En cuanto a las otras órdenes inferiores en esta visita del lejano reino de los spren, los Nominadores de lo Otro eran prodigiosamente benévolos y permitían que los demás intervinieran en sus visitas e interacciones, aunque nunca renunciaron a su puesto como principales contactos con los grandes de los spren. Los Tejedores de Luz y los Escultores de Voluntad mostraban afinidad con este mismo aspecto, aunque ninguno de ellos era el verdadero amo de ese reino.
De Palabras radiantes, capítulo 6, página 2
Adolin rechazó la hoja esquirlada de Elit con el antebrazo. Los portadores no utilizaban escudos: cada sección de la armadura era más fuerte que la piedra.
Avanzó, usando la posición del viento mientras se movía por la arena del coso.
«Gana esquirlas para mí, hijo».
Adolin ejecutaba con fluidez los golpes de la posición, una dirección, luego la otra, obligando a Elit a retroceder. A medida que el hombre reculaba desordenadamente, la armadura filtraba luz por una docena de lugares donde Adolin lo había golpeado.
Cualquier esperanza de terminar pacíficamente la guerra en las Llanuras Quebradas había desaparecido. Por completo. Sabía cuánto quería su padre ponerle fin, y la arrogancia parshendi lo enfurecía. Se sentía frustrado.
Contuvo esos pensamientos. No podía dejarse consumir por ellos. Ejecutó la posición con cuidado, manteniendo la calma.
Al parecer Elit esperaba que Adolin se mostrara impulsivo, como en su primer duelo por las esquirlas. Elit seguía retrocediendo, esperando aquel momento de intrepidez. Adolin no se lo dio.
Había decidido combatir con precisión, riguroso en la forma y la posición, todo según las normas. Rebajar su habilidad en su duelo anterior no había engañado a nadie para que accediera a un encuentro. Adolin apenas había persuadido a Elit.
Era el momento de una táctica diferente.
Adolin pasó ante el lugar donde observaban Sadeas, Aladar y Ruthar. El núcleo de la coalición contra su padre. A estas alturas, cada uno de ellos había realizado cargas ilícitas en las mesetas, robando la gema corazón antes de que pudieran llegar los que habían sido asignados. En todas las ocasiones, pagaron las multas que Dalinar impuso por su desobediencia. Dalinar no podía hacerles nada más sin arriesgarse a una guerra abierta.
Pero Adolin podía castigarlos de otra forma.
Elit retrocedió a trompicones mientras su contrincante avanzaba. Cuando el hombre intentó lanzar una estocada, Adolin desvió la hoja, lanzó un revés y alcanzó el antebrazo de Elit. También de ahí empezó a filtrarse luz tormentosa.
La multitud murmuró, el tono de las conversaciones se alzó sobre el coso. Elit atacó de nuevo y Adolin paró sus golpes, pero no contraatacó.
Todo según lo estipulado. Cada paso en su sitio. La Emoción brotó en su interior, pero la contuvo. Le disgustaban los altos príncipes y sus riñas, pero hoy no les mostraría esa furia. En cambio, les mostraría perfección.
—¡Quiere agotarte, Elit! —Era la voz de Ruthar desde las gradas cercanas. En su juventud también había sido duelista, aunque no tan bueno como Dalinar o Aladar—. ¡No se lo permitas!
Adolin sonrió por dentro de su yelmo mientras Elit asentía y avanzaba con la posición de humo, enarbolando la espada. Una apuesta arriesgada. La mayoría de las competiciones contra las armaduras esquirladas se ganaban rompiendo secciones, pero en ocasiones lograbas clavar la punta de la hoja a través de una junta entre las placas, rompiéndolas y consiguiendo un impacto.
También era un modo de intentar herir a tu oponente, en vez de limitarte a derrotarlo.
Adolin retrocedió con calma y usó la posición del viento, adecuada para parar un golpe de frente. El arma de Elit se apartó y la multitud volvió a rugir. El primer día, Adolin les había ofrecido un espectáculo brutal, que los había enfurecido. Luego, les dio una lucha cerrada, con emociones de sobra.
Esta vez hacía algo completamente distinto, negando los emocionantes golpes que tan a menudo eran parte de un duelo.
Se hizo a un lado y golpeó levemente el yelmo de Elit. Una pequeña grieta filtró luz. Sin embargo, no tanto como debería.
«Excelente».
Elit gruñó audiblemente dentro de su yelmo y lanzó otra estocada. Justo contra la visera de Adolin.
«Tratando de matarme, ¿eh?»., pensó Adolin, apartando una mano de su espada y alzándola bajo la hoja de Elit, para dejar que se deslizara entre su pulgar y su índice.
La espada de Elit rozó la mano de Adolin cuando este la movió hacia arriba y la derecha. Era un movimiento que no se podía realizar sin armadura: si el contendiente intentaba hacerlo con una espada normal, acababa con la mano cortada por la mitad; si el arma era una hoja esquirlada, el asunto era aún mucho peor.
Con la armadura guio fácilmente la estocada por encima de su cabeza. Luego atacó con la otra mano, descargando su espada contra el costado de Elit.
Alguien en la multitud aplaudió el golpe directo. Otros, en cambio, abuchearon. El golpe clásico habría sido a la cabeza, para intentar romper el yelmo.
Elit trastabilló hacia delante, intentando recuperar el equilibrio perdido tras la estocada fallida y el golpe subsiguiente. Adolin cargó contra él con el hombro, derribándolo al suelo. Entonces, en vez de golpear, dio un paso atrás.
Más abucheos.
Elit se levantó, dio un paso. Se tambaleó levemente, dio un paso más. Adolin retrocedió y colocó su espada esquirlada con la punta hacia el suelo, esperando. En lo alto, el cielo rugía. Probablemente llovería más tarde… no una alta tormenta, por suerte. Solo un trivial aguacero.
—¡Lucha conmigo! —gritó Elit por dentro de su yelmo.
—Ya lo he hecho —respondió Adolin sin alterarse—. Y he vencido.
Elit se abalanzó hacia él. Adolin retrocedió. Entre los abucheos de la multitud, esperó hasta que Elit se detuvo por completo, la armadura vacía de luz tormentosa. Las docenas de pequeñas grietas que había causado en la armadura del hombre habían hecho efecto por fin.
Entonces Adolin dio un paso adelante, colocó una mano contra el pecho de Elit, y lo empujó. Elit se desplomó.
Adolin miró a la brillante dama Istow, la alta jueza.
—El juicio —dijo la alta jueza con un suspiro— se inclina de nuevo por Adolin Kholin. El vencedor. Elit Ruthar pierde su armadura.
A la multitud no le hizo mucha gracia. Adolin se volvió hacia ellos, blandiendo su espada unas cuantas veces antes de hacerla desaparecer, se quitó el yelmo e inclinó la cabeza ante sus abucheos. Tras él, sus armeros (a quienes había preparado para esto) salieron corriendo y despojaron a Elit de sus piezas para llevarse la armadura, que había pasado a pertenecer a Adolin.
Él sonrió y, cuando terminaron, los siguió a la sala de espera bajo las gradas. Renarin esperaba junto a la puerta, con su armadura esquirlada puesta, y la tía Navani estaba sentada junto al brasero de la habitación.
Renarin echó un vistazo a la insatisfecha multitud.
—Padre Tormenta. El primer duelo que hiciste lo terminaste en menos de un minuto, y te odiaron. Hoy has tardado casi una hora, y parece que te odian más.
Adolin se sentó con un suspiro en uno de los bancos.
—He ganado.
—Has ganado —dijo Navani, inspeccionando para ver si tenía heridas, como siempre hacía después de un duelo—. Pero ¿no tenías que hacerlo con gran derroche de exhibición?
Renarin asintió.
—Es lo que pidió nuestro padre.
—Esto será recordado —dijo Adolin, aceptando una copa de agua de manos de Peet, uno de los hombres del puente que ese día estaba de guardia. Asintió agradecido—. La exhibición es para que todo el mundo preste atención. Esto servirá.
Al menos eso esperaba. Lo siguiente era igual de importante.
—Tía —dijo Adolin mientras ella empezaba a escribir una plegaria de agradecimientos—. ¿Has pensado en lo que te pregunté?
Navani siguió escribiendo.
—El trabajo de Shallan parece importante —dijo Adolin—. Quiero decir…
Llamaron a la puerta de la cámara.
«¿Tan rápido?»., pensó Adolin, poniéndose en pie. Uno de los hombres del puente abrió.
Shallan Davar entró apresuradamente, ataviada con un vestido violeta, con el cabello rojo destellando mientras cruzaba la habitación.
—¡Ha sido increíble!
—¡Shallan! —No era la persona que estaba esperando, pero no le disgustó verla—. Miré a tu asiento antes del duelo y no estabas allí.
—Me olvidé de quemar una plegaria —respondió ella—, así que me detuve a hacerlo. Pero he visto casi todo el combate. —Vaciló ante él, como avergonzada durante un momento. A Adolin le encantaba esa timidez. Solo llevaban oficialmente haciéndose la corte poco más de una semana, pero con el compromiso informal… ¿cuál era su relación?
Navani se aclaró la garganta. Shallan se dio media vuelta y se llevó la mano libre a los labios, como si acabara de reparar por primera vez en la presencia de la antigua reina.
—Brillante —dijo, e hizo una reverencia.
—Shallan —dijo Navani—. Mi sobrino solo tiene elogios para ti.
—Gracias.
—Os dejaré, entonces —dijo Navani, encaminándose hacia la puerta, sin terminar su glifoguarda.
—Brillante… —dijo Shallan, alzando una mano hacia ella.
Navani se marchó y cerró la puerta.
Shallan bajó la mano y Adolin dio un respingo.
—Lo siento —dijo—. He intentado hablar con ella. Creo que necesita unos cuantos días más, Shallan. Se recuperará: sabe que no debería desairarte, lo noto. Pero le recuerdas lo que ha sucedido.
Shallan asintió. Los armeros de Adolin se acercaron para quitarle la armadura, pero él los despidió. Ya era bastante malo mostrarle el pelo en desorden, pegado a la cabeza por efecto del yelmo. La ropa que llevaba debajo (un uniforme acolchado) se vería horrible.
—Así que…, ejem, ¿te gustó el duelo? —preguntó Adolin.
—Estuviste maravilloso —respondió Shallan, volviéndose hacia él—. Elit seguía saltando contra ti, y tú lo rechazabas como si fuera un cremlino molesto que intentara trepar por tu pierna.
Adolin sonrió.
—Al resto del público no le pareció tan maravilloso.
—Vinieron para verte humillado. Fuiste muy desconsiderado al no ofrecerles eso.
—Soy un poco picajoso a ese respecto —dijo Adolin.
—Por lo que he descubierto, casi nunca pierdes. Horriblemente aburrido por tu parte. Tal vez deberías intentar un empate de vez en cuando. Para variar.
—Lo tendré en cuenta. ¿Qué te parece si lo comentamos mientras cenamos esta noche? ¿En el campamento de mi padre?
Shallan sonrió.
—Esta noche estoy ocupada. Lo siento.
—Oh.
—Pero puede que pronto tenga algo que ofrecerte —dijo, acercándose un paso—. No he tenido mucho tiempo para estudiar (he estado trabajando mucho para reconstruir los libros de cuentas de Sebarial), pero puede que me haya topado con algo que pueda ayudarte. Con tus duelos.
—¿Qué? —preguntó él, frunciendo el ceño.
—Me acordé de algo que aparece en la biografía del rey Gavilar. Aunque tendrías que ganar un duelo de manera espectacular. Algo sorprendente, algo que dejara boquiabierta a la multitud.
—Menos abucheos, entonces —dijo Adolin, rascándose la cabeza.
—Creo que todo el mundo lo agradecería —comentó Renarin desde la puerta.
—Espectacular… —dijo Adolin.
—Te explicaré más mañana —prometió Shallan.
—¿Qué pasa mañana?
—Me vas a invitar a cenar.
—¿Ah, sí?
—Y me llevarás a dar un paseo.
—¿Yo?
—Sí.
—Soy un hombre afortunado. —Le sonrió—. Muy bien, pues, podemos…
La puerta se abrió de golpe.
Los guardias de Adolin, los hombres del puente, reaccionaron de un salto, y Renarin maldijo, incorporándose. Adolin tan solo se dio media vuelta, apartando amablemente a Shallan a un lado para poder ver quién había más allá. Era Relis, actual campeón de los duelos e hijo mayor del alto príncipe Ruthar.
Como esperaba.
—¿Qué ha sido eso? —exigió Relis, entrando en la habitación. Lo seguía un grupito de ojos claros, incluyendo a la brillante dama Istow, la alta jueza—. Nos insultas a mí y a mi casa, Kholin.
Adolin se cruzó las manos enguantadas a la espalda mientras Relis se acercaba y plantaba el rostro delante del suyo.
—¿No te gustó el duelo? —preguntó Adolin casualmente.
—Eso no ha sido un duelo —replicó Relis—. Avergonzaste a mi primo negándote a luchar adecuadamente. Exijo que esta farsa quede invalidada.
—Ya te he dicho, príncipe Relis —adujo Istow desde atrás—, que el príncipe Adolin no quebró ninguna…
—¿Quieres recuperar la armadura de tu primo? —preguntó Adolin sin alterarse, mirando a Relis a los ojos—. Combate conmigo por ella.
—No me dejaré embaucar —dijo Relis, marcando con un dedo el centro del peto de Adolin—. No te dejaré que me arrastres a otra de tus pantomimas.
—Seis esquirlas, Relis —dijo Adolin—. Las mías, las de mi hermano, la armadura de Eranniv y la de tu primo. Las apuesto todas a un solo duelo. Tú y yo.
—Estás loco si crees que voy a acceder a eso.
—¿Tienes miedo? —preguntó Adolin.
—Eres inferior a mí, Kholin. Los dos últimos combates lo demuestran. Ya ni siquiera sabes batirte… todo lo que conoces son trucos.
—Entonces deberías poder derrotarme con facilidad.
Relis vaciló, cambiando su peso de un pie a otro. Finalmente, señaló de nuevo a Adolin.
—Eres un hijo de puta, Kholin. Sé que luchaste contra mi primo para avergonzarnos a mi padre y a mí. Me niego a dejarme engañar. —Se volvió para marcharse.
—Si tienes miedo —insistió Adolin, mirándolo—, no tienes que batirte contra mí tú solo.
Relis se detuvo y se volvió para mirarlo.
—¿Estás diciendo que te enfrentarás conmigo y con alguien más al mismo tiempo?
—Así es —asintió Adolin—. Lucharé contra ti y contra quien traigas, juntos.
—Estás loco —jadeó Relis.
—¿Sí o no?
—Dos días —replicó Relis—. Aquí en el coso. —Miró a la alta jueza—. ¿Eres testigo de esto?
—Lo soy —asintió ella.
Relis salió apresuradamente. Los demás lo siguieron. La alta jueza se quedó atrás, mirando a Adolin.
—¿Eres consciente de lo que has hecho?
—Conozco bastante bien las convenciones de los duelos. Sí. Soy consciente.
Ella suspiró, pero asintió y acabó por marcharse.
Peet cerró la puerta y luego miró a Adolin, alzando una ceja. Magnífico. Ahora recibía reprimendas de los hombres del puente. Adolin se desplomó en el banco.
—¿Valdrá eso como espectacular? —le preguntó a Shallan.
—¿De verdad crees que puedes derrotar a dos a la vez?
Adolin no respondió. Luchar contra dos hombres simultáneamente era difícil, sobre todo si ambos eran portadores de esquirlada. Podían atacar juntos, sorprender a su contrincante por el flanco, engañarlo. Era mucho más difícil que luchar contra dos, uno después de otro.
—No lo sé —dijo—. Pero querías algo espectacular, así que intentaré que lo sea. Eso sí, espero que de verdad tengas un plan.
Shallan se sentó a su lado.
—¿Qué sabes del alto príncipe Yenev…?