—¿Qué clase de spren es este? —preguntó Thude al lento Ritmo de la Curiosidad. Alzó la gema, y observó la difusa criatura que se movía en su interior.

—Tormentaspren, dice mi hermana —replicó Eshonai mientras se apoyaba contra la pared, los brazos cruzados.

Los mechones de la barba de Thude estaban adornados con trozos de gema sin tallar que temblaban y tintineaban cuando se frotaba la barbilla. Le tendió la gran gema tallada a Bila, que la cogió y le dio un golpecito con el dedo.

Eran una pareja de guerra de la división personal de Eshonai. Iban vestidos con atuendos sencillos, cortados alrededor de las placas blindadas quitinosas de sus brazos, piernas, y pechos. Thude también llevaba puesto un gabán largo, pero no lo usaba en la batalla.

Eshonai, por contraste, vestía su uniforme (ajustada tela roja que se extendía sobre su armadura natural) y un casco sobre el cráneo. Nunca hablaba de cómo aquel uniforme la aprisionaba, de cómo le parecían esposas que la sujetaban.

—Un tormentaspren —dijo Bila al Ritmo del Escepticismo mientras le daba vueltas a la piedra entre sus dedos—. ¿Me ayudará a matar humanos? De lo contrario, no veo por qué debería importarme.

—Esto podría cambiar el mundo, Bila —dijo Eshonai—. Si Venli tiene razón, y puede conectar con este spren y sacar algo que no sea una forma gris… bueno, al menos tendremos una forma completamente nueva para elegir. En el mejor de los casos tendremos poder para controlar las tormentas y decantar su energía.

—Entonces ¿ella lo va a probar personalmente? —preguntó Thude al Ritmo de los Vientos, el ritmo que utilizaban cuando se acercaba una alta tormenta.

—Si los Cinco dan su permiso. Iban a discutirlo y tomar una decisión hoy.

—Eso está muy bien —insistió Bila—, pero ¿me ayudará a matar humanos?

Eshonai entonó Llanto.

—Si la forma tormenta es realmente uno de los antiguos poderes, Bila, entonces sí. Te ayudará a matar humanos. A muchos de ellos.

—Entonces me vale —dijo Bila—. ¿Por qué estás tan preocupada?

—Se dice que los antiguos poderes procedían de nuestros dioses.

—¿A quién le importa? Si los dioses nos ayudaran a matar a esos ejércitos de ahí fuera, les juraría fidelidad ahora mismo.

—No digas eso, Bila —dijo Eshonai al Ritmo de la Reprimenda—. Nunca digas una cosa así.

La mujer se calló y arrojó la piedra sobre la mesa. Canturreó suavemente a Escepticismo. Eso frisaba la línea de la insubordinación. Eshonai la miró a los ojos y se encontró canturreando suavemente al Ritmo de la Resolución.

Thude las miró a las dos.

—¿Comida? —preguntó.

—¿Esa es tu respuesta a todos los desacuerdos? —preguntó Eshonai, rompiendo su canción.

—Es difícil discutir con la boca llena —dijo Thude.

—Estoy seguro de que te he visto hacerlo —dijo Bila—. Muchas veces.

—Pero las discusiones terminan felizmente —respondió Thude—. Porque todo el mundo está saciado. Así que… ¿comida?

—Bien —dijo Bila, mirando a Eshonai.

Los dos se retiraron. Eshonai se sentó a la mesa, sintiéndose agotada. ¿Cuándo había empezado a preocuparse de que sus amigos se insubordinaran? Era este horrible uniforme.

Cogió la gema y observó sus profundidades. Era una piedra grande, de un tercio del tamaño de su puño, aunque las gemas no tenían que ser grandes para atrapar a un spren en su interior.

Odiaba atraparlos. La manera adecuada era entrar en la alta tormenta con la actitud adecuada, cantando la canción adecuada para atraer al spren adecuado. Lo atraías en medio del furor de la tormenta y renacías con un cuerpo nuevo. Llevaban haciendo esto desde la llegada de los primeros vientos.

Los oyentes habían aprendido de los humanos que era posible capturar a los spren, y luego descubrieron el proceso por su cuenta. Un spren cautivo hacía que la transformación fuera mucho más fiable. Antes, siempre había un elemento de azar. Podías entrar en la tormenta esperando convertirte en soldado, y salías siendo un carnal.

«Esto es el progreso —pensó Eshonai, contemplando el pequeño spren de humo dentro de la piedra—. El progreso es aprender a controlar tu mundo. Levantar murallas para detener las tormentas, elegir cuándo convertirte en carnal». El progreso era coger la naturaleza y meterla en una caja.

Eshonai se guardó la caja y miró la hora. Su reunión con el resto de los Cinco no estaba prevista hasta el tercer movimiento del Ritmo de la Paz, y todavía le quedaba medio movimiento hasta entonces.

Era el momento de hablar con su madre.

Eshonai salió a Narak y recorrió el sendero, saludando a los que se encontraba al pasar. Eran casi todos soldados. Gran parte de su población llevaba la forma de guerra. Su pequeña población. Antes, había cientos de miles de oyentes dispersos por estas llanuras. Para entonces solo quedaba una fracción.

Incluso en el pasado los oyentes fueron un pueblo unido. Oh, había divisiones, conflictos, incluso guerras entre sus facciones. Pero eran un único pueblo, los que habían rechazado a sus dioses y buscado la libertad en la oscuridad.

A Bila ya no le importaban sus orígenes. Había otros como ella, gente que ignoraba los peligros de los dioses y se concentraba solamente en la lucha contra los humanos.

Eshonai pasó ante las viviendas, chozas construidas con crem endurecido sobre entramados de caparazón, colocadas a sotavento de los montículos de piedra. La mayoría de esas chozas estaban ya vacías. Habían perdido a miles de oyentes durante los años de guerra.

«Tenemos que hacer algo», pensó, entonando el Ritmo de la Paz mentalmente. Buscaba consuelo en sus relajados compases, suaves y armónicos. Como una caricia.

Entonces vio las formas grises.

Se parecían mucho a lo que los humanos llamaban «parshmenios», aunque eran un poco más altos y no tan estúpidos. Con todo, la forma gris era una forma limitada, sin las capacidades y ventajas de las más nuevas. No tendría que haber ninguna allí. ¿Habían enlazado esta gente con el spren equivocado por error? Sucedía a veces.

Eshonai se acercó a un grupo de tres, dos hembras y un varón. Tiraban de rocabrotes cosechados en una de las mesetas cercanas, plantas que habían sido impulsadas a crecer rápidamente por medio de gemas infusas de luz tormentosa.

—¿Qué es esto? —preguntó Eshonai—. ¿Elegisteis esta forma por error? ¿O sois nuevos espías?

Ellos la miraron con ojos insípidos. Eshonai armonizó a Ansiedad. Una vez había intentado la forma gris: había querido saber qué sufrían sus espías. Tratar de meter a la fuerza conceptos en su cerebro fue como intentar pensar racionalmente mientras soñaba.

—¿Os ha pedido alguien que adoptéis esta forma? —preguntó Eshonai, hablando lentamente y con claridad.

—Nadie lo pidió —le dijo el varón, sin ningún ritmo. Su voz sonaba muerta—. Lo hicimos nosotros.

—¿Por qué? ¿Por qué habéis hecho esto?

—Los humanos no nos matarán cuando vengan —dijo el varón, alzando su rocabrote y continuando su camino. Las dos hembras se le unieron sin decir una sola palabra.

Eshonai se quedó boquiabierta, el Ritmo de la Ansiedad fuerte en su mente. Unos cuantos miedospren, como largos gusanos púrpura, entraron y salieron de la roca cercana, dirigiéndose hacia ella hasta que brotaron del suelo a su alrededor.

Las formas no podían imponerse: cada persona era libre de elegir por sí misma. Las transformaciones podían ser solicitadas y pedidas con persuasión, pero no forzadas. Sus dioses no habían permitido esta libertad, así que los oyentes no la tenían. Esta gente podía escoger la forma gris si lo deseaba. Eshonai no podía hacer nada al respecto. No de manera directa.

Avivó el paso. Todavía le dolía la pierna por la herida, pero sanaba rápidamente. Uno de los beneficios de la forma de guerra. Casi podía ignorar la lesión a estas alturas.

Una ciudad llena de edificios vacíos, y la madre de Eshonai elegía una choza en la misma periferia, casi expuesta a las tormentas. Atendía sus filas de cortezapizarra fuera, canturreando para sí misma en voz baja al Ritmo de la Paz. Llevaba la forma de trabajo: siempre la había preferido. Incluso después de que se hubiera descubierto la forma diestra, su madre no había cambiado. Había dicho que no quería animar a que la gente viera una forma como más valiosa que otra, que semejante estratificación podría destruirlos.

Sabias palabras. Del tipo que Eshonai no había oído de boca de su madre en años.

—¡Hija! —dijo su madre cuando se le acercó. Sólida a pesar de los años, tenía la cara redonda y llevaba los mechones de pelo recogido en una trenza, atada con un lazo. Eshonai le había traído ese lazo tras una reunión con los alezi hacía años—. Hija, ¿has visto a tu hermana? ¡Es el día de su primera transformación! Tenemos que prepararla.

—Madre, ya está atendida —dijo Eshonai al Ritmo de la Paz, arrodillándose junto a la mujer—. ¿Cómo va la poda?

—Tendré que terminar pronto. Tengo que marcharme antes de que regresen los dueños de esta casa.

—La casa es tuya, madre.

—No, no. Pertenece a otros dos. Estuvieron en la casa anoche, y me dijeron que tengo que marcharme. Acabaré con esta cortezapizarra antes de irme. —Sacó su lima, alisó un lado de una protuberancia y la pintó con savia para potenciar que creciera en esa dirección.

Eshonai se echó hacia atrás, armonizando al Duelo, y Paz la dejó. Tal vez debería haber elegido mejor el Ritmo de lo Perdido. Lo cambió mentalmente.

Se obligó a cambiar. No. No, su madre no estaba muerta.

Tampoco estaba viva del todo.

—Toma, coge esto —le dijo su madre al Ritmo de la Paz, tendiéndole una lima. Al menos hoy la reconocía—. Trabaja en ese macizo de ahí. No quiero que siga creciendo hacia abajo. Tenemos que enviarlo hacia arriba, hacia la luz.

—Las tormentas son demasiado fuertes en este lado de la ciudad.

—¿Tormentas? Tonterías. Aquí no hay tormentas. —Su madre hizo una pausa—. Me pregunto adónde llevaremos a tu hermana. Necesitará una tormenta para su transformación.

—No te preocupes por eso, madre —dijo Eshonai, obligándose a hablar a la Paz—. Yo me encargaré.

—Eres tan buena, Venli… —dijo su madre—. Tan servicial. Quedándote en casa, sin huir, como tu hermana. Esa niña… Nunca está donde debería.

—Ahora lo está —susurró Eshonai—. Lo está intentando.

Su madre canturreó para sí y continuó trabajando. En otro tiempo, esta mujer tenía una de las mejores memorias de la ciudad. Todavía la tenía, en cierto modo.

—Madre —dijo Eshonai—, necesito ayuda. Creo que va a suceder algo terrible. No soy capaz de decidir si será menos terrible de lo que ya está pasando.

Su madre limó una sección de cortezapizarra, luego sopló el polvillo.

—Nuestro pueblo se desmorona —dijo Eshonai—. Estamos siendo exterminados. Nos mudamos a Narak y elegimos una guerra de agotamiento. Eso ha significado seis años de pérdidas continuas. La gente se rinde.

—Eso no es bueno —dijo su madre.

—Pero ¿y la alternativa? Aventurarnos en cosas que no deberíamos, cosas que podrían volver hacia nosotros los ojos de los No-creados.

—No estás trabajando —dijo la madre, señalando—. No seas como tu hermana.

Eshonai se puso las manos en el regazo. Esto no servía de nada. Ver a su madre así…

—Madre —dijo Eshonai a Súplica—, ¿por qué tuvimos que dejar el hogar oscuro?

—Ah, eso es ya canción antigua, Eshonai —respondió su madre—. Una canción oscura que no es para una niña como tú. Vaya, ni siquiera es el día de tu primera transformación.

—Soy lo bastante mayor, madre. Por favor…

Su madre sopló la cortezapizarra. ¿Había olvidado, finalmente, esta última parte de lo que había sido? El corazón de Eshonai se ensombreció.

—Largos son los días desde que conocimos el hogar oscuro —cantó su madre suavemente a uno de los Ritmos del Recuerdo—. La Última Legión, ese era entonces nuestro nombre. Guerreros que habían decidido luchar en las llanuras más lejanas, este lugar que antes fue una nación y ahora es escombros. La muerte era la libertad de la mayoría de la gente. Las formas, desconocidas, nos fueron forzadas. Formas de poder, sí, pero también formas de obediencia. Los dioses ordenaban, y nosotros obedecíamos, siempre. Siempre.

—Excepto aquel día —dijo Eshonai junto con su madre, al compás.

—El día de la tormenta en que la Última Legión huyó —continuó su madre con la canción—. Difícil fue el camino elegido. Guerreros, tocados por los dioses, nuestra única opción fue buscar la cerrazón mental. Una incapacitación que trajo la libertad.

La tranquila y sonora canción de su madre bailaba con el viento. Por frágil que pareciera en otros momentos, cuando cantaba las antiguas canciones parecía de nuevo ella misma. Una madre que en ocasiones había tenido conflictos con ella, pero a quien Eshonai había respetado siempre.

—Atrevido fue el desafío hecho —cantó la madre—, cuando la Última Legión abandonó el pensamiento y el poder a cambio de la libertad. Se arriesgaron a olvidarlo todo. Y por eso compusieron canciones, un centenar de historias para contar, para recordar. Yo te las cuento, y tú se las contarás a tus hijos, hasta que las formas sean descubiertas de nuevo.

Entonces la madre se lanzó a una de las canciones más antiguas, sobre cómo el pueblo establecería su hogar en las ruinas de un reino abandonado. Cómo se extenderían, actuando como simples tribus y refugiados. Era su plan para permanecer ocultos, o al menos ignorados.

Las canciones dejaban fuera muchas cosas. La Última Legión no había sabido cómo transformar en nada que no fuera la forma gris y la forma carnal, al menos no sin la ayuda de los dioses. ¿Cómo habían sabido que las otras formas eran posibles? ¿Se habían registrado estos hechos originalmente en las canciones, y luego se habían perdido a lo largo de los años a medida que las palabras cambiaban aquí y allá?

Eshonai escuchaba, y aunque la voz de su madre la mantenía de nuevo en armonía con la Paz, se sintió profundamente preocupada de todas formas. Había ido allí en busca de respuestas. Antes, habría funcionado.

Ya no.

Eshonai se levantó para dejar a su madre cantar.

—Encontré alguna de tus cosas cuando limpiaba hoy —dijo su madre, rompiendo la canción—. Deberías llevártelas. Ocupan sitio en la casa, y me mudaré pronto.

Eshonai canturreó a Duelo para sí, pero fue a ver qué había «descubierto» su madre. ¿Otro montón de piedras, donde veía juguetes infantiles? ¿Tiras de tela que imaginaba que eran ropas?

Eshonai encontró un saquito delante del edificio. Lo abrió y encontró papeles dentro.

Papeles hechos de plantas locales, no papeles humanos. Papeles ásperos, con diversos colores, hechos a la antigua usanza oyente. Con textura y plenos, no lisos y estériles. La tinta empezaba a desvanecerse, pero Eshonai reconoció los dibujos.

«Mis mapas —pensó—. De aquellos primeros días».

Sin pretenderlo, armonizó Recuerdo. Días pasados recorriendo las extensiones de lo que los humanos llamaban Natanatan, atravesando bosques y junglas, dibujando sus propios mapas y ampliando el mundo. Había empezado sola, pero sus descubrimientos habían emocionado a un pueblo entero. Pronto, aunque todavía era una adolescente, estuvo dirigiendo expediciones enteras para encontrar nuevos ríos, nuevas ruinas, nuevos spren, nuevas plantas.

Y humanos. En cierto modo, todo esto era por su culpa.

Su madre empezó a cantar de nuevo.

Al examinar sus antiguos mapas, Eshonai descubrió una potente ansia en su interior. Antaño, había visto el mundo como algo fresco y emocionante. Ahora, como un bosque en flor después de una tormenta. Se estaba muriendo lentamente, igual que su pueblo.

Recogió los mapas y se marchó de la casa de su madre para dirigirse al centro de la ciudad. La canción de su madre, todavía hermosa, resonaba tras ella. Eshonai armonizó con la Paz. Eso le hizo saber que casi llegaba tarde para la reunión con el resto de los Cinco.

No apretó el paso. Dejó que los firmes compases del Ritmo de la Paz la llevaran. A menos que uno se concentrara en armonizar con un ritmo concreto, el cuerpo elegía de manera natural el que encajaba con el estado de ánimo. Por tanto, siempre era una decisión consciente escuchar un ritmo que no encajaba con cómo se sentía uno. Él lo hizo entonces con Paz.

Los oyentes habían tomado una decisión hacía siglos, una decisión que los devolvió a niveles primitivos. Decidir asesinar a Gavilar Kholin había sido un acto para reafirmar aquella decisión de sus antepasados. Eshonai no era uno de sus líderes, pero habían escuchado su consejo y le habían concedido el derecho de votar con ellos.

La decisión, por horrible que pareciera, había sido valiente. Su esperanza era que una guerra larga desgastara a los alezi.

Eshonai y los demás habían subestimado la avaricia alezi. Las gemas corazón lo habían cambiado todo.

En el centro de la ciudad, cerca del estanque, había una alta torre que permanecía orgullosamente erecta desafiando los siglos de acción de las tormentas. Antiguamente, había escaleras dentro, pero el crem que se había colado por las ventanas había llenado el edificio de roca, así que los trabajadores habían tallado escalones por todo el exterior.

Eshonai empezó a subir los escalones, agarrándose a la cadena de seguridad. Era un ascenso largo pero familiar. Aunque le dolía la pierna, la forma de guerra proporcionaba gran resistencia… pero requería más alimento que ninguna otra forma para mantenerla fuerte. Llegó a la cima con facilidad.

Encontró a los otros miembros de los Cinco esperándola, cada uno de ellos con una forma conocida. Eshonai llevaba la forma de guerra, Davim la forma de trabajo, Abronai la forma carnal, Chivi la forma diestra, y el silencioso Zuln la forma gris. Venli esperaba también, con su antaño-compañero, aunque él estaba agotado por la dificultosa ascensión. La forma diestra, aunque era buena para muchas actividades delicadas, no tenía gran resistencia.

Eshonai pasó a la cima plana de la antigua torre, notando cómo soplaba contra ella el viento de levante. No había sillas allí arriba, y los Cinco estaban sentados en la roca pelada.

Davim entonó en Malestar. Con los ritmos en la cabeza, era difícil llegar tarde por accidente. Sospechaban con buenos motivos que Eshonai se había retrasado a posta.

Se sentó en la roca y se sacó del bolsillo la gema llena de spren y la colocó en el suelo delante de ella. La piedra violeta brillaba de luz tormentosa.

—Me preocupa esta prueba —dijo Eshonai—. Creo que no deberíamos permitir que siga adelante.

—¿Qué? —dijo Venli en Ansiedad—. Hermana, no seas ridícula. Nuestro pueblo necesita esto.

Davim se inclinó hacia delante, los brazos sobre las rodillas. Tenía un rostro ancho, la piel de su forma de trabajo moteada de negro con pequeños remolinos rojos aquí y allá.

—Si esto funciona, será un avance sorprendente. La primera de las formas del poder antiguo, redescubierta.

—Esas formas están unidas a los dioses —dijo Eshonai—. ¿Y si, al elegir esta forma, los invitamos a regresar?

Venli canturreó en Irritación.

—En los tiempos antiguos, todas las formas procedían de los dioses. Hemos descubierto que la forma diestra no nos hace daño. ¿Por qué iba a hacerlo la forma tormenta?

—Es diferente —dijo Eshonai—. Canta la canción, canturréala para ti. «Su llegada le trae a los dioses su noche». Los poderes antiguos son peligrosos.

—Los hombres los tienen —dijo Abronai. Llevaba la forma carnal, lujuriosa y rolliza, aunque controlaba sus pasiones. Eshonai nunca le había envidiado el puesto: sabía, por conversaciones privadas, que él habría preferido cualquier otra forma. Por desgracia, otros que tenían la forma carnal lo hacían por poco tiempo… o no poseían la solemnidad adecuada para unirse a los Cinco.

—Tú misma nos has traído el informe, Eshonai —continuó Abronai—. Viste a un guerrero entre los alezi usar los poderes antiguos, y muchos otros nos lo confirmaron. Los hombres han recuperado las potenciaciones. Los spren nos traicionan de nuevo.

—Si las potenciaciones han vuelto —dijo Davim al Ritmo de la Consideración—, eso podría indicar que los dioses van a regresar de todas formas. Si es así, será mejor que estemos preparados para tratar con ellos. Las formas de poder nos ayudarán con eso.

—No sabemos si vendrán —dijo Eshonai a Resolución—. No sabemos nada de todo esto. ¿Quién sabe si los hombres tienen potenciaciones? Podría ser una de las hojas de Honor. Dejamos una en Alezkar esa noche.

Chivi canturreó en Escepticismo. Su cara de forma diestra tenía rasgos alargados, los mechones de pelo atados en una larga cola.

—Nos estamos difuminando como pueblo. He visto a varios hoy que han tomado la forma gris, y no para recordar nuestro pasado. ¡Lo han hecho porque les preocupa que los hombres los maten si no! ¡Se preparan para convertirse en esclavos!

—Yo también los he visto —dijo Davim a Resolución—. Tenemos que hacer algo, Eshonai. Tus soldados están perdiendo esta guerra, uno a uno.

—La próxima tormenta —intervino Venli. Utilizó el Ritmo de la Súplica—. Puedo probarlo en la próxima tormenta.

Eshonai cerró los ojos. Súplica. Era un ritmo con el que no se armonizaba a menudo. Era difícil contradecir a su hermana.

—Debemos estar unidos en esta decisión —dijo Davim—. No aceptaré nada más. Eshonai, ¿insistes en oponerte? ¿Tendremos que pasar aquí horas hasta tomar esta decisión?

Ella inspiró profundamente, llegando a una decisión que se había abierto paso desde el fondo de su mente. La decisión de una exploradora. Miró al saco de mapas que había dejado en el suelo junto a ella.

—Accederé a la prueba —dijo Eshonai.

Venli canturreó a Apreciación.

—Sin embargo —continuó Eshonai a Resolución—, debo ser yo quien pruebe primero la nueva forma.

Todos los canturreos cesaron. Los otros Cinco se la quedaron mirando.

—¿Qué? —dijo Venli—. ¡Hermana, no! Es mi derecho.

—Eres demasiado valiosa —dijo Eshonai—. Sabes demasiado de las formas, y gran parte de tu investigación está en tu cabeza. Yo solo soy un soldado. Si esto sale mal, podréis pasar sin mí.

—Eres una portadora de esquirlada —dijo Davim—. La última.

—Thude se ha entrenado con mi hoja y mi armadura —respondió Eshonai—. Las dejaré con él, por si acaso.

Los otros Cinco canturrearon a Consideración.

—Es una buena sugerencia —dijo Abronai—. Eshonai tiene tanto fuerza como experiencia.

—¡Fue mi descubrimiento! —dijo Venli a Irritación.

—Y te lo agradecemos —dijo Davim—. Pero Eshonai tiene razón. Tus eruditos y tú sois demasiado importantes para nuestro futuro.

—Más que eso —añadió Abronai—. Estás demasiado apegada al proyecto, Venli. La manera en que hablas lo deja claro. Si Eshonai entra en las tormentas y descubre que hay algo raro en esta forma, puede detener el experimento y volver con nosotros.

—Este es un buen compromiso —asintió Chivi—. ¿Estamos de acuerdo?

—Eso creo —dijo Abronai, volviéndose hacia Zuln.

La representante de las formas grises rara vez hablaba. Vestía la saya de los parshmenios, y había indicado que consideraba su deber representarlos (a aquellos que no tenían canción) junto con cualquier forma gris que hubiera entre ellos.

El suyo era un sacrificio tan noble como el de Abronai, constreñido a su forma carnal. Aún más. La forma gris era difícil de soportar, una forma que solo unos pocos experimentaban durante más tiempo que una pausa entre tormentas.

—Estoy de acuerdo —dijo Zuln.

Los otros canturrearon a Apreciación. Solo Venli no se unió a la canción. Si esta forma tormenta resultaba ser real, ¿añadirían otra persona a los Cinco? Al principio, los Cinco eran todos formas grises, luego todos trabajadores. Solo después del descubrimiento de la forma diestra se había decidido que tendrían un representante de cada forma.

Una pregunta para más adelante. Los otros miembros de los Cinco se levantaron, luego empezaron a bajar por las largas escaleras que bajaban en espiral alrededor de la torre. El viento soplaba de levante, y Eshonai se volvió hacia allí, mirando hacia las rotas Llanuras… hacia el Origen de las Tormentas.

Durante una próxima tormenta, entraría en los vientos y se convertiría en algo nuevo. Algo poderoso. Algo que cambiaría el destino de los oyentes, y quizás el de los humanos, para siempre.

—Casi he tenido motivos para odiarte, hermana —dijo Venli a Reprimenda, acercándose al lugar donde Eshonai estaba sentada.

—No he prohibido esta prueba —dijo Eshonai.

—En cambio, te quedas su gloria.

—Si hay gloria que quedarse —dijo Eshonai a Reprimenda—, será tuya por descubrir la forma. Eso no debería ser una consideración. Solo debería importar nuestro futuro.

Venli canturreó a Irritación.

—Te llamaban sabia, experimentada. Me pregunto si han olvidado quién eras… que te fuiste intrépidamente a tierras desconocidas, ignorando a tu pueblo, mientras yo me quedaba en casa y memorizaba canciones. ¿Cuándo empezaron a creer todos que eras la responsable?

«Es este maldito uniforme», pensó Eshonai, poniéndose en pie.

—¿Por qué no nos dijiste lo que estabas investigando? Me dejaste creer que tus estudios eran para encontrar forma de arte o forma de meditación. En cambio, estabas buscando una de las formas del poder antiguo.

—¿Importa eso?

—Sí. Crea toda la diferencia, Venli. Te amo, pero tu ambición me asusta.

—No te fías de mí —dijo Venli a Traición.

Traición. Era una canción que rara vez se cantaba. Dolió lo suficiente para que Eshonai diera un respingo.

—Veremos qué hace esta forma —dijo Eshonai, recogiendo sus mapas y la gema con el spren atrapado—. Luego seguiremos hablando. Solo quiero tener cuidado.

—Quieres hacerlo tú sola —dijo Venli a Irritación—. Siempre quieres ser la primera. Pero basta. Está hecho. Ven conmigo: tengo que entrenarte en el estado mental adecuado para ayudar a que la forma funcione. Luego escogeremos una alta tormenta para la transformación.

Eshonai asintió. Soportaría este entrenamiento. Mientras tanto, reflexionaría. Tal vez había otro modo. Si pudiera conseguir que los alezi la escucharan, encontrar a Dalinar Kholin, negociar la paz…

Tal vez entonces esto no sería necesario.

Palabras radiantes
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
part001.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
part002.xhtml
part003.xhtml
part004.xhtml
part005.xhtml
part006.xhtml
part007.xhtml
part008.xhtml
part009.xhtml
part010.xhtml
part011.xhtml
part012.xhtml
part013.xhtml
part014.xhtml
part015.xhtml
part016.xhtml
part017.xhtml
part018.xhtml
part019.xhtml
part020.xhtml
part021.xhtml
part022.xhtml
part023.xhtml
part024.xhtml
part025.xhtml
part026.xhtml
Section0003.xhtml
part027.xhtml
part028.xhtml
part029.xhtml
part030.xhtml
part031.xhtml
part032.xhtml
part033.xhtml
part034.xhtml
part035.xhtml
Section0004.xhtml
part036.xhtml
part037.xhtml
part038.xhtml
part039.xhtml
part040.xhtml
part041.xhtml
part042.xhtml
part043.xhtml
part044.xhtml
part045.xhtml
part046.xhtml
part047.xhtml
part048.xhtml
part049.xhtml
part050.xhtml
part051.xhtml
part052.xhtml
part053.xhtml
part054.xhtml
part055.xhtml
part056.xhtml
part057.xhtml
part058.xhtml
part059.xhtml
part060.xhtml
part061.xhtml
part062.xhtml
part063.xhtml
part064.xhtml
part065.xhtml
part066.xhtml
part067.xhtml
part068.xhtml
part069.xhtml
part070.xhtml
part071.xhtml
part072.xhtml
part073.xhtml
part074.xhtml
part075.xhtml
part076.xhtml
part077.xhtml
part078.xhtml
part079.xhtml
part080.xhtml
part081.xhtml
part082.xhtml
part083.xhtml
part084.xhtml
part085.xhtml
part086.xhtml
part087.xhtml
part088.xhtml
part089.xhtml
part090.xhtml
part091.xhtml
part092.xhtml
part093.xhtml
part094.xhtml
part095.xhtml
part096.xhtml
part097.xhtml
part098.xhtml
part099.xhtml
part100.xhtml
part101.xhtml
part102.xhtml
part103.xhtml
part104.xhtml
part105.xhtml
part106.xhtml
part107.xhtml
part108.xhtml
part109.xhtml
part110.xhtml
part111.xhtml
part112.xhtml
part113.xhtml
part114.xhtml
part115.xhtml
part116.xhtml
part117.xhtml
part118.xhtml
part119.xhtml
part120.xhtml
part121.xhtml
part122.xhtml
part123.xhtml
part124.xhtml
part125.xhtml
part126.xhtml
part127.xhtml
part128.xhtml
part129.xhtml
part130.xhtml
part131.xhtml
part132.xhtml
part133.xhtml
part134.xhtml