CAPÍTULO 99

 

 

 

 

 

Unos nudillos tocan la puerta del despacho.

—Adelante —digo, levantando la vista de los documentos que estoy revisando.

—¿Se puede? —me pregunta Michael al abrir.

—Pasa —respondo.

—¿Tienes un par de minutos?

—Por supuesto. —Michael cierra la puerta tras de sí y camina hasta la mesa—. Siéntate, por favor —le pido, al reparar en que tiene la intención de quedarse de pie.

—Seré breve —anota, sentándose finalmente en la silla. Asiento con una leve inclinación de cabeza—. Lea ha estado hablando conmigo —comienza—. Me ha dicho que estás recuperando la memoria…

—Sí —afirmo—. Todavía tengo algunas lagunas mentales, pero poco a poco los recuerdos van viniendo a mi cabeza.

—Me alegro mucho, Darrell —dice con sinceridad, aunque su voz es neutra, incluso fría, alejada del tono expresivo y chispeante con el que acostumbra a hablar.

—Gracias, Michael.

Un silencio que percibo extraño sobrevuela nuestras cabezas. Joder, la persona que tengo delante de mí es Michael, mi mejor amigo. Una persona que es como un hermano para mí. Sin embargo, hay algo que me hace verlo de distinta manera a cómo lo veía antes.

—Me voy —anuncia—. Necesito tomar distancia con todo lo que ha pasado últimamente y creo que lo mejor es que deje la empresa.

—Michael… —murmuro.

Reconozco que su noticia me ha pillado totalmente por sorpresa.

—Estoy confundido, Darrell —me corta—. Muy confundido. —Hace una pausa para tomar aire—. No sé qué siento por Lea. No sé si estoy realmente enamorado de ella o simplemente es compasión y ternura por lo mal que lo ha pasado y que me ha hecho empatizar con su dolor. —Su voz se apaga despacio—. Sea como sea, ella es tu mujer y yo no tengo ningún derecho a meterme en medio de vuestro amor. Os merecéis ser felices más que nadie. Ya habéis pasado por demasiadas cosas.

—Michael, no quiero perderte como amigo —intervengo.

—Ni yo a ti, Darrell. Para mí siempre has sido como un hermano. Pero necesito tiempo… Tiempo para pensar, para ordenar las cosas en mi cabeza y quizás para salvar nuestra amistad. Enamorarme de Lea no entraba en mis planes. Yo nunca me he enamorado de nadie. Amaba demasiado mi libertad como para perderla por una mujer, pero Lea… —Se interrumpe súbitamente. Sacude la cabeza—. Espero que me entiendas —toma de nuevo la palabra.

¿Cómo no le voy a entender? Está hablando de Lea, la mujer que consiguió derretir mi corazón de hielo. La mujer que consiguió rescatarme de la vida gris, anodina y carente de emociones que llevaba por culpa de mi enfermedad. En definitiva, la mujer más maravillosa del mundo.

—Te entiendo —me apresuro a decir—. Pero te quiero de vuelta en la empresa, Michael —y esto lo digo en tono autoritario, más como jefe que como amigo—. Tómate todo el tiempo que necesites. Una semana, un mes, un año, pero te quiero de vuelta —repito.

Michael me mira y esfuerza una sonrisa.

—Sí, jefe —dice.

Mientras se levanta de la silla, yo rodeo la mesa y salgo a su encuentro.

—Voy a echarte de menos —afirmo.

—Y yo a ti.

Sin pensárnoslo dos veces, nos fundimos en un abrazo, palmeándonos al mismo tiempo la espalda.

—Sé feliz, Darrell. Te lo mereces —rompe el silencio Michael—. Y, por favor, haz feliz a Lea. Hazla muy feliz. Ella también se lo merece. Lo ha pasado muy mal con todo esto…

—Lo sé, Michael —señalo—. La haré feliz, no te preocupes. Nadie sabe mejor que tú cuánto la quiero y que su felicidad es la mía.

Michael asiente.

—Es hora de irme —apunta.

Aprieto los labios.

—Que te vaya bien —digo.

—Gracias.

Da media vuelta, cabizbajo, enfila la puerta y sale del despacho, dejándome sumido en un halo de nostalgia. Chasqueo la lengua. La vida es a veces tan caprichosa que llega a ser cruel, inmensamente cruel.

Me quedo mirando la puerta cerrada.

Solo deseo que Michael encuentre pronto a la mujer de su vida. Estoy seguro de que aparecerá el día menos pensado y de la forma más inesperada, como sucede siempre con el amor, que llega sin avisar.

 

 

 

—Gloria, ¿dónde está la señora? —le pregunto al llegar a casa.

—Arriba, en la habitación de los niños —responde Gloria.

—Gracias.

—De nada, señor Baker.

Mientras avanzo por el amplio pasillo de la planta de arriba, oigo los gorgoteos sonoros y alegres de James y de Kylie.

—Hola —susurro al cruzar el umbral.

Lea se gira con James en brazos.

—Hola, mi amor —dice.

Me inclino y nos damos un beso. James chilla y patalea.

—¿Qué tal se están portando hoy nuestros pequeños —le pregunto.

James alza las manos y se echa a mis brazos para que lo coja.

—Hola, campeón —digo, cogiéndolo, con una sonrisa que me llena la boca.

—Bien —me responde Lea, tomando en brazos a Kylie—. Hoy se están portando muy bien. Aunque no paran quietos un segundo.

—He hablado con Michael —le anuncio a Lea—. Se va de la empresa por un tiempo.

—Lo sé. Me lo ha dicho cuando he estado hablado con él —responde Lea con un rastro de disgusto en la voz. Hace una pausa—. Toda esta situación me hace sentir mal —dice.

—¿Por qué? —le pregunto.

—Porque yo soy la culpable.

—Lea, tú no tienes la culpa de nada. Las cosas del corazón funcionan así. Además, es Michael. Te aseguro que antes de lo que nos pensamos, andará detrás de otra mujer.

—¿Tú crees? —dice Lea.

—Por supuesto —me reitero.

Lea pasa el brazo que tiene libre por mi cintura y apoya la cabeza en mi hombro. Suspira. Deslizo mi mano por su cuello y le doy un beso en la frente.

—Ojalá sea cómo dices —murmura.

—Michael solo necesita tiempo, y yo se lo he dado —afirmo—. Pero también le he dicho que lo quiero de vuelta en la empresa —añado.

—Que complicado es a veces todo —comenta Lea.

—Nadie dijo que vivir fuera fácil —apunto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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