Forma de trabajo para la fuerza y el cuidado,
los spren susurrantes respiran en tu oído.
Busca primero esta forma, llevar sus misterios.
Aquí se encuentra la libertad del miedo.
De La canción de las clasificaciones de los oyentes, estrofa 19
Mercader Tvlakv —dijo Shallan—, creo que hoy llevas un par de zapatos distintos que el primer día de nuestro viaje.
Tvlakv se detuvo mientras se dirigía a la hoguera, pero se adaptó rápidamente a su desafío. Se volvió hacia ella con una sonrisa, sacudiendo la cabeza.
—¡Me temo que te equivocas, brillante! Justo después de iniciar este viaje, perdí uno de mis baúles de ropa en una tormenta. Solo tengo este par de zapatos.
Era una mentira descarada. Sin embargo, después de seis días de viajar juntos, Shallan había descubierto que a Tvlakv no le importaba mucho que lo pillaran mintiendo.
Shallan estaba sentada en el asiento delantero de su carreta, con los pies vendados, contemplando a Tvlakv. Se había pasado casi todo el día sacando savia de los matapomos y luego frotándose con ella los pies para alejar los putrispren. Se sentía enormemente satisfecha por haber reparado en las plantas: eso demostraba que pese a carecer de mucho conocimiento práctico, algunos de sus estudios podían ser útiles en medio de la vida agreste.
¿Debía echarle en cara su mentira? ¿Qué conseguiría? Tvlakv no parecía avergonzarse de muchas cosas. Él la observaba en la oscuridad del crepúsculo, los ojos brillantes, en sombras.
—Bueno, pues es una lástima —le dijo Shallan—. Quizás en el transcurso de nuestro viaje nos encontremos con otro grupo de mercaderes con quienes pueda comerciar el calzado adecuado.
—Me encargaré de buscar esa oportunidad, brillante. —Tvlakv le dirigió una reverencia y una sonrisa forzada antes de seguir hacia la hoguera, que ardía precariamente: se habían quedado sin leña y los parshmenios habían salido a buscar más.
—Mentiras —dijo Patrón en voz baja, casi invisible en el asiento junto a ella.
—Sabe que si no puedo andar, dependeré más de él.
Tvlakv se sentó junto al débil fuego. Cerca, los chulls, desenganchados de sus carretas, aplastaban diminutos rocabrotes bajo sus gigantescas patas. Nunca se alejaban demasiado.
Tvlakv empezó a hablar entre susurros con Tag, el mercenario. No dejaba de sonreír, pero Shallan no se fiaba de aquellos ojos oscuros suyos, chispeando a la luz de la hoguera.
—Ve a ver qué dicen —le dijo Shallan a Patrón.
—¿Ver…?
—Escucha sus palabras, luego vuelve y repítemelas. No te acerques demasiado a la luz.
Patrón bajó por el costado del carromato. Shallan se apoyó contra el duro asiento y se sacó de la manga un espejito que había encontrado en el baúl de Jasnah junto con una esfera de zafiro para iluminarse. Solo era un marco, nada demasiado brillante, y además temblequeaba. «¿Cuándo será la próxima alta tormenta? ¿Mañana?».
Se acercaba el inicio de un año nuevo, y eso significaba que venía el Llanto, aunque no durante muchas semanas. Era un Año Claro, ¿no? Bueno, allí podría soportar las altas tormentas. Ya se había visto obligada a sufrir esa indignidad una vez, encerrada dentro de su carromato.
Al mirarse en el espejo, vio que tenía un aspecto horrible. Los ojos enrojecidos y con ojeras, el pelo enmarañado, el vestido rasgado y manchado. Parecía una mendiga que hubiera encontrado en la basura un vestido que en un pasado remoto fue bonito.
Eso no le preocupaba mucho. ¿Quería parecer bonita para los mercaderes de esclavos? Ni hablar. Además, a Jasnah no le importaba lo que pensara la gente de ella, aunque su aspecto siempre era impecable. No es que actuara de manera seductora, ni mucho menos. De hecho, despreciaba esa conducta rotundamente. «Usar el atractivo personal para lograr que los hombres cumplan los deseos de una mujer no es diferente a que un hombre use sus músculos para forzar a una mujer a su voluntad —decía—. Ambos comportamientos son inaceptables, y ambos acaban pasando factura con el tiempo».
No, Jasnah no había aprobado la seducción como arma. Sin embargo, la gente respondía de manera distinta a los que tenían aplomo.
«Pero ¿qué puedo hacer? —pensó Shallan—. No tengo maquillaje. Ni siquiera dispongo de unos zapatos que ponerme».
—Podría ser alguien importante… —dijo bruscamente la voz de Tvlakv cerca de ella. Shallan dio un respingo y enseguida miró hacia el lado, donde Patrón descansaba en el asiento. La voz procedía de él.
—Es un problema —señaló la voz de Tag. Las vibraciones de Patrón producían una imitación perfecta—. Sigo pensando que deberíamos dejarla y marcharnos.
—Es una suerte para nosotros que la decisión no dependa de ti —dijo la voz de Tvlakv—. Tú preocúpate de hacer la cena, que yo ya me encargo de nuestra pequeña compañera ojos claros. Alguien la echa de menos, alguien rico. Si podemos vendérsela, Tag, podría ser lo que por fin nos sacara del hoyo.
Patrón imitó los sonidos del fuego chisporroteando durante unos instantes, luego guardó silencio.
La reproducción exacta de la conversación resultaba increíble. «Esto podría ser muy útil», pensó Shallan.
Por desgracia, había que hacer algo respecto a Tvlakv. No podía permitir que la considerara un objeto que podía vender a quienes la echaran de menos… Eso era poco menos que considerarla una esclava. Si permitía que siguiera pensando de esa forma, ella habría de pasarse todo el viaje cuidándose de él y sus matones.
¿Qué habría hecho Jasnah en esta situación?
Apretando los dientes, Shallan se bajó del carromato, avanzando torpemente debido a las heridas de los pies. Apenas podía caminar. Esperó a que los dolorspren se retiraran y luego, disimulando su agonía, se acercó a la pequeña hoguera y se sentó.
—Tag, puedes marcharte.
El aludido miró a Tvlakv, que asintió y acto seguido se retiró para comprobar qué hacían los parshmenios. Bluth había salido a explorar la zona, como hacía a menudo de noche, para buscar indicios de otros que hubieran pasado por allí.
—Es hora de discutir tu paga —dijo Shallan.
—Servir a una persona tan ilustre ya es una paga en sí mismo, naturalmente.
—Naturalmente —dijo ella, mirándolo a los ojos. «No te eches atrás. Puedes hacerlo», pensó—. Pero un mercader tiene que ganarse la vida. No estoy ciega, Tvlakv. Tus hombres no están de acuerdo con tu decisión de ayudarme. Piensan que es un despilfarro.
Tvlakv miró a Tak, impertérrito. Era de esperar que se preguntara qué más cosas había deducido ella.
—Cuando lleguemos a las Llanuras Quebradas —añadió Shallan—, adquiriré una gran fortuna. No la tengo todavía.
—Esto es… una desgracia.
—En absoluto. Es una oportunidad, mercader Tvlakv. La fortuna que adquiriré es el resultado de un compromiso matrimonial. Si llego a salvo, los que me han rescatado, los que me han salvado de los piratas y se han sacrificado enormemente para hacerme llegar con mi nueva familia, sin duda serán bien recompensados.
—No soy más que un humilde servidor —respondió Tvlakv con una ancha y falsa sonrisa—. Las recompensas son lo último que se me pasa por la mente.
«Cree que estoy mintiendo con lo de la fortuna». Shallan apretó los dientes llena de frustración, mientras la furia empezaba a arder en su interior. ¡Esto era justo lo que había hecho Kabsal! Tratarla como a un juguete, un medio para un fin, no una persona real.
Se inclinó para acercarse más a Tvlakv junto a la hoguera.
—No juegues conmigo, traficante de esclavos.
—No me atrevería…
—No tienes ni idea de la tormenta en la que te has metido —susurró Shallan, sosteniendo su mirada—. No tienes ni idea de cómo ha cambiado el juego con mi llegada. Coge tus pequeños planes y mételos en una grieta. Haz lo que digo. Me encargaré de que cancelen tus deudas. Serás de nuevo un hombre libre.
—¿Qué? ¿Cómo… cómo sabías…?
Shallan se levantó, interrumpiéndolo. Por algún motivo se sentía más fuerte que antes. Más decidida. Sus inseguridades aleteaban en la boca de su estómago, pero no les hizo ningún caso.
Tvlakv no sabía que era tímida. No sabía que había sido educada en aislamiento rural. Para él, era una mujer de la corte, diestra en argumentos y acostumbrada a ser obedecida.
De pie ante él, sintiéndose radiante por el brillo de las llamas, alzándose sobre él y sus burdas maquinaciones, Shallan comprendió. La expectación no era lo que la gente esperaba de alguien.
Era lo que uno esperaba de sí mismo.
Tvlakv se apartó de ella como si huyera de un incendio. Se encogió con los ojos muy abiertos y alzando un brazo. Shallan advirtió que brillaba ligeramente con la luz de las esferas que tenía guardadas. Su vestido ya no mostraba los desgarros ni manchas de antes. Era majestuoso.
Instintivamente, dejó que el brillo de su piel se desvaneciera, esperando que Tvlakv pensara que era un espejismo causado por la luz de la hoguera. Se dio media vuelta y lo dejó temblando junto al fuego mientras regresaba a su carromato. La oscuridad había caído del todo; la primera luna aún no había salido. Mientras caminaba, los pies ya no le dolían tanto. ¿Tan efectiva era la savia de matapomo?
Llegó al carromato y empezó a subir de nuevo al asiento, pero Bluth escogió ese momento para llegar corriendo al campamento.
—¡Apagad la hoguera! —exclamó.
Tvlakv lo miró, aturdido.
Bluth siguió corriendo, adelantó a Shallan y llegó a la hoguera, donde agarró la olla en la que se calentaba el guiso. La volcó sobre las llamas, esparciendo cenizas y vapor con un siseo y dispersando llamaspren, que se difuminaron.
Tvlakv se levantó de un salto, mirando cómo el sucio guiso, apenas iluminado por las ascuas moribundas, pasaba ante sus pies. Shallan, apretando los dientes para resistir el dolor, se bajó del carromato y se acercó. Tag llegó corriendo desde el otro lado.
—Creo que son varias decenas —decía Bluth en voz baja—. Van bien armados, pero no tienen caballos ni chulls, así que no son ricos.
—¿Qué ocurre? —exigió Shallan.
—Bandidos —dijo Bluth—. O mercenarios. O como quieras llamarlos.
—No hay patrullas en esta zona, brillante —explicó Tvlakv. La miró, pero retiró enseguida la mirada, obviamente impresionado todavía—. Estamos en territorio salvaje, ya ves. La presencia de los alezi en las Llanuras Quebradas significa que hay muchos viajeros. Caravanas de comerciantes como nosotros, artesanos buscando trabajo, vendedores de armas ojos claros de baja cuna que pretenden reclutar gente… Esas dos características, la ausencia de ley acompañada de la abundancia de viajeros, atrae a cierto tipo de rufianes.
—Peligroso —reconoció Tag—. Esos tipos toman lo que quieren. Solo dejan cadáveres.
—¿Han visto nuestra hoguera? —preguntó Tvlakv, retorciendo su gorra en las manos.
—No lo sé —dijo Bluth, mirando por encima del hombro. Shallan apenas distinguió su expresión en la oscuridad—. No quise acercarme. Solo me asomé a hacer recuento y luego volví corriendo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que son bandidos? —preguntó Shallan—. Tal vez sean soldados que van camino de las Llanuras Quebradas, como ha dicho Tvlakv.
—No llevan estandartes ni banderas —dijo Bluth—. Pero tienen buen equipo y montan férrea guardia. Apostaría los chulls a que son desertores.
—Bah —dijo Tvlakv—. Serían mis chulls los que apostaras, Bluth. Pero, brillante, a pesar de todas las tonterías sobre el juego, creo que este necio tiene razón. Debemos enganchar los chulls y partir inmediatamente. La oscuridad de la noche es nuestra aliada, y debemos aprovecharla al máximo.
Ella asintió. Los hombres actuaron con rapidez, incluso el grueso Tvlakv. Desmantelaron el campamento y engancharon los animales. Los esclavos se quejaron por no recibir su comida para la noche. Shallan se detuvo junto a su jaula, sintiéndose avergonzada. Su familia había tenido esclavos, y no solo parshmenios y fervorosos. Esclavos corrientes. En la mayoría de los casos, no vivían peor que los ojos oscuros sin derecho a viajar.
Estas pobres criaturas, en cambio, estaban enfermas y medio desnutridas.
«Estás solo a un paso de verte dentro de una de esas jaulas, Shallan —pensó con un escalofrío mientras Tvlakv pasaba por su lado, maldiciendo a los cautivos—. No. No se atrevería a meterte ahí dentro. Te mataría sin más».
Hubo que recordar de nuevo a Bluth que le echara una mano para subir al carromato. Tag azuzó a los parshmenios para que corrieran a su carreta, maldiciéndolos por moverse tan despacio, y luego subió a su asiento y se puso a la cola de la caravana.
La primera luna empezaba a salir, iluminándolo todo más de lo que Shallan habría deseado. Le parecía que cada paso de los chulls resonaba como un trueno mientras aplastaban las plantas que había bautizado cortezaespinas, cuyas ramas eran como tubos de arenisca. Las ramas crujieron y se estremecieron.
El avance no fue rápido: los chulls nunca eran veloces. A medida que se movían, ella fue captando luces en la colina, aterradoramente cercanas. Hogueras a menos de diez minutos de marcha. Una ráfaga de viento les trajo el sonido de voces lejanas, de metal contra metal, quizás hombres entrenando.
Tvlakv dirigió las carretas hacia el este. Shallan frunció el ceño en la oscuridad.
—¿Por qué este camino? —susurró.
—¿Recuerdas ese barranco que vimos? —susurró Bluth—. Así lo interpondremos entre ellos y nosotros, por si nos oyen y vienen a echar un vistazo.
Shallan asintió.
—¿Qué haremos si nos alcanzan?
—No será bueno.
—¿Podremos sobornarlos para que nos dejen continuar?
—Los desertores no son como los bandidos corrientes —dijo Bluth—. Esos hombres han renunciado a todo. Juramentos. Familias. Cuando desertas, te rompes por dentro. Estás dispuesto a cualquier cosa, porque ya has renunciado a cuanto te importaba en la vida.
—Vaya —dijo Shallan, mirando por encima del hombro.
—Yo… Sí, te pasas la vida entera con una decisión como esa. Desearías que te quedara algo de honor, pero sabes que ya has renunciado a él de todas formas.
Guardó silencio, y Shallan se sentía demasiado nerviosa para instarlo a seguir hablando. Ella se quedó observando aquellas luces en la colina mientras las carretas, por fortuna, continuaban internándose en la noche, hasta que por fin se perdieron en la oscuridad.