SEIS AÑOS ANTES
El mundo terminó, y Shallan tuvo la culpa.
—Finge que no ha sucedido nunca —susurró su padre. Limpió algo húmedo de su mejilla. El pulgar se le tiñó de rojo—. Yo te protegeré.
¿Temblaba la habitación? No, era Shallan. Se estremecía. Se sentía muy pequeña. Antes le había parecido que con once años era ya mayor. Pero era una niña, una niña todavía. Muy pequeña.
Miró a su padre, temblando. No podía parpadear. Tenía los ojos completamente abiertos.
Su padre empezó a susurrar, espantando las lágrimas.
—En profundos abismos tranquila descansa, la oscuridad muy pronto te alcanza…
Una nana familiar, la que siempre le cantaba. En la habitación, tras él, los oscuros cadáveres permanecían tendidos en el sueño. Una alfombra roja antes blanca.
—Aunque rocas y miedo ahora te acunen, duerme ya mi niña, la más dulce.
Su padre la cogió en brazos y ella sintió que se le erizaba la piel. No. No, este afecto no estaba bien. Un monstruo no tendría que ser amado. Un monstruo que mataba, que asesinaba. No.
No pudo moverse.
—Viene la tormenta, desde lejos sopla, pero tú descansa que no estás sola…
Su padre pasó por encima del cadáver de la mujer vestida de azul y oro. Había poca sangre. De hecho era el hombre quien sangraba. Mamá yacía boca abajo, así que Shallan no podía verle los ojos. Los horribles ojos.
Shallan casi podía imaginar que la nana era el final de una pesadilla. Que era de noche, que se había despertado llorando y su padre le cantaba para que durmiera…
—Los bellos cristales sublimes brillarán, también mi pequeña ha de descansar.
Pasaron junto a la caja fuerte de la pared. Brillaba con fuerza, y la luz escapaba por las rendijas en torno a la puerta cerrada. Dentro había un monstruo.
—Y con esta canción, pronto verás que enseguida te dormirás.
Con Shallan en brazos, su padre salió de la habitación y cerró la puerta, dejando atrás los cadáveres.