CAPÍTULO 63
Nada más de entrar en casa, reconozco el olor característico que inunda la atmosfera y que tanto he echado de menos. Huele a cítricos, a flores, a bebés, a Darrell, a mí, a hogar.
Oigo los pasos casi a la carrera de Gloria avanzar por la galería. Se lleva la mano a la boca cuando me ve en el hall. Tiene en brazos a James.
—¡Oh, Dios! —exclama con los ojos visiblemente vidriosos. Se acerca a mí y me da un beso en la frente—. Cuanto me alegro de que esté bien. Estábamos tan preocupados…
James se echa de inmediato a mis brazos y da un chillido de alegría que llena todo el espacio. Su recibimiento y su regocijo hacen que rompa a llorar mientras lo abrazo con fuerza contra mí.
—Pequeño… —susurro, besándole cariñosamente sin parar—. Oh, mi pequeño campeón…
—¿Cómo está el señor Baker? —me pregunta Gloria con un matiz de angustia en la entonación.
—Muy grave. Su estado es crítico —le respondo.
—Pero se va a recuperar —tercia Lissa con optimismo, que se encuentra a mi lado.
—Claro, el señor Baker es joven y fuerte —apunta Gloria, convencida de lo que dice—. Le incluiré en mis oraciones para que Dios lo ayude.
—Gracias, Gloria —le agradezco, meciendo a James entre mis brazos—. ¿Dónde está Kylie? —pregunto.
—En el parque de juegos —contesta.
Entro en el salón y casi corro para verla. Paso a James a Lissa para que se quede con él mientras yo alzo en brazos a Kylie. Madre mía, parece que hace siglos que no los veo, cuando en realidad solo han pasado unos días. Aunque han sido unos días muy largos.
Kylie extiende sus brazos hacia mí y me palpa la cara con las manitas, como si estuviera haciéndome un reconocimiento, como si se diera cuenta de que he vuelto. Seguidamente da unas cuantas palmadas y balbucea algo que no entiendo, pero que me suena a canto de sirena.
Acerco su rostro al mío y la achucho, sintiendo su pequeño cuerpo contra mi pecho.
—Mi amor… —susurro—. Mi princesita… Ya he vuelto, ya estoy en casa. Os he echado tantísimo de menos.
—Y ellos a usted, señora —apunta Gloria.
Sonrío sin despegar los labios. Transcurrido un rato, en el que me deshago en mimos con James y Kylie, digo:
—Voy a darme una ducha.
—Gloria y yo nos quedaremos con los pequeños —se adelanta a decir Lissa.
Gloria se acerca a mí y coge a Kylie.
Arrastrando el alma por las escaleras, subo al segundo piso. Al entrar en la habitación, la imagen de Darrell me golpea con una fuerza insólita. De forma involuntaria mis pies caminan hacia su armario. Lo abro y durante unos segundos, me quedo mirando su ropa. Sus impecables trajes ordenados perfectamente en la barra. Sus camisas, sus pañuelos, sus zapatos italianos, sus corbatas; la verde que llevaba puesta el día que Lissa hizo que me fijara en él en el Gorilla Coffee, la azul turquesa que incluía en nuestros juegos sexuales, la roja del día de la boda. De pronto, me estremezco.
Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente me relaje. Entre el vapor y el silencio que invade el cuarto de baño, mi cabeza comienza a rememorar los acontecimientos que han tenido lugar la última semana. En apenas unos días ha cambiado todo tanto… Hasta el punto de que Darrell se debate en estos momentos entre la vida y la muerte. ¡Entre la vida y la muerte! ¿Cómo es posible?
La imagen de Stanislas disparándolo sin escrúpulos, su cuerpo tirado en el suelo alrededor de un charco de sangre, se repiten en mi mente una y otra vez como los pedazos recortados de una macabra pesadilla. No puedo dejar de pensar en ello. Y todo por mi culpa, por salvarme a mí.
¡Dios mío, es una locura!
Con los ojos atestados de lágrimas y llena de dolor, dejo que mi cuerpo resbale poco a poco por la pared de azulejos, hasta que quedo sentada en el suelo. Me rodeo las piernas con los brazos y rompo a llorar en un lamento para el que no encuentro consuelo, mientras el agua se desliza por mi pelo y mi piel.
Y me quedo así un rato, quizá un minuto, quizá una hora, con la barbilla apoyada en las rodillas. Siento como si las agujas del reloj se hubieran detenido de golpe, como si hubieran dejado de girar.
—¿Qué va a ser de mí si Darrell muere? —siseo entre lágrimas—. No… No puede morirse. No puede dejarme sola. No puede dejarme sin él. No puede.
Salgo de la ducha, me pongo lo primero que pillo en el armario; un pantalón vaquero negro y un jersey de punto fino de color verde claro, y me seco rápidamente el pelo. No puedo perder un solo segundo.
—Quiero volver al hospital —digo, cuando entro de nuevo en el salón principal.
—Lea, ¿no quieres descansar un poco? —me pregunta Lissa con voz maternal—. Has estado toda la noche en el hospital, pendiente de la operación de Darrell.
—No puedo quedarme aquí —arguyo mortificada. Me paso las manos por el pelo recién seco y al que he recogido en un moño alto y me coloco unos mechones sueltos detrás de las orejas—. La incertidumbre va a terminar con los pocos nervios que me quedan. Necesito estar con Darrell.
Lissa deja caer los hombros. Resopla resignada. Le agradezco que no insista más en que me quede en casa para descansar. En estos momentos me resulta imposible estar en un lugar que no sea el hospital, al lado de Darrell.
—¿No va a comer nada? —interviene Gloria, preocupada.
Hago una mueca con la boca.
—No tengo apetito —digo.
—¿Ni siquiera se va a tomar un café? —me propone.
Niego con la cabeza.
—Ya comeré algo en el hospital si me entra hambre —contesto.
Ni Lissa ni Gloria muestran una expresión de estar conformes, pero creo que no están dispuestas a llevarme la contraria. Ambas son conscientes del delicado estado en el que me encuentro y de lo mal que lo estoy pasando. Lo que menos necesito es discutir.
—Te acerco —dice Lissa.
—Si te viene mal, puedo ir sola o llamar a Woody, el chófer, para que me lleve.
—No entro a trabajar hasta dentro de una hora, así que me da tiempo a dejarte en el hospital y volver. No estás en condiciones de conducir sola, Lea y, además, prefiero llevarte yo.
—Gracias —le agradezco.