Y cuando la gente corriente les pidió cuentas, los Liberadores dijeron que habían sido malinterpretados por la terrible naturaleza de su poder; y cuando trataron con otros, siempre se mostraron firmes al asegurar que otros epítetos, sobre todo «Portadores del Polvo», a menudo oído en el habla corriente, eran sustitutos inaceptables, en concreto por su similitud con «Portadores del Vacío». También mostraron ira por el gran prejuicio que esa confusión les causaba, aunque para muchos hablantes había poca diferencia entre ambos términos.
De Palabras radiantes, capítulo 17, página 11
Cuando Shallan despertó, era una mujer nueva.
Aún no estaba completamente segura de quién era esa mujer, pero sabía qué mujer no era. No era la niña asustada que había sufrido las tormentas de un hogar roto. No era la muchacha ingenua que había tratado de robarle a Jasnah Kholin. No era la mujer que había caído en el engaño de Kabsal y luego de Tyn.
Eso no significaba que no siguiera estando asustada ni siguiera siendo ingenua. Pero estaba cansada. Cansada de verse avasallada, manipulada, despreciada. Durante el viaje con Tvlakv, había fingido que era capaz de liderar y hacerse cargo de todo. Ya no sentía la necesidad de fingir.
Se arrodilló junto a uno de los baúles de Tyn. Había evitado que los hombres lo forzaran (quería unos cuantos baúles para guardar la ropa), pero aunque había buscado por toda la tienda no había encontrado la llave adecuada.
—Patrón —dijo—. ¿Puedes mirar dentro? ¿Colarte por el ojo de la cerradura?
—Mmm… —Patrón se acercó al lateral del baúl, luego se encogió hasta el tamaño de una uña. Entró fácilmente. Ella oyó su voz desde el interior—. Oscuro.
—Rayos —masculló Shallan, sacando una esfera y acercándola al ojo de la cerradura—. ¿Te sirve esto?
—Veo un patrón —respondió él.
—¿Un patrón? ¿Qué clase de…?
Click.
Boquiabierta, Shallan extendió la mano para alzar la tapa del baúl. Patrón zumbaba felizmente en el interior.
—Lo has abierto.
—Un patrón —dijo tan contento.
—¿Puedes mover cosas?
—Un empujoncito aquí y allá —dijo él—. Muy poca fuerza en este lado. Mmm…
El baúl estaba lleno de ropas y tenía una bolsa de tela negra con esferas. Todo aquello podía ser muy útil. Shallan rebuscó hasta encontrar un vestido con finos bordados y estilo moderno. Tyn, naturalmente, lo necesitaba para las ocasiones en que fingía tener un estatus superior. Shallan se lo puso, descubrió que le quedaba grande de pecho, pero por lo demás resultaba aceptable, y luego se arregló la cara y el cabello ante el espejo usando el maquillaje y los cepillos de la muerta.
Cuando salió de la tienda esa mañana, por primera vez en lo que parecían años se sintió como una auténtica ojos claros. Era buena cosa, pues hoy finalmente llegaría a las Llanuras Quebradas. Y, supuestamente, a su destino.
Salió a la luz de la mañana. Sus hombres trabajaban junto a los parshmenios de la caravana para levantar el campamento. Muertos los guardias de Tyn, la única fuerza armada le pertenecía a ella.
Vathah se acercó.
—Anoche quemamos los cuerpos como ordenaste, brillante. Y otra patrulla de guardia se pasó por aquí esta mañana mientras te estabas preparando. Obviamente querían que supiéramos que pretenden mantener la paz. Si alguien acampa en este lugar y encuentra los huesos de Tyn y sus soldados entre las cenizas, podrían haber preguntas. No sé si los trabajadores de la caravana mantendrían tu secreto si se les preguntara.
—Gracias —dijo Shallan—. Que uno de tus hombres recoja los huesos y los meta en un saco. Yo me encargaré de ellos.
¿De verdad había dicho eso?
Vathah asintió secamente, como si esa fuera la respuesta que esperaba.
—Ahora que estamos tan cerca de los campamentos, algunos hombres se sienten incómodos.
—¿Sigues pensando que soy incapaz de cumplir la promesa que les hice?
Vathah sonrió.
—No. Creo que me has convencido, brillante.
—¿Entonces?
—Yo me encargaré de serenar los ánimos.
—Excelente.
Se separaron y Shallan fue en busca de Macob. Cuando lo encontró, el viejo y barbudo jefe de la caravana se inclinó ante ella con muchísimo más respeto que el que le había mostrado antes. Ya se había enterado de lo de la hoja esquirlada.
—Necesitaré que uno de tus hombres se adelante hasta los campamentos y me encuentre un palanquín —dijo Shallan—. Enviar a uno de mis soldados es ahora mismo imposible. —No estaba dispuesta a arriesgarse a que los reconocieran y encarcelaran.
—Por supuesto —respondió Macob con voz tensa—. El precio será…
Ella lo miró intensamente.
—… pagado de mi propia bolsa, como agradecimiento por habernos traído a salvo. —Puso un extraño énfasis en la expresión «a salvo», como si hubiera un mérito cuestionable en la frase.
—¿Y el precio por tu discreción? —preguntó Shallan.
—Mi discreción siempre estará asegurada, brillante —dijo él—. Y mis labios no son los que deberían preocuparte.
Tenía razón.
El tipo se subió a su carreta.
—Uno de mis hombres se adelantará y te enviaremos un palanquín. Con eso me despido de ti. No quisiera ofenderte al decir, brillante, que espero que no volvamos a encontrarnos.
—En esta cuestión, nuestros puntos de vista coinciden.
Él asintió y fustigó a su chull. La carreta echó a rodar.
—Anoche estuve escuchando —zumbó Patrón con voz nerviosa desde detrás de su vestido—. ¿De verdad es tan fascinante para los humanos un concepto como la no existencia?
—Hablaban de la muerte, ¿no? —preguntó Shallan.
—Se preguntaban si tú «irías a por ellos». Me doy cuenta de que la no existencia no es algo que anhelar, pero hablaban y hablaban al respecto. Fascinante, desde luego.
—Bueno, mantén los oídos abiertos, Patrón. Sospecho que el día de hoy se va a volver aún más interesante. —Se encaminó hacia la tienda.
—Pero si no tengo oídos —objetó él—. Ah, sí. ¿Una metáfora? Qué mentiras tan deliciosas. Recordaré esa expresión.
Los campamentos de guerra alezi eran mucho más de lo que Shallan esperaba. Diez ciudades compactas en fila, cada una emitiendo el humo de millares de fuegos. Hileras de caravanas entraban y salían junto a los bordes de los cráteres que componían sus murallas. En cada campamento ondeaban cientos de estandartes que proclamaban la presencia de ojos claros de alto rango.
Mientras el palanquín la transportaba pendiente abajo, Shallan se sintió verdaderamente asombrada por la magnitud de la población. ¡Padre Tormenta! Antaño había considerado que la feria regional de las tierras de su padre era una congregación enorme de gente. ¿Cuántas bocas había que alimentar ahí abajo? ¿Cuánta agua tenían que recolectar tras cada alta tormenta?
El palanquín dio una sacudida. Shallan había dejado atrás la carreta: los chulls pertenecían a Macob. Intentaría venderla si todavía estaba allí cuando enviara más tarde a alguien a recuperarla. De momento, viajaba en el palanquín, que cargaban parshmenios bajo los ojos vigilantes de un ojos claros que era su dueño y había alquilado el vehículo. A Shallan no se le escapó la ironía de ser llevada a hombros de los Portadores del Vacío cuando entraba en los campamentos.
Tras el vehículo marchaban Vathah y sus dieciocho guardias, seguidos de sus cinco esclavos, que transportaban los baúles. Los había dotado de zapatos y ropas de los mercaderes, pero no se podían disimular meses de esclavitud con un atuendo nuevo, y los soldados no ofrecían mucho mejor aspecto. Solo se lavaban el uniforme cuando los alcanzaba una alta tormenta, e incluso en esas ocasiones era más un remojón que un lavado. El hedor que desprendían era el motivo por el que les había ordenado marchar detrás del palanquín.
Shallan esperaba no estar en el mismo estado. Se había puesto el perfume de Tyn, pero la élite alezi prefería bañarse con frecuencia y oler a limpio, parte de la sabiduría de los Heraldos. «Lávense con la inminente alta tormenta, tanto siervo como brillante señor, para alejar los putrispren y purificar el cuerpo».
Ella había hecho todo lo posible con algunos baldes de agua, pero no había podido permitirse el lujo de detenerse a prepararse. Necesitaba la protección de un alto príncipe, y rápido. Ahora que había llegado, la inmensidad de sus tareas empezó a pesarle: descubrir qué había estado buscando Jasnah en las Llanuras Quebradas. Usar la información para convencer a los líderes alezi para que tomaran medidas contra los parshmenios. Investigar a la gente con la que trataba Tyn y… ¿hacer qué? ¿Engañarlos de algún modo? ¿Descubrir lo que sabían de Urithiru, desviar su atención de sus hermanos, y quizá encontrar un modo de devolverles lo que le habían hecho a Jasnah?
«Hay mucho que hacer». Necesitaría recursos. Dalinar Kholin era su mejor esperanza para ello.
—Pero ¿me aceptará? —susurró.
—¿Mmm? —dijo Patrón desde el asiento de al lado.
—Lo necesitaré como patrón. Si las fuentes de Tyn saben que Jasnah está muerta, entonces es muy probable que Dalinar también lo sepa. ¿Cómo reaccionará ante mi llegada inesperada? ¿Cogerá sus libros, me dará una palmadita en la cabeza y me enviará de regreso a Jah Keved? La casa Kholin no tiene ninguna necesidad de aliarse con una veden menor como yo. Y yo… solo estoy divagando en voz alta, ¿verdad?
—Mmm —dijo Patrón. Parecía adormilado, aunque ella no sabía si los spren podían cansarse.
Su ansiedad aumentó mientras la comitiva se acercaba a los campamentos de guerra. Tyn se había mostrado inflexible para que no pidiera la protección de Dalinar, ya que eso le haría estar en deuda con él. Shallan había matado a la mujer, pero seguía respetando su opinión. ¿Tenía razón en lo que había dicho de Dalinar?
Llamaron a la ventana del palanquín.
—Vamos a hacer que los parshmenios te bajen un momento —dijo Vathah—. Tenemos que preguntar dónde está el alto príncipe.
—Bien.
Ella esperó impaciente. Tendrían que haber enviado al dueño del palanquín con el encargo: Vathah estaba tan nervioso como ella ante la idea de enviar a los campamentos a uno de sus hombres. Al poco rato oyó una conversación apagada en el exterior, y Vathah regresó arrastrando las botas sobre la roca. Ella retiró la cortina y lo miró.
—Dalinar Kholin está con el rey —anunció Vathah—. Todos los altos príncipes se encuentran reunidos. —Se volvió hacia los campamentos; parecía preocupado—. Hay algo en los vientos, brillante. —Entornó los ojos—. Demasiadas patrullas. Montones de soldados fuera. El dueño del palanquín no dice nada, pero por lo que parece, ha sucedido algo hace poco. Algo letal.
—Entonces, llevadme ante el rey —exigió Shallan.
Vathah alzó una ceja. El rey de Alezkar era indiscutiblemente el hombre más poderoso del mundo.
—No vas a matarlo, ¿verdad? —preguntó él en voz baja, inclinándose hacia delante.
—¿Qué?
—Supongo que es algo que podría hacer una mujer… ya sabes. —No la miró a los ojos—. Acercarse, invocar la espada, clavársela en el pecho antes de que nadie se diera cuenta de lo que había pasado.
—No voy a matar a tu rey —declaró ella, divertida.
—No me importaría si lo hicieras —respondió él en voz baja—. Casi espero que lo hagas. Es un niño que lleva la ropa de su padre, eso es todo. Las cosas han empeorado para Alezkar desde que ocupa el trono. Pero mis hombres lo tendrían difícil para quitarse de en medio si hicieras algo así. Muy difícil.
—Mantendré mi promesa.
Él asintió, y Shallan dejó caer de nuevo las cortinas sobre la ventana del palanquín. Padre Tormenta. Darle a una mujer una hoja esquirlada, acercarse… ¿Acaso alguien lo había intentado alguna vez? Tenían que haberlo hecho, aunque la idea la asqueaba.
El palanquín se dirigió al norte. Tardaron un buen rato en atravesar los campamentos, pues eran enormes. Por fin Shallan se asomó y vio una alta colina a la izquierda con un edificio esculpido en la piedra. ¿Un palacio?
¿Y si convencía al brillante señor Dalinar para que la aceptara y le confiara la investigación de Jasnah? ¿Qué habría sido ella en la casa de Dalinar? ¿Una escriba menor, apartada e ignorada? Así había pasado la mayor parte de su vida. De pronto, decidió con todo su corazón no permitir que eso sucediera de nuevo. Necesitaba la libertad y los recursos para investigar sobre Urithiru y el asesinato de Jasnah. Shallan no aceptaría otra cosa. No podía aceptar nada más.
«Entonces, haz que suceda», pensó.
Ojalá hubiese sido tan fácil. Mientras el palanquín empezaba a subir las serpenteantes cuestas que conducían al palacio, su nueva cartera (conseguida de entre las cosas de Tyn) se sacudió y golpeó el suelo. Shallan la recogió y fue pasando las páginas del interior, hasta encontrar el arrugado dibujo de Bluth tal como lo había imaginado. Un héroe en vez de un esclavista.
—Mmm… —dijo Patrón en el asiento a su lado.
—Este dibujo es mentira —comentó Shallan.
—Sí.
—Y sin embargo no lo es. Se convirtió en esto, al final. En cierto modo.
—Sí.
—Entonces, ¿qué es la mentira y qué es la verdad?
Patrón zumbó suavemente para sí, como un sabueso-hacha feliz ante el fuego del hogar. Shallan acarició el dibujo, alisándolo, antes de sacar una libreta y un lápiz para empezar a dibujar. Con el bamboleo del palanquín no era nada fácil, y el resultado sin duda no sería su mejor dibujo. Con todo, sus dedos se movieron con una intensidad que no sentía desde hacía semanas.
Anchas líneas al principio, para fijar la imagen en su cabeza. No copiaba una memoria esta vez. Estaba buscando algo nebuloso: una mentira que pudiera ser real si la imaginaba de forma adecuada.
Dibujó frenéticamente en el papel, encogida, y pronto dejó de sentir el ritmo de los pasos de los porteadores. Solo veía el dibujo, solo conocía las emociones que vertía en esa página. La determinación de Jasnah. La confianza de Tyn. Una sensación de idoneidad que no podía describir pero que extraía de su hermano Helaran, la mejor persona que había conocido jamás.
Todo pasó de ella al lápiz y a la página. Manchas y líneas que se convirtieron en sombras y patrones que se convirtieron en figuras y rostros. Un rápido boceto, apresurado, y sin embargo vivo. Mostraba a Shallan como una joven segura de sí misma de pie ante Dalinar Kholin, tal como lo imaginaba. Lo había dibujado con su armadura esquirlada y él, y los que lo rodeaban, estudiaban a Shallan con penetrante consternación. La joven se mostraba firme, con la mano extendida hacia ellos mientras hablaba con confianza y poder. No había ningún temblor. Ningún miedo a la confrontación.
«Esto es lo que yo habría sido —pensó Shallan—, si no me hubiera criado en una casa donde imperaba el miedo. Así es como seré hoy».
No era una mentira. Era una verdad alternativa.
Llamaron a la puerta del palanquín. Habían dejado de moverse y ella apenas lo había advertido. Asintiendo para sí, dobló el boceto y lo guardó en el bolsillo de la manga de su mano segura. Luego bajó del vehículo y pisó la fría piedra. Se sentía fortalecida, y comprendió que había absorbido una diminuta cantidad de luz tormentosa sin pretenderlo.
Este palacio era a la vez más hermoso y más prosaico de lo que había esperado. En efecto, se encontraba en un campamento de guerra, y por eso la morada del rey no podía revestir la majestuosidad de las residencias reales de Kharbranth. Al mismo tiempo, era sorprendente que semejante estructura hubiera sido formada allí, lejos de la cultura y los recursos de Alezkar. La alta fortaleza de roca esculpida, de varios pisos de altura, se alzaba en la cima de la colina.
—Vathah, Gaz —dijo—. Acompañadme. Los demás, quedaos aquí. Mandaré mensajes.
Ellos la saludaron. Shallan no estuvo segura de si era apropiado o no. Echó a andar, y advirtió con diversión que había escogido a uno de los desertores más altos y a uno de los más bajos para que la escoltaran, y por eso cuando la flanquearon crearon una pendiente de altura graduada: Vathah, ella misma, Gaz. ¿Había elegido realmente a sus guardias por motivos estéticos?
Las puertas del complejo palaciego daban al oeste, y allí Shallan encontró un buen número de guardias ante otras puertas abiertas que conducían a un profundo túnel que se internaba en la colina. ¿Dieciséis guardias ante la puerta? Había leído que el rey Elhokar era paranoico, pero esto parecía excesivo.
—Tendrás que anunciarme, Vathah —dijo en voz baja mientras avanzaban.
—¿Como…?
—Brillante Shallan Davar, pupila de Jasnah Kholin y prometida informal de Adolin Kholin. No lo digas hasta que yo te lo indique.
El hombre asintió, con la mano apoyada en el hacha. Shallan no compartía su incomodidad. En todo caso, estaba expectante. Pasó ante los guardias con la cabeza bien alta, actuando como si perteneciera a este lugar.
La dejaron pasar.
Shallan estuvo a punto de tropezar. Más de una docena de guardias en la puerta, y no le daban el alto. Varios alzaron la mano como para hacerlo (lo vio con el rabillo del ojo), pero en última instancia retrocedieron en silencio. Vathah bufó en voz baja junto a ella mientras entraban en el túnel más allá de las puertas.
La acústica trajo los susurros resonantes de los guardias cuando estos intercambiaron unos comentarios. Finalmente, uno de ellos la llamó.
—¿Brillante…?
Ella se detuvo, se volvió hacia ellos y alzó una ceja.
—Lo siento, brillante —dijo el guardia—. Pero ¿eres…?
Shallan dirigió un gesto a Vathah.
—¿No reconoces a la brillante Davar? —soltó el hombre—. ¿La prometida informal del brillante señor Adolin Kholin?
Los guardias permanecieron en silencio y Shallan dio media vuelta para continuar su camino. La conversación a sus espaldas comenzó de nuevo casi inmediatamente, esta vez lo bastante fuerte para que pudiera captar algunas palabras:
—… nunca puedo llevar la cuenta de las novias de ese hombre…
Llegaron a un cruce. Shallan miró hacia un lado, luego hacia otro.
—Arriba, supongo —dijo.
—A los reyes les gusta estar en lo más alto —dijo Vathah—. La actitud puede que te permita pasar la puerta exterior, brillante, pero no va a permitirte ver a Kholin.
—¿Eres de verdad su prometida? —preguntó Gaz, nervioso, rascándose el parche del ojo.
—Así era la última vez que lo comprobé —dijo Shallan, abriendo camino—. Lo cual, debo admitir, fue antes de que mi barco se hundiera. —No le preocupaba llegar a ver a Kholin. Al menos conseguiría una audiencia.
Continuaron subiendo, preguntando a la servidumbre para saber por dónde ir. Los criados caminaban apresuradamente en grupos y se sobresaltaban cuando los abordaban. Shallan conocía ese tipo de timidez. ¿Era el rey un amo tan terrible como lo había sido su padre?
Mientras continuaban ascendiendo, la estructura empezó a parecer menos una fortaleza y más un palacio. Había bajorrelieves en las paredes, mosaicos en el suelo, postigos tallados, un número cada vez mayor de ventanas. Para cuando llegaron a la sala de audiencias del rey cerca de la cima, vigas de madera enmarcaban las paredes de piedra, laminadas en plata y oro. Las lámparas sostenían enormes zafiros, superiores en tamaño a las denominaciones corrientes, que irradiaban una brillante luz azul. Al menos no le faltaría luz tormentosa si la necesitaba.
El pasillo que desembocaba en la sala de audiencias del rey estaba abarrotado de hombres, sobre todo soldados con una docena de uniformes diferentes.
—Condenación —dijo Gaz—. Esos de ahí son los colores de Sadeas.
—Y de Thanadal, y Aladar, y Ruthar… —explicó Vathah—. Está reunido con todos los altos príncipes, como dije.
Shallan detectó fácilmente las facciones, extrayendo de sus estudios del libro de Jasnah los nombres (y los escudos de armas) de los diez altos príncipes. Los soldados de Sadeas charlaban con los del alto príncipe Ruthar y el alto príncipe Aladar. Los de Dalinar estaban aparte, y Shallan detectó la hostilidad que reinaba entre ellos y los otros que ocupaban el pasillo.
Los guardias de Dalinar tenían muy pocos ojos claros entre ellos. Eso era extraño. ¿Y no conocía de algo al hombre que estaba ante la puerta? El alto ojos oscuros del gabán azul que le llegaba a las rodillas, con el cabello hasta los hombros, ligeramente ondulado… Hablaba en voz baja con otro soldado, que era uno de los de las puertas de abajo.
—Parece que aquí nos quedamos —dijo Vathah casi en un susurro.
El hombre se dio media vuelta y miró a Shallan a los ojos, antes de bajar la mirada hasta sus pies.
«Oh, no».
El hombre (un oficial, por el uniforme) avanzó directamente hacia la recién llegada, haciendo caso omiso de las miradas hostiles de los soldados de los otros altos príncipes mientras se encaminaba hacia ella.
—¿El príncipe Adolin está prometido con una comecuernos? —dijo llanamente.
Ella casi había olvidado el encuentro de hacía dos días ante los campamentos de guerra. «Voy a estrangular a esa…». Se interrumpió, sintiendo una punzada de aguda tristeza. Ya había matado a Tyn.
—Desde luego que no —dijo Shallan, alzando la barbilla y sin usar el acento comecuernos—. Viajaba sola por tierras salvajes. Revelar mi auténtica identidad no me pareció prudente.
El hombre gruñó.
—¿Dónde están mis botas?
—¿Así es como te diriges a una dama de ojos claros y rango?
—Así es como me dirijo a una ladrona —replicó el hombre—. Acababa de conseguir esas botas.
—Haré que te envíen un par de docenas. Después de que haya hablado con el alto príncipe Dalinar.
—¿Crees que voy a permitir que lo veas?
—¿Crees que puedes elegir?
—Soy el capitán de su guardia, mujer.
«Rayos», pensó ella. Aquello era un inconveniente. Pero al menos no estaba temblando por la confrontación. Lo había superado. Por fin.
—Bien, dime entonces, capitán: ¿cómo te llamas?
—Kaladin.
Qué extraño, sonaba como un nombre de ojos claros.
—Excelente. Ahora tengo un nombre que mencionar cuando le hable de ti al alto príncipe. No creo que le guste que traten así a la prometida de su hijo.
Kaladin hizo una señal a varios de sus soldados y los hombres de azul rodearon a Vathah, a ella y… ¿Dónde se había metido Gaz?
Shallan dio media vuelta y lo encontró retrocediendo por el pasillo. Kaladin lo divisó y se sobresaltó.
—¿Gaz? —exclamó Kaladin—. ¿Qué es esto?
—Uh… —El tuerto tartamudeó—. Señ… hum… Kaladin. ¿Eres… ah, un oficial? Así que las cosas te han ido bien…
—¿Conoces a este hombre? —preguntó Shallan a Kaladin.
—Intentó matarme —respondió este con frialdad—. En múltiples ocasiones. Es una de las ratas más repugnantes que he conocido.
Perfecto.
—No eres la prometida de Adolin —declaró Kaladin, mirándola a los ojos mientras varios de sus hombres atrapaban alegremente a Gaz, que se había topado con los otros guardias que venían de abajo—. La prometida de Adolin se ahogó. Eres una oportunista con muy mal sentido de la oportunidad. Dudo de que a Dalinar Kholin le alegre encontrar a una buscona tratando de aprovecharse de la muerte de su sobrina.
Ella empezó a ponerse nerviosa. Vathah la miró, obviamente preocupado por si las acusaciones de Kaladin eran correctas. Shallan hizo acopio de fuerzas y buscó en su bolsa segura y sacó un papel que había encontrado en las notas de Jasnah.
—¿Está la alta dama Navani en esa habitación?
Kaladin no respondió.
—Muéstrale esto, por favor —dijo Shallan.
Kaladin vaciló, luego cogió la hoja de papel. La examinó, pero obviamente no podía saber que lo estaba haciendo boca abajo. Era una de las comunicaciones escritas entre Jasnah y su madre, disponiendo el compromiso informal. Realizada a través de vinculacañas, tendría que haber dos copias: la escrita desde el lado de Jasnah, y la del lado de la brillante Navani.
—Veremos —dijo Kaladin.
—Nosotros… —farfulló Shallan. Si no conseguía ver a Dalinar, entonces… Entonces… ¡A la tormenta con ese hombre! Lo agarró por el brazo con la mano libre cuando él se volvía para dar órdenes a sus hombres—. ¿Todo esto es porque te mentí? —preguntó con voz más suave.
Él la miró.
—Estoy haciendo mi trabajo.
—¿Tu trabajo es ser ofensivo y necio?
—No, ofensivo y necio también lo soy en mi tiempo libre. Mi trabajo consiste en impedir que gente como tú moleste a Dalinar Kholin.
—Te garantizo que querrá verme.
—Bueno, perdóname por no confiar en la palabra de una princesa comecuernos. ¿Te gustaría tener unas cuantas conchas que masticar mientras mis hombres te arrojan a los calabozos?
«Muy bien, ya es suficiente».
—¡Los calabozos me parecen maravillosos! —dijo ella—. ¡Al menos allí estaré lejos de ti, idiota!
—Solo por poco tiempo. Bajaría a interrogarte.
—¿Qué? ¿No podría elegir una opción más agradable? ¿Como ser ejecutada?
—Estás dando por hecho que podría encontrar a un verdugo dispuesto a soportar tu cháchara el tiempo suficiente para colocarte la soga.
—Bueno, si quieres matarme, siempre puedes dejar que tu aliento haga el trabajo.
Él se ruborizó y varios guardias cercanos empezaron a reírse, aunque trataron de disimular cuando el capitán Kaladin los miró.
—Debería envidiarte —dijo, volviéndose hacia ella—. Para matar con mi aliento, he de acercarme. En cambio tú, con esa cara que tienes, podrías matar a cualquier hombre desde lejos.
—¿A cualquier hombre? —preguntó ella—. Vaya, pues contigo no funciona. Supongo que eso demuestra que no eres hombre.
—Me has entendido mal. No me referí a cualquier hombre, solo a los machos de tu especie… Pero no te preocupes, me encargaré de no dejar que nuestros chulls se te acerquen.
—¿Sí? ¿Es que tus padres han venido a verte?
Él abrió mucho los ojos y por primera vez pareció que ella lo superaba.
—Mis padres no tienen nada que ver con esto.
—La verdad, no me extraña. Es normal que no quisieran tener nada que ver contigo.
—¡Al menos mis antepasados tuvieron el sentido de no emparejarse con una esponja! —replicó él, posiblemente como referencia a los cabellos rojos de Shallan.
—¡Al menos yo conozco a mi parentela! —replicó ella.
Se miraron mutuamente. Una parte de Shallan sentía satisfacción por haber podido hacerle perder los nervios, aunque por el calor que sentía en la cara, ella también lo había hecho. Jasnah se habría sentido decepcionada. El verdadero ingenio era el ingenio controlado. No debería permitirse que corriera libre, igual que una flecha no puede lanzarse en una dirección aleatoria.
Por primera vez, Shallan advirtió que el gran pasillo había quedado en silencio. Gran número de soldados y auxiliares los estaban mirando al oficial y a ella.
—¡Bah! —Kaladin se zafó el brazo: ella no lo había soltado después de recabar su atención antes—. Reviso mi opinión de ti. Sin duda eres una ojos claros de alta cuna. Solo ellos son capaces de resultar tan insoportables. —Se apartó de ella y se encaminó hacia las puertas de la habitación del rey.
Cerca de ella, Vathah se relajó visiblemente.
—¿Meterte en una pelea a gritos con el jefe de la guardia del alto príncipe Dalinar —le susurró— ha sido inteligente por tu parte?
—Hemos creado un incidente —dijo ella, calmándose—. Ahora Dalinar Kholin se enterará de esto de un modo u otro. Ese guardia no podrá mantenerle mi llegada en secreto.
Vathah vaciló.
—Así que formaba parte de un plan.
—No creas —dijo ella—. No soy tan lista. Pero debería funcionar de todas formas. —Miró a Gaz, al que los guardias de Kaladin habían liberado para que pudiera reunirse con ellos dos, aunque todos seguían bajo férrea vigilancia.
—Incluso para desertor, eres un cobarde, Gaz —dijo Vathah entre dientes.
El aludido se limitó a mirar el suelo.
—¿De qué lo conoces? —preguntó Shallan.
—Era esclavo en los aserraderos donde yo trabajaba —contestó Gaz—. Tormenta de hombre. Es peligroso, brillante. Violento, un tipo problemático. No sé cómo ha conseguido una posición tan alta en tan poco tiempo.
Kaladin no había entrado en la sala de reuniones. Sin embargo, las puertas chirriaron un momento después. La reunión parecía haber terminado, o al menos habían hecho una pausa. Varios ayudas de cámara corrieron a ver si sus altos príncipes necesitaban algo, y los guardias empezaron a charlar. El capitán Kaladin le dirigió una mirada a Shallan y entró en la habitación, reacio, llevando su hoja de papel.
Shallan se obligó a permanecer de pie con las manos cruzadas (una en la manga, la otra no), para no parecer nerviosa. Al cabo de un rato, Kaladin volvió a salir, con una expresión de molesta resignación en el rostro. La señaló, luego indicó con el pulgar por encima del hombro, indicándole que podía entrar. Sus guardias la dejaron pasar, aunque cuando Vathah intentó seguirla lo detuvieron.
Ella le indicó que retrocediera, inspiró profundamente y se abrió paso entre la multitud de soldados y ayudas de cámara, para entrar en la sala de audiencias del rey.