CAPÍTULO 71

 

 

 

 

 

Cierro la puerta de casa detrás de mí y desciendo los tres peldaños del porche.

—Buenos días, señora Baker —me saluda el chófer de Darrell, que me espera de pie, con las manos cruzadas a la espalda, junto al Juagar.

—Buenos días, Woody —digo.

—¿Está bien? —me pregunta, refiriéndose a la tarea que tengo por delante.

—Estoy bien —suspiro. Woody alarga el brazo y con profesionalidad me abre la puerta del coche—. Gracias.

Woody inclina la cabeza.

Nueva York pasa ante mis ojos expectantes a través de los cristales tintados del Jaguar, como si fuera una película. Sonrío para mí con una mezcla de tristeza y nervios. Tal y cómo dice Lissa, qué vueltas da la vida. Me parece mentira estar aquí, de camino al inmenso Holding empresarial del señor Baker… mi señor Baker, dispuesta a ponerme al frente. Respiro hondo y expulso el aire poco a poco.

¿Soy consciente de dónde me voy a meter?, me pregunto en silencio.

Cierro los ojos y recuesto la cabeza en el respaldo de cuero. Comienzo a mordisquearme el interior del carrillo, impaciente.

No lo sé, pero tampoco lo quiero saber. Es lo que tengo que hacer y punto.

—Señora Baker, hemos llegado —anuncia Woody, mirándome por el espejo retrovisor.

Asiento y trago saliva.

Woody sale del Jaguar, lo rodea y me abre la puerta. Antes de salir, vuelvo a respirar profundamente, como si me estuviera inoculando valor en vena para afrontar una gran batalla.

Unos metros delante de la puerta me espera Michael, maletín en mano y enfundado en un traje de Armani.

—Que tenga buen día, señora Baker —me anima Woody, cuando finalmente pongo un pie en la acera.

—Gracias.

Sonrío débilmente a Michael mientras subo los cuatro amplios escalones que llevan a la entrada. La sensación de que el imponente edificio de cristales negros va a engullirme, se despierta amenazador como lo hizo el primer día que estuve frente a él y lo miraba de abajo arriba en su altura imposible y desafiante.

¡Es solo un edificio, Lea!, me reprendo a mí misma.

Cuando alcanzo a Michael, nos saludamos con un par de besos en las mejillas.

—¿Lista? —me pregunta.

—Todo lo lista que se puede estar —respondo.

Michael me guiña un ojo.

—Todo va a ir bien —dice, dándome confianza.

—Eso espero.

—¿Entramos?

—Sí —digo, sin pensarlo mucho más.

Cruzamos las puertas giratorias. Una vez dentro, los saludos de los distintos empleados se dirigen hacia nosotros. Los «buenos días, señor Ford» y «buenos días, señora Baker», se suceden uno tras otro hasta que entramos en el ascensor.

—Ahora tengo un par de horas para ir poniéndote al día sobre los asuntos más importantes y más urgentes —comienza a decir Michael, a medida que subimos a la última planta—. A media mañana he organizado una reunión con el equipo de administración para presentarte ante ellos como la nueva directora.

¿El equipo de administración? Oh, Dios mío…

¿Qué cara voy a poner ante diez hombres que, aparte de ser los mejores economistas de la ciudad, son unos crack en las finanzas?

Trago saliva.

Me consuelo pensando que no me impondrán más de lo que me imponía Darrell.

El ascensor se abre. Michael y yo salimos al amplio vestíbulo y enfilamos el pasillo que lleva hasta la recepción, donde están Susan y Sarah en sus respectivas mesas. Levantan la cabeza y dejan de cotillear de golpe al vernos llegar. Me pregunto qué pensará Susan cuando sepa que a partir de hoy voy a ser su jefa.

Observo detenidamente la expresión de su rostro; creo que dice algo así como: «¿qué coño haces aquí?». Un segundo después su cara demuda en asombro al intuir la respuesta. Es una chica lista, pienso con ironía para mis adentros.

—Buenos días, señor Ford. Señora Baker —se apresura a saludar Sarah.

—Buenos días —contestamos Michael y yo a la vez.

—Buenos días —dice Susan en tono desganado.

Sin hacer más alto en ella, abrimos las imponentes puertas de madera y nos metemos en el despacho de Darrell. En cuanto entro, siento un pellizco en el corazón. Me recuerda tanto a él, que no puedo evitar que un halo de melancolía me invada.

Mientras Michael deja el maletín en una de las sillas y coge algunos archivadores de la estantería del fondo, yo recorro con la mirada el perímetro del despacho. Algunos recuerdos me asaltan traicioneramente, como la primera vez que vi a Darrell sentado detrás de su mesa de cristal y acero. Fue realmente impactante. Se veía tan magnánimo, tan poderoso, enfundado en uno de sus impecables trajes hecho a medida. Su mirada azul entornada, escrutándome como un animal salvaje, como un león deleitándose con su pequeña presa.

Me acerco al escritorio y paso la mano por la superficie, dejándome embriagar por cada una de las sensaciones que me sacuden al estar de nuevo aquí. Puedo ver claramente el rostro de Darrell mientras me hacía su proposición. También mi expresión de sorpresa, de confusión, de indignación… Todo se remueve en mi interior.

—Lea… Lea…

La voz de Michael me saca de mi ensimismamiento. Giro la cabeza hacia él.

—¿Sí? —digo, volviendo al presente.

—Te preguntaba si te parece bien que empecemos por los presupuestos.

—Lo siento, Michael —me disculpo—. No puedo evitar recordar algunas cosas…

—No pasa nada, Lea. Es normal. No te preocupes. Lo entiendo.

—Sí, empecemos por los presupuestos —digo, tratando de dejar los recuerdos a un lado.

—Bien —dice Michael—. Toma posesión de tu asiento —enfatiza, señalando con la mano el sillón de cuero negro de Darrell.

Hago lo que dice. Rodeo la mesa y me acomodo en él. De pronto lo veo tan grande, o yo me siento tan pequeña, que tengo la sensación de que me va a morder en cualquier momento, como si estuviera sentada sobre la boca llena de afilados dientes de un tiburón. Sacudo ligeramente la cabeza, alejando de mí esos pensamientos tontos.

Michael abre uno de los archivadores de la pila que ha apoyado sobre la mesa y lo pone delante de mí.

—Estos son los presupuestos de este trimestre —comienza a decir—. Ya me he encargado de hacer el traspaso de poderes a tu nombre y de validar tu firma para que no haya ningún problema legal al respecto —hace un inciso.

—Gracias —digo.

—A partir de ahora tu rúbrica vale oro —bromea.

—Tendré cuidado de dónde la plasmo —comento en tono distendido.

—Por norma general, los presupuestos se comparan con los del mismo trimestre de año anterior para tener una medida aproximada —comienza a explicarme—. Los actuales siempre son más elevados, ya que los costes y la producción son mayores.

—Imagino que es debido a que las inversiones y los beneficios también son mayores —anoto.

—Exacto —dice Michael—. Si alguna cifra no te cuadra o te parece desmesurada, compruébala en el programa que el ordenador tiene destinado a ello. El departamento de presupuestos lo guarda todo en él para posibles consultas…

El móvil de Michael interrumpe la conversación.

—Mira que le he dicho a mi secretaria que no me pase llamadas —se queja.

—Tranquilo —digo.

—¿Sí, Claire? —dice al descolgar—. ¿Ha venido a verme? La cita era para esta tarde… No, no, prefiero atenderlo ahora. Bajo en un par de minutos. Gracias —concluye. Cuelga la llamada y se guarda el teléfono en la chaqueta del traje—. Tengo que irme —anuncia, levantando los ojos hacia mí—. Me requiere uno de los clientes más pesados que hemos tenido nunca. No debería de hablar así de quienes nos dan de comer, pero es que es cargante como una vaca en brazos.

Suelto una risilla.

—Ve tranquilo. Yo voy a estar bien —digo.

—¿Segura?

—Sí, segura.

Michael se levanta de la silla y coge su maletín.

—Vendré a buscarte a los doce para ir a la junta con el equipo de administración —dice.

—Perfecto. Nos vemos a las doce —me despido.

—Hasta luego —dice Michael.

Cuando sale del despacho, lanzo al aire un sonoro suspiro. De pronto, la puerta se abre y la cabeza de Michael asoma por ella.

—Por cierto, si necesitas algo, lo que sea, estoy en la extensión 10A del teléfono, o en la planta décima. Allí Darrell nos tiene a todos los abogados hacinados en comuna —bromea—, y también está mi despacho.

—Gracias —digo sonriendo.

Su cabeza desaparece y la puerta se vuelve a cerrar, hasta que unos segundos después, se abre de nuevo. Levanto la mirada. La cabeza de Michael asoma otra vez.

—Sobra decir que tienes a Susan y a Sarah a tu entera disposición —dice—. Consúltales todo lo que quieras.

Alzo las cejas.

—Michael, vete ya —le pido, reprimiendo la risa—, o ese cliente cargante como una vaca terminará yéndose.

—Sí, tienes razón —dice él—. Luego nos vemos —se despide.

—Luego nos vemos —respondo.

Niego para mí. En silencio agradezco el esfuerzo que está haciendo Michael para hacerme sentir cómoda, para facilitarme las cosas y para ayudarme a integrarme en esta marabunta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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