CAPÍTULO 74
—James y Kylie se han quedado dormidos —le digo a Gloria a eso de las cuatro y media de la tarde—. Voy a aprovechar para ir al despacho a por el bolso.
—Vale —dice ella.
Darrell me mataría si no me fuera con Woody, sobre todo después del secuestro, pero esta tarde quiero tener una vida normal, así que me voy en taxi.
Al llegar, Sarah me saluda con su habitual simpatía y Susan con el mal humor que se gasta últimamente. La verdad es que me da igual.
Cruzo la recepción y entro directamente en el despacho. Todo está tal y cómo lo he dejado esta mañana antes de acudir a la nefasta reunión con el equipo de administración. El silencio reina absoluto por encima incluso del ruido exterior de la ciudad.
Rodeo la mesa y me siento de nuevo en el sillón de cuero para recoger los archivadores que hay sobre la superficie de cristal. Los coloco formando una pila y los pongo a un lado.
Alguien toca a la puerta. Frunzo el ceño. ¿Quién será? ¿Sarah? ¿Susan? ¿Michael? Michael no sabe que estoy aquí.
—Adelante —digo.
La puerta se abre y, para mi sorpresa, aparece Lissa. El rostro se me esponja. ¡Cómo me alegra verla!
—¿Se puede? —bromea—. He pensado que te vendría bien un café en tu primer día de trabajo —dice con una sonrisa, alzando dos vasos blancos con el logotipo verde característicos de Starbucks.
En un impulso, me levanto del sillón y, sin pronunciar palabra, corro hacia ella y la abrazo como si fuera una tabla salvavidas.
—Heyyy… ¿Qué pasa? —me pregunta con una nota palpable de preocupación en la voz, mientras me rodea con los brazos como puede.
—Ha sido mi primer día de trabajo y va a ser el último —digo con la voz emocionada.
Lissa se separa de mí y deja los vasos de café sobre la mesa.
—¿Qué ha pasado?
—Esta mañana Michael ha organizado una reunión con el equipo de administración de la empresa, para presentarme como la nueva directora…
—¿Y…? —se adelanta a preguntarme Lissa, impaciente.
—Ha sido un completo desastre —afirmo—. Ni siquiera me han dado tiempo a saludarles. Han ido a por mí a saco. ¡A saco! —exclamo, tragándome las lágrimas que pugnan por salir.
—Cabrones —masculla Lissa.
—Me he sentido como un ratoncillo acorralado por diez enormes gatos con ganas de comer, como una jodida intrusa…
Lissa se aproxima un paso hacia mí y me abraza.
—Ya, cariño… No te pongas así —me consuela.
—Me quiero ir de aquí —asevero angustiada—. Me has pillado de casualidad.
Deshacemos el abrazo.
—¿Por qué?
—Solo he venido a por el bolso. Con las prisas me lo he dejado olvidado esta mañana. Pero me voy ahora mismo. No quiero estar un solo segundo más aquí. No quiero volver a tener que presentarme ante esos hombres —afirmo. Solo pensar en ello me agobia—. Defienden sus intereses como si tuvieran que perder más que yo. Incluso creo que les molesta que sea mujer —digo. Rodeo la mesa de cristal y me siento detrás de ella—. Siéntate —le pido a Lissa—. No te quedes de pie.
Lissa toma asiento.
—¿Todavía estamos con esas bobadas en el siglo XXI? —comenta.
—Todavía. Al fin y al cabo, no deja de ser un mundo de hombres —respondo.
—Aparte de cabrones, son unos machistas de mierda —anota Lissa, molesta. Guarda silencio un momento. Levanta los ojos y me mira fijamente—. ¿Y les vas a dar la razón? —me pregunta de pronto.
Frunzo el ceño.
—No les voy a dar la razón, Lissa. La tienen —contesto—. Yo no tengo ni idea de manejar una empresa, y menos una empresa como esta. No entiendo de economía, ni de finanzas, ni de estrategias empresariales… —argumento—. No entiendo de nada. Yo solo entiendo de números —concluyo.
—¿Y qué es una empresa, Lea? No es más que un conjunto de números y cifras —arguye Lissa—. A esos hombres les gustan los números tanto como a ti.
—Sí, sobre todo los positivos —intervengo.
—Entonces, dales números positivos y demuéstrales que no eres ninguna intrusa, que estás dispuesta a ganarte el puesto de directora a pulso.
A veces Lissa es tan sensata, pienso para mis adentros.
—No sé... No…
—Te ves tan bien detrás de esta mesa, Lea —apunta para animarme.
—Sé ve mejor Darrell. Te lo aseguro —sonrío débilmente.
Estiro el brazo, cojo uno de los vasos de café y doy un sorbo.
—Por cierto, menudo despacho se gasta tu marido —bromea Lissa, mirando en derredor con una expresión de asombro en los ojos. Supongo que es la misma cara que tenía yo la primera vez que entré aquí. Lo curioso es que ahora estoy en el otro lado de la mesa.
Su comentario jocoso alivia en cierto modo la tensión del momento. Lo que agradezco infinitamente, porque está siendo un día muy duro.
—Ya sabes cómo es el señor Baker. El señor Baker es mucho señor Baker —le sigo la broma. Mi rostro se ensombrece—. Me siento tan mal, Lissa —digo, rompiendo el silencio—. Sé que mi actitud decepcionaría a Darrell.
—Entonces con más razón tienes que demostrarles a esos jodidos cabrones del equipo de administración que puedes dirigir esto —asevera Lissa con vehemencia, golpeando el cristal de la mesa con el dedo.
—No es fácil —mascullo.
—¡Claro que no es fácil, joder! Pero tú puedes, Lea. Yo sé que tú puedes.
Lissa habla con un convencimiento aplastante. Dejando entrever en sus palabras que está completamente segura de que puedo dirigir el Holding empresarial de Darrell.
—Sé que no estás al cien por cien, que estás en un momento muy bajo de ánimo —comienza a decir de nuevo—. Es comprensible teniendo en cuenta todo lo que te ha pasado últimamente; el secuestro, la situación de Darrell… —enumera—. Eso volvería loco a cualquiera. Pero tus capacidades están ahí, y son muy buenas, Lea.
Lanzo al aire un suspiro.
—Estoy cansada, Lissa. Muy cansada —le confieso.
—Lo sé, cariño —dice Lissa, con mirada indulgente—. De verdad que sé que estás cansada. Pero piensa que los tiempos malos no han venido para quedarse. Pasarán, como todo.
Me mordisqueo el interior del carrillo, pensativa.
—No sé qué hacer…
—No te apresures en tu decisión de irte. Piénsatelo. —me aconseja Lissa—. Los primeros días en el trabajo, por regla general, son para el olvido para todo el mundo. Recuerda que yo solita borré la base de datos del programa con el que trabajamos —dice—. ¡Quería morirme! Menos mal que tengo un jefe comprensivo, sino me hubiera puesto de patitas en la calle ese mismo día.
—Lo recuerdo —digo entre risas—. Me llamaste histérica.
—Fue horrible. Estaba desesperada. —Lissa se echa a reír. De pronto, como si se acordara de algo, consulta el reloj—. ¡No puede ser! —exclama, levantándose de golpe—. Ya llego tarde al trabajo. —Coge su vaso de café y se lo bebe de un solo trago.
—Lissa, ¿te das cuenta de que tienes un serio problema con la puntualidad? —le pregunto.
—Lo sé, lo sé, lo sé… —dice—. Si mi jefe no me despidió aquel día, me va a despedir hoy —dice, dejando el vaso sobre el cristal. Lissa alarga el cuerpo por encima de la mesa y se despide de mí con un beso fugaz en la mejilla—. Me voy, me voy, me voy...
Se da media vuelta y se encamina hacia la salida.
—Lissa… —la llamo antes de que salga.
—¿Sí?
—Gracias por el café —le agradezco, y lo hago con el corazón en la mano. Por todo lo que ha significado su visita para mí.
—De nada —sonríe ella—. Luego te llamo y, por favor, dales una patada en los huevos a esos cabrones —dice al tiempo que sale por la puerta.
Sacudo la cabeza mientras mis labios esbozan una sonrisa. No es la primera vez que digo esto y no será la última, pero Lissa es imposible.
En esos momentos suena la música de mi móvil. Cojo el bolso, lo abro y hundo la mano en él. Cuando finalmente logro encontrar el teléfono en el fondo, consulto la pantalla.
—Michael… —musito.