Cuando Eshonai regresó, la estaban esperando.

Una congregación de millares de oyentes abarrotaba la linde de la meseta ante Narak. Trabajadores, soldados, diestros e incluso algunos carnales que habían hecho a un lado su hedonismo ante la perspectiva de algo novedoso. ¿Una nueva forma, una forma de poder?

Eshonai avanzó hacia ellos, maravillándose ante la energía. Líneas diminutas, casi invisibles de relámpagos rojos brotaban de su mano si cerraba rápidamente el puño. Su piel moteada (casi toda negra, con una ligera veta de líneas rojas) no había cambiado, pero había perdido la voluminosa armadura de la forma de guerra. En cambio, pequeñas crestas asomaban a través de la piel de sus brazos, que se tensaba en algunos lugares. Había probado la nueva armadura contra las piedras y había descubierto que era muy resistente.

Volvía a tener una mata de pelo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que las sintió? Lo más maravilloso de todo, se sentía concentrada. No más preocupaciones por el destino de su pueblo. Sabía lo que tenía que hacer.

Venli se abrió paso hasta la parte delantera de la multitud mientras Eshonai llegaba al borde del abismo. Se miraron la una a la otra a través del vacío, y Eshonai detectó la pregunta en los labios de su hermana. «¿Funcionó?».

Eshonai cubrió el abismo de un salto. No necesitó tomar carrerilla como sucedía con la forma de guerra: se agachó y luego se lanzó al aire. El viento pareció rebullir a su alrededor. Cruzó el abismo y aterrizó entre su pueblo, líneas rojas de poder corrieron por sus piernas mientras se agachaba, absorbiendo el impacto del aterrizaje.

La gente retrocedió. Clarísimo. Todo estaba sumamente claro.

—He regresado de las tormentas —dijo al Ritmo de Alabanza, que también podía ser utilizado para la auténtica satisfacción—. Traigo conmigo el futuro de dos pueblos. Nuestro tiempo de no saber qué hacer ha terminado.

—¿Eshonai? —Era Thude, llevando su largo abrigo—. Eshonai, tus ojos.

—¿Sí?

—Son rojos.

—Son una representación de lo que me he convertido.

—Pero, en las canciones…

—¡Hermana! —llamó Eshonai a Resolución—. ¡Ven a mirar lo que has forjado!

Venli se acercó, tímida al principio.

—Forma tormenta —susurró a Asombro—. ¿Funciona, entonces? ¿Puedes moverte en las tormentas sin peligro?

—Más que eso —dijo Eshonai—. Los vientos me obedecen. Y Venli, puedo sentir algo… algo acumulándose. Una tormenta.

—¿Sientes una tormenta ahora? ¿En los ritmos?

—Más allá de los ritmos —dijo Eshonai. ¿Cómo podía explicarlo? ¿Cómo podía describir el sabor a quien no tiene boca, la visión a quien nunca ha visto?—. Siento una tempestad preparándose justo más allá de nuestra conciencia. Una tempestad poderosa y furiosa. Una alta tormenta. Con suficientes de nosotros con esta forma, podríamos atraerla. Podríamos doblegar las tormentas a nuestra voluntad, y podríamos lanzarlas contra nuestros enemigos.

La canción al Ritmo del Asombro se extendió entre los que observaban. Como eran oyentes, podían sentir el ritmo, oírlo. Todos estaban en armonía, todos a ritmo con los demás. Perfección.

Eshonai extendió los brazos a los lados y habló en voz alta.

—¡Haced a un lado la desesperación y cantad al Ritmo de la Alegría! He mirado en las profundidades de los ojos del Jinete de la Tormenta, y he visto su traición. Conozco su mente, y he visto su intención de ayudar a los humanos contra nosotros. ¡Pero mi hermana ha descubierto la salvación! ¡Con esta forma podremos plantar batalla, ser independientes y expulsar a nuestros enemigos de esta tierra como a hojas antes de la tempestad!

El canturreo del Asombro se hizo más fuerte, y algunos empezaron a cantar. Eshonai se regocijó en él.

Ignoró conscientemente la voz en su interior que gritaba llena de horror.

Palabras radiantes
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