El Ritmo de la Resolución latía suavemente en la mente de Eshonai cuando llegó a la meseta en el centro de las Llanuras Quebradas.
La meseta central. Narak. Exilio.
El hogar.
Se quitó de la cabeza el yelmo de la armadura esquirlada y tomó una profunda bocanada de aire fresco. Aunque la armadura ventilaba maravillosamente, incluso así resultaba sofocante después de mucho tiempo de esfuerzo. Otros soldados se posaron tras ella: había traído unos mil quinientos consigo en esta incursión. Por fortuna, esta vez habían llegado mucho antes que los humanos, y habían cosechado la gema corazón con un mínimo de lucha. Devi la llevaba: se había ganado ese privilegio por ser quien divisó la crisálida desde lejos.
Casi deseaba que no hubiera sido una incursión tan fácil. Casi.
«¿Dónde estás, Espina Negra? —pensó, mirando hacia el oeste—. ¿Por qué no has venido a enfrentarte de nuevo conmigo?».
Le parecía haberlo visto en la incursión de una semana antes, cuando su hijo los expulsó de la meseta. Eshonai no había participado en ese combate: le dolía la pierna herida, y los saltos de meseta en meseta le molestaban, incluso con armadura esquirlada. Tal vez no debería participar en esas correrías.
Había querido estar presente por si rodeaban a su fuerza de choque, y necesitaban una portadora de esquirlada, aunque estuviera herida, para liberarlos. Todavía sentía dolor en la pierna, pero la armadura lo mitigaba. Pronto tendría que regresar a la lucha. Tal vez, si participaba directamente, la Espina Negra aparecería de nuevo.
Tenía que hablar con él. Sentía la necesidad de hacerlo soplando en los mismos vientos.
Sus soldados alzaron las manos en gesto de despedida mientras tomaban caminos separados. Muchos cantaban en voz baja una canción al Ritmo del Llanto. Hoy en día, pocos cantaban a la Emoción, o incluso a la Resolución. Paso a paso, tormenta a tormenta, la congoja se apoderaba de su pueblo: los oyentes, como llamaban a su raza. «Parshendi» era un término humano.
Eshonai se encaminó hacia las ruinas que rodeaban Narak. Después de tantos años, no quedaba mucho. Ruinas de ruinas, podían considerarse. Las obras de hombres y oyentes por igual no duraban mucho ante el poder de las altas tormentas.
Aquella aguja de piedra de allí, que antaño fuera posiblemente una torre. A lo largo de los siglos, había desarrollado una gruesa capa de crem de las furiosas tormentas. El blando crem se había filtrado en las grietas y llenado las ventanas, y luego se había endurecido lentamente. Para entonces la torre parecía una enorme estalagmita, con la punta redondeada señalando al cielo y el lado de piedra que parecía como si se hubiera derretido.
La aguja debía de tener un fuerte núcleo para resistir tanto tiempo a pesar de los vientos. Otros ejemplos de ingeniería antigua no habían perdurado. Eshonai pasó ante bultos y montículos, restos de edificios caídos que habían sido consumidos lentamente por las Llanuras Quebradas. Las tormentas eran impredecibles. A veces secciones enormes de roca se soltaban de las formaciones, dejando agujeros y bordes irregulares. En otras ocasiones, las agujas aguantaban durante siglos, creciendo (no menguando) a medida que los vientos las asolaban y las aumentaban a la vez.
Eshonai había encontrado ruinas similares en sus exploraciones, como aquella donde estaba cuando su pueblo encontró por primera vez a los humanos. Había ocurrido solo siete años antes, pero también una eternidad atrás. Fue feliz en aquellos días, explorando un ancho mundo que parecía infinito. Y ahora…
Ahora se pasaba la vida atrapada en esta meseta. Las tierras salvajes la llamaban, cantaban que debía reunir lo que pudiera y se marchara. Por desgracia, ese no era ya su destino.
Entró bajo la sombra de un gran macizo de roca que siempre había imaginado que pudo ser una de las puertas de la ciudad. Por lo poco que habían descubierto por los espías a través de los años, sabía que los alezi no comprendían. Marchaban sobre la superficie irregular de las mesetas y solo veían roca natural, sin saber que recorrían los huesos de una ciudad muerta hacía mucho tiempo.
Eshonai se estremeció, y se sumó al Ritmo de los Perdidos. Era un latido suave, pero violento todavía, con notas bruscas, separadas. No se mantuvo en armonía durante demasiado tiempo. Recordar a los caídos era importante, pero trabajar para proteger a los vivos lo era aún más.
Entró de nuevo en armonía con la Resolución y se internó en Narak. Allí los oyentes habían construido el mejor hogar que pudieron durante los años de guerra. Las prominencias rocosas se habían convertido en barracones, y los caparazones de los conchasgrandes servían de paredes y tejados. En los montículos que antes fueron edificios, a sotavento, se cultivaban rocabrotes para alimento. En otros tiempos, gran parte de las Llanuras Quebradas había estado poblada, pero la ciudad más grande estaba allí, en el centro. Así que las ruinas de su pueblo se habían establecido precisamente en las ruinas de una ciudad muerta.
La habían llamado Narak, exilio, pues era donde se habían separado de sus dioses.
Los oyentes, varones y hembras, alzaron las manos hacia ella mientras pasaba. Quedaban tan pocos… Los humanos eran implacables en su búsqueda de venganza.
No se lo reprochaba.
Se volvió hacia el Salón del Arte. Estaba cerca, y no había pasado por allí desde hacía días. Dentro, los soldados hacían un risible trabajo pintando.
Eshonai caminó entre ellos, todavía con su armadura puesta y el yelmo bajo el brazo. El largo edificio no tenía tejado, lo que permitía que entrara luz de sobra para pintar, y las paredes eran gruesas por el crem endurecido durante mucho tiempo. Con pinceles de gruesas cerdas, los soldados intentaban pintar lo mejor posible el ramo de flores de rocabrote colocado en un pedestal en el centro. Eshonai hizo una ronda entre los artistas, mirando su trabajo. El papel era un bien muy preciado y en cuanto al lienzo, simplemente no había, así que pintaban sobre conchas.
Los cuadros eran horribles. Manchas de colores chillones, pétalos descentrados… Eshonai se detuvo junto a Varanis, uno de sus lugartenientes, que sujetaba el pincel delicadamente entre sus dedos blindados, una masa enorme ante el caballete. Placas de armadura quitinosa crecían en sus brazos, hombros, pecho e incluso su cabeza. Eran iguales que las que Eshonai tenía bajo la armadura.
—Estás mejorando —le dijo, hablando al Ritmo de la Alabanza.
Él la miró y canturreó suavemente al son del Escepticismo.
Eshonai se echó a reír y posó una mano en su hombro.
—Parecen flores y todo, Varanis. En serio.
—Parece agua sucia en una meseta marrón —dijo él—. Tal vez con algunas hojas marrones flotando. ¿Por qué los colores se vuelven marrones cuando se mezclan? Combinas tres colores preciosos, y se convierten en el tono más feo que puedas imaginar. No tiene sentido, general.
General. En ocasiones se sentía tan incómoda en este puesto como estos hombres ante sus pinturas. Llevaba la forma de guerra, ya que necesitaba la armadura para la batalla, pero prefería la de trabajo más flexible y resistente. No es que le disgustara liderar a esos hombres, pero hacer lo mismo cada día (maniobras, incursiones en las mesetas) nublaba su mente. Quería ver cosas nuevas, ir a lugares nuevos. En cambio, se unía a su pueblo en un largo velatorio mientras morían uno a uno.
«No. Encontraremos un modo de salir».
El arte, esperaba, sería parte de ello. Siguiendo sus órdenes, cada hombre o mujer realizaba un turno en el Salón del Arte a la hora acordada. Y se esforzaban: lo intentaban con todas sus fuerzas. Hasta el momento, habían tenido tanto éxito como si intentaran saltar un abismo sin ver el otro lado.
—¿Ningún spren? —preguntó.
—Ninguno —respondió él al Ritmo del Llanto. Últimamente Eshonai oía ese ritmo demasiado a menudo.
—Seguid intentándolo. No perderemos esta batalla por falta de esfuerzo.
—Pero, general —dijo Varanis—, ¿qué sentido tiene? Tener artistas no nos salvará de las espadas de los humanos.
Cerca de ellos, otros soldados se volvieron para escuchar su respuesta.
—Los artistas no ayudarán —contestó ella al Ritmo de la Paz—. Pero mi hermana confía en descubrir pronto nuevas formas. Si logramos descubrir cómo crear artistas, eso podría enseñarle más sobre el proceso de cambio… y ayudarla con su investigación. Le permitiría descubrir formas más fuertes, incluso, que la de guerra. Los artistas no nos sacarán de esto, pero alguna otra tal vez sí pueda.
Varanis asintió. Era un buen soldado. No todos lo eran: la forma de guerra implicaba necesariamente más disciplina. Por desgracia, eso lastraba las capacidades artísticas.
Eshonai había intentado pintar. No podía pensar bien, no captaba la abstracción necesaria para crear arte. La forma de guerra era práctica, versátil. No impedía pensar, como la forma carnal. Pero cada una tenía sus pegas. La trabajadora tenía problemas para la violencia: había una especie de bloqueo mental. Era uno de los motivos por los que le gustaba esa forma. La obligaba a pensar de manera distinta para resolver los problemas.
Ninguna forma podía crear arte. Al menos, no bien. La forma carnal era mejor, pero traía consigo un montón de otros problemas. Mantener a esos tipos concentrados en algo productivo era casi imposible. Había otras dos formas, aunque la primera (la gris), apenas la usaban. Era una reliquia del pasado, antes de que volvieran a descubrir algo mejor.
Eso dejaba solo la forma diestra, una forma general que era liviana y cuidadosa. La usaban para nutrir a los jóvenes y hacer el tipo de trabajo que requería más maña que fuerza. Pocos podían dedicarse a esa forma, aunque mostraba mayor facilidad para el arte.
Las antiguas canciones hablaban de cientos de formas. Ahora solo conocían cinco. Bueno, seis, contando la forma esclava, la forma sin spren, sin alma y sin canción que más conocían los humanos, la forma que llamaban parshmenios. En realidad, no era una forma, sino la carencia de cualquier forma.
Eshonai salió del Salón del Arte con el yelmo bajo el brazo y sintió la pierna dolorida. Atravesó la plaza del agua, donde los diestros habían creado un gran estanque con crem esculpido. El estanque recogía la lluvia durante el apogeo de las tormentas, repletas de nutrientes. Allí, los trabajadores traían cubos para recoger agua. Sus formas eran fuertes, casi como las de la forma de guerra, aunque con dedos más finos y sin armadura. Muchos la saludaron, aunque como general ella no tenía ninguna autoridad sobre ellos. Era su última portadora de esquirlada.
Un grupo de tres formas carnales (dos hembras, un macho) jugaba en el agua, salpicándose unos a otros. Escuetamente vestidos, desparramaban lo que los otros deberían beber.
—Vosotros tres —les reprendió Eshonai—. ¿No deberías estar haciendo algo?
Rollizos e insulsos, ellos le sonrieron.
—¡Ven! —exclamó uno—. ¡Es divertido!
—Fuera —dijo Eshonai.
Los tres murmuraron al Ritmo de la Irritación mientras salían del agua. Varios trabajadores cercanos sacudieron la cabeza cuando pasaron por su lado, y uno de ellos cantó en Alabanza apreciando el gesto de Eshonai. A los trabajadores no les gustaban las confrontaciones.
Era una excusa. Igual que quienes adoptaban la forma carnal la utilizaban como excusa para sus ociosas actividades. Cuando era trabajadora, Eshonai se entrenó para saber enfrentarse si era necesario. Incluso en una ocasión había sido carnal, y se había demostrado a sí misma que era posible ser productiva como carnal, a pesar de… las distracciones.
Naturalmente, el resto de sus experiencias como carnal habían sido un completo desastre.
Habló para Reprender a las formas carnales, y sus palabras fueron tan apasionadas que atrajo a unos furiaspren. Los vio venir de lejos, atraídos por su emoción, moviéndose a increíble velocidad, como rayos que se deslizaran hacia ella a través de las lejanas piedras. Los rayos se arremolinaron a sus pies, volviendo rojas las piernas.
Eso infundió a las formas carnales el temor a los dioses y echaron a correr para presentarse en el Salón del Arte. Esperó que no acabaran en cualquier recodo del camino, apareándose. A Eshonai se le revolvió el estómago ante semejante idea. Nunca había entendido a los que preferían permanecer en forma carnal. La mayoría de las parejas, cuando deseaban tener un hijo, entraban en esa forma y se aislaban durante un año, pero luego la abandonaban lo antes posible tras el nacimiento. Después de eso, ¿quién quería volver a mostrarse así en público?
Los humanos lo hacían. Eso la había llenado de asombro al principio, cuando aprendía su lengua y comerciaba con ellos. Los humanos no solo no cambiaban de forma, sino que siempre parecían dispuestos a aparearse, agitados por sus urgencias sexuales.
¿Qué no habría dado ella por poder mezclarse con los humanos sin que la descubrieran, por adoptar su piel monocromática durante un año y recorrer sus caminos, ver sus grandes ciudades? En cambio, los otros y ella habían ordenado el asesinato del rey alezi en un movimiento desesperado por impedir que regresaran los dioses de los oyentes.
Bueno, eso había funcionado: el rey alezi no había podido ejecutar su plan. Pero como consecuencia de ello, el pueblo de Eshonai estaba siendo destruido lentamente.
Llegó por fin a la formación rocosa que llamaba su hogar: una cúpula pequeña y derruida. Le recordaba las que había en la linde de las Llanuras Quebradas, las enormes construcciones que los humanos llamaban campamentos de guerra. Su pueblo había vivido en ellas antes de abandonarlas por la seguridad de las llanuras, con sus abismos que los humanos no podían saltar.
Su hogar, naturalmente, era muchísimo más pequeño. Al principio de vivir allí, Venli había fabricado un techo de caparazón de conchagrande y construido muros para dividir el espacio en cámaras. Lo había cubierto todo con crem, que se había endurecido con el tiempo, creando algo que parecía más una casa que una chabola.
Eshonai dejó el yelmo sobre la mesa que había dentro, pero se dejó la armadura puesta. Le agradaba la armadura esquirlada, la sensación de fuerza que transmitía. Le permitía saber que todavía se podía confiar en algo en el mundo. Y con el poder de la armadura esquirlada, casi podía ignorar la herida de su pierna.
Recorrió unas cuantas habitaciones, saludando a la gente al pasar. Los socios de Venli eran estudiosos, aunque ninguno de ellos sabía la forma más adecuada para el estudio. La forma diestra era la que adoptaban de momento. Eshonai encontró a su hermana junto a la ventana más alejada. Demid, antaño compañero de Venli, estaba sentado a su lado. Venli había mantenido su forma diestra durante tres años, desde que descubrieron la forma, aunque en su interior Eshonai seguía viendo a su hermana como una trabajadora, con los brazos más gruesos y el torso más fornido.
Sin embargo, eso formaba parte del pasado. Con el tiempo Venli se había convertido en una mujer más delgada, de rostro fino y cuyos dibujos trazaban delicados patrones rojos y blancos. La forma diestra, que carecía de yelmo caparazón, desarrollaba largos mechones de pelo, pues no había ninguna cobertura que los bloqueara. Los de Venli, de un rojo intenso, le llegaban a la cintura, donde los ataba en tres puntos. Llevaba una túnica que se ceñía al talle y cuyo escote mostraba el arranque de los pechos. No era una forma carnal, así que los pechos eran pequeños.
Venli y su antaño-compañero eran íntimos, aunque su tiempo como pareja no había producido ningún hijo. Si hubieran ido al campo de batalla, habrían formado una pareja de guerra. En cambio, eran una pareja de investigación, o algo parecido. Los asuntos a los que dedicaban su día a día eran delicados. Esa era la cuestión. El pueblo de Eshonai no podía permitirse ser lo que fueron en el pasado. Los días de vivir aislados en estas mesetas, cantándose canciones unos a otros, luchando solo de vez en cuando, se habían acabado.
—¿Bien? —preguntó Venli al Ritmo de Curiosidad.
—Vencimos —respondió Eshonai, apoyándose en la pared y cruzando los brazos con un tintineo de armadura esquirlada—. La gema corazón es nuestra. Seguiremos comiendo.
—Me alegro —dijo Venli—. ¿Y tu humano?
—Dalinar Kholin. No vino a esta batalla.
—No volverá a enfrentarse a ti. La última vez estuviste a punto de matarlo. —Lo dijo al Ritmo de la Diversión mientras se levantaba y recogía un papel (lo hacían con pulpa reseca de rocabrote después de una cosecha) que le tendió a su antaño-compañero. Tras examinarlo, él asintió y empezó a tomar notas en su propio papel.
Fabricar ese papel requería un tiempo y unos recursos preciosos, pero Venli aseguraba que el resultado compensaba el esfuerzo. Ojalá tuviera razón.
Venli miró a Eshonai. Tenía unos ojos penetrantes: vidriosos y oscuros, como los de todos los oyentes. Venli siempre parecía tener en ellos un profundo conocimiento secreto que no tenía nadie más. Con la luz adecuada, su brillo era violeta.
—¿Qué harías tú, hermana? —preguntó Venli—. ¿Qué harías si ese Kholin y tú fuerais capaces de dejar de intentar mataros mutuamente el tiempo suficiente para mantener una conversación?
—Buscaría la paz.
—Asesinamos a su hermano —señaló Venli—. Matamos al rey Gavilar la noche que nos invitó a su hogar. No es algo que los alezi vayan a olvidar, ni a perdonar.
Eshonai descruzó los brazos y flexionó una mano enguantada. Aquella noche. Un plan desesperado, trazado entre ella y cinco más. Formó parte del grupo a pesar de su juventud, debido a su conocimiento de los humanos. Todos habían votado lo mismo.
Matar al hombre. Matarlo y arriesgarse a la destrucción, pues si hubiera vivido para hacer lo que les dijo aquella noche, todo se habría perdido. Los otros que habían tomado la decisión con ella estaban muertos.
—He descubierto el secreto de la forma tormenta —dijo Venli.
—¿Qué? —Eshonai se irguió—. ¡Tenías que trabajar en una forma que ayudara! ¡Una forma para los diplomáticos, o para los eruditos!
—Esos no nos salvarán —replicó Venli al Ritmo de la Diversión—. Si queremos tratar con los humanos, necesitaremos los poderes antiguos.
—Venli —dijo Eshonai, agarrando a su hermana por el brazo—. ¡Nuestros dioses!
Ella no se inmutó.
—Los humanos tienen absorbedores.
—Tal vez no. Podría haber sido una hoja de Honor.
—Luchaste con él. ¿Fue una hoja de Honor lo que te golpeó, lo que hirió tu pierna, lo que te dejó cojeando?
—Yo… —Eshonai sintió el dolor en la pierna.
—No sabemos cuáles de las canciones son ciertas —adujo Venli. Aunque lo expuso en Resolución, parecía cansada, y atrajo agotaspren, que acudieron con un sonido que recordaba el viento, colándose por las ventanas y puertas como chorros de vapor translúcido antes de volverse más fuertes, más visibles, y girar alrededor de su cabeza como remolinos de condensación.
«Mi pobre hermana. Se esfuerza tanto como los soldados».
—Si los absorbedores han regresado —continuó Venli—, debemos buscar algo decisivo, algo que asegure nuestra libertad. Las formas de poder, Eshonai… —Miró la mano de su hermana, todavía sobre su brazo—. Al menos siéntate y escucha. Y deja de alzarte como una montaña.
Eshonai retiró los dedos, pero no se sentó. El peso de su armadura esquirlada rompería cualquier silla. En cambio, se inclinó hacia delante e inspeccionó la mesa llena de papeles.
Venli había inventado ella misma la escritura. Habían aprendido de los humanos: memorizar canciones era bueno, pero no perfecto, incluso cuando tenías los ritmos para guiarte. La información almacenada en las páginas era más práctica, sobre todo para investigar.
Eshonai había aprendido ella sola la escritura, pero leer seguía resultándole arduo. No tenía mucho tiempo para practicar.
—Así que… ¿forma tormenta? —dijo.
—Si dispusiera de suficientes fuerzas que adoptaran esa forma —contestó Venli—, se podría controlar una alta tormenta, o incluso invocar una.
—Recuerdo la canción que habla de esa forma. Era algo propio de los dioses.
—La mayoría de las tormentas están relacionadas con ellos de algún modo —dijo Venli—. ¿Podemos confiar realmente en la exactitud de unas palabras que se cantaron por primera vez hace tanto tiempo? Cuando esas canciones se memorizaron, las gentes de nuestro pueblo eran casi todas formas grises.
Demid pasó algunas páginas, apartando un fajo.
—Venli tiene razón, Eshonai. Es un riesgo que debemos correr.
—Podríamos negociar con los alezi —dijo Eshonai.
—¿Con qué fin? —dijo Venli, de nuevo al Ritmo del Escepticismo. Sus agotaspren se disolvieron por fin y se marcharon en busca de fuentes de emoción más frescas—. Eshonai, sigues diciendo que quieres negociar. Creo que es porque te fascinan los humanos. ¿Crees que te dejarán ir libremente entre ellos? ¿Una persona de quien consideran que tiene la forma de una esclava rebelde?
—Hace siglos, escapamos de nuestros dioses y de los humanos —dijo Demid—. Nuestros antepasados dejaron atrás la civilización, el poder y la fuerza para asegurar la libertad. No voy a renunciar a eso, Eshonai. Forma tormenta. Con ella podremos destruir al ejército alezi.
—Sin ellos —dijo Venli—, podrás continuar explorando. Sin responsabilidades: podrías viajar, hacer tus mapas, descubrir lugares que ninguna persona ha visto jamás.
—Lo que quiero para mí carece de importancia —repuso Eshonai al Ritmo de Reprimenda—, mientras todos corramos el riesgo de ser destruidos. —Contempló las manchas sobre la página, escritos de canciones. Canciones sin música, escritas tal como eran. Despojadas de alma.
¿Podía la salvación de los oyentes estar de verdad en algo tan terrible? Venli y su equipo habían pasado cinco años registrando todas las canciones, aprendiendo los matices de los mayores, capturándolas en estas páginas. Por medio de colaboración, investigación y profundas reflexiones, habían descubierto la forma diestra.
—Es el único modo —dijo Venli al Ritmo de la Paz—. Llevaremos la propuesta ante los Cinco, Eshonai. Preferiría tenerte de nuestro lado.
—Yo… lo tendré en cuenta.