A Rysn le gustaba fingir que su maceta de tierra shin no era estúpida, sino simplemente contemplativa. Estaba sentada cerca de la proa de su catamarán, sujetando la maceta en su regazo. La superficie del mar de Reshi, por lo demás tranquila, se ondulaba por el remo del guía que tenía detrás. El aire cálido y húmedo hacía que el ceño y el cuello de Rysn se llenaran de perlas de sudor.

Probablemente iba a llover de nuevo. Las lluvias en el mar eran de la peor especie: no poderosas o impresionantes como las altas tormentas, ni siquiera tan insistentes como un chaparrón corriente. Allí era solo una neblina húmeda, más que bruma pero menos que llovizna. Suficiente para arruinarte el peinado, el maquillaje, la ropa… de hecho, todos los elementos característicos de los esfuerzos de una mujer joven para presentar un rostro adecuado para comerciar.

Rysn agitó la maceta que tenía en su regazo. Le había puesto a la hierba el nombre de Tyvnk. Hosca. Su babsk se había reído ante el nombre. Lo comprendía. Al nombrar a la hierba, reconocía que él tenía razón y ella estaba equivocada; el año anterior su negocio con los shin había sido excepcionalmente ventajoso.

Rysn decidió no mostrarse molesta por la demostración de que estaba tan claramente equivocada. En cambio, había dejado que lo estuviera su planta.

Llevaban ya dos días recorriendo estas aguas, y eso después de esperar en puerto durante semanas hasta que se produjera el momento adecuado entre altas tormentas para poder viajar al cercano mar interior. Hoy, las aguas estaban sorprendentemente tranquilas. Casi tan serenas como las del Lagopuro.

Vstim viajaba dos barcazas más allá en su irregular flotilla. Atendidos por nuevos parshmenios, los dieciséis esbeltos catamaranes estaban cargados con mercancías que habían comprado con los beneficios de su última expedición. Vstim descansaba todavía en la parte trasera de su barca. Parecía poco más que otro montón de ropa, casi indiferenciable de los sacos de artículos.

Se pondría bien. La gente enfermaba. Eran cosas que pasaban, pero volvería a ponerse bien.

«¿Y la sangre que viste en su pañuelo?».

Reprimió el pensamiento y se dio la vuelta en su asiento, cambiándose a Tyvnk al hueco del brazo izquierdo. Mantenía la maceta muy limpia. El tipo de suelo que la hierba necesitaba para vivir era aún peor que el crem, y tenía tendencia a estropear la ropa.

Gu, el guía de la flotilla, viajaba en su misma barca, justo detrás de ella. Tenía el aspecto de un habitante del Lagopuro con aquellas extremidades largas, la piel correosa, y el pelo oscuro. Sin embargo, todos los lagopureños que ella había conocido se preocupaban profundamente por sus dioses. Dudaba de que Gu se hubiera preocupado jamás por nada.

Eso incluía llevarlos a su destino a tiempo.

—Dijiste que estábamos cerca —le espetó.

—Oh, lo estamos —dijo él, alzando su remo y volviendo a hundirlo en el agua—. Ya queda poco. Pronto. —Hablaba thayleño bastante bien, y ese era el motivo por el que lo habían contratado. Desde luego, no fue por su puntualidad.

—Define «pronto» —dijo Rysn.

—Que defina…

—¿Qué quieres decir con «pronto»?

—Pronto. Hoy, tal vez.

Tal vez. Magnífico.

Gu continuó remando, haciéndolo solo por un lado de la barca, pero consiguiendo de algún modo no avanzar en círculos. En la parte trasera de la barca, Kylrm, el jefe de los guardias de Rysn, jugaba con su parasol, abriéndolo y cerrándolo. Parecía considerarlo un invento maravilloso, aunque hacía montones de años que eran populares en Thaylenah.

«Eso demuestra lo poco que los trabajadores de Vstim vuelven a la civilización». Otro pensamiento alegre. Bueno, había aprendido de Vstim querer viajar a lugares exóticos, y este sitio lo era. Cierto, esperaba que cosmopolita y exótico fueran de la mano. Si hubiera tenido algo de sensatez (cosa que no estaba segura de tener, hoy en día), se habría dado cuenta de que los comerciantes de éxito no eran los que iban donde todos los demás querían ir.

—Es difícil —dijo Gu, remando todavía con su ritmo letárgico—. Los patrones se han borrado últimamente. Los dioses no caminan por donde deberían. La encontraremos. Sí, la encontraremos.

Rysn contuvo un suspiro y se volvió hacia delante. Con Vstim incapacitado de nuevo, ella estaba al mando de la flotilla. Deseaba saber adónde los llevaba… o cómo encontrar siquiera su destino.

Ese era el problema con islas que se movían.

Las barcas pasaron ante un montón de ramas que rompían la superficie del mar. Animadas por el viento, suaves olas lamían las tiesas ramas, que surgían de las aguas como dedos de ahogados. El mar era más hondo que el Lagopuro, con sus aguas sorprendentemente poco profundas. Aquellos árboles tendrían como mínimo docenas de palmos de altura, con cortezas de piedra. Gu los llamaba i-nah, que al parecer significaba «malo». Podían romper la quilla de las barcas.

A veces dejaban atrás ramas ocultas justo por debajo de la cristalina superficie, casi invisibles. Rysn no sabía cómo Gu era capaz de evitarlas. En esto, como en tantas otras cosas, tenían que confiar en él. ¿Qué harían si los conducía a una emboscada allí, en esas aguas silenciosas? De repente, se alegró de que Vstim le hubiera ordenado a sus guardias que vigilaran el fabrial que indicaba si se acercaba gente. Era…

Tierra.

Rysn se puso en pie, haciendo que el catamarán oscilara peligrosamente. Había algo delante, una llamativa línea oscura.

—Ah —dijo Gu—. ¿Ves? Pronto.

Rysn permaneció de pie y pidió con un gesto su parasol cuando empezó a chispear. El parasol apenas servía de nada, aunque estaba preparado para que hiciera también las veces de paraguas. Con la emoción, apenas le dio importancia… como tampoco se la dio a su cabello cada vez más desordenado. Por fin.

La isla era mucho más grande de lo que esperaba. Se había imaginado que sería como un barco muy grande, no esta alta formación rocosa que sobresalía de las aguas como un peñasco en un prado. Era diferente a las otras islas que había visto: no parecía que hubiera ninguna playa, y no era llana y baja, sino montañosa. ¿No deberían los lados y la cima haberse erosionado con el tiempo?

—Es tan verde… —dijo Rysn mientras se acercaban.

—El Tai-na es un buen sitio para cultivar —dijo Gu—. Buen sitio para vivir. Excepto cuando está en guerra.

—Cuando dos islas se acercan demasiado —dijo Rysn. Había leído al respecto mientras se documentaba, aunque no había muchas eruditas que se interesaran lo suficiente en las Reshi para escribir sobre ellas. Docenas, quizá centenares de estas islas móviles, flotaban en el mar. La gente que vivía en ellas llevaba vidas sencillas, interpretando los movimientos de las islas como voluntad divina.

—No siempre —repuso Gu, riendo—. A veces estar cerca de Taina es bueno. A veces es malo.

—¿Qué lo determina? —preguntó Rysn.

—Bueno, el Tai-na mismo.

—La isla decide —dijo Rysn con voz átona, siguiéndole la corriente. Primitivos. ¿Qué esperaba ganar su babsk comerciando allí?—. ¿Cómo puede una isla…?

Entonces la isla que tenían delante se movió.

No a la manera flotante que ella había imaginado. La forma misma de la isla cambió, las piedras se retorcieron y ondularon, una enorme sección de roca que se alzaba con un movimiento que parecía letárgico hasta que se apreciaba la grandiosa escala.

Rysn se sentó de golpe, los ojos abiertos como platos. La roca (la pata) se alzó, chorreando agua como una cascada. Se abalanzó hacia delante, luego se precipitó contra el mar con increíble fuerza.

Los Tai-na, los dioses de las islas Reshi, eran conchasgrandes.

Esta era la bestia más grande que ella había visto o de la que había oído hablar jamás. ¡Lo suficientemente grande para hacer que monstruos mitológicos como los abismoides de la lejana Natanatan parecieran guijarros en comparación!

—¿Por qué no me lo dijo nadie? —exigió, mirando a los otros dos ocupantes de la barca. Al menos Kylrm debería haber dicho algo.

—Es mejor verlo —dijo Gu, remando con su habitual postura relajada. A ella no le hizo mucha gracia su sonrisita.

—¿Y privarte de ese momento de descubrimiento? —dijo Kylrm—. Me acuerdo de la primera vez que vi a una moverse. Merece la pena no estropearlo. Nunca se lo decimos a los nuevos guardias cuando vienen por primera vez.

Rysn controló su malestar y miró de nuevo a la «isla». Malditas fueran aquellas descripciones inadecuadas de sus lecturas. Demasiadas habladurías, insuficiente experiencia. Le resultó difícil creer que nadie hubiera registrado nunca la verdad. Lo más probable era que simplemente tuviera las fuentes equivocadas.

Una lluvia neblinosa envolvió a la enorme bestia en bruma y misterio. ¿Qué comía una criatura tan grande? ¿Era consciente de la gente que vivía en su espalda, le importaba? Kelek… ¿Cómo se apareaban estos monstruos?

Tenía que ser muy viejo. La barca se acercó a su sombra, y ella pudo ver la vegetación creciendo en su piel de piedra. Los montículos de cortezapizarra creaban enormes campos de colores vibrantes. El musgo lo cubría casi todo. Las enredaderas y los rocabrotes se enroscaban en los troncos de los arbolillos que habían conseguido asidero en las grietas entre las placas del caparazón del animal.

Gu dirigió el convoy alrededor de la pata trasera (dando un amplio rodeo, para alivio de Rysn) y continuó a lo largo del flanco de la criatura. Allí, el caparazón se internaba en el agua, formando una plataforma. Rysn oyó a la gente antes de verla, su risa se alzaba entre el salpicar del agua. La lluvia cesó, así que pudo bajar el parasol y sacudirlo. Finalmente divisó a la gente, un grupo de jóvenes de ambos sexos que subían a un promontorio de concha y saltaban desde allí al mar.

No le resultó sorprendente. Las aguas del mar de Reshi, como las del Lagopuro, eran enormemente cálidas. Ella se había aventurado una vez en las aguas cercanas a su tierra natal. Fue una experiencia gélida, a la que no podía dedicarse nadie en su sano juicio. Con frecuencia, zambullirse en el océano era cuestión de alcohol y bravatas.

Allí, sin embargo, esperaba que los nadadores fueran corrientes. No esperaba que estuvieran desnudos.

Rysn se ruborizó cuando un grupo de personas pasó corriendo por el saliente rocoso parecido a un muelle, tan desnudos como el día que vinieron al mundo. Hombres y mujeres por igual, jóvenes, sin que les preocupase quién los viera. No era ninguna remilgada alezi, pero… ¡Kelek! ¿No deberían llevar puesto algo?

Los vergüenzaspren cayeron a su alrededor, con forma de pétalos blancos y rojos que flotaban con el viento. Tras ella, Gu se echó a reír.

Kylrm se rio también.

—Hay otra cosa de la que no avisamos a los recién llegados.

«Primitivos», pensó Rysn. No debería ruborizarse así. Era una adulta. Bueno, casi.

La flotilla continuó hacia una sección del caparazón que formaba una especie de muelle de atraque, una placa baja que colgaba sobre el nivel del agua. Se pusieron a esperar, aunque ella no supo a qué.

Después de unos instantes, la placa se sacudió, chorreando agua, mientras la bestia daba otro letárgico paso. Las olas lamieron las barcas por el efecto. Cuando las cosas se tranquilizaron, Gu guio la barca hasta el muelle.

—Subid —dijo.

—¿No tenemos que amarrar las barcas a algo? —preguntó Rysn.

—No. No es seguro, con el movimiento. Nos retiraremos.

—¿De noche? ¿Cómo atracas las barcas?

—Cuando dormimos, alejamos las barcas, las atamos. Dormimos ahí fuera. Encontraremos otra vez la isla por la mañana.

—Oh —dijo Rysn, tomando una bocanada de aire para calmarse y comprobando que su maceta de hierba estaba bien colocada en el fondo del catamarán.

Se levantó. Esto no iba a sentarles bien a sus zapatos, que le habían costado bastante caros. Tenía la sensación de que a los reshi no les importaría. Probablemente encontraría a su rey descalzo. ¡Pasiones! Por lo que había visto, probablemente lo encontraría medio desnudo.

Dio un paso con cuidado, y le agradó descubrir que a pesar de estar a una pulgada más o menos bajo el agua, el caparazón no era resbaladizo. Kylrm la siguió y le tendió el parasol plegado, dio un paso atrás y esperó a que Gu se retirara con su barca. Otro remero acercó entonces su embarcación, un catamarán más largo donde los parshmenios ayudaban a remar.

Su babsk estaba acurrucado dentro, envuelto en su manta a pesar del calor, la cabeza apoyada contra la popa de la barca. Su piel pálida tenía un brillo de cera.

—Babsk… —dijo Rysn con el corazón encogido—. Deberíamos de haber dado media vuelta.

—Tonterías —respondió él con voz frágil. Sonrió de todas formas—. He sufrido cosas peores. El negocio es lo primero. Hemos corrido demasiados riesgos.

—Iré a ver al rey y a los comerciantes de la isla —dijo Rysn—. Y les pediré que vengan aquí a negociar contigo en los muelles.

Vstim tosió contra su mano.

—No. Esta gente no es como los shin. Mi debilidad estropeará el trato. Audacia. Debes ser audaz con los reshi.

—¿Audaz? —dijo Rysn, mirando al guía del bote, que esperaba con los dedos metidos dentro del agua—. Babsk…, los reshi son un pueblo tranquilo. No creo que les importe mucho.

—Te sorprenderás, entonces —dijo Vstim. Siguió su mirada hacia los nadadores cercanos, que reían mientras saltaban a las aguas—. La vida puede ser sencilla aquí, sí. Atrae a esa gente como la guerra atrae a los dolorspren.

Atrae… Una de las mujeres pasó de largo, y Rysn advirtió con sorpresa que tenía cejas thayleñas. Su piel estaba bronceada por el sol, así que la diferencia de tono no resultaba inmediatamente obvia. Tras observar a los nadadores, Rysn vio a otros. Dos que eran probablemente herdazianos, e incluso… ¿un alezi? Imposible.

—La gente busca este lugar —dijo Vstim—. Les gusta la vida de los reshi. Aquí, pueden ir simplemente con la isla. Luchar cuando lucha con otra isla. Relajarse en caso contrario. Habrá gente como esta en cualquier cultura, pues cada sociedad está compuesta por individuos. Tienes que aprender una cosa: no dejes que tus suposiciones sobre una cultura bloqueen tu capacidad para percibir al individuo, o fracasarás.

Rysn asintió. Él parecía frágil, pero sus palabras eran firmes. Trató de no pensar en las personas que nadaban. El hecho de que al menos una de ellas fuera de su propia raza la hacía sentirse aún más cohibida.

—Si tú no puedes comerciar con ellos… —dijo.

—Debes hacerlo tú.

A pesar del calor, Rysn sintió frío. Para hacer esto se había unido a Vstim, ¿no? ¿Cuántas veces había deseado que la dejara encargarse? ¿Por qué sentirse tímida de pronto?

Miró hacia su barca, que se alejaba, llevándose su maceta de hierba. Miró de nuevo a su babsk.

—Dime qué tengo que hacer.

—Saben mucho de extranjeros —dijo Vstim—. Más de lo que nosotros sabemos de ellos. Es porque muchos de nosotros se han instalado a vivir entre ellos. Muchos de los reshi son tan despreocupados como dices, pero también hay muchos que no lo son. Esos prefieren luchar. Y un negocio… es como una batalla para ellos.

—También para mí —dijo Rysn.

—Conozco a esta gente. Debemos confiar a Pasión que Talik no esté aquí. Es el mejor, y a menudo va a comerciar con otras islas. Con quien te encuentres para negociar, te juzgará como lo harían con un rival en la batalla. Y para ellos, la batalla es cuestión de alardear.

»Una vez tuve la desgracia de estar en una isla durante la guerra. —Hizo una pausa, tosió, pero rechazó la bebida que Kylrm intentaba darle—. Cuando las dos islas se enzarzaron, la gente bajó a sus barcas para intercambiar insultos y baladronadas. Empezaban por los más débiles, que gritaban sus jactancias, y luego continuaban en una especie de duelo verbal hasta los más grandes. Después de eso, flechas y lanzas, en las barcas y en el agua. Por fortuna, hubo más gritos que heridas.

Rysn tragó saliva y asintió.

—No estás preparada para esto, niña —dijo Vstim.

—Lo sé.

—Bien. Por fin te das cuenta. Ahora, ve. No nos soportarán mucho tiempo en su isla a menos que accedamos a unirnos a ellos permanentemente.

—¿Y eso requeriría…?

—Bueno, para empezar, requiere entregar todas tus posesiones al rey.

—Magnífico —dijo Rysn, poniéndose en pie—. Me pregunto qué aspecto tendrá con mis botas puestas. —Inspiró profundamente—. Aún no me has dicho qué vamos a comerciar.

—Ellos lo saben —dijo su babsk, luego tosió—. Vuestra conversación no será una negociación. Los términos se acordaron hace años.

Ella se volvió hacia él con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—No se trata de lo que puedes conseguir sino de si ellos consideran que eres digna o no. Convéncelos. —Vaciló—. Pasiones te guíen, niña. Hazlo bien.

Parecía una súplica. Si su flotilla era rechazada… El coste de este negocio no estaba en los artículos (lanas, telas, suministros sencillos comprados baratos), sino en la dotación de un convoy. Estaba en viajar hasta tan lejos, pagar a los guías, perder tiempo esperando una pausa entre tormentas, y luego más tiempo buscando la isla adecuada. Si era rechazada, todavía podrían vender lo que tenían… pero con unas pérdidas devastadoras, considerando el alto coste general del viaje.

Dos de los guardias, Kylrm y Nlent, se unieron a ella mientras dejaba a Vstim y caminaba por la protuberancia de concha que hacía las veces de muelle. Estando tan cerca, era difícil ver a una criatura y no a una isla. Justo delante, la pátina de líquenes hacía que el caparazón fuera casi indistinguible de la piedra. Había árboles allí, las raíces hundidas en el agua, las ramas extendiéndose hacia las alturas y creando un bosque.

Vacilante, Rysn se internó en el único sendero que surgía de las aguas. Allí, el «suelo» formaba escalones que parecían demasiado cuadrados y rectangulares para ser naturales.

—¿Tallan el caparazón? —preguntó mientras ascendía.

Kylrm gruñó.

—Los chulls no pueden sentir sus caparazones. Probablemente este monstruo tampoco.

Mientras caminaban, él mantenía la mano en su gtet, un tipo de espada tradicional thayleña que tenía una gran cuña como hoja con un mango directamente en la base: se sujetaba empuñándola y la larga hoja se extendía más allá de los nudillos, con partes de la empuñadura envolviendo la muñeca para proporcionar apoyo. En ese momento la llevaba envainada al costado, junto con un arco a la espalda.

¿Por qué estaba tan ansioso? Se suponía que los reshi no eran peligrosos. Tal vez cuando eras un guardia pagado, era mejor dar por hecho de que todo el mundo era peligroso.

El sendero ascendió entre la densa jungla. Los árboles allí eran más flexibles y robustos, y sus ramas estaban casi continuamente en movimiento. Cuando la bestia daba un paso, todo se estremecía.

Las enredaderas temblaban y se retorcían en el camino o caían de las ramas, y estas se apartaban a su paso, pero volvían a ocupar rápidamente su lugar después. Pronto, Rysn no pudo ver el mar, ni oler su salitre. La jungla lo envolvía todo. Su denso verde y marrón se rompía ocasionalmente con montículos rosas y amarillos de cortezapizarra que parecían haber estado creciendo durante generaciones.

La humedad le había parecido opresiva antes, pero allí era abrumadora. Sentía como si estuviera nadando, e incluso su fina falda de lino, su blusa y su chaleco parecían tan gruesos como las ropas de invierno de las tierras altas thayleñas.

Tras una subida interminable, oyó voces. A su derecha, el bosque se abría y permitía ver el océano más allá. Rysn contuvo la respiración. Infinitas aguas azules, nubes que dejaban caer una bruma de lluvia en zonas que parecían claramente recortadas. Y en la distancia…

—¿Otra? —preguntó, señalando hacia una sombra en el horizonte.

—Sí —respondió Kylrm—. Esperemos que vaya hacia otro lado. Preferiría no estar aquí cuando decidan guerrear. —Apretó el mango de su espada.

Las voces venían de más arriba, así que Rysn se resignó a continuar ascendiendo. Le dolían las piernas por el esfuerzo.

Aunque la jungla permaneció impenetrable a su izquierda, continuó despejada a la derecha, donde el enorme flanco del conchagrande formaba promontorios y salientes. Rysn vio a algunas personas sentadas en torno a tiendas, recostadas mirando al mar. Apenas les dirigieron a los dos guardias y a ella más que una mirada. Más arriba, encontró a más reshi.

Estaban saltando.

Hombres y mujeres por igual (y en diversos estados de desnudez) se turnaban para saltar de los salientes del caparazón entre gritos y alaridos, lanzándose a las aguas de más abajo. Rysn se sintió mareada solo de mirarlos. ¿A qué altura estaban?

—Lo hacen para sorprenderte. Siempre saltan desde grandes alturas cuando hay un extranjero.

Rysn asintió, y entonces, con un sobresalto, advirtió que el comentario no lo había hecho ninguno de sus guardias. Se dio media vuelta y descubrió que a su izquierda el bosque envolvía un gran saliente de caparazón que parecía un montículo de roca.

Allí, colgando boca abajo y atado por los pies a un punto situado en lo alto del caparazón, había un hombre larguirucho de piel pálida tirando a azul. Llevaba solo un taparrabos, y su piel estaba cubierta de cientos y cientos de pequeños e intrincados tatuajes.

Rysn dio un paso hacia él, pero Kylrm la agarró por el hombro y la detuvo.

—Aimiano —susurró—. Guarda tu distancia.

Las uñas azules y los profundos ojos azules tendrían que haber sido una pista. Rysn dio un paso atrás, aunque no pudo ver su sombra de Portadores del Vacío.

—Guarda tu distancia, sí —dijo el hombre—. Siempre es una buena idea. —Su acento no se parecía a ningún otro que ella hubiera oído antes, aunque hablaba bien el thayleño. Colgaba allí con una sonrisa de satisfacción en el rostro, como si le resultara completamente indiferente el hecho de estar boca abajo.

—¿Estás… bien? —le preguntó Rysn.

—¿Hum? —dijo él—. Oh, entre desmayos, sí. Bastante bien. Creo que empiezan a entumecérseme los tobillos por el dolor, lo cual es delicioso.

Rysn se llevó las manos al pecho, sin atreverse a acercarse más. Aimiano. Muy mala suerte. No era particularmente supersticiosa (a veces incluso era escéptica hacia las Pasiones), pero… bueno, este tipo era aimiano.

—¿Qué siniestra maldición trajiste a este pueblo, bestia? —preguntó Kylrm.

—Bromas inadecuadas —dijo el hombre perezosamente—. Y el hedor de algo que comí que no me sentó bien. ¿Vas a hablar con el rey, entonces?

—Yo… —dijo Rysn. Tras ella, otro reshi aulló y saltó desde el saliente—. Sí.

—Bien —dijo la criatura—, no le preguntes por el alma de su dios. Resulta que no les gusta hablar de eso. Debe de ser de espectacular, permitir que las bestias crezcan tanto. Incluso superior a los spren que habitan los cuerpos de los conchasgrandes comunes. Hum… —Parecía muy satisfecho por algo.

—No sientas pena por él, maestra comerciante —le dijo Kylrm en voz baja, apartándola del prisionero colgado boca abajo—. Podría escapar si quisiera.

Nlent, el otro guardia, asintió.

—Pueden quitarse las extremidades. Y la piel también. No tienen cuerpo real. Solo algo maligno que toma forma humana. —El guardia llevaba un amuleto en la muñeca, un talismán de valor, que se quitó y empuñó con fuerza en una mano. El talismán no tenía ninguna propiedad en sí mismo, naturalmente. Era un recordatorio. Valor. Pasión. Lo que necesites, abrázalo, deséalo y tráelo hacia ti.

Bueno, lo que ella necesitaba era que su babsk estuviera allí acompañándola. Volvió a continuar su ascenso, la confrontación con el aimiano la había perturbado. Más gente pasó corriendo para saltar desde los salientes a su derecha. Locos.

«Maestra comerciante —pensó—. Kylrm me ha llamado “maestra comerciante”». No lo era, aún no. Era propiedad de Vstim: de momento, solo una aprendiz que proporcionaba trabajo esclavo ocasional.

No se merecía el título, pero oírlo la llenó de fuerzas. Abrió camino escaleras arriba, que se retorcían más y más en torno al caparazón de la bestia. Dejaron atrás un lugar donde el suelo se abría: el caparazón mostraba la piel muy por debajo. La grieta era como un abismo: Rysn no podría haber saltado de un lado a otro sin caerse.

Los reshi a los que se encontró en el camino se negaron a responder a sus preguntas. Por fortuna, Kylrm conocía el camino, y cuando el sendero se bifurcó, señaló el tramo correcto. En ocasiones, el sendero se allanaba durante distancias significativas, pero luego había siempre más escalones.

Con las piernas ardiendo, la ropa empapada de sudor, llegaron a la cima de este tramo y, por fin, no encontraron más escalones. Allí, la jungla desaparecía por completo, aunque los rocabrotes cubrían el caparazón en la zona despejada… más allá de la cual solo había cielo vacío.

«La cabeza —pensó Rysn—. Hemos ascendido hasta la cabeza de la bestia».

Los soldados cubrían el sendero, armados con lanzas que llevaban borlas de colores. Sus petos y avambrazos eran de caparazón tallado con puntas, y aunque solo llevaban trapos por ropa, permanecían tan erectos como cualquier soldado alezi; sus expresiones eran solemnes. Así que el babsk de Rysn tenía razón. No todos los reshi eran «holgazanes que no hacían nada».

«Audacia», pensó Rysn, recordando las palabras de Vstim. No podía mostrar timidez ante esta gente. El rey se hallaba al final del sendero de guardias y rocabrotes, una figura diminuta en el borde de un saliente de caparazón, mirando hacia el sol.

Rysn avanzó, pasando entre una doble fila de lanzas. Habría esperado el mismo tipo de ropas en el rey, pero el hombre llevaba túnicas plenas y voluminosas de vibrantes colores verdes y amarillos. Parecían terriblemente calurosas.

Al acercarse, Rysn comprendió lo mucho que había subido. Las aguas abajo titilaban con la luz del sol, tan lejanas que no habría oído una roca caer si hubiera lanzado una. Tan lejos que mirar hacia el lado hacía que el estómago se le revolviera y las piernas le temblaran.

Acercarse al rey implicaría bajar del saliente donde se encontraba. Eso la pondría a un palmo de caer docenas y docenas de metros.

«Tranquila», se dijo. Le demostraría a su babsk que era capaz. No era la chica ignorante que había juzgado mal a los shin o había ofendido a los iriali. Había aprendido.

Con todo, tal vez tendría que haberle pedido a Nlent que le prestara su amuleto de valor.

Subió el saliente. El rey parecía joven, al menos de espaldas. Constitución juvenil, o…

«No», pensó Rysn con un sobresalto mientras el rey se volvía. Era una mujer, tan vieja que su pelo encanecía, pero no tanto para estar encorvada por la edad.

Alguien pasó al saliente tras Rysn. Más joven, llevaba el taparrabos corriente y los borlones. Tenía el pelo recogido en dos trenzas que caían sobre sus hombros bronceados y desnudos. Cuando habló, no hubo el menor atisbo de acento en su voz.

—El rey desea saber por qué su viejo socio de negocios, Vstim, no ha venido en persona, y ha enviado a una niña en su lugar.

—¿Eres el rey? —le preguntó Rysn al recién llegado.

El hombre se echó a reír.

—Estás junto a él, ¿y me preguntas eso a mí?

Rysn miró a la figura vestida con la túnica, que mostraba la parte delantera lo bastante abierta para mostrar que, definitivamente, el «rey» tenía pechos.

—Nos gobierna un monarca —dijo el recién llegado—. Su género es irrelevante.

A Rysn le parecía que el género formaba parte de la definición, pero no era un punto que quisiera discutir.

—Mi amo está indispuesto —dijo, dirigiéndose al recién llegado, que tendría que ser el maestro comerciante de la isla—. Estoy autorizada para hablar por él, y para hacer negocios.

El recién llegado bufó y se sentó en el borde del saliente, los pies colgando por el filo. El estómago de Rysn dio una voltereta.

—Tendría que haberlo sabido. El acuerdo se ha cerrado, entonces.

—Tú eres Talik, ¿no? —dijo Rysn, cruzándose de brazos. El hombre no la miraba ya. Parecía un desprecio intencionado.

—Sí.

—Mi amo me advirtió sobre ti.

—Entonces no es un completo necio —dijo Talik—. Solo en gran parte.

Su pronunciación era sorprendente. Ella no pudo evitar comprobar si tenía cejas thayleñas, pero era claramente reshi.

Rysn apretó los dientes, luego se obligó a sentarse a su lado en el filo. Trató de hacerlo con toda la falta de preocupación que pudo, pero no fue capaz. En cambio, se sentó con cuidado (cosa que no fue fácil con la falda a la moda) y se movió a un lado junto a él.

«¡Oh, Pasiones! Voy a caerme de allí y moriré. ¡No mires abajo! ¡No mires abajo!».

No pudo evitarlo. Miró y se sintió mareada inmediatamente. Podía ver el lado de la cabeza, la enorme línea de una mandíbula. Cerca, de pie en un risco sobre el ojo que quedaba a la derecha de Rysn, la gente empujaba grandes manojos de fruta del lado. Atados con cuerda de enredadera, los manojos colgaban junto a las fauces de más abajo.

Las mandíbulas se movían despacio, atrayendo la fruta, tirando de las cuerdas. Los reshi las retiraron para poner más fruta, todo bajo los ojos del rey, que supervisaba el proceso de alimentación desde la misma punta de la nariz, a la izquierda de Rysn.

—Una invitación —dijo Talik, advirtiendo lo que ella estaba mirando—. Una ofrenda. Esas pocas piezas de fruta, naturalmente, no mantienen a nuestro dios.

—¿Qué lo hace?

Él sonrió.

—¿Por qué sigues aquí, joven? ¿No te he despedido?

—El comercio no tiene por qué haber terminado —dijo Rysn—. Mi amo me dijo que los términos ya estaban acordados. Hemos traído todo lo que requerís en pago. —«Aunque a cambio de qué, no lo sé»—. Rechazarme sería absurdo.

El rey, advirtió Rysn, se había acercado a escuchar.

—Serviría para lo mismo que todo en la vida —dijo Talik—. Para complacer a Relu-na.

Ese debía de ser el nombre de su dios, el conchagrande.

—¿Y vuestra isla aprobaría ese despilfarro? ¿Invitar a mercaderes hasta aquí, solo para enviarlos de regreso con las manos vacías?

—Relu-na aprueba la audacia —respondió Talik—. Y, aún más importante, el respeto. Si no respetamos a aquel con quien comerciamos, no deberíamos hacerlo.

Qué lógica tan ridícula. Si un mercader siguiera esa línea de razonamiento, nunca podría hacer negocios. Sin embargo… en los meses que ella había pasado con Vstim, parecía que a menudo buscaba a gente que le gustara trabajar con él. Gente a quien respetara. Era menos probable que esa clase de persona te engañara.

Tal vez no era una mala lógica… simplemente estaba incompleta.

«Piensa como el otro comerciante», recordó. Una de las lecciones de Vstim, tan distintas a las que había aprendido en casa: «¿Qué quieren? ¿Por qué lo quieren? ¿Por qué eres el mejor que puede proporcionarlo?».

—Debe de ser difícil vivir aquí, en las aguas —dijo Rysn—. Vuestro dios es impresionante, pero no podéis conseguir por vosotros mismos todo lo que necesitáis.

—A nuestros antepasados les fue bien.

—Sin medicinas que podrían haber salvado vidas —dijo Rysn—. Sin tela de fibras que solo crecen en el continente. Vuestros antepasados sobrevivieron con estas cosas porque tuvieron que hacerlo. Vosotros no.

El maestro comerciante se inclinó hacia delante.

«¡No hagas eso! ¡Te vas a caer!».

—No somos idiotas —dijo Talik.

Rysn frunció el ceño. ¿Por qué…?

—Estoy tan cansado de explicarlo… —continuó el hombre—. Simplemente, vivimos. Eso no nos convierte en estúpidos. Durante años los extranjeros vinieron, tratando de explotarnos debido a nuestra ignorancia. Estamos cansados de eso, mujer. Todo lo que dices es cierto. No solo cierto: es obvio. Sin embargo, lo dices como si nunca nos hubiéramos parado a considerarlo. «¡Oh! ¡Medicinas! ¡Pues claro que necesitamos medicinas. Gracias por señalarlo. Iba a quedarme aquí sentado sin hacer nada hasta la muerte!».

Rysn se ruborizó.

—Yo no…

—Sí, querías decir eso —dijo Talik—. La condescendencia manaba de tus labios, joven señora. Estamos cansados de que se aprovechen de nosotros. Estamos hartos de extranjeros que intentan cambiarnos basuras por riquezas. No tenemos conocimiento de la actual situación económica del continente, así que no podemos saber con seguridad si nos engañan o no. Por tanto, solo podemos comerciar con gente a quien conocemos y de quienes nos fiamos. Y eso es todo.

«¿La actual situación económica del continente?»., pensó Rysn.

—Te has educado en Thyalenah —aventuró.

—Naturalmente. Hay que conocer los trucos del depredador antes de poder cazarlo —dijo Talik. Se echó hacia atrás, lo que permitió que ella se relajara un poco—. Mis padres me enviaron allí a educarme cuando era niño. Tuve uno de vuestros babsks. Me convertí en maestro comerciante por mi cuenta antes de regresar aquí.

—¿Tus padres eran el rey y la reina? —aventuró Rysn de nuevo.

Él la miró.

—El rey y la consorte del rey.

—Podrías llamarla reina.

—Este negocio no tendrá lugar —dijo Talik, poniéndose en pie—. Ve y dile a tu amo que lamentamos su enfermedad y esperamos que se recupere. Si lo hace, puede regresar el año que viene durante la estación de comercio y nos reuniremos con él.

—Das a entender que lo respetas —dijo Rysn, poniéndose en pie y apartándose de aquella caída—. ¡Entonces ve y comercia con él!

—Está enfermo —respondió Talik, sin mirarla—. No le haría justicia. Nos estaríamos aprovechando de él.

Aprovecharse de… Pasiones, esta gente sí que era rara. Le parecía aún más extraño oír esas cosas saliendo de la boca de un hombre que hablaba tan perfectamente thayleño.

—Comerciaríais conmigo si me respetarais —dijo Rysn—. Si pensarais que soy digna de ello.

—Eso requerirá años —respondió Talik, reuniéndose con su madre en la parte delantera del saliente—. Márchate y…

Se interrumpió cuando el rey le habló suavemente en reshi.

Talik frunció los labios.

—¿Qué? —preguntó Rysn, dando un paso adelante.

Talik se volvió hacia ella.

—Al parecer has impresionado al rey. Discutes con fiereza. Aunque nos desprecias por primitivos, no eres tan mala como otros. —Rechinó los dientes un momento—. El rey escuchará tus argumentos para negociar.

Rysn parpadeó y miró de uno a otra. ¿No acababa de hacer su argumento a favor de negociar, con el rey escuchando?

La mujer miró a Rysn con ojos oscuros y expresión tranquila. «He ganado el primer combate —advirtió Rysn—, como los guerreros en el campo de batalla. Me he batido en duelo y he sido considerada digna para entrenar con quien tiene más autoridad».

El rey habló, y Talik tradujo.

—El rey dice que tienes talento, pero que el comercio no puede, naturalmente, continuar. Deberías regresar con tu babsk cuando vuelva otra vez. Dentro de una década o así, tal vez comerciemos contigo.

Rysn buscó un argumento que ofrecer.

—¿Y así es como Vstim ganó respeto, majestad? —No iba a fracasar en esto. ¡No podía!—. ¿A lo largo de años, con su propio babsk?

—Sí —dijo Talik.

—No has traducido eso —dijo Rysn.

—Yo… —Talik suspiró, luego tradujo la pregunta.

El rey sonrió con aparente aprecio. Dijo unas cuantas palabras en su lengua, y Talik se volvió hacia su madre, sorprendido.

—Yo… Guau.

—¿Qué?

—Tu babsk mató a un coracot con algunos de nuestros cazadores —dijo Talik—. ¿Él solo? ¿Un extranjero? No me había enterado de eso.

Vstim. ¿Matando algo? ¿Con cazadores? Imposible.

Aunque, naturalmente, no siempre había sido el viejo contable marchito que era entonces, ella imaginaba que en el pasado fue un joven contable marchito.

El rey volvió a hablar.

—Dudo de que vayas a matar a ninguna bestia, niña —interpretó Talik—. Vete. Tu babsk se recuperará de esto. Es sabio.

«No. Se está muriendo», pensó Rysn. La idea se le ocurrió de pronto, pero la verdad que había en ella la aterrorizó. Más que la altura, más que nada que conociera. Vstim se estaba muriendo. Este podía ser su último negocio.

Y ella lo estaba echando a perder.

—Mi babsk confía en mí —dijo Rysn, dando un paso hacia el rey, moviéndose a lo largo de la nariz del conchagrande—. Y dijiste que confiabas en él. ¿No puedes confiar en su juicio de que soy digna?

—La experiencia personal no puede sustituirse —tradujo Talik.

La bestia dio un paso, el suelo tembló, y Rysn apretó los dientes, imaginando que todos se caían desde allá arriba. Por fortuna, a esta altura, el movimiento fue más parecido a un suave bamboleo. Los árboles se agitaron, y el estómago le dio un vuelco, pero no era más peligroso que el bamboleo de un barco entre las olas.

Rysn se acercó al lugar donde se encontraba el rey, junto al morro de la bestia.

—Eres rey… sabes la importancia de confiar en aquellos que están a tus órdenes. No puedes estar en todas partes, ni saberlo todo. En ocasiones, debes aceptar el juicio de aquellos a quienes conoces. Mi babsk es uno de esos hombres.

—Ofreces un argumento válido —tradujo Talik, sorprendido—. Pero no te das cuenta de que ya le he presentado este respeto a tu babsk. Por eso accedí a hablar contigo en persona. No lo habría hecho por otro.

—Pero…

—Vuelve abajo —dijo el rey a través de Talik, la voz más imperiosa. Parecía pensar que esto era el fin—. Dile a tu babsk que llegaste a hablar conmigo personalmente. Sin duda, es más de lo que esperaba. Podéis dejar la isla, y regresar cuando esté bien.

—Yo… —Rysn sentía como si un puño le estuviera aplastando la garganta, dificultándole hablar. No podía fallarle a Vstim.

—Comunícale mis mejores deseos para que se recupere —dijo el rey, dándose media vuelta.

Talik sonrió con lo que parecía ser satisfacción. Rysn miró a sus dos guardias, que mostraban expresiones sombrías.

Rysn se retiró. Se sentía aturdida. Se volvió, como una niña que exigía caramelos. Sintió un furioso rubor consumirla mientras pasaba ante los hombres y mujeres que preparaban más montones de fruta.

Se detuvo. Miró hacia su izquierda, hacia la infinita extensión azul. Se volvió hacia el rey.

—Creo —dijo en voz alta—, que tengo que hablar con alguien que tenga más autoridad.

Talik se volvió hacia ella.

—Has hablado con el rey. No hay nadie con más autoridad.

—Perdóname, pero creo que sí lo hay.

Una de las cuerdas se estremeció cuando su regalo de fruta fue consumido. «Esto es una estupidez, esto es una estupidez, esto es…».

«No lo pienses».

Rysn se encaramó en la cuerda, provocando un grito entre los guardias. Se agarró y se lanzó hacia un lado, deslizándose junto a la cabeza del conchagrande. La cabeza del dios.

¡Pasiones! Era difícil con esta falda. La cuerda se le clavó en la piel de los brazos, y vibró cuando la criatura de abajo mordió la fruta de su extremo.

La cabeza de Talik apareció arriba.

—En nombre de Kelek, ¿qué estás haciendo, mujer idiota? —gritó. A ella le pareció divertido que hubiera aprendido a maldecir mientras estudiaba con ellos.

Rysn se agarró a la cuerda, el corazón latiendo lleno de pánico enloquecido. ¿Qué estaba haciendo?

—¡Relu-na aprueba la audacia! —le gritó a Talik.

—¡Hay una diferencia entre audacia y estupidez!

Rysn continuó descendiendo por la cuerda. Más bien, se deslizaba. «Oh, Ansia, Pasión de la necesidad…».

—¡Subidla! —ordenó Talik—. Soldados, ayudad. —Siguió dando órdenes en reshi.

Rysn miró hacia arriba mientras los trabajadores agarraban la cuerda y la izaban. Sin embargo, un nuevo rostro apareció en lo alto y se asomó. El rey. Alzó una mano, deteniéndolos mientras estudiaba a Rysn.

Rysn continuó descendiendo. No fue muy lejos, unos quince metros. Ni siquiera llegó hasta el ojo de la criatura. Se detuvo, con esfuerzo, los dedos ardiendo.

—Oh, gran Relu-na —dijo en voz alta—, tu pueblo se niega a comerciar conmigo, así que acudo a suplicarte. Tu pueblo necesita lo que he traído, pero yo necesito aún más hacer mi negocio. No puedo permitirme regresar.

La criatura, naturalmente, no respondió. Rysn permaneció colgando junto a su caparazón, que estaba recubierto de líquenes y pequeños rocabrotes.

—Por favor —dijo Rysn—. Por favor.

«¿Qué es lo que espero que suceda?»., se preguntó Rysn. No pensaba que la criatura fuera a darle ningún tipo de respuesta. Pero tal vez podría convencer a la gente de arriba de que era lo suficientemente atrevida para merecer la pena. Por lo menos, no le haría daño.

La cuerda tembló en sus manos, y Rysn cometió el error de mirar hacia abajo.

De hecho, lo que estaba haciendo podía hacerle daño. Mucho.

—El rey ha ordenado que regreses —dijo Talik desde arriba.

—¿Continuará nuestra negociación? —preguntó Rysn, alzando la cabeza. El rey parecía preocupado.

—Eso no es importante —dijo Talik—. Se te ha dado una orden.

Rysn apretó los dientes, aferrada a la cuerda, contemplando las placas de quitina que tenía delante.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó en voz baja.

La criatura mordió y la cuerda se tensó de pronto, haciendo que Rysn chocara contra el lado de la enorme cabeza. Arriba, los trabajadores gritaron. El rey les chilló con voz súbitamente aguda.

«Oh, no…».

La cuerda se tensó aún más.

Entonces se rompió.

Los gritos de arriba se hicieron más frenéticos, aunque Rysn apenas los advirtió, dominada por el pánico. No cayó con gracia, sino como un borrón de ropas y piernas, entre gritos, la falda ondeando, el estómago dándole vueltas. ¿Qué había hecho? Le…

Vio un ojo. El ojo del dios. Solo un atisbo al pasar: era tan grande como una casa, vidrioso y negro, y reflejó su forma que caía.

Rysn pareció colgar ante él durante una fracción de segundo, y su grito murió en su garganta.

Desapareció en un instante. Luego el veloz viento, otro grito, y el choque contra las aguas duras como la piedra.

Negrura.

Cuando despertó, Rysn se encontró flotando. No abrió los ojos, pero pudo sentir que flotaba. A la deriva, meciéndose arriba y abajo…

—Es una idiota.

Conocía esa voz. Talik, el hombre con quien había estado negociando.

—Entonces viene bien conmigo —dijo Vstim. Tosió—. Tengo que decir, viejo amigo, que se suponía que tenías que ayudarla a formarse, no tirarla desde un acantilado.

Flotando… a la deriva…

Espera.

Rysn se obligó a abrir los ojos. Estaba en una cama, en una choza. Hacía calor. Su visión se nublaba, y flotaba… flotaba porque tenía la mente nublada. ¿Qué le habían dado? Intentó incorporarse en la cama. Las piernas no se movían. No se movían.

Jadeó y empezó a respirar entrecortadamente.

El rostro de Vstim apareció sobre ella, seguido por una preocupada mujer reshi con lazos en el pelo. No era la reina… el rey… lo que fuera. Esta mujer habló rápidamente en el rudo idioma de los reshi.

—Ahora cálmate —le dijo Vstim a Rysn, arrodillándose junto a ella—. Cálmate… Van a darte algo de beber, niña.

—Sobreviví —dijo Rysn. La voz le sonó ronca.

—Por los pelos —dijo Vstim, aunque con aprecio—. Los spren amortiguaron tu caída. Desde esa altura… Niña, ¿en qué estabas pensando, al arrojarte por el precipicio de esa forma?

—Tenía que hacer algo. Demostrar valor. Pensé… que tenía que ser atrevida.

—Oh, niña. Esto es culpa mía.

—Fuiste su babsk —dijo Rysn—. De Talik, su comerciante. Lo preparaste con él, para que yo tuviera una oportunidad para negociar sola, pero en un entorno controlado. El negocio nunca estuvo en peligro, y tú no estás tan enfermo como pareces. —Las palabras surgieron atropellándose unas a otras como un centenar de hombres que intentaran atravesar la misma puerta a la vez.

—¿Cuándo lo descubriste? —preguntó Vstim, luego tosió.

—Yo… —Rysn no lo sabía. Todo acababa de encajar—. Ahora mismo.

—Bueno, debes saber que me siento como un auténtico idiota —dijo Vstim—. Creí que esta sería una oportunidad perfecta para ti. Una práctica con riesgos reales. Y entonces… ¡Entonces vas y te tiras desde la cabeza de la isla!

Rysn cerró los ojos mientras la mujer reshi llegaba con una taza de algo.

—¿Volveré a caminar? —preguntó en voz baja.

—Toma, bebe esto —dijo Vstim.

—¿Volveré a caminar? —No aceptó la taza, y mantuvo los ojos cerrados.

—No lo sé —respondió Vstim—. Pero volverás a negociar. ¡Pasiones! ¿Atreverte a ir más allá de la autoridad del rey? ¿Ser salvada por la misma alma de la isla? —Se echó a reír. Pareció una risa forzada—. Las otras islas exigirán comerciar con nosotros.

—Entonces conseguí algo —dijo ella, sintiéndose como una total y absoluta idiota.

—Oh, conseguiste algo, desde luego —dijo Vstim.

Sintió un pinchazo en el brazo y abrió los ojos de golpe. Algo reptaba allí, tan grande como la palma de su mano, una criatura que parecía un cremlino, pero con alas que se plegaban a la espalda.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Por esto vinimos aquí —respondió Vstim—. El artículo con el que comerciamos, un tesoro que muy pocos saben que existe todavía. Se supone que murieron con Aimia, ¿sabes? Vine aquí con todas estas mercancías porque Talik me envió a decir que tenían el cadáver de uno para comerciar. Los reyes pagan fortunas por ellos.

Se inclinó hacia delante.

—Nunca había visto uno vivo antes. Me dieron el cadáver que quise a cambio. Este te lo han dado a ti.

—¿Los reshi? —preguntó Rysn con la mente todavía nublada. No sabía cómo interpretar todo esto.

—Los reshi no pueden mandar sobre los larkin —dijo Vstim, poniéndose en pie—. Este te lo ha dado la isla misma. Ahora tómate tu medicina y duerme. Te rompiste las dos piernas. Nos quedaremos en esta isla algún tiempo mientras te recuperas, y mientras yo pido perdón por ser un hombre estúpido, muy estúpido.

Rysn aceptó la bebida. Mientras se la tomaba, la pequeña criatura echó a volar hacia las vigas de la choza y se encaramó allí, mirándola con ojos de plata sólida.

Palabras radiantes
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