habilidades, o (lo más probable) con los soldados recién transformados entrenándose. La segunda división, ciento veintiocho en total, había salido a vigilar la llegada de los humanos a las mesetas centrales. Los exploradores, en parejas de guerra, recorrían las Llanuras. Los había enviado poco después de obtener su forma, ya que sabía incluso entonces que tendría que cambiar la manera en que funcionaba esta batalla. Quería toda la información que pudiera conseguir sobre los alezi y sus tácticas.

Sus soldados ignorarían las crisálidas por el momento. Ya no seguiría perdiendo soldados con aquel estúpido juego, no cuando cada hombre y mujer bajo sus órdenes representaba el potencial de la forma tormenta.

Sin embargo, las otras divisiones estaban todas allí. Diecisiete mil soldados en total. Una fuerza poderosa en ciertos aspectos, pero al mismo tiempo muy pocos, comparados con lo que fueron en otro momento. Alzó el puño, y su división en forma tormenta llamó a los soldados para que los soldados del ejército oyente se reunieran. Prácticamente soltaron sus armas y echaron a correr. Otros salieron de los barracones. En poco tiempo, todos se reunieron con ella.

—Es hora de poner fin a la lucha contra los alezi —anunció Eshonai en voz alta—. ¿Cuáles de vosotros estáis dispuestos a seguirme para hacerlo?

El cántico a la Resolución se extendió entre la multitud. Por lo que Eshonai pudo oír, nadie canturreaba a Escepticismo. Excelente.

—Eso exigirá que cada soldado se una a mí en esta forma —gritó Eshonai, y sus palabras se repitieron entre las filas.

Más canturreos a Resolución.

—Estoy orgullosa de vosotros —dijo Eshonai—. Voy a hacer que la División Tormenta vaya y os tome juramento, uno a uno, para esta transformación. Si hay alguien que no desee cambiar, quiero saberlo personalmente. Es vuestra decisión, por derecho, y no os forzaré a ella… pero debo saberlo.

Se volvió hacia sus formas tormenta, que saludaron y rompieron filas, moviéndose en parejas de guerra. Eshonai dio un paso atrás, se cruzó de brazos y vio cómo cada pareja visitaba a las divisiones por turnos. Los nuevos ritmos latían en su cráneo, aunque se mantuvo lejos del Ritmo de la Paz, con sus extraños gritos. No se podía luchar contra lo que se había convertido. Los ojos de los dioses la miraban con demasiada fuerza.

Algunos soldados se reunieron cerca, rostros familiares bajo placas-cráneo endurecidas, los hombres con trozos de gemas atados a las barbas. Su propia división, antaño sus amigos.

No podía explicar del todo por qué los había elegido los primeros para la transformación, en vez de escoger a doscientos soldados de varias divisiones. Necesitaba soldados que fueran obedientes, pero no conocidos por su inteligencia.

Thude y los soldados de la antigua división de Eshonai… la conocían demasiado bien. Habrían planteado preguntas.

Pronto recibió noticias. De sus diecisiete mil soldados, solo unos pocos se negaban a la transformación requerida. Estos estaban reunidos en los terrenos de prácticas.

Mientras pensaba en su próximo movimiento, Thude se acercó. Alto y de gruesas extremidades, siempre había llevado la forma de guerra excepto dos semanas como compañero de Bila. Canturreó a Resolución, la manera que tenían los soldados de indicar que estaban dispuestos a obedecer órdenes.

—Me preocupa esto, Eshonai —planteó—. ¿Tienen que cambiar tantos?

—Si no nos transformamos, estamos muertos —respondió ella—. Los humanos nos destruirán.

Él siguió canturreando a Resolución para indicar que confiaba en ella. Pero sus ojos parecían decir lo contrario.

Melu, de sus formas de tormenta, regresó y saludó.

—El recuento ha terminado, señor.

—Excelente —dijo Eshonai—. Transmite la orden a las tropas. Vamos a hacer lo mismo con todos los de la ciudad.

—¿Con todos? —preguntó Thude a Ritmo de Ansiedad.

—Tenemos poco tiempo —respondió Eshonai—. Si no actuamos, perderemos nuestra oportunidad de actuar contra los humanos. Nos quedan dos tormentas: quiero que toda persona dispuesta de esta ciudad tome la forma de tormenta antes de que hayan pasado de largo. Los que no, tienen ese derecho, pero quiero que estén juntos para saber dónde nos hallamos.

—Sí, general —dijo Melu.

—Usa una formación de exploradores cerrada —dijo Eshonai, señalando hacia varias zonas de la ciudad—. Recorred las calles, contad a cada persona. Usad también las divisiones que no tienen forma de tormenta, para ganar velocidad. Decidle a la gente corriente que vamos a determinar cuántos soldados tendremos para la batalla inminente, y que nuestros soldados estén tranquilos y canten a Ritmo de la Paz. Poned a aquellos que estén dispuestos a transformarse en el anillo central. Enviad aquí a los que no quieran hacerlo. Dadles una escolta para que no se pierdan.

Venli se acercó a ella mientras Melu transmitía las órdenes y enviaba a sus soldados a cumplirlas. Thude volvió con su división.

Cada medio año hacían un recuento para determinar su número y ver si las formas estaban adecuadamente equilibradas. De vez en cuando, necesitaban más voluntarios para convertirse en carnales o trabajadores. Con más frecuencia, necesitaban formas de guerra.

Eso significaba que este ejercicio era familiar para los soldados, que acataron rápidamente las órdenes. Después de años de guerra, estaban acostumbrados a hacer lo que ella decía. Muchos tenían la misma depresión que expresaba la gente corriente, solo que para las tropas se manifestaba en sed de sangre. Solo querían luchar. Probablemente habrían atacado de frente a los campamentos humanos, y a diez veces su propio número, si Eshonai se lo hubiera ordenado.

«Los Cinco me lo han puesto en bandeja —pensó mientras los primeros de los no dispuestos empezaban a salir de la ciudad, acompañados por sus soldados—. Durante años he sido la líder absoluta de nuestros ejércitos, y me han entregado todos los que tenían un atisbo de agresividad para que fueran mis soldados».

Los trabajadores obedecerían: era su labor. Muchos de los diestros que no se habían transformado aún eran leales a Venli, ya que la mayoría aspiraban a ser eruditos. A los carnales no les importaría, y los pocos grises serían demasiado cortos de entendederas para oponerse.

La ciudad era suya.

—Por desgracia, tendremos que matarlos —dijo Venli, contemplando a los no dispuestos que habían congregado. Permanecían juntos, asustados, a pesar de las suaves canciones de los soldados—. ¿Podrán hacerlo tus tropas?

—No —respondió Eshonai, sacudiendo la cabeza—. Muchos se nos resistirían si hiciéramos esto ahora. Tendremos que esperar a que todos mis soldados se hayan transformado. Entonces no se opondrán.

—Qué chapucero —dijo Venli a Rencor—. Creía que te debían lealtad.

—No me cuestiones —advirtió Eshonai—. Yo controlo esta ciudad, no tú.

Venli se calló, aunque su canturreo a Rencor continuó. Intentaría arrebatarle el control a Eshonai. Fue una comprensión incómoda, como saber hasta qué grado la propia Eshonai quería estar al control. No era propio de ella. En absoluto.

«No parezco yo. Es…».

Los compases de los nuevos ritmos brotaron en su cabeza. Descartó aquellos pensamientos mientras un grupo de soldados se aceraba, tirando de una figura que gritaba, Abronai, de los Cinco. Eshonai tendría que haberse dado cuenta de que causaría problemas: mantenía la forma carnal con demasiada avidez, evitando distracciones.

«Transformarlo habría sido peligroso —advirtió—. Tiene demasiado control sobre sí mismo».

Mientras los soldados en forma de tormenta lo empujaban en dirección a Eshonai, dirigió hacia ella sus gritos.

—¡Esto es escandaloso! ¡Los dictados de los Cinco nos gobiernan, no la voluntad de una sola persona! ¿No podéis ver que la forma, la nueva forma la está anulando? ¡Todos perderéis vuestras mentes! O… o peor.

Estaba incómodamente cerca de la verdad.

—Ponedlo con los demás —dijo Eshonai, señalando al grupo de disidentes—. ¿Y el resto de los Cinco?

—Accedieron —dijo Melu—. Algunos reacios, pero accedieron.

—Id a traer a Zuln. Ponedla con los disidentes. No me fío de que vaya a hacer lo que es necesario.

El soldado no hizo ninguna pregunta mientras se llevaba a Abronai. Había tal vez unos mil disidentes en la gran meseta que componía los terrenos de prácticas. Un número aceptablemente pequeño.

—Eshonai… —Cantaban la canción a Ansiedad. Se volvió a ver cómo se acercaba Thude—. No me gusta esto, lo que estamos haciendo aquí.

Qué molestia. Le había preocupado que él fuera a presentar problemas. Lo cogió por el brazo y lo llevó aparte. Los nuevos ritmos surcaban su mente mientras sus pies blindados crujían sobre las piedras. Cuando estuvieron lo bastante alejados de Venli y los demás para tener un poco de intimidad, se volvió hacia Thude y lo miró a los ojos.

—Acaba con eso —dijo a Irritación, escogiendo uno de los antiguos ritmos familiares.

—Eshonai —dijo él suavemente—. Esto no está bien. Sabes que no está bien. Accedí a cambiar, todos los soldados accedieron, pero no está bien.

—¿No estás de acuerdo en que necesitamos nuevas tácticas en esta guerra? —dijo Eshonai a Resolución—. Agonizábamos lentamente, Thude.

—Sí que necesitábamos nuevas tácticas. Pero eso… Hay algo mal en ti, Eshonai.

—No, solo necesitaba una excusa para una acción tan extrema. Thude, llevo meses considerando hacer algo como esto.

—¿Un golpe?

—Un golpe no. Un reajuste. ¡Estamos condenados si no cambiamos nuestros métodos! Mi única esperanza era la investigación de Venli. Lo único que encontró fue esta forma. Bueno, tengo que intentarlo y usarla, hacer una última tentativa de salvar a nuestro pueblo. Los Cinco trataron de detenerme. Te he oído quejarte de cuánto hablan en vez de actuar.

Él canturreó a Consideración. Sin embargo, Eshonai lo conocía lo bastante bien para notar cuándo forzaba un ritmo. La cadencia era demasiado obvia, demasiado fuerte.

«Casi lo había convencido —pensó—. Son los ojos rojos. He inculcado en él, y en algunos de los otros miembros de mi propia división, demasiado miedo a nuestros dioses».

Era una lástima, pero probablemente tendría que encargarse de que él, y sus otros antiguos amigos, fueran ejecutados.

—Veo que no estás convencido —comentó ella.

—Yo… Es que no lo sé, Eshonai. Esto me parece mal.

—Hablaré contigo más tarde —dijo Eshonai—. Ahora mismo no tengo tiempo.

—¿Y qué vas a hacer con todos esos? —preguntó Thude, señalando a los disidentes—. Esto se parece demasiado a una detención de gente que no está de acuerdo contigo. Eshonai…, ¿te has dado cuenta de que tu propia madre está entre ellos?

Ella se sobresaltó, se volvió a buscar y vio a su anciana madre, conducida al grupo por dos formas de tormenta. Ni siquiera habían acudido a preguntarle. ¿Eso significaba que eran absolutamente obedientes y seguían sus órdenes a toda costa, o les preocupaba que ella se debilitara porque su madre se negaba a cambiar?

Pudo oír a su madre cantar mientras la guiaban. Una de las antiguas canciones.

—Puedes vigilar a ese grupo —le dijo Eshonai a Thude—. Pon soldados en quienes confíes. Asignaré mi propia división a cargo de esa gente, contigo a la cabeza. De esa forma no les sucederá nada sin tu consentimiento.

Él vaciló antes de asentir, canturreando a Consideración esta vez genuinamente. Ella lo dejó marchar y dirigirse corriendo a donde estaban Bila y unos cuantos miembros más de su antigua división.

«Pobre, confiado Thude —pensó mientras él se encargaba de la vigilancia de los disidentes—. Gracias por detenerte a ti mismo de forma tan competente».

—Esto lo has manejado bien —dijo Venli cuando Eshonai regresó con ella—. ¿Puedes controlar la ciudad el tiempo suficiente para la transformación?

—Sin problemas —respondió Eshonai, asintiendo a los soldados que venían a darle un informe—. Tú asegúrate de poder entregar los spren correctos y en las cantidades adecuadas.

—Lo haré —dijo Venli a Satisfacción.

Eshonai oyó los informes. Todos los que habían accedido estaban reunidos en el centro de la ciudad. Era hora de hablar con ellos y comunicar las mentiras que había preparado. Que los Cinco serían restablecidos cuando hubieran terminado con los humanos, que no había motivos para preocuparse. Que todo estaba bien.

Eshonai se encaminó a una ciudad que ya era suya, flanqueada por soldados en la nueva forma. Invocó su espada esquirlada para darse importancia, la última que poseía su pueblo, y se la apoyó en el hombro.

Se dirigió al centro de la ciudad, dejando atrás edificios derretidos y chozas hechas con caparazones. Era increíble que fueran capaces de sobrevivir a las altas tormentas. Su pueblo se merecía algo mejor. Con el regreso de los dioses, tendrían lo mejor.

La gente tardó un poco en prepararse para su discurso, y eso la irritó. Unos veinte mil no-formas de guerra reunidos era todo un espectáculo: al mirarlos, la población de la ciudad no parecía tan pequeña. Con todo, eran una fracción de su número original.

Sus soldados los hicieron sentarse a todos y prepararon mensajeros para comunicar sus palabras a los que no estaban lo bastante cerca para oírlas. Mientras esperaba los preparativos, Eshonai escuchó los informes referidos a la población. Sorprendentemente, la mayoría de los disidentes eran trabajadores, de quienes se suponía obediencia. Bueno, eran casi todos mayores, gente que no había luchado en la guerra contra los alezi. Gente que no se había visto obligada a presenciar la muerte de sus amigos.

Esperó junto a la base de la columna hasta que todo estuvo preparado. Subió las escalinatas para iniciar su discurso, pero se detuvo al ver a Varanis, uno de sus lugartenientes, que venía corriendo hacia ella. Era uno de los que había elegido para la forma de tormenta.

Súbitamente alerta, Eshonai armonizó al Ritmo de la Destrucción.

—General —dijo él a Ansiedad—. ¡Han escapado!

—¿Quiénes?

—Los que apartaste, los que no querían transformarse. Han huido.

—Bueno, pues persíguelos —dijo Eshonai a Rencor—. No pueden llegar lejos. Los trabajadores no podrán saltar los abismos: solo llegarán hasta donde lo permitan los puentes.

—¡General! Han cortado uno de los puentes y han usado las cuerdas para bajar al abismo. Han huido por ahí.

—Entonces están muertos de todas formas —señaló Eshonai—. Habrá una tormenta dentro de dos días. Quedarán atrapados en los abismos y morirán. No es necesario que hagas nada.

—¿Y sus guardias? —preguntó Venli a Rencor, abriéndose paso hasta Eshonai—. ¿Por qué no los estaban vigilando?

—Los guardias fueron con ellos —dijo Varanis—. Eshonai, Thude guiaba a esos…

—No importa —dijo Eshonai—. Puedes retirarte.

Varanis obedeció.

—No te sorprende —dijo Venli a Destrucción—. ¿Quiénes son esos guardias que están dispuestos a ayudar a escapar a sus prisioneros? ¿Qué has hecho, Eshonai?

—No me desafíes.

—Yo…

—No me desafíes —repitió Eshonai, agarrando a su hermana por el cuello con una mano cubierta por el guantelete.

—Mátame y lo estropearás todo —dijo Venli, sin un atisbo de miedo en su voz—. Nunca seguirán a una mujer que haya asesinado a su propia hermana en público, y solo yo puedo proporcionar los spren que necesitas para esta transformación.

Eshonai canturreó al Ritmo de Mofa, pero la soltó.

—Voy a pronunciar mi discurso.

Le dio la espalda a Venli y subió la escalinata para dirigirse al pueblo.

Palabras radiantes
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