La forma de guerra se lleva en la batalla y el gobierno,
reclamada por los dioses, dada para matar.
Desconocida, invisible, pero vital para ganar.
Viene a quienes poseen la voluntad.
De La canción de las clasificaciones de los oyentes, estrofa 15
El carromato se sacudía y estremecía mientras cruzaba el terreno pedregoso. Shallan iba sentada en el duro asiento junto a Bluth, uno de los mercenarios de rostro impenetrable que empleaba Tvlakv. Guiaba al chull que tiraba del carro, y no hablaba mucho, aunque cuando creía que ella no estaba mirando la inspeccionaba con ojos como perlas de cristal oscuro.
Hacía frío. Shallan deseaba que cambiara el tiempo y la primavera (o incluso el verano) llegara por fin. No era algo probable en un lugar conocido por su frío permanente. Después de haber improvisado una manta con el forro del baúl de Jasnah, Shallan se cubrió las piernas con ella hasta los pies, tanto para esconder la falda hecha jirones como para protegerse del frío.
Trató de distraerse estudiando las inmediaciones. Allí, en la zona sur de las Tierras Heladas, la flora le resultaba completamente desconocida. Si había hierba, crecía en parches entre las rocas, con hojas cortas y afiladas en vez de largas y ondulantes. Los rocabrotes nunca eran más grandes que un puño, y no se abrían del todo, ni siquiera cuando intentó verter agua en uno de ellos. Sus enredaderas eran perezosas y lentas, como si estuvieran entumecidas por el frío. Sus quebradizas ramas rozaban los costados del carromato, y sus diminutas hojas verdes del tamaño de gotas de lluvia se plegaban y se introducían dentro de los tallos.
Los matorrales crecían prolíficamente, extendiéndose allá donde podían aferrarse. Cuando el carromato pasó ante un arbusto especialmente alto, Shallan extendió la mano y arrancó una rama. Era tubular, con el centro abierto, áspera como la arena.
—Son demasiado frágiles para las altas tormentas —dijo Shallan, alzándola—. ¿Cómo sobrevive esta planta?
Bluth gruñó.
—Lo normal es entretener a tu compañero de viaje con un diálogo, Bluth —dijo Shallan.
—Lo haría —dijo él, sombrío—, si supiera por Condenación qué significan la mitad de esas palabras.
Shallan se sobresaltó. Lo cierto es que no esperaba ninguna respuesta.
—Entonces estamos igualados —dijo—, ya que tú usas un montón de palabras que yo no conozco. Aunque creo que la mayoría son maldiciones…
Aunque intentó decirlo en tono jovial, el rostro de él se ensombreció aún más.
—Crees que soy tan tonto como esa rama.
«Deja de insultar a mi rama». Las palabras acudieron a la mente de Shallan, y casi a sus labios, sin freno. Tendría que saber refrenar mejor su lengua, considerando su educación. Pero la libertad (no tener miedo a que su padre acechara detrás de cada puerta cerrada) había mermado considerablemente su autocontrol.
Pese a todo, contuvo la réplica a tiempo.
—La estupidez es una condición de lo que te rodea —dijo en cambio.
—¿Estás diciendo que soy estúpido porque me criaron así?
—No. Estoy diciendo que todo el mundo es estúpido en algunas situaciones. Después de perder mi barco, me encontré en tierra pero incapaz de encender una hoguera para calentarme. ¿Dirías que soy estúpida?
Él le dirigió una severa mirada, pero no dijo nada. Tal vez a un ojos oscuros esa pregunta le parecía una trampa.
—Pues lo soy —dijo Shallan—. En muchos campos, soy estúpida. Tal vez en lo referido a las grandes palabras, tú seas estúpido. Por eso necesitamos tanto a las eruditas como a los trabajadores de las caravanas, guardia Bluth. Nuestras respectivas estupideces se complementan.
—Comprendo que sea necesario contar con gente que sepa encender una hoguera —dijo Bluth—. Pero no sé para qué vamos a necesitar personas que conozcan palabras raras.
—Shhhh —repuso Shallan—. No lo digas tan alto. Si los ojos claros se enteraran, podrían dejar de perder el tiempo inventando palabras nuevas, y a cambio empezarían a meterse en los asuntos de la gente honrada.
Él la miró de nuevo. No había ni un atisbo de humor bajo aquel grueso entrecejo. Shallan suspiró, pero volvió su atención hacia las plantas. ¿Cómo sobrevivían a las altas tormentas? Debería sacar su carpeta de bocetos y…
No.
Puso en blanco su mente y lo dejó pasar. Poco después, Tvlakv ordenó la parada de mediodía. El carromato de Shallan fue frenando y otro avanzó hasta ponerse a su altura.
Lo conducía Tag, con los dos parshmenios sentados en la jaula de la parte trasera y trabajando en silencio tejiendo sombreros con los juncos que habían recogido por la mañana. La gente normalmente ordenaba a los parshmenios que hicieran ese tipo de trabajos menores: cualquier cosa con tal de asegurar que todo el tiempo de que disponían lo emplearan en ganar dinero para sus amos. Tvlakv vendería los sombreros por unos pocos chips en su destino.
Siguieron trabajando cuando los carromatos se detuvieron. Habría que decirles que hicieran otra cosa, y tenían que ser entrenados específicamente para cada trabajo que hacían. Pero cuando adquirían un aprendizaje, trabajaban sin quejarse.
Para Shallan, su silenciosa obediencia en el fondo era algo pernicioso. Sacudió la cabeza y luego extendió la mano hacia Bluth, que la ayudó a bajar del carromato sin que hicieran falta más indicaciones. Una vez en el suelo, apoyó la mano en el costado del vehículo e inhaló profundamente por la boca. Padre Tormenta, ¿qué les había hecho a sus pies? Los dolorspren asomaron de la pared a su lado, trocitos naranja de tendón, como manos sin carne.
—¿Brillante? —dijo Tvlakv, acercándose—. Me temo que no tenemos mucho que ofrecerte en cuestión de comida. Somos pobres para ser mercaderes, ¿sabes?, y no podemos permitirnos manjares.
—Lo que tengáis será suficiente —respondió Shallan, tratando de que el dolor no se le notara en la voz, aunque los spren ya habían empezado a delatarla—. Por favor, que uno de tus hombres traiga mi baúl.
Tvlakv lo hizo sin quejarse, aunque observó ansioso mientras Bluth lo depositaba en el suelo. No parecía muy aconsejable permitirle ver lo que había dentro: cuanta menos información tuviera, mejor para Shallan.
—Esas jaulas… —dijo Shallan, observando la parte trasera de su carromato—. ¿No se pueden colocar esos laterales de madera para que queden encajados sobre los barrotes?
—Sí, brillante —dijo Tvlakv—. Por las altas tormentas, así es.
—Con los esclavos que tienes apenas llenas uno de los tres carromatos —dijo Shallan—. Y los parshmenios van en otro. Este queda vacío, y será un carro excelente para mí. Coloca los laterales.
—¿Brillante? —preguntó Tvlakv sorprendido—. ¿Quieres que te meta en la jaula?
—¿Por qué no? —replicó ella, mirándolo a los ojos—. Sin duda estoy a salvo bajo tu custodia, mercader Tvlakv.
—Esto… sí…
—Es de esperar que tus hombres y tú estéis familiarizados con las inclemencias del viaje —dijo Shallan tranquilamente—, pero yo no. No me hace ningún bien ir sentada día sí, día también, sobre un duro banco. Un carruaje adecuado será una agradable mejora para este viaje.
—¿Carruaje? —dijo Tvlakv—. ¡Es un carro de esclavos!
—Simple cuestión de terminología, mercader Tvlakv. ¿Puedes hacer lo que te he pedido? Te lo agradecería.
Él suspiró, pero dio la orden, y los hombres sacaron los laterales de debajo del carromato y los engancharon por la parte exterior. Dejaron sin colocar la trasera, donde estaba la puerta de la jaula. El resultado no pareció especialmente cómodo, pero le proporcionaría cierta intimidad. Shallan hizo que Bluth metiera dentro su baúl, para desazón de Tvlakv. Luego subió y cerró la puerta de la jaula. Sacó la mano entre los barrotes y señaló a Tvlakv.
—¿Brillante?
—La llave.
—Oh. —La sacó de un bolsillo y la miró un momento (un momento demasiado largo), antes de entregársela.
—Gracias —respondió ella—. Puedes enviar a Bluth con mi comida cuando esté lista, pero necesitaré un cubo de agua limpia inmediatamente. Has sido muy cortés. No olvidaré tu servicio.
—Er… gracias. —Lo dijo casi como una pregunta, y cuando se marchó parecía confuso. Era mejor así.
Cuando Bluth le llevó el agua, ella se arrastró (para no utilizar los pies) por el interior del carro cerrado. El lugar apestaba a suciedad y sudor, y sintió náuseas al pensar en los esclavos que habían sido retenidos allí. Le pediría a Bluth que ordenara a los parshmenios limpiarlo más tarde.
Se detuvo ante el baúl de Jasnah, luego se arrodilló y alzó la tapa con cuidado. La luz brotó de las esferas infusas que contenía. Patrón esperaba allí también (le había ordenado que no se dejara ver); su forma alzaba la cubierta de un libro.
Shallan había logrado sobrevivir, de momento. Sin duda no estaba a salvo, pero al menos no iba a morirse de frío o de hambre inmediatamente. Eso significaba que finalmente tenía que enfrentarse a preguntas y problemas de mayor envergadura. Apoyó la mano en los libros, ignorando por un momento sus pies doloridos.
—Estos tienen que llegar a las Llanuras Quebradas.
Patrón vibró con un sonido confuso: un tono interrogativo que implicaba curiosidad.
—Alguien tiene que continuar la obra de Jasnah —dijo Shallan—. Hay que encontrar Urithiru y convencer a los alezi de que el regreso de los Portadores del Vacío es inminente. —Se estremeció, pensando en los parshmenios de pieles moteadas que trabajaban tan solo una carreta más allá.
—¿Tú… mmm… continúas? —preguntó Patrón.
—Sí. —Había tomado esa decisión en el momento en que insistió en que Tvlakv la llevara a las Llanuras Quebradas—. La noche antes del naufragio, cuando vi a Jasnah con la guardia baja… Sé lo que debo hacer.
Patrón murmuró, de nuevo parecía confundido.
—Es difícil de explicar —dijo Shallan—. Es una cosa humana.
—Excelente —repuso Patrón, ansioso.
Ella lo miró, alzando una ceja. Había cambiado mucho desde que se pasaba las horas girando en el centro de una habitación o subiendo y bajando por las paredes.
Shallan sacó algunas esferas para tener mejor iluminación, y luego retiró una de las telas con las que Jasnah había envuelto sus libros. Estaba inmaculadamente limpia. Shallan humedeció la tela en el cubo de agua y empezó a lavarse los pies.
—Antes de ver la expresión de Jasnah aquella noche —explicó—, antes de hablar con ella a pesar de su fatiga y advertir lo preocupada que estaba, caí en una trampa. La trampa de una erudita. A pesar de mi horror inicial ante lo que Jasnah contaba acerca de los parshmenios, lo consideraba todo como un reto intelectual. Jasnah era tan circunspecta, al menos en apariencia, que pensé que creía lo mismo.
Dio un respingo cuando quitó un trocito de piedra de una grieta en su pie. Más dolorspren brotaron del suelo del carro. No caminaría grandes distancias durante algún tiempo, pero al menos no veía aún ningún putrispren. Sería mejor que buscara algún antiséptico.
—El peligro que corremos no es solo teórico, Patrón. Es real y terrible.
—Sí —dijo Patrón, con voz grave.
Ella lo miró. Había subido por el interior de la tapa del baúl, iluminado por las diversas luces de las esferas de distintos colores.
—¿Sabes algo sobre el peligro? ¿Los parshmenios, los Portadores del Vacío?
Tal vez interpretaba erróneamente sus tonos de voz. Patrón no era humano, y a menudo hablaba con extrañas inflexiones.
—Mi regreso… —dijo Patrón—. A causa de esto.
—¿Qué? ¿Por qué no lo habías dicho?
—Decir… hablar… Pensar… Todo difícil. Voy mejorando.
—Viniste a mí a causa de los Portadores del Vacío —dijo Shallan, disponiéndose a cerrar el baúl, con el paño ensangrentado olvidado en su mano.
—Sí. Los patrones… nosotros… nos… Preocupamos. Uno fue enviado. Yo.
—¿Por qué a mí?
—Por las mentiras.
Ella sacudió la cabeza.
—No comprendo.
Patrón zumbó, insatisfecho.
—Tú. Tu familia.
—¿Me viste con mi familia? ¿Hace tanto tiempo?
—Shallan. Recuerda…
De nuevo aquellas evocaciones. Esta vez no se trataba de un banco en un jardín, sino una habitación blanca, estéril. La nana de su padre. Sangre en el suelo.
«No».
Se dio media vuelta y empezó a lavarse de nuevo los pies.
—Sé… poco de los humanos —dijo Patrón—. Se rompen. Sus mentes se rompen. Tú no te rompiste. Solo te agrietaste.
Ella continuó lavándose.
—Son las mentiras las que te salvan —dijo Patrón—. Las mentiras que me atrajeron.
Shallan mojó el paño en el cubo.
—¿Tienes un nombre? Te he llamado Patrón, pero eso es más bien una descripción.
—El nombre es números —dijo Patrón—. Muchos números. Difícil de decir. Patrón… Patrón está bien.
—Mientras no empieces a llamarme Errática, por contraste…
—Mmm…
—¿Qué significa eso?
—Estoy pensando —dijo Patrón—. Considerando la mentira.
—¿El chiste?
—Sí.
—Por favor, no te esfuerces demasiado. No era un chiste especialmente ingenioso. Si quieres reflexionar sobre uno bueno, piensa que detener el regreso de los Portadores del Vacío puede depender de mí, nada menos.
—Mmm…
Terminó de curarse los pies lo mejor que pudo y a continuación se los envolvió con otros paños que sacó del baúl. No tenía zapatillas ni zapatos. ¿No podría comprar un par de botas a uno de los traficantes de esclavos? La idea hizo que el estómago se le revolviera, pero no tenía otra opción.
A continuación, revisó el contenido del baúl. Era solo uno de los que tenía Jasnah, pero Shallan lo reconoció: era el que su maestra guardaba en su camarote, el que se habían llevado los asesinos. Contenía las notas de Jasnah: libros y más libros repletos de notas. El baúl contenía pocas fuentes primarias, pero eso no importaba, ya que Jasnah transcribía meticulosamente todos los párrafos relevantes.
Cuando hizo a un lado el último volumen, Shallan advirtió algo en el fondo del baúl. ¿Un papel suelto? Lo recogió, curiosa… y casi lo soltó por la sorpresa.
Era un dibujo de Jasnah que ella misma había hecho. Shallan se lo había regalado después de que la aceptara como pupila. Había dado por hecho que Jasnah lo habría tirado: a su maestra le interesaban poco las artes plásticas, que consideraba una frivolidad.
Sin embargo, lo había guardado allí, junto con sus posesiones más preciadas. No. Shallan no quiso pensar en eso, no quiso enfrentarse a ello.
—Mmm… —dijo Patrón—. No puedes guardar todas las mentiras. Solo lo más importante.
Shallan extendió la mano y descubrió que tenía lágrimas en los ojos. Por Jasnah. Había estado evitando la pena, la había metido en una cajita y la había guardado.
En cuanto dejó salir aquella pena, otra se acumuló encima. Una pena que parecía frívola en comparación con la muerte de Jasnah, pero que amenazaba con aplastarla aún más.
—Mis bocetos… —susurró—. Todos han desaparecido.
—Sí —dijo Patrón, disgustado.
—Todos los dibujos que guardaba. Mis hermanos, mi padre, mi madre… —Todos hundidos en las profundidades, junto con sus bocetos de criaturas y sus reflexiones sobre sus relaciones, su biología y su naturaleza. Perdido. Todo perdido.
El mundo no dependía de los tontos dibujos de anguilas aéreas que había hecho Shallan. Sin embargo, ella se sentía como si todo se hubiera roto.
—Ya dibujarás más —susurró Patrón.
—No quiero. —Shallan parpadeó, liberando más lágrimas.
—Yo no dejaré de vibrar. El viento no dejará de soplar. Tú no dejarás de dibujar.
Shallan pasó los dedos por encima del dibujo de Jasnah. Los ojos de su maestra estaban iluminados, casi vivos de nuevo: era el primer retrato que Shallan había hecho de ella, el día en que se conocieron.
—El moldeador de almas roto estaba con mis cosas. Ahora está en el fondo del océano, perdido. No podré repararlo y enviarlo a mis hermanos.
Patrón zumbó con lo que a ella le pareció un tono taciturno.
—¿Quiénes son? —preguntó Shallan—. Los que hicieron esto, los que la mataron y me quitaron mi arte. ¿Por qué hicieron esas cosas tan horribles?
—No lo sé.
—Pero ¿estás seguro de que Jasnah tenía razón? —dijo Shallan—. ¿Los Portadores del Vacío van a regresar?
—Sí. Spren… spren de él. Vienen.
—Esta gente mató a Jasnah. Probablemente pertenecían al mismo grupo que Kabsal, y… y mi padre. ¿Por qué acabar con la persona que estaba más cerca de comprender cómo, y por qué, van a regresar los Portadores del Vacío?
—Yo… —Patrón vaciló.
—No tendría que haberlo preguntado —dijo Shallan—. Ya sé la respuesta, y es muy humana. Esta gente pretende controlar el conocimiento para beneficiarse de ello. Beneficiarse del apocalipsis mismo. Vamos a encargarnos de que eso no suceda.
Cogió el dibujo de Jasnah y lo guardó entre las páginas de un libro para salvaguardarlo.