Sin embargo, las órdenes no se desanimaron por tan gran derrota, pues los Tejedores de Luz proporcionaron sustento espiritual; fueron seducidos por aquellas gloriosas creaciones a aventurarse en un segundo asalto.
De Palabras radiantes, capítulo 21, página 10
No tiene sentido —dijo Shallan—. Patrón, estos mapas son incomprensibles.
El spren flotaba cerca en su forma tridimensional llena de ángulos y líneas retorcidas. Dibujarlo había sido difícil, ya que cada vez que ella miraba con atención una sección de su forma, descubría que tenía tantos detalles que desafiaba una descripción adecuada.
—¿Mmm? —preguntó Patrón con su voz zumbante.
Shallan se levantó de la cama y arrojó el libro sobre el escritorio pintado de blanco. Se arrodilló junto al baúl de Jasnah y rebuscó en él hasta encontrar un mapa de Roshar. Era antiguo, y no demasiado preciso: Alezkar era demasiado grande y el mundo en conjunto estaba deformado, con las rutas de comercio recalcadas. Era claramente anterior a los métodos modernos de investigación y cartografía. Con todo, revestía importancia, pues mostraba a los Reinos Plateados como supuestamente fueron durante la época de los Caballeros Radiantes.
—Urithiru —dijo Shallan, señalando una brillante ciudad que en el mapa aparecía como el centro de todo. No estaba en Alezkar, o Alezela, como se conocía en aquellos tiempos. El mapa la situaba en mitad de las montañas que podrían haber sido la moderna Jah Keved. Sin embargo, las anotaciones de Jasnah decían que otros mapas de la época la situaban en otra parte—. ¿Cómo es posible que no supieran dónde estaba su capital, el centro de las órdenes de caballeros? ¿Por qué discute cada mapa con sus compañeros?
—Mmm… —dijo Patrón, pensativo—. Tal vez muchos oyeron hablar de ella, pero nunca llegaron a visitarla.
—¿Los cartógrafos también? —preguntó Shallan—. ¿Y los reyes que encargaron estos mapas? Sin duda, alguno de ellos tuvo que haber estado allí. ¿Por qué, en nombre de Roshar, es tan difícil de situar?
—Quizá deseaban mantener su emplazamiento en secreto.
Shallan pegó el mapa en la pared usando un poco de cera de gorgojo de los suministros de Jasnah. Dio un paso atrás y se cruzó de brazos. No se había vestido todavía, y llevaba puesta la bata, con las manos descubiertas.
—Si es así —dijo—, hicieron un buen trabajo.
Sacó unos cuantos mapas más de la época, creados por otros reinos. En cada uno de ellos, advirtió, el país de origen estaba representado mucho más grande de lo que debería haber sido. Los pegó también a la pared.
—Cada uno muestra a Urithiru en un emplazamiento distinto —dijo Shallan—. Notablemente cerca de sus propias tierras, pero no en ellas.
—Diferentes lenguas en cada mapa —dijo Patrón—. Mmm… Aquí hay patrones. —Intentó deducirlas.
Shallan sonrió. Según le había contado Jasnah, se creía que varios estaban escritos en el canto del alba, una lengua muerta. Las eruditas llevaban años intentando…
—Rey Behardan… algo que no comprendo… orden, quizá —dijo Patrón—. ¿Mapa? Sí, eso probablemente es «mapa». Así que lo siguiente tal vez signifique «dibujar»… dibujar… algo que no comprendo…
—¿Lo estás leyendo?
—Es un patrón.
—Estás leyendo el canto del alba.
—No muy bien.
—¡Estás leyendo el canto del alba! —exclamó Shallan. Se acercó al mapa ante el que flotaba Patrón, y apoyó los dedos en el texto del pie—. ¿Behardan, dices? Tal vez Bajerden… El mismísimo Nohadon.
—¿Bajerden? ¿Nohadon? ¿Por qué ha de tener tantos nombres una persona?
—Uno es honorífico —explicó Shallan—. Su nombre original no se consideraba lo suficientemente simétrico. Bueno, supongo que no era nada simétrico, por eso los fervorosos le dieron uno nuevo hace siglos.
—Pero… el nuevo tampoco es simétrico.
—El sonido «h» puede ser cualquier letra —dijo Shallan, sin prestarle mucha atención—. Lo escribimos como una letra simétrica, para equilibrar la palabra, pero añade una marca diacrítica para indicar que suena como una «h» para que la palabra sea más fácil de pronunciar.
—Eso… ¡No se puede fingir que una palabra es simétrica cuando en realidad no lo es!
Shallan hizo caso omiso de sus balbuceos y se quedó mirando el registro que supuestamente era el canto del alba. «Si encontramos la ciudad de Jasnah —pensó—, y si tiene archivos, podría estar en este lenguaje».
—Tenemos que ver cuánto canto del alba puedes traducir.
—No lo he leído —dijo Patrón, molesto—. He postulado unas cuantas palabras. Pude traducir el nombre por los sonidos de las ciudades de arriba.
—¡Pero esas no están escritas en cantamanecer!
—Los escritos derivan unos de otros —señaló Patrón—. Es evidente.
—Tan evidente que ningún erudito humano ha podido descubrirlo jamás.
—Los patrones no es lo que mejor se os da —dijo él, petulante—. Sois abstractos. Pensáis en mentiras y os las decís a vosotros mismos. Eso es fascinante, pero no ayuda a identificar los patrones.
«Sois abstractos…». Shallan rodeó la cama y sacó un libro del montón que allí había, un libro escrito por la erudita Ali-hija-Hasweth de Shinovar. Las eruditas shin eran las que ofrecían un punto de vista más interesante, ya que sus perspectivas sobre el resto de Roshar podían ser muy sinceras, muy diferentes.
Encontró el párrafo que quería. Jasnah lo indicaba en sus notas, así que Shallan tuvo que conseguir el libro entero. El estipendio de Sebarial (que le estaba pagando, en efecto) le venía muy bien. Vathah y Gaz, a petición suya, se habían pasado los últimos días visitando mercaderes de libros y preguntando por Palabras radiantes, el título que Jasnah le había dado justo antes de morir. De momento no había habido suerte, aunque un mercader había dicho que tal vez podría conseguirlo desde Kholinar.
—«Urithiru era la conexión de todas las naciones» —leyó en voz alta del libro de la escritora shin—. «Y, en ocasiones, nuestro único camino para salir del mundo, con sus piedras desconsagradas». —Miró a Patrón—. ¿Qué significa eso para ti?
—Significa lo que dice —respondió Patrón, todavía flotando junto a los mapas—. Que Urithiru estaba bien conectada. ¿Carreteras, tal vez?
—Siempre he interpretado esa frase metafóricamente. Conectada en propósito, en pensamiento, y en sabiduría.
—Ah. Mentiras.
—¿Y si no es una metáfora? ¿Y si es como dices? —Shallan se levantó y cruzó la habitación para acercarse a los mapas. Apoyó los dedos en Urithiru, en el centro—. Conectada… pero no por carreteras. Algunos de estos mapas no tienen carreteras que conduzcan a Urithiru. Todos la sitúan en las montañas, o al menos en las colinas…
—Mmm.
—¿Cómo se llega a una ciudad, si no es por carretera? —preguntó Shallan—. Nohadon podía ir andando, o eso decía. Pero otros no hablan de ir a Urithiru a caballo, o caminando.
Desde luego, había muy pocos relatos de viajeros que hubieran visitado la ciudad. Era una leyenda. La mayoría de las eruditas modernas la consideraban un mito.
Necesitaba más información. Se dirigió al baúl de Jasnah y sacó uno de sus cuadernos.
—Jasnah decía que Urithiru no estaba en las Llanuras Quebradas, pero ¿y si el camino está aquí? No un camino corriente, claro. Urithiru era la ciudad de los potenciadores. De antiguos portentos, como las espadas esquirladas.
—Mmm… —dijo Patrón en voz baja—. Las espadas esquirladas no son ningún portento…
Shallan encontró la referencia que estaba buscando. No era una cita que le hubiera llamado la atención, pero sí la anotación que había hecho Jasnah. «Otra leyenda popular, esta registrada en Entre los ojos oscuros de Calinam. Página 102. Relatos de viajes instantáneos y las Puertas Juradas invaden estas historias».
Viajes instantáneos. Puertas Juradas.
—Para eso he venido —susurró Shallan—. Esperaba poder encontrar un paso aquí, en las Llanuras. Pero son tierras yermas, asoladas por las tormentas, solo piedra, crem y conchasgrandes. —Miró a Patrón—. Tenemos que ir a las Llanuras Quebradas.
Su anuncio fue acompañado por un aciago tañido del reloj. Aciago porque significaba que era mucho más tarde de lo que había calculado. ¡Tormentas! Había quedado en reunirse con Adolin a mediodía. Tenía que salir al cabo de media hora si quería llegar a tiempo.
Soltó un refunfuño de contrariedad y corrió al cuarto de baño, donde abrió el grifo para llenar la bañera. Después de un momento de escupir aguacrem sucia, empezó a salir agua cálida y clara, y puso el tapón. Metió la mano dentro, maravillándose de nuevo. Agua corriente y caliente. Sebarial había dicho que los artefabrianos habían ido de visita hacía poco, y se habían puesto a preparar un fabrial que mantendría el agua de la cisterna siempre caliente, como los que había en Kharbranth.
—Me temo —dijo, quitándose la bata—, que voy a acostumbrarme mucho, muchísimo a esto.
Se metió en la bañera mientras Patrón se movía por la pared sobre ella. Había decidido no ser tímida con él. Cierto, tenía voz masculina, pero en realidad no era un hombre. Además, había spren por todas partes. La bañera probablemente tenía uno dentro, igual que las paredes. Había visto con sus propios ojos que todo tenía un alma, o un spren, o lo que fuera. ¿Le importaba que las paredes la miraran? No. Entonces, ¿por qué iba a preocuparse por Patrón?
Sin embargo, había de repetirse este razonamiento cada vez que él la veía desnudarse. Por otra parte, si él no fuera tan condenadamente curioso por todo, ella se habría sentido mucho más tranquila.
—Las diferencias anatómicas entre los sexos son tan ligeras —comentó Patrón, canturreando para sí—, y sin embargo tan profundas… Y tú las enfatizas. Cabello largo. Mejillas sonrosadas. Anoche fui a ver a Sebarial cuando se bañaba y…
—Por favor, dime que no hiciste eso —dijo Shallan, ruborizándose mientras cogía jabón de la jarra situada junto a la bañera de hierro.
—Pero… si acabo de decirte que lo hice. De todas formas, no me vio. No necesitaría hacer esto si fueras más colaboradora.
—No voy a hacer dibujos de desnudos para ti.
Shallan había cometido el error de mencionar que muchas de las grandes artistas se habían dedicado a esa disciplina. Después de mucho suplicar allá en casa, había conseguido que varias doncellas posaran para ella, aunque le hicieron prometer que destruiría los dibujos. Cosa que había hecho. Nunca había dibujado a hombres de esa forma. ¡Tormentas, sería embarazoso!
No se permitió entretenerse en el baño. Un cuarto de hora más tarde, según el reloj, estaba vestida y peinándose el pelo mojado ante el espejo.
¿Cómo iba a regresar a Jah Keved y a una plácida vida rural? La respuesta era sencilla. Probablemente no regresaría nunca. Antaño, ese pensamiento la habría horrorizado. En ese momento la entusiasmaba, aunque estaba decidida a traer a sus hermanos a las Llanuras Quebradas. Estarían mucho más seguros allí que en las posesiones de su padre, ¿y qué dejarían atrás? Prácticamente nada. Había empezado a pensar que era la mejor solución posible, y que además les permitiría evitar el asunto del moldeador de almas perdido, hasta cierto punto.
Había ido a una de las estaciones de comunicación conectadas con Tashikk (había una en todos los campamentos de guerra), y pagado para que enviaran una carta, junto con una vinculacañas, para sus hermanos desde Valath. Tardaría semanas en llegar, por desgracia. Si es que realmente alcanzaba su destino. El mercader con el que había hablado en la estación de información le había advertido que recorrer Jah Keved era peligroso, debido a la guerra de sucesión. Para asegurarse, había enviado una segunda carta desde Tenaza del Norte, que estaba lo más lejos posible de los campos de batalla. Era de esperar que al menos una de las dos llegara.
Cuando estableciera contacto de nuevo, les diría una sola cosa a sus hermanos. Que abandonaran las posesiones de Davar. Que cogieran el dinero que había enviado Jasnah y huyeran a las Llanuras Quebradas. De momento, había hecho cuanto estaba en su mano.
Recorrió la habitación, saltando a la pata coja mientras se ponía una zapatilla y pasó ante los mapas. «Ya me ocuparé de vosotros más tarde».
Era hora de ir a seducir a su prometido. Como fuera que se hiciera eso. En las novelas que había leído parecía algo fácil. Un movimiento de pestañas, ruborizarse en los momentos adecuados. Bueno, de esto último andaba sobrada. Aunque tal vez no lo hacía en los momentos adecuados. Se abotonó la manga sobre la mano segura y se detuvo en la puerta para mirar atrás. Vio su cuaderno de bocetos y su lápiz sobre la mesa.
No quería volver a salir sin ellos. Los metió en la cartera y se marchó. Mientras recorría la casa de mármol blanco pasó ante una habitación de enormes ventanales de cristal que daba a los jardines, a sotavento. Dentro, Palona yacía boca abajo, recibiendo un masaje, con la espalda completamente desnuda, mientras Sebarial estaba tumbado comiendo dulces. Una joven estaba de pie ante un atril en un rincón, recitándoles poesía.
Shallan no acertaba a juzgar a aquellos dos. Sebarial. ¿Era un astuto conspirador o un glotón indolente? ¿Ambas cosas? A Palona desde luego le gustaban los lujos que proporciona la riqueza, pero no parecía nada arrogante. Shallan se había pasado los tres últimos días repasando los libros de contabilidad de Sebarial, y había descubierto que eran un auténtico caos. ¿Cómo podía haber dejado que sus cuentas se desfasaran tanto?
Shallan no era especialmente dotada para los números, al menos en comparación con el arte, pero a veces disfrutaba de las matemáticas y estaba decidida a ordenar aquellos libros de cuentas.
Gaz y Vathah la aguardaban. La siguieron hasta el carruaje de Sebarial, que la estaba esperando, junto con uno de sus esclavos para hacer de lacayo. En, dijo que había hecho ese trabajo antes, y le sonrió cuando se acercó al vehículo. Eso la alegró. No recordaba que ninguno de los cinco esclavos hubiera sonreído durante el viaje, ni siquiera cuando los liberó de la jaula.
—¿Te tratan bien, En? —le preguntó cuando él le abrió la puerta del carruaje.
—Sí, señora.
—¿Me lo dirías si no fuera así?
—Pues… sí, señora.
—¿Y tú, Vathah? —preguntó, volviéndose hacia él—. ¿Qué te parece tu alojamiento?
Él gruñó.
—Supongo que eso significa que no tienes nada que objetar.
Gaz se echó a reír. Le gustaban los comentarios mordaces.
—Has cumplido tu palabra —dijo Vathah—. Eso te lo reconozco. Los hombres están contentos.
—¿Y tú?
—Aburrido. Lo único que hacemos es pasarnos todo el día sentados, recoger lo que nos pagas y salir a beber.
—Para la mayoría, este plan sería ideal. —Shallan le sonrió a En y subió al carruaje.
Vathah cerró la puerta y luego se asomó a la ventana.
—La mayoría de los hombres son idiotas.
—¿Pero qué dices? —replicó ella, sonriendo—. Según las estadísticas, solo la mitad lo son.
Él gruñó. Shallan estaba aprendiendo a interpretar aquellos gruñidos, esenciales para hablar en vathahés. Este significaba más o menos: «No voy a reírme de este chiste porque eso echaría por tierra mi reputación de total y absoluto cascarrabias».
—Supongo que tendremos que viajar ahí arriba —dijo él.
—Gracias por ofrecerte —respondió Shallan, y luego corrió la cortina. Fuera, Gaz volvió a reírse. Los dos subieron a las posiciones de guardia en la parte superior trasera del carruaje, y En se unió al cochero delante. Era un carruaje de verdad, tirado por caballos y todo. Al principio Shallan se había sentido mal al pedir su uso, pero Palona se echó a reír.
—¡Llévatelo siempre que quieras! —le había dicho—. Yo tengo el mío, y si el carruaje de Turi no está, así tendrá una excusa para no ir cuando la gente lo invite. Le encanta hacerlo.
Shallan cerró la otra cortina mientras el cochero ponía el vehículo en marcha. Sacó entonces su cuaderno de dibujos. Patrón esperaba en la primera página en blanco.
—Vamos a averiguar qué podemos hacer —susurró Shallan.
—¡Qué emocionante! —dijo Patrón.
Shallan sacó su bolsa de esferas, inspiró un poco de luz tormentosa y enseguida la sopló ante ella, tratando de darle forma, de mezclarla.
Nada.
A continuación trató de mantener una imagen muy concreta en su cabeza: ella misma, con un pequeño cambio, el pelo negro en vez de rojo. Exhaló la luz tormentosa. Esta vez la luminosidad revoloteó a su alrededor y flotó un instante antes de desaparecer también.
—Esto es una tontería —dijo en voz baja, mientras la luz escapaba de sus labios. Hizo un rápido boceto de sí misma con el pelo oscuro—. ¿Qué importa que lo dibuje primero o no? Los lápices ni siquiera muestran el color.
—No debería importar —dijo Patrón—. Pero a ti te importa. No sé por qué.
Ella terminó el boceto. Era muy simple: en realidad no mostraba sus rasgos, sino solo el cabello, todo lo demás se plasmaba sin detalles. Sin embargo, cuando usó de nuevo la luz tormentosa, esa vez la imagen prendió y su pelo se volvió negro.
Shallan suspiró. La luz escapó de sus labios.
—¿Y cómo hago desaparecer una ilusión?
—Deja de alimentarla.
—¿Cómo?
—¿Se supone que he de saberlo? —preguntó Patrón—. Tú eres la experta en alimentación.
Shallan reunió todas sus esferas (varias estaban ya opacas) y las colocó en el asiento frente a ella, fuera de su alcance. No fue lo bastante lejos, pues cuando su luz tormentosa se agotó, inspiró usando instintos que no sabía que tenía. La luz cruzó el carruaje y entró en ella.
—Me sale bastante bien —dijo agriamente—, considerando el poco tiempo que llevo haciéndolo.
—¿Poco tiempo? —dijo Patrón—. Pero primero…
Ella dejó de escuchar hasta que él terminó.
—Necesito encontrar otro ejemplar de Palabras radiantes —dijo Shallan, comenzando otro boceto—. Tal vez hable de cómo hacer desaparecer las ilusiones.
Continuó trabajando en el boceto, un retrato de Sebarial. Había tomado un recuerdo suyo mientras cenaban la noche anterior, justo después de regresar de una sesión de exploración en el complejo de Amaram. Quería hacer bien los detalles de este dibujo para su colección, así que tardó algún tiempo. Por fortuna, la carretera lisa implicaba que no había grandes sacudidas. No era ideal, pero parecía que cada día tenía menos tiempo, con su investigación, su trabajo para Sebarial, y los encuentros con Adolin Kholin. Tenía mucho más tiempo cuando era más joven. No podía evitar pensar que había desperdiciado gran parte de ese tiempo.
Dejó que el trabajo la consumiera. El sonido familiar del lápiz sobre el papel, el foco de creación. La belleza estaba ahí fuera, todo alrededor. Crear arte no era capturarla, sino participar en ella.
Cuando terminó, una ojeada por la ventanilla le indicó que se acercaban al Pináculo. Alzó el dibujo, estudiándolo, y luego asintió para sí. Satisfactorio.
A continuación trató de usar luz tormentosa para crear una imagen. Exhaló gran cantidad, y se formó inmediatamente, convirtiéndose en una imagen de Sebarial sentado frente a ella en el carruaje. Tenía la misma postura que en el dibujo, las manos extendidas para servirse comida que no estaba incluida en la imagen.
Shallan sonrió. El detalle era perfecto. Pliegues en la piel, cabellos individuales. No los había dibujado: ningún dibujo podía capturar todos los cabellos de la cabeza, todos los poros de la piel. Su imagen tenía estas cosas, así que no creaba exactamente lo que ella dibujaba, sino que el dibujo era un foco. Un modelo a partir del cual se construía la imagen.
—Mmm —dijo Patrón, satisfecho—. Una de tus mentiras más verdaderas. Maravilloso.
—No se mueve —dijo Shallan—. Nadie lo confundiría con algo vivo, no importa lo innatural que sea la posición. Los ojos carecen de vida, el pecho no sube y baja con la respiración. Los músculos no se mueven. Tiene detalles… pero igual que una estatua puede ser detallada y seguir estando muerta.
—Una estatua de luz.
—No he dicho que no fuera impresionante —dijo Shallan—. Pero será mucho más difícil utilizar las imágenes si no puedo darles vida. —Qué extraño debía ser que sus bocetos cobraran vida, pero esta cosa (que era mucho más realista) estaba muerta.
Extendió la mano para atravesar la imagen. Si la tocaba despacio, la perturbación era menor. Mover la mano la agitaba como si fuera humo. Advirtió algo más. Mientras su mano estaba dentro de la imagen…
Sí. Absorbió el aliento y la imagen se disolvió en brillante humo, atraída hacia su piel. Podía recuperar luz tormentosa de la ilusión. «Una pregunta resuelta», pensó, acomodándose y tomando notas sobre la experiencia en la parte de atrás de su cuaderno.
Empezó a guardar el zurrón mientras el carruaje llegaba al Mercado Exterior, donde Adolin la estaría esperando. Habían dado el paseo prometido el día anterior, y a ella le parecía que las cosas estaban saliendo bien. Pero también sabía que necesitaba impresionarlo. Sus esfuerzos con la alta dama Navani no habían sido fructíferos hasta el momento, y necesitaba una alianza con la casa Kholin.
Eso la hizo reflexionar. Se le había secado ya el pelo, pero le gustaba llevarlo largo y liso hasta la espalda, con solo su ondulación natural para darle cuerpo. Las mujeres alezi, en cambio, solían llevar intrincadas trenzas.
Su piel era pálida y levemente pecosa y su cuerpo no era tan curvilíneo como para inspirar envidia. Podía cambiar todo esto con una ilusión. Una ampliación. Como Adolin la había visto ya, no podía cambiar nada que llamara mucho la atención, pero sí mejorarse. Sería como llevar maquillaje.
Vaciló. Si Adolin accedía al matrimonio, ¿sería por ella o por las mentiras?
«Niña tonta —pensó Shallan—. ¿Estabas dispuesta a cambiar tu aspecto para que Vathah te siguiera y ocupar un sitio con Sebarial, y en cambio ahora no?».
Pero capturar la atención de Adolin con ilusiones la llevaría por un camino difícil. No podía llevar siempre una ilusión, ¿no? ¿De casada? Era mejor ver qué podía hacer sin eso, pensó mientras bajaba del carruaje. Tendría que confiar en sus argucias femeninas.
Ojalá supiera si tenía alguna.