Para ser completamente sincera, lo que ha sucedido estos dos últimos meses pesa sobre mi conciencia. La muerte, la destrucción, la pérdida y el dolor son la carga que soporto. Tendría que haberlo visto venir. Y debería haberlo impedido.

Del diario personal de Navani Kholin, Jeseses 1174

Shallan cogió el fino lápiz de carboncillo y dibujó una serie de líneas rectas que irradiaban desde una esfera en el horizonte. La esfera no era el sol, ni tampoco una de las lunas. Unas nubes apenas esbozadas parecían correr hacia él. Y el mar bajo ellas… Un dibujo no podía reproducir la extraña naturaleza del océano, hecho no de agua sino de diminutas perlas de cristal transparente.

Shallan se estremeció, recordando aquel lugar. Jasnah sabía de ese tema mucho más de lo que le decía a su pupila, y Shallan no sabía cómo preguntarlo. ¿Cómo se exigían respuestas después de una traición como la suya? Solo habían pasado unos cuantos días desde el hecho, y Shallan aún no sabía con exactitud cómo iba a quedar afectada su relación con Jasnah.

La cubierta se agitó mientras el barco cambiaba de rumbo; las enormes velas aletearon. Shallan se vio obligada a agarrarse a la amura con la mano segura cubierta para no perder el equilibrio. El capitán Tozbek había dicho que hasta entonces no había habido mala mar en esa parte de los estrechos de Ceño Largo. Sin embargo, tal vez tuviera que bajar a la sentina si el oleaje y el bamboleo empeoraban.

Shallan resopló y trató de relajarse mientras el barco se estabilizaba. Soplaba un viento helado, y los vientospren pasaban veloces en las corrientes invisibles de aire. Cada vez que el mar estaba revuelto, Shallan recordaba aquel día, aquel extraño océano de cuentas de cristal…

Contempló de nuevo lo que había dibujado. Solo había entrevisto ese lugar, y su boceto no era perfecto. Era…

Frunció el ceño. En el papel había surgido un patrón, como un relieve. ¿Qué había hecho? El patrón era casi tan ancha como la página, una secuencia de complejas líneas de ángulos agudos y puntas de flecha repetidas. ¿Era un efecto de dibujar aquel lugar extraño, el lugar que según Jasnah se llamaba Shadesmar? Vacilante, Shallan movió la mano libre para palpar las extrañas rugosidades de la página.

El patrón se movió, deslizándose por la lámina como un cachorro de sabueso-hacha bajo una sábana.

Shallan dejó escapar un grito y saltó de su asiento, dejando caer la carpeta de bocetos. Las páginas sueltas se desparramaron por la cubierta, dispersándose y aleteando al viento. Los marineros cercanos (hombres de Thaylen de largas cejas blancas que se peinaban hacia atrás, sobre las orejas) corrieron a ayudar, atrapando las hojas al vuelo antes de que salieran por encima de la borda.

—¿Te encuentras bien, joven señora? —preguntó Tozbek, interrumpiendo la conversación que mantenía con uno de sus compañeros. Bajo y grueso, Tozbek llevaba un ancho fajín y una casaca roja y dorada a juego con su gorra. Sus cejas se desplegaban tiesas por encima de sus ojos.

—Me encuentro bien, capitán —respondió Shallan—. Solo ha sido un pequeño sobresalto.

Yalb se acercó a ella y le entregó las páginas.

—Tus accesorios, mi señora.

Shallan alzó una ceja.

—¿Accesorios?

—Claro —dijo el joven marinero con una sonrisa—. Estoy practicando mis palabras elegantes. Ayudan a conseguir razonable compañía femenina. Ya sabes, ese tipo de damas jóvenes que no huelen demasiado mal y les queda al menos algún que otro diente.

—Encantador —respondió Shallan, recuperando las hojas—. Bueno, dependiendo de lo que entendamos por encantador, al menos. —Dejó de hacer retruécanos, mirando con recelo el fajo de láminas que tenía en las manos. La imagen que había dibujado de Shadesmar estaba encima de todas, sin tener ya las extrañas rugosidades.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Yalb—. ¿Salió un cremlino de alguna parte o algo así? —Como de costumbre, Yalb llevaba un chaleco abierto y unos pantalones holgados.

—No ha sido nada —dijo Shallan en voz baja, guardando las páginas en su mochila.

Yalb le dirigió un saludo (ella no tenía ni idea de por qué se había acostumbrado a hacerlo) y volvió a intentar aparejar las velas con los demás marineros. Shallan oyó pronto las risas de los hombres, y cuando él la miró, los glorispren danzaron sobre su cabeza, tomando la forma de pequeñas esferas de luz. Al parecer, estaba muy orgulloso del comentario jocoso que acababa de hacer.

Ella sonrió. Sin duda era una suerte que Tozbek se hubiera retrasado en Kharbranth. Le gustaba esta tripulación, y se alegraba de que Jasnah los hubiera seleccionado para su viaje. Shallan se sentó en la caja que el capitán había ordenado amarrar junto a la borda para que ella pudiera disfrutar del mar durante el viaje. Debía tener cuidado con las salpicaduras del agua, algo que no venía bien a sus bocetos, pero mientras el mar no estuviera picado, la oportunidad de contemplar las aguas compensaba la molestia.

El vigía en lo alto de los aparejos dejó escapar un grito. Shallan miró en la dirección que indicaba, entornando los ojos, y divisó la lejana tierra mientras la nave avanzaba en paralelo a ella. De hecho, la noche anterior la habían pasado en un puerto en el que se refugiaron de la tormenta que los asaltó. Durante los viajes, convenía estar siempre cerca de algún puerto: aventurarse en los mares abiertos cuando en cualquier momento podía desatarse una alta tormenta era suicida.

La mancha de oscuridad al norte eran las Tierras Heladas, una zona casi deshabitada que se extendía en la zona inferior de Roshar. De vez en cuando se distinguían los altos acantilados al sur. Thaylenah, el gran reino-isla, creaba otra barrera y los estrechos pasaban entre ambos.

El vigía había avistado algo en las olas al norte del barco, una forma flotante que al principio parecía un tronco grande. Pero no podía ser eso; el objeto en cuestión era mucho más grande y más ancho. Shallan se levantó entornando los ojos, mientras aquella cosa se acercaba. Resultó ser un caparazón marrón verdoso, del tamaño de tres botes juntos. Cuando pasaron por su lado, el caparazón se acercó a la nave y de algún modo consiguió mantener su ritmo, asomando del agua unos seis u ocho palmos.

¡Un santhid! Shallan se asomó a la amura mientras los marineros señalaban entusiasmados y algunos se asomaban también para ver a la criatura. Los santhidyn eran tan huraños que algunos libros de Shallan aseguraban que estaban extinguidos y todos los informes modernos acerca de ellos no eran fiables.

—¡Traes buena suerte, joven señora! —le dijo Yalb con una carcajada mientras pasaba junto a ella con un cabo—. Hacía años que no veíamos a un santhid.

—Todavía no has visto a ninguno —contestó Shallan—. Solo la parte superior de su caparazón.

Para gran decepción por su parte, las olas ocultaban todo lo demás, salvo las sombras de algo que podrían ser unos brazos largos que se extendían hacia abajo. Según las crónicas, estas bestias a menudo seguían a los barcos durante días, esperando en el mar mientras los navíos recalaban en puerto, para volver a seguirlos de nuevo cuando zarpaban.

—El caparazón es lo único que se ve de ellos —dijo Yalb—. ¡Pasiones, esto es un buen augurio!

Shallan se aferró a su zurrón. Cerró los ojos y procuró centrarse en la criatura que permanecía junto al barco para fijar la imagen en su mente y así poder dibujarla luego con precisión.

«Pero ¿dibujar qué? —pensó—. ¿Un bulto en el agua?».

En su cabeza empezó a formarse una idea. La expresó en voz alta antes de poder meditarlo mejor.

—Dame ese cabo —dijo, volviéndose hacia Yalb.

—¿Brillante? —preguntó él, deteniéndose.

—Hazle un nudo en un extremo —dijo ella, depositando rápidamente su zurrón sobre el asiento—. Tengo que echarle un vistazo al santhid. Nunca he metido la cabeza bajo el agua en el océano. ¿Será difícil ver con la sal?

—¿Bajo el agua? —dijo Yalb, con voz temblorosa.

—No quieres atar ese cabo.

—¡Porque no soy un necio de las tormentas! El capitán me cortará la cabeza si…

—Consigue a un amigo —replicó Shallan, haciendo caso omiso de él y cogiendo la soga para hacer un pequeño lazo en un extremo—. Me bajaréis por la borda y así podré echar una ojeada a lo que hay bajo ese caparazón. ¿Sabes que nadie ha realizado jamás un dibujo de un santhid vivo? Todos los que se han encontrado varados en las playas estaban ya muy descompuestos. Y como los marineros consideran que cazarlos trae mala suerte…

—¡Y es verdad! —replicó Yalb, con la voz cada vez más aguda—. Nadie va a matar a ninguno.

Shallan terminó de hacer el lazo, corrió a la borda del barco y su pelo rojo se agitó alrededor de su cara cuando se asomó a la amura. El santhid seguía allí. ¿Cómo mantenía el ritmo? No distinguía ninguna aleta.

Miró a Yalb, que sostenía el cabo sonriendo.

—Ah, brillante, ¿esto es tu desquite por lo que le dije a Beznk sobre tu trasero? ¡Solo era una broma, pero me has pillado! Yo… —Guardó silencio cuando la miró a los ojos—. Tormentas. Hablas en serio.

—No volveré a tener otra oportunidad como esta. Naladan persiguió a estas criaturas durante casi toda su vida y nunca consiguió observar bien a ninguna.

—¡Es una locura!

—¡No, es investigación! No sé qué podré ver en el agua, pero tengo que intentarlo.

Yalb suspiró.

—Tenemos máscaras. Están hechas con caparazón de tortuga; tienen cristales en unos agujeros practicados en la parte delantera y cámaras de aire en los bordes para que no entre el agua. Con una de esas podrás meter la cabeza bajo la superficie y mirar. Las usamos para comprobar el casco cuando atracamos.

—¡Maravilloso!

—Naturalmente, tendré que pedirle permiso al capitán para coger una…

Ella se cruzó de brazos.

—Muy astuto. Bueno, ve a por una. —De todas formas, era improbable que pudiera salirse con la suya sin que el capitán se enterara.

Yalb sonrió.

—¿Qué te pasó en Kharbranth? ¡En tu primer viaje con nosotros eras tan tímida que parecía que ibas a desmayarte solo con pensar que te marchabas de tu tierra!

Shallan vaciló y luego notó que empezaba a ruborizarse.

—Esto es una locura, ¿verdad?

—¿Colgarte de un barco en movimiento y meter la cabeza en el agua? —dijo Yalb—. Pues sí, un poco.

—¿Crees… que podríamos detener el barco?

Yalb se echó a reír, pero fue corriendo a hablar con el capitán, aceptando su pregunta como indicativo de que seguía decidida a llevar su plan adelante. Y así era.

«¿Qué me pasa?»., se preguntó ella.

La respuesta era simple. Lo había perdido todo. Le había robado a Jasnah Kholin, una de las mujeres más poderosas del mundo, y al hacerlo no solo había perdido su oportunidad de estudiar como siempre había soñado, sino que también había condenado a sus hermanos y a su casa. Había fracasado completa y miserablemente.

Y había sobrevivido.

No estaba ilesa. Su credibilidad con Jasnah había quedado seriamente mermada, y sentía que había abandonado a su familia. Pero algo en la experiencia de robar al moldeador de almas de Jasnah (que de todas formas había resultado ser un fraude), y luego estar a punto de morir a manos del hombre que creía que estaba enamorado de ella…

Bueno, ya tenía una idea más aproximada de cómo podían empeorar las cosas. Era como si… antaño había temido la oscuridad, pero ahora se había lanzado directamente a su interior. Había experimentado algunos de los horrores que la esperaban allí. Por terribles que fueran, al menos los conocía.

«Siempre los has conocido —susurró una voz en su interior—. Creciste con horrores, Shallan. Lo único que pasa es que no te permites recordarlos».

—¿Qué ocurre? —preguntó Tozbek mientras se acercaba, acompañado por Ashlv, su esposa. La diminuta mujer no hablaba mucho; iba vestida con una falda y una blusa de un amarillo brillante, y llevaba el pelo totalmente cubierto, a excepción de las dos cejas blancas, que había curvado en torno a sus mejillas.

»Joven señora —dijo Tozbek—, ¿quieres ponerte a nadar? ¿No puedes esperar a que lleguemos a puerto? Conozco algunas zonas agradables donde el agua no está tan fría.

—No voy a nadar —contestó Shallan, ruborizándose aún más. ¿Qué iba a ponerse para meterse en el agua, habiendo tantos hombres alrededor? ¿De verdad la gente hacía eso?—. Necesito echar un vistazo a nuestro compañero. —Señaló la criatura marina.

—Joven señora, sabes que no puedo permitir que hagas una cosa tan peligrosa. Aunque detuviéramos el barco, ¿y si la bestia te hiciera daño?

—Dicen que son inofensivas.

—Son tan escasas que no podemos saberlo con seguridad. Además, hay otros animales en los mares que sí podrían lastimarte. Los aguasrojas cazan en esta zona con toda certeza, y podríamos estar en aguas poco profundas donde los khornaks serían un problema. —Tozbek sacudió la cabeza—. Lo siento, no puedo permitírtelo.

Shallan se mordió los labios y descubrió que su corazón latía a traición. Quiso insistir, pero la decidida mirada del capitán la hizo ceder.

—Muy bien.

Tozbek sonrió de oreja a oreja.

—Te llevaré a ver algunos caparazones en el puerto de Amydlatn cuando atraquemos allí, joven señora. ¡Tienen toda una colección!

Ella no sabía dónde estaba ese lugar, pero por la cantidad de consonantes apretujadas, supuso que sería en el lado Thaylen. Tan al sur, era donde estaban la mayoría de las ciudades. Aunque Thaylenah era casi tan gélida como las Tierras Heladas, la gente parecía disfrutar de la vida en ese lugar.

Naturalmente, los thayleños eran todos un poco excéntricos. ¿Cómo explicar si no que Yalb y los demás no llevaran camisa a pesar del frío?

«No son ellos los que pensaban en zambullirse en el océano», se recordó Shallan. Miró de nuevo por la borda, donde las olas rompían contra el caparazón del amable santhid. ¿Qué era? ¿Una gran bestia con concha, como los temibles abismoides de las Llanuras Quebradas? ¿O por debajo se parecería más a un pez o a una tortuga? Los santhidyn eran tan poco frecuentes, y las ocasiones en que los científicos los habían visto en persona tan escasas, que las teorías se contradecían unas a otras.

Suspiró y abrió el zurrón para ponerse a organizar sus papeles, que en su mayoría eran bocetos de los marineros en diversas poses mientras trabajaban haciendo maniobrar las enormes velas, desplegándolas contra el viento. Su padre nunca le habría permitido pasar un día sentada contemplando un montón de ojos oscuros sin camisa. Cuánto había cambiado su vida en tan poco tiempo.

Estaba trabajando en un boceto del caparazón del santhid cuando Jasnah subió a cubierta.

Como Shallan, Jasnah llevaba el havah, un vestido vorin de diseño peculiar. El bajo le llegaba hasta los pies y el cuello casi hasta la barbilla. Algunos de los thayleños, cuando pensaban que nadie los oía, se referían al vestido tildándolo de mojigato. Shallan no estaba de acuerdo: el havah no era mojigato, sino elegante. De hecho, la seda se ceñía al cuerpo, sobre todo en el busto, y la forma en que los marineros miraban boquiabiertos a Jasnah indicaba que a sus ojos el atuendo no era en absoluto poco favorecedor.

Jasnah era hermosa. De figura rotunda, morena de piel. Cejas inmaculadas, labios pintados de un rojo oscuro, el cabello recogido en una bella trenza. Aunque Jasnah doblaba la edad de Shallan, su madura belleza era algo digno de admirar, incluso de envidiar. ¿Por qué tenía que ser tan perfecta?

Jasnah hizo caso omiso de las miradas de los marineros. No es que no reparara en los hombres. Jasnah reparaba en todo y en todos. Simplemente, no parecía importarle qué efecto causaba en los varones.

«No, eso no es cierto —pensó Shallan mientras Jasnah se acercaba—. No dedicaría tiempo a arreglarse el pelo, ni a maquillarse, si no le importara el efecto que causa su aspecto físico». En eso, Jasnah era un enigma. Por un lado, parecía una erudita preocupada solo por sus investigaciones. Por otro, cultivaba la pose y la dignidad de la hija de un rey, y en ocasiones lo utilizaba como arma.

—Ah, estás aquí —dijo Jasnah, acercándose a ella. Un chorro de agua levantado por el avance del buque eligió ese momento para volar por el aire y salpicarla. Jasnah frunció el ceño ante las gotas de agua que salpicaban su vestido de seda, luego miró de nuevo a Shallan y alzó una ceja—. Tal vez te hayas fijado en que el barco tiene dos camarotes muy agradables que contraté para nosotras a un precio bastante alto.

—Sí, pero están dentro.

—Como suelen estar todas las habitaciones.

—He pasado casi toda mi vida entre cuatro paredes.

—Y pasarás mucho tiempo más, si quieres ser una erudita.

Shallan se mordió el labio, esperando la orden de bajar a la sentina. Curiosamente, la orden no se produjo. Jasnah dirigió un gesto al capitán Tozbek para que se acercara, y este así lo hizo, con la gorra en la mano.

—¿Sí, brillante? —preguntó.

—Me gustaría disponer de otro de estos… asientos —dijo Jasnah, mirando la caja de Shallan.

Tozbek ordenó rápidamente a uno de sus hombres que colocara una segunda caja en su sitio. Mientras esperaba a que prepararan el asiento, Jasnah le indicó a Shallan que le entregara sus bocetos. Jasnah inspeccionó el dibujo del santhid y luego miró por la borda.

—No me extraña que los marineros estuvieran formando tanto alboroto.

—¡Suerte, brillante! —dijo uno de los marinos—. Es un buen presagio para tu viaje, ¿no crees?

—Aceptaré cualquier fortuna que me encuentre, Nanhel Eltorv —dijo ella—. Gracias por el asiento.

El marino hizo una torpe reverencia antes de retirarse.

—Piensas que son necios supersticiosos —dijo Shallan en voz baja, viendo marcharse al marino.

—Por lo que he observado —contestó Jasnah—, estos marineros son hombres que han encontrado un sentido a la vida y ahora disfrutan de él. —Jasnah miró el siguiente dibujo—. Mucha gente consigue mucho menos de la vida. El capitán Tozbek dirige una buena tripulación. Fuiste sabia al hacerme reparar en él.

Shallan sonrió.

—No has contestado a mi pregunta.

—Es que no has formulado ninguna —dijo Jasnah—. Estos bocetos están muy logrados, como siempre, pero ¿no se suponía que debías estar leyendo?

—Yo… me costaba concentrarme.

—Así que subiste a cubierta para hacer bocetos de hombres jóvenes trabajando con el torso desnudo. ¿Y esperabas que eso te ayudara a concentrarte?

Shallan se ruborizó mientras Jasnah se detenía en una hoja de papel del fajo. Shallan se sentó pacientemente (su padre la había educado bien en eso), hasta que Jasnah se volvió hacia ella. El dibujo de Shadesmar, naturalmente.

—¿Has respetado mi orden de no asomarte de nuevo a este reino? —preguntó Jasnah.

—Sí, brillante. Hice ese dibujo a partir de un recuerdo de mi primer… lapso.

Jasnah bajó la lámina. A Shallan le pareció ver un atisbo de algo en la expresión de la mujer. ¿Se estaba preguntando si podía confiar en su palabra?

—Supongo que esto es lo que te perturba —dijo Jasnah.

—Sí, brillante.

—Entonces imagino que debería explicártelo.

—¿De verdad? ¿Lo harías?

—No sé a qué viene tanta sorpresa.

—Parece una información importante —dijo Shallan—. La forma en que me prohibiste… supuse que el conocimiento de este lugar era secreto, o al menos algo que no se debe confiar a alguien de mi edad.

Jasnah hizo un gesto de desdén.

—He descubierto que cuando se niega a los jóvenes la explicación de los secretos, tienden a meterse en más problemas. Tu experimentación demuestra que ya te has dado de bruces con todo esto… como yo misma hice, por si no lo sabías. Por dolorosa experiencia sé lo peligroso que puede ser Shadesmar. Si dejo que continúes en la ignorancia, seré culpable si te haces matar allí.

—Si te hubiera preguntado antes, durante el viaje, ¿lo habrías explicado?

—Probablemente no —admitió Jasnah—. Tenía que comprobar hasta qué punto estabas dispuesta a obedecerme. Al menos esta vez.

Shallan se azoró y contuvo la necesidad de recalcar que cuando era una alumna estudiosa y obediente, Jasnah no había divulgado tantos secretos.

—¿Qué es, entonces, ese… lugar?

—En realidad no es un lugar —dijo Jasnah—. No como solemos pensar en el espacio. Shadesmar está aquí, a nuestro alrededor, ahora mismo. Todas las cosas existen allí de alguna forma, igual que existen aquí.

Shallan frunció el ceño.

—No…

Jasnah alzó un dedo para hacerla callar.

—Todas las cosas tienen tres componentes: el alma, el cuerpo y la mente. Ese lugar que viste, Shadesmar, es lo que llamamos el Reino Cognitivo: el lugar de la mente.

»A nuestro alrededor vemos el mundo físico. Puedes tocarlo, verlo, oírlo. Así es como experimenta el mundo tu cuerpo físico. Shadesmar es la manera en que lo experimenta tu yo cognitivo, tu yo inconsciente. A través de tus sentidos ocultos que tocan ese reino, das saltos lógicos intuitivos y formas esperanzas. Probablemente a través de esos sentidos extra, Shallan, creas arte.

El agua salpicó en la proa del barco cuando la nave remontó una ola. Shallan se secó una gota de agua salada de la mejilla, tratando de pensar en lo que Jasnah acababa de decir.

—No acabo de entenderlo, brillante.

—No me extraña. He pasado seis años investigando Shadesmar, y a día de hoy apenas sé interpretarlo. Tendré que acompañarte allí varias veces antes de que puedas comprender, aunque solo sea un poco, el verdadero significado del lugar.

Jasnah hizo una mueca ante la idea. Shallan siempre se sorprendía al ver en ella emociones visibles. La emoción era algo con lo que una podía identificarse, algo humano, y la imagen mental que Shallan tenía de Jasnah Kholin era de un ser casi divino. Pensándolo bien, era una forma extraña de considerar a una atea confesa.

—Escúchame —dijo Jasnah—, mis propias palabras traicionan mi ignorancia. Te he dicho que Shadesmar no era un lugar, y, sin embargo, lo llamo así en la siguiente frase que pronuncio. Hablo de visitarlo, aunque está todo a nuestro alrededor. Simplemente no tenemos la terminología adecuada para discutir al respecto. Déjame que intente otra táctica.

Jasnah se levantó y Shallan se apresuró a seguirla. Recorrieron la cubierta, sintiendo cómo se bamboleaba bajo sus pies. Los marineros dejaron paso a Jasnah haciendo rápidas reverencias, mirándola con el mismo acatamiento que dedicarían a un rey. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía controlar a cuantos la rodeaban sin que pareciera hacer absolutamente nada?

—Mira abajo, en el agua —dijo Jasnah cuando llegaron a la proa—. ¿Qué ves?

Shallan se detuvo junto a la borda y contempló las aguas azules, que espumaban cuando la proa del barco las hendía. Allí, asomada, pudo ver la profundidad de las aguas. Una inmensidad insondable que se extendía no solo hacia delante, sino hacia abajo.

—Veo la eternidad —dijo.

—Hablas como una artista —comentó Jasnah—. Este barco navega a través de profundidades que no podemos conocer. Bajo estas aguas bulle un mundo frenético e invisible.

Jasnah se inclinó hacia delante, agarrándose a la amura con una mano sin cubrir y la mano velada dentro de la manga. No miró las profundidades, ni la lejana tierra que despuntaba sobre los horizontes septentrional y meridional. Miró hacia el este. Hacia las tormentas.

—Hay un mundo entero, Shallan, del cual nuestras mentes solo rozan la superficie. Un mundo de profundo, profundísimo pensamiento. Un mundo creado por profundos, profundísimos pensamientos. Cuando ves Shadesmar, entras en esas profundidades. Es un lugar extraño para nosotros en ciertos aspectos, pero al mismo tiempo nosotros lo formamos. Con alguna ayuda.

—¿Qué hicimos?

—¿Qué son los spren? —preguntó Jasnah.

La pregunta pilló a Shallan desprevenida, pero a estas alturas ya estaba acostumbrada a los desafíos de Jasnah. Se tomó su tiempo para pensar y consideró su respuesta.

—Nadie sabe lo que son los spren —dijo—, aunque muchos filósofos tienen opiniones diferentes sobre…

—No —dijo Jasnah—. ¿Qué son?

—Yo… —Shallan miró a un par de vientospren que giraban en el aire. Parecían diminutos lazos de luz que brillaban suavemente, danzando el uno alrededor del otro—. Son ideas vivientes.

Jasnah se volvió hacia ella.

—¿Qué? —dijo Shallan, con un sobresalto—. ¿Me equivoco?

—No —respondió Jasnah—. Tienes razón. —La mujer entornó los ojos—. Según mis deducciones, los spren son elementos del Reino Cognitivo que se han filtrado al mundo físico. Son conceptos que han adquirido un fragmento de conciencia, quizá debido a la intervención humana.

»Piensa en un hombre que se enfada a menudo. Piensa en cómo sus amigos y familiares podrían empezar a referirse a esa ira como a una bestia, un ente que lo posee, algo externo a él. Los humanos tienden a personificar. Hablamos del viento como si tuviera voluntad propia.

»Los spren son esas ideas, las ideas de la experiencia colectiva humana, que de algún modo cobran vida. Shadesmar es donde eso sucede en primer lugar, y es su lugar. Aunque nosotros lo creamos, ellos le dan forma. Viven allí: gobiernan allí, dentro de sus propias ciudades.

—¿Ciudades?

—Sí —prosiguió Jasnah, contemplando el océano. Parecía preocupada—. Los spren son incontables en su diversidad. Algunos son tan listos como los humanos y crean ciudades. Otros son como peces y simplemente nadan en las corrientes.

Shallan asintió. Aunque en realidad no conseguía asimilar todo esto, no quería que Jasnah dejara de hablar. Ese era el tipo de conocimiento que Shallan necesitaba, lo que anhelaba.

—¿Tiene esto algo que ver con lo que descubriste? ¿Con los parshmenios? ¿Los Portadores del Vacío?

—Aún no he podido determinarlo. Los spren no son siempre abiertos. En algunos casos, no lo saben. En otros, no se fían de mí debido a nuestra antigua traición.

Shallan frunció el ceño y miró a su maestra.

—¿Traición?

—Así es como se refieren a algo que no quieren contarme. Por lo visto rompimos un juramento, y al hacerlo los ofendimos sobremanera. Es posible que alguno de ellos muriera, aunque no sé cómo puede morir un concepto. —Jasnah se volvió hacia Shallan con expresión solemne—. Me doy cuenta de que esto es abrumador. Tendrás que aprenderlo, todo, si has de ayudarme. ¿Sigues dispuesta?

—¿Tengo elección?

Una sonrisa asomó a las comisuras de los labios de Jasnah.

—Lo dudo. Eres capaz de moldear almas por tu cuenta, sin la ayuda de un fabrial. Eres como yo.

Shallan contempló las aguas. Como Jasnah. ¿Qué significaba? ¿Por qué…?

Se detuvo y parpadeó. Durante un momento, le pareció ver el mismo Patrón que antes, la que había creado rugosidades en su hoja de papel. Esta vez fue en el agua, formada de manera imposible sobre la superficie de una ola.

—Brillante… —dijo, reposando los dedos sobre el brazo de Jasnah—. Me ha parecido ver algo en el agua, ahora mismo. Un patrón de líneas definidas, como un laberinto.

—Muéstrame dónde.

—Fue en una de las olas, y la hemos pasado ya. Pero creo que la vi antes, en una de mis páginas. ¿Significa algo?

—Sin duda. He de admitir, Shallan, que la coincidencia de nuestro encuentro me resulta sorprendente. Sospechosamente sorprendente.

—¿Brillante?

—Estaban implicados —dijo Jasnah—. Te trajeron a mí. Y siguen observándote, según parece. De modo que no, Shallan, ya no tienes elección. Las antiguas costumbres regresan, y no lo veo como un signo de esperanza. Es un acto de autoconservación. Los spren sienten un peligro inminente, y por eso regresan a nosotros. Ahora debemos devolver nuestra atención a las Llanuras Quebradas y las reliquias de Urithiru. Pasará mucho tiempo antes de que regreses a tu tierra.

Shallan asintió sin decir palabra.

—Esto te preocupa —dijo Jasnah.

—Sí, brillante. Mi familia…

Shallan se sentía como una traidora por haber abandonado a sus hermanos, que dependían de ella para su bienestar económico. Les había escrito dándoles explicaciones, sin muchos detalles, por haber devuelto el moldeador de almas robado y porque se le pedía que ayudara a Jasnah con su trabajo.

La respuesta de Balat había sido positiva, a su modo. Dijo que se alegraba de que al menos uno de ellos hubiera escapado al destino que caía sobre la casa. Pensaba que los demás (sus tres hermanos y la prometida de Balat) estaban condenados.

Tal vez tuviera razón. Las deudas de su padre no solo los aplastarían: también estaba la cuestión del moldeador de almas roto. El grupo que se la había dado a su padre la quería de vuelta.

Por desgracia, Shallan estaba convencida de que la misión de Jasnah era de vital importancia. Los Portadores del Vacío regresarían pronto; de hecho, no eran ninguna amenaza lejana de alguna historia. Los amables y silenciosos parshmenios que trabajaban como sirvientes y esclavos perfectos eran en realidad destructores.

Impedir la catástrofe del regreso de los Portadores del Vacío era un deber aún mayor que proteger a sus hermanos. Todavía resultaba doloroso admitirlo.

Jasnah la estudió.

—Respecto a tu familia, Shallan, he emprendido algunas medidas.

—¿Medidas? —dijo Shallan, cogiendo a la otra mujer del brazo—. ¿Has ayudado a mis hermanos?

—En cierto modo —dijo Jasnah—. Sospecho que el dinero no resolverá este problema, aunque he dispuesto que envíen un pequeño regalo. Por lo que has dicho, los problemas de tu familia derivan de dos asuntos. Primero, los Sangre Espectral desean recuperar su moldeador de almas, que has roto. Segundo, tu casa carece de aliados y tiene grandes deudas.

Jasnah sacó una hoja de papel.

—Esto es de una conversación que tuve con mi madre esta mañana por medio de vinculacañas.

Shallan la siguió con la mirada, tomando nota mental de las explicaciones de Jasnah sobre el moldeador de almas roto y su petición de ayuda.

«Esto sucede más a menudo de lo que parece —había respondido Navani—. El fallo probablemente tiene que ver con el alineamiento del engarce de las gemas. Tráeme el artilugio y veremos».

—Mi madre es una reputada artifabriana —dijo Jasnah—. Sospecho que puede hacer que tu moldeador de almas vuelva a funcionar. Una vez reparada se la enviaremos a tus hermanos para que la devuelvan a sus propietarios.

—¿Me permitirías hacer eso? —preguntó Shallan.

Durante los días de navegación, la joven había sonsacado con cautela más información sobre la secta, esperando comprender a su padre y sus motivos. Jasnah decía saber muy poco al respecto, aparte del hecho de que querían su investigación, y estaban dispuestos a matar por ella.

—Preferiría que no tuvieran acceso a un artilugio tan valioso —dijo Jasnah—. Pero ahora mismo no tengo tiempo para proteger directamente a tu familia. Esta es la mejor solución, suponiendo que tus hermanos puedan dilatarla un poco más. Que digan la verdad, si es preciso: que tú, sabiendo que yo soy una erudita, acudiste a mí y me pediste que arreglara el moldeador de almas. Tal vez eso los contente por ahora.

—Gracias, brillante. —Tormentas. Si se lo hubiera pedido a Jasnah en primer lugar, después de ser aceptada como pupila suya, ¿no habría sido mucho más fácil? Shallan miró el papel, advirtiendo que la conversación continuaba.

«Respecto al otro asunto —había escrito Navani—, me complace esta sugerencia. Creo que podré persuadir al muchacho para que al menos lo considere, ya que su relación más reciente terminó bruscamente, como suele ser común en él, a principios de esta semana».

—¿A qué se refiere esa segunda parte? —preguntó Shallan, alzando la cabeza.

—Por más que sacies a los Sangre Espectral, eso no salvará tu casa —respondió Jasnah—. Vuestras deudas son demasiado grandes, sobre todo teniendo en cuenta los actos de tu padre, que han molestado a tanta gente. Por tanto, he dispuesto una poderosa alianza para tu casa.

—¿Alianza? ¿Cómo?

Jasnah inspiró profundamente. Parecía reacia a dar explicaciones.

—He dado los primeros pasos para que te prometas a uno de mis primos, hijo de mi tío Dalinar Kholin. El muchacho se llama Adolin. Es guapo y conocido, con un buen discurso.

—¿Prometida? —dijo Shallan—. ¿Has prometido mi mano?

—He iniciado el proceso —admitió Jasnah con cierta ansiedad, algo poco característico en ella—. Aunque en ocasiones es irreflexivo, Adolin tiene buen corazón, tan bueno como el de su padre, que tal vez sea el mejor hombre que he conocido jamás. Está considerado el soltero más apetecible de Alezkar, y mi madre hace tiempo que desea verlo casado.

—Prometida —repitió Shallan.

—Sí. ¿Te molesta?

—¡Es maravilloso! —exclamó Shallan, agarrando con más fuerza el brazo de Jasnah—. Tan fácil… Si estoy casada con alguien tan poderoso… ¡Tormentas! Nadie se atrevería a tocarnos en Jah Keved. Eso resolvería muchos de nuestros problemas. ¡Brillante, eres un genio!

Jasnah se relajó visiblemente.

—Sí, bueno, parecía una solución factible. Sin embargo, temía que te sintieras ofendida.

—¿Por qué, en nombre de los vientos, habría de ofenderme?

—Por las restricciones a la libertad que lleva implícito el matrimonio —respondió Jasnah—. Y si no por eso, porque el ofrecimiento se hizo sin consultarte. Tuve que ver primero si la posibilidad estaba abierta. La situación ha avanzado más de lo que esperaba, ya que mi madre ha aceptado la idea. Navani tiene… cierta tendencia a ser abrumadora.

Shallan no era capaz de imaginar que nadie pudiera abrumar a Jasnah.

—¡Padre Tormenta! ¿Te preocupaba que pudiera sentirme ofendida? Brillante, me he pasado toda la vida encerrada en la mansión de mi padre; crecí dando por hecho que él me elegiría marido.

—Pero ahora estás libre de tu padre.

—Sí, y por eso fui tan perfectamente juiciosa cuando intenté encontrar relaciones por mi cuenta —adujo Shallan—. El primer hombre que elegí era no solo un fervoroso, sino también un asesino en secreto.

—¿No te molesta, entonces? —insistió Jasnah—. ¿Aceptas la idea de estar comprometida con otra persona, sobre todo un hombre?

—No es que me vendan como esclava —replicó Shallan en tono burlón.

—No, supongo que no. —Jasnah se estremeció y recuperó la compostura—. Bueno, le haré saber a Navani que estás de acuerdo con el compromiso y hoy mismo concertaremos un informal.

Un informal era un compromiso condicional, en terminología vorin. En todos los sentidos, Shallan estaría prometida, pero no tendría ningún apoyo legal hasta que los fervorosos firmaran y verificaran un compromiso oficial.

—El padre del pretendiente ha dicho que no obligará a Adolin a nada —explicó Jasnah—, aunque el muchacho está soltero nuevamente y ha conseguido ofender a otra joven dama. De todas formas, Dalinar querrá que os conozcáis antes de que se acuerde nada más vinculante. Ha habido… cambios en el clima político de las Llanuras Quebradas. El ejército de mi tío ha sufrido grandes pérdidas. Otro motivo para apresurarnos en llegar a las Llanuras.

—Adolin Kholin —dijo Shallan, escuchándola solo a medias—. Duelista. Un duelista fantástico, además. Y portador de esquirlada.

—Ah, así que prestaste atención a tus lecturas sobre mi padre y mi familia.

—Desde luego… pero ya conocía a tu familia de antes. ¡Los alezi son el centro de la sociedad! Incluso las muchachas de las casas rurales conocen los nombres de los príncipes alezi. —Y mentiría si negara sus sueños juveniles de conocer a uno—. Pero, brillante, ¿estás segura de que este compromiso será conveniente? Quiero decir que no soy precisamente importante.

—En realidad, sí. La hija de otro alto príncipe habría sido preferible para Adolin. Sin embargo, parece que ha conseguido ofender a todas y cada una de las mujeres casaderas de ese rango. Digamos que el muchacho es excesivamente entusiasta en sus relaciones. Nada que no puedas controlar, estoy segura.

—Padre Tormenta —dijo Shallan, sintiendo que le temblaban las piernas—. ¡Es el heredero de un principado! ¡Está en la línea sucesoria al trono de Alezkar!

—El tercero en la línea de sucesión —asintió Jasnah—, después del hijo de mi hermano y de Dalinar, mi tío.

—Brillante, tengo que preguntarlo. ¿Por qué Adolin? ¿Por qué no el hijo más joven? Yo… no tengo nada que ofrecer a Adolin, ni a la casa.

—Al contrario —respondió Jasnah—. Si eres lo que pienso que eres, entonces podrás ofrecerle algo que nadie más está en disposición de proporcionarle. Algo más importante que las riquezas.

—¿Qué piensas que soy? —susurró Shallan, mirando a los ojos a la otra mujer, haciendo por fin la pregunta que nunca se había atrevido a formular.

—Ahora mismo, no eres más que una promesa —dijo Jasnah—. Una crisálida con potencial de grandeza. Cuando antaño los humanos y los spren se unían, los resultados eran mujeres que bailaban en los cielos y hombres capaces de destruir las piedras con un simple toque.

—Los Radiantes Perdidos. Traidores de la humanidad. —Shallan no podía asimilarlo todo. El compromiso, Shadesmar y los spren, y finalmente su misterioso destino. Lo sabía. Pero hablar de ello…

Se sentó, sin importarle que su vestido se mojara en cubierta, apoyando la espalda contra la amura. Jasnah le permitió recuperar la compostura, sorprendentemente, sentándose también ella. Lo hizo con mucho más estilo, recogiendo el vestido bajo las piernas mientras se sentaba de lado. Las dos atrajeron las miradas de los marineros.

—Van a devorarme a trocitos —dijo Shallan—. La corte alezi. Es la más feroz del mundo.

Jasnah bufó.

—Es más ráfaga que tormenta, Shallan. Yo te enseñaré todo lo necesario.

—Nunca seré como tú, brillante. Tú tienes poder, autoridad, riquezas. Mira cómo responden los marineros ante ti.

—¿Y estoy usando ese poder, esa autoridad o esas riquezas ahora mismo?

—Pagaste este viaje.

—¿No pagaste tú varios viajes en este barco? —preguntó Jasnah—. ¿No te trataron a ti igual que me tratan a mí?

—Claro que no. Me aprecian, pero no tengo tu peso, Jasnah.

—Prefiero pensar que eso no tiene nada que ver con mi figura —dijo Jasnah con un atisbo de sonrisa—. Entiendo tu argumento, Shallan. Sin embargo, es erróneo.

Shallan se volvió hacia ella. Jasnah estaba sentada en la cubierta del barco como si fuera un trono, con la espalda recta, la cabeza alta, imponente. Shallan lo hacía con las piernas apoyadas contra el pecho y los brazos bajo las rodillas. Incluso su actitud en algo tan básico como sentarse era distinta. No se parecía en nada a esta mujer.

—Hay un secreto que debes aprender, niña —dijo Jasnah—. Un secreto más importante aún que los relacionados con Shadesmar y los spren. El poder es una ilusión de la percepción.

Shallan frunció el ceño.

—No me malinterpretes —continuó Jasnah—. Algunos tipos de poder son reales: el poder para dirigir ejércitos, el poder de moldear almas. Pero intervienen con mucha menos frecuencia de lo que cabría suponer. De forma individual, en la mayoría de las relaciones, eso que llamamos poder, o autoridad, existe solo según se percibe.

»Dices que tengo riquezas. Es cierto, pero también has visto que no suelo utilizarlas. Dices que tengo autoridad como hermana de un rey. Tienes razón. Sin embargo, los hombres de este barco me tratarían exactamente igual si fuera una mendiga que los hubiera convencido de ser la hermana de un rey. En ese caso, mi autoridad no sería real. Son meros vapores: una ilusión. Puedo crear para ellos esa ilusión, igual que tú.

—No me lo creo, brillante.

—Lo sé. Si lo creyeras, lo estarías haciendo ya. —Jasnah se levantó y se sacudió la falda—. Si vuelves a ver ese patrón, la que apareció sobre las olas, ¿me lo dirás?

—Sí, brillante —respondió Shallan, distraída.

—Entonces dedica el resto del día a tu arte. Tengo que pensar cómo enseñarte mejor Shadesmar.

La mujer se retiró, devolviendo con un leve gesto de la cabeza las reverencias de los marineros mientras pasaba ante ellos y se dirigía al interior del barco.

Shallan se levantó, luego dio media vuelta y se agarró a la borda, con una mano a cada lado del bauprés. El océano se extendía ante ella, olas ondulantes, un aroma a fría frescura. El rítmico golpeteo mientras el velero surcaba las olas.

Las palabras de Jasnah batallaban en su mente, como anguilas celestiales con una sola rata entre ellas. ¿Spren que tenían ciudades? ¿Shadesmar, un reino que estaba allí, pero era invisible? ¿Shallan, prometida de pronto con el soltero más importante del mundo?

Dejó la proa y recorrió el barco, apoyando la mano libre en la amura. ¿Cómo la consideraban los marineros? Sonreían y la saludaban. La apreciaban. Yalb, que colgaba perezoso de los cordajes, la llamó para decirle que en el siguiente puerto había una estatua que tenía que ver.

—Es un pie gigante, joven señora. ¡Solo un pie! Nunca terminaron la maldita estatua…

Ella le sonrió y continuó. ¿Quería que la vieran como a Jasnah? ¿Siempre temerosos, siempre preocupados de que pudieran hacer algo mal? ¿Eso era el poder?

«Cuando partí por primera vez de Vedenar —pensó, mientras llegaba al lugar donde estaba atada la caja que le servía de asiento—, el capitán no dejaba de insistir en que volviera a casa. Para él mi misión era una estupidez».

Tozbek siempre había actuado como si le estuviera haciendo un favor al aceptarla junto a Jasnah. ¿Tendría que haber pasado todo ese tiempo sintiendo que se había impuesto al capitán y su tripulación al contratarlos? Sí, le había ofrecido un descuento por sus negocios con su padre en el pasado…, pero en cualquier caso ella fue quien lo contrató.

La forma en que la trataba era probablemente cosa de los mercaderes thayleños. Si un capitán conseguía convencer a su cliente de que estaba al mando, este pagaba mejor. Le caía bien aquel hombre, pero su relación dejaba mucho que desear. Jasnah nunca habría tolerado que la trataran de esa forma.

El santhid seguía nadando al lado del barco. Era como una diminuta isla en movimiento, la espalda cubierta de algas, pequeños cristales sobresaliendo del caparazón.

Shallan se dio media vuelta y se encaminó hacia la popa, donde el capitán Tozbek hablaba con uno de sus hombres, señalando un mapa cubierto de glifos. La saludó con la cabeza mientras se acercaba.

—Solo una advertencia, joven señora —dijo—. Los puertos en los que recalemos pronto serán menos cómodos. Dejaremos los estrechos de Ceño Largo, rodearemos el borde oriental del continente y nos dirigiremos a Nueva Natanan. No hay nada que merezca la pena hasta las Criptas Huecas… y tampoco allí hay mucho que ver. Yo no enviaría ni a mi propio hermano allí sin escolta, y eso que ha matado a diecisiete hombres con sus manos desnudas.

—Comprendo, capitán —dijo Shallan—. Y gracias. He reconsiderado mi decisión. Necesito que detengas el barco y me permitas inspeccionar el espécimen que nada junto al casco.

El capitán suspiró, extendió la mano y se pasó los dedos por una de sus tiesas cejas puntiagudas, igual que otros hombres podían jugar con sus bigotes.

—Brillante, eso no es aconsejable. ¡Padre Tormenta! Si te cayeras al océano…

—Entonces me mojaría —replicó Shallan—. Es un estado que ya he experimentado alguna que otra vez en mi vida.

—No, no puedo permitirlo. Como te dije, te llevaremos a ver algunos caparazones…

—¿No puedes permitirlo? —lo atajó Shallan. Lo miró con lo que deseó que fuera una expresión de asombro, con la esperanza de que no advirtiera la fuerza con que cerraba los puños a los costados. Tormentas, con lo que odiaba ella las confrontaciones—. No sabía que hubiera hecho una petición que tú pudieras o no aceptar, capitán. Detén el barco. Bájame. Esas son las órdenes.

Trató de decirlo con la decisión que habría mostrado Jasnah, quien era capaz de hacer que pareciera más fácil resistirse a una alta tormenta desatada que mostrarse en desacuerdo con ella.

Tozbek movió la boca un momento, sin lograr emitir ningún sonido, como si su cuerpo intentara continuar su anterior objeción pero su mente fuera con retraso.

—Es mi barco… —murmuró por fin.

—A tu barco no le sucederá nada malo —replicó Shallan—. No nos demoremos, capitán. No quisiera retrasar nuestra arribada a puerto esta noche.

Lo dejó y volvió a su asiento, con el corazón latiéndole desbocado y las manos temblorosas. Se sentó en su caja, en parte para calmarse.

Tozbek, con aspecto de estar profundamente molesto, empezó a dar órdenes. Arriaron las velas, el barco frenó su rumbo. Shallan resopló, sintiéndose como una idiota.

Y, sin embargo, lo que Jasnah le había dicho era cierto. La actitud de Shallan creaba algo en los ojos de Tozbek. ¿Una ilusión? ¿Como los mismos spren, tal vez? ¿Fragmentos de expectativas humanas que cobraban vida?

El santhid aminoró la marcha siguiendo el ritmo de la nave. Shallan se levantó, nerviosa, mientras los marineros se acercaban con un cabo. De mala gana, ataron un lazo en el suelo para que ella pudiera meter el pie, antes de explicarle que debía agarrarse con fuerza a la cuerda mientras la bajaban. Ataron un segundo cabo, más pequeño, en torno a su cintura: el medio por el que podrían izarla, mojada y humillada, de vuelta a la cubierta. E, inevitablemente, a sus miradas.

Se quitó los zapatos, luego subió a la amura tal como le habían indicado. ¿Hacía tanto viento antes? Sintió un momento de vértigo, allí en precario equilibrio sobre el diminuto borde, con los pies apenas cubiertos con unos calcetines y el vestido agitándose con el dichoso viento. Un vientospren se le acercó y adoptó la forma de una cara con nubes detrás. Tormentas, ojalá que aquella criatura no interfiriera. ¿Era la imaginación humana la que daba al vientospren aquella sonrisita maliciosa?

Los marineros situaron el lazo ante sus pies y ella se introdujo en él con temor. A continuación Yalb le entregó la máscara de la que le había hablado.

Jasnah salió de la sentina, mirando a su alrededor, confusa. Vio a Shallan de pie en el costado del barco y enarcó una ceja.

Shallan se encogió de hombros y luego indicó a los hombres que la bajaran.

Se negó a permitir sentirse como una tonta mientras descendía poco a poco hacia las aguas y hacia la extraña criatura que flotaba en las olas. Los hombres la detuvieron a un par de palmos de la superficie y ella se puso la máscara, sujeta por correas, que cubrían casi toda su cara, incluyendo la nariz.

—¡Más abajo! —les gritó.

Le pareció sentir su reticencia en la lentitud con que la cuerda fue descendiendo. Su pie tocó el agua y un frío terrible le subió por la pierna. ¡Padre Tormenta! Sin embargo, no pidió que se detuvieran. Permitió que la fueran bajando más y más hasta que sus piernas quedaron sumergidas en el agua helada. Su falda se hinchó de la forma más molesta, y tuvo que pisar el extremo, dentro del lazo, para impedir que se alzara sobre su cintura y se quedara flotando en la superficie del agua mientras se sumergía.

Se debatió con la tela durante un instante, aliviada por el hecho de que los hombres del barco no pudieran verla ruborizarse. Sin embargo, cuando se mojó del todo, fue más fácil manejar el vestido. Finalmente pudo encogerse, todavía agarrada férreamente a la cuerda, y hundirse en el agua hasta la cintura.

Luego zambulló la cabeza bajo las olas.

Desde la superficie, la luz se filtraba en columnas titilantes y radiantes. Las aguas estaban pobladas de vida furiosa, sorprendente. Peces diminutos zigzagueaban de un lado a otro, picoteando en la parte inferior del caparazón que cubría a una criatura majestuosa. Retorcida como un árbol viejo, con la piel arrugada y plegada, la auténtica forma del santhid era la de una bestia con largos tentáculos azules, como los de una medusa, solo que mucho más gruesos. Los tentáculos desaparecían en las profundidades, siguiendo a la bestia de forma oblicua.

El animal en sí era una retorcida masa azul grisácea cubierta por el caparazón. Sus pliegues de aspecto antediluviano rodeaban un gran ojo en el costado: era de suponer que habría otro en el otro lado. Parecía lenta, aunque majestuosa, con poderosas aletas que se movían como remos. Un grupo de extraños spren en forma de flecha se movía por las aguas alrededor de la bestia.

Bancos de peces rodeaban a la increíble criatura. Aunque las profundidades parecían vacías, la zona que rodeaba al santhid rebosaba de vida, igual que bajo el barco. Peces diminutos picoteaban el casco moviéndose entre el santhid y el navío, a veces solos, a veces en oleadas. ¿Sería por eso por lo que la criatura nadaba cerca de los barcos? ¿Tendría algo que ver con los peces, y su relación con él?

Contempló la criatura, cuyo ojo, grande como la cabeza de Shallan, se volvió hacia ella, concentrándose en su persona, mirándola. En ese momento Shallan dejó de sentir el frío. Dejó de sentir vergüenza. Estaba contemplando un mundo que, por lo que sabía, ninguna erudita había visitado jamás.

Parpadeó para captar una imagen de la criatura, reteniéndola para luego poder dibujarla.

Palabras radiantes
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