CAPÍTULO 28

 

 

 

 

 

Abro los ojos. Pestañeo un par de veces para desperezarme. Por una de las ventanillas del jet puedo ver que ya ha anochecido. Una oscuridad rasa invade el cielo. Me incorporo ligeramente y muevo el cuello de un lado a otro para desentumecerlo.

—¿Cuánto falta para llegar? —pregunto a Darrell, que está a mi lado, trasteando con el ordenador portátil.

—Un par de horas, aproximadamente.

Se inclina y me da un beso.

—¿Has podido descasar? —se interesa.

—Sí, el avión no hace absolutamente ningún ruido. Es como estar en mitad de la montaña —digo—, y por lo que veo, no hemos pasado por turbulencias —añado en broma.

—No. El viaje está siendo muy tranquilo.

—¿Trabajando? —le pregunto.

—Estoy redactando unos emails que tengo pendientes de mandar, entre ellos uno a Michael —me responde—. Textliner, una empresa con la que firmamos un acuerdo hace unos meses, está empezando a dar problemas y le he mandado algunas recomendaciones en las que he estado pensando.

—¿Es algo grave?

Darrell le quita importancia moviendo la mano.

—Nada que no se pueda resolver con un poco de mano izquierda, y Michael tiene de sobra…. Podrá solucionarlo sin problema.

—¿A Michael le gusta Lissa?

La pregunta sale como un torbellino de mi boca, sin que pueda detenerla. Resoplo, dándome cuenta de que esta es una de esas ocasiones en que debería haberme mordido la lengua. ¡No cambiaré nunca!, me lamento para mí misma. ¡Joder! ¿Cómo voy a explicarle a Darrell que sé que Michael está interesado en Lissa?

Darrell aparta la vista del portátil, vuelve el rostro hacia mí y me mira con las cejas ligeramente arqueadas.

—¿Cómo sabes que a Michael le gusta Lissa?  —sondea.

¡Lea, piensa algo rápido! ¡Piensa algo rápido! ¡Vamos! ¡Vamos! No puedo decirle que escuché la conversación que mantuvo con Michael, aunque no lo hiciera de manera intencionada.

Carraspeo.

—Le vi mirándola… durante la boda —miento, para salir del atolladero—. Parecía que le gustaba —agrego, tratando de resultar convincente.

—Sí, vino a decirme que se había fijado en ella y que le gustaba, que era encantadora —me detalla Darrell—. Pero le prohibí categóricamente que se acercara a Lissa. —Arrugo un poco la frente, como si estuviera sorprendida. Darrell sigue hablando—. Michael es un buen tío, es noble, leal, divertido, amigo de sus amigos, y el mejor abogado de Nueva York, pero le gustan demasiado las mujeres. Son su debilidad. Hoy le gusta Lissa y mañana la camarera de la cafetería a la que vamos a tomar café, la del restaurante en el que comemos y la nueva secretaria de alguno de los directores de los distintos departamentos… Es un caso perdido. Por eso no le dejé que se acerca a Lissa. Además, ella tiene novio, ¿no?

—Sí, Joey, el chico que la acompañó a la boda —intervengo—. Están muy enamorados… Aunque conozco a Lissa —digo en un tono de voz relajado y con un visible matiz mordaz—, sé que Michael entra dentro de su prototipo de hombre. Le gustan los guaperas con sonrisa encantadora. De hecho, ella fue la que se fijó en ti primero, antes que yo.

Darrell levanta una ceja y me mira con gesto interrogativo.

—¿Ah, sí? —murmura.

—Si… bueno… —titubeo—. Es que a Lissa le gustan todos los guaperas. Todos. Tiene un radar para ellos; los huele a kilómetros. Aquella tarde en el Gorilla Coffee no te quitó los ojos encima desde que entró, se quedó embobada contigo —confieso.

—¿Y tú no? —me pregunta sarcástico.

—Al principio me parecías uno más —respondo.

—¿Uno más?

—Ya sabes…

—No, no lo sé.

Darrell está empezando a divertirse con la conversación. Lo veo en el brillo de sus ojos azules.

—Sí, el típico guapo, podrido en dinero… El típico hombre acostumbrado al éxito —comienzo a decir—. A conseguir todo lo que quiere, cuando quiere, cómo quiere y en el momento en que quiere; vanidoso, seguro de sí mismo. Eras tan serio, tan… intimidante.

—Y tú tan dulce y tan espontánea… —interviene Darrell. Se acerca a mi oído y me susurra con su voz grave y profunda—: Con esa sonrisa tan encantadora… Capaz de derretir al Hombre de Hielo.

—¡Y lo que me costó! —Sonrío cómplice—. Pero volviendo al tema de Lissa y Michael… —digo, encogiendo el hombro para evitar el cosquilleo que el aliento de Darrell me produce en la oreja.

—Aunque Lissa no tuviera novio, Michael no sería una buena pareja —me corta suavemente Darrell, enderezándose en el asiento—. No tiene pensado sentar la cabeza. En sus planes, ni inmediatos ni futuros, está  formar una familia. No quiero que Michael haga daño a Lissa. Ella es tu mejor amiga. Sé que es como tu hermana, y eso es suficiente para que también sea importante para mí.

—Gracias por protegerla —le agradezco.

—Como te he dicho, Michael es un buen tipo, un buen profesional, un buen amigo, pero no es una buena pareja. Las mujeres le duran una o dos noches, tres a lo sumo… Para eso es mejor que busque a otras, no a Lissa, y menos si está feliz con Joey.

—Sí, lo está —afirmo—. Lissa está muy enamorada de él y él de ella también.

—Por eso lo más producente es que Michael se mantenga al margen —apostilla Darrell.

En esos momentos oímos pasos que se acercan a nosotros.

—Perdonen… —dice la azafata pelirroja cuando nos alcanza—. ¿Quieren comer algo?

Darrell me mira.

—Una ensalada de pasta para mí, por favor —pido.

—Y otra para mí —dice Darrell.

—¿Quieren agua? ¿O prefieren un refresco?

—Agua —pide Darrell.

—Yo quiero una Coca-Cola.

—Enseguida se lo traigo.

La azafata se aleja por el pasillo y un rato después se presenta con un carrito de ruedas en el que trae dos bandejas de plástico de color plata con sendos boles de ensalada, el agua, la Coca-Cola y un par de piezas de fruta para cada uno.

—Aquí tienen —dice, situando las bandejas delante de nosotros—. Buen provecho.

—Gracias —decimos Darrell y yo al unísono.

En cuanto la azafata desaparece, hundo el tenedor en el bol y le doy un bocado a la ensalada de pasta.

—¿Tienes hambre? —me pregunta Darrell.

Asiento con la cabeza mientras mastico.

—Estos días con los nervios de la boda apenas he comido y ahora parece que el apetito se me ha abierto de golpe —respondo.

—Se nota que has adelgazado  —comenta Darrell—. Estaba empezando a preocuparme…

Alzo la vista y lo miro.

—No te preocupes —me adelanto a decir en tono distendido, para quitarle cualquier atisbo de importancia al asunto—. Lo recuperaré en unos días.

—Eso espero, porque te estaré vigilando de cerca —asevera Darrell, algo amenazador.

—Tranquilo —enfatizo—. He perdido peso por el trasiego y los nervios de la boda. Es lo normal; a todas las novias nos pasa. Pero ya verás como vuelvo a coger esos kilos de nuevo.

—También tienes que coger energía, después de la luna de miel tenemos que hacer la mudanza a la casa de Manhattan y en septiembre comenzarás el curso para terminar la carrera.

—Mi último año… —digo con un suspiro—. Tengo muchas ganas de volver a la universidad y de retomar los estudios.

—¿Qué tienes pensado hacer cuando te gradúes? —me pregunta Darrell, llevándose el tenedor a la boca; muy atento a lo que vaya a contestar.

—Buscar trabajo en alguna empresa.

—¿No has pensado trabajar en la mía?

Tuerzo el gesto.

—Prefiero algo más modesto —alego, cuando termino de masticar.

—¿Más modesto? —repite Darrell.

Enarca las cejas, extrañado, sin entender qué quiero decir. Su mirada se ha tornado fiscalizadora.

—Prefiero empezar por algo más pequeño. No estoy preparada para trabajar en una multinacional de la envergadura de la tuya —explico.

—Vamos, Lea, puedes con eso y con más —arguye Darrell—. Eres brillante.

—Quizás, pero me sentiré menos presionada si empiezo por mi cuenta en un lugar ajeno.

Doy un trago a la Coca-Cola.

—Puedo hablar con algún conocido… Seguro que tienen un puesto para ti en sus empresas.

Lo miro y sonrío ligeramente.

—Darrell, te agradezco el ofrecimiento y la buena intención, de verdad —comienzo a decir en tono suave—. Pero es mejor que empiece desde cero, sin influencias ni nada de eso.

—No entiendo por qué no quieres que te ayude… —apunta, poniendo los ojos en blanco.

—Porque me gusta ganarme las cosas —afirmo rotunda, a ver si con un poco de suerte, consigo hacerle entrar en razón sin discutir—. Esforzarme por ellas. No quiero que me lo den hecho; eso no tiene ningún mérito. Me gusta superarme y crecer, personal y profesionalmente.

Darrell baja los hombros y suelta aire. Creo que lo he convencido.

—¿Por qué será que no me sorprende? —se pregunta de forma retórica con la voz cargada de resignación, mientras me mira fijamente a los ojos.

—Porque ya vas conociéndome —respondo, sonriente.

—Sí, ya te voy conociendo, y sé que a cabezota no te gana nadie.

—Bueno, a veces me ganas tú —bromeo.

La insinuación de una sonrisa curva los labios sensuales de Darrell.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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