CAPÍTULO 41
—Darrell…
—Dime.
Darrell se gira hacia mí.
—Sé que no te gusta mucho salir de fiesta ni nada de esas cosas —tanteo—, pero es sábado y podríamos ir a algún bar o a alguna discoteca a distraernos un poco —propongo—. Llevamos dos días metidos en el hotel y bueno…, Madrid tiene fama de tener buena fiesta.
—¿Y tu piel? —me pregunta.
—Es de noche, no me va a dar el sol —alego con sentido común—. Además, apenas me escuece.
—¿Segura? —me pregunta.
—Sí —afirmo—. ¿Has visto lo morenita que me he puesto? —pregunto coqueta, moviendo las cejas arriba y abajo un par de veces.
—Tengo que reconocer que el moreno te queda precioso —dice Darrell—. Estás para comerte.
Sonrío.
—Entonces, ¿salimos a divertirnos un poco? —insisto.
Darrell asiente finalmente con la cabeza.
—Sí —dice.
Me acerco a él y le rodeo la cintura con los brazos.
—Voy a ducharme, ¿vale? —murmuro en su boca.
—Vale.
En esos momentos, suena el teléfono móvil. Deshacemos el abrazo, se gira y lo coge de encima de la mesa.
—Hola, Michael —lo saluda al descolgar—. Dime… Sí… Vende —dice a modo de sentencia. —Me doy la vuelta—. Vende antes de que esos activos empiecen a dar pérdidas —le oigo decir antes de entrar en el cuarto de baño.
Dejo a Darrell en la habitación hablando con Michael, cierro la puerta del servicio y me dispongo a darme una ducha refrescante.
Mientras me seco el pelo frente al espejo, soy consciente de que a Darrell no le gustan las fiestas ni los saraos varios. Es poco amigo de las aglomeraciones y de la gente, con la que no termina de simpatizar. Prefiere planes más tranquilos, pero yo tengo tantas ganas de divertirme de esa manera. Tengo veinticuatro años y necesito oír música, mover el esqueleto y desinhibirme como una chica de veinticuatro años.
Me pongo una falda abullonada negra con una camisa blanca que meto por dentro y unos zapatos de tacón también en color negro. Me echo un vistazo rápido en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Voy arreglada pero informal, como se suele decir. Perfecta para una noche de marcha en Madrid.
Vamos a una discoteca llamada Velvet, un lugar con un ambiente exclusivo y elegante. La decoración es chispeante.
El amplísimo espacio está dividido por una fila de columnas con forma de elipse, cuya iluminación LED asemeja un intrincado encaje que va cambiando de color. Desde el verde fluorescente hasta el naranja, pasando por el rosa, el rojo, o el azul turquesa.
Las barras, distribuidas a lo largo de la discoteca, también están iluminadas por lámparas LED, confiriéndole un toque sofisticado. Me encanta, porque parece que estás en distintos sitios a la vez.
Nos dirigimos a uno de los mostradores y pedimos dos Gin Tonic a un camarero joven y moreno con aspecto de modelo de pasarela.
A medida que la noche avanza, el lugar se va llenando de gente. Darrell y yo bailamos las canciones del momento mezclados entre los grupos de chicos, de chicas y parejas que hay en la pista.
¡Dios mío, está tan sexy!
Se ha puesto un pantalón vaquero ajustado, una camisa negra y una cazadora ligera de cuero negro que no le había visto nunca pero que le queda de vicio.
Me muerdo el labio inferior mientras me acerco a él. Cuando estoy pegada a su cuerpo, me doy la vuelta, dándole la espalda, y comienzo a contonearme de un lado a otro. Darrell se anima, me agarra de la cintura y se mueve al compás de mis caderas con la cabeza apoyada en mi hombro. Su aliento cálido en mi oído me enciende.
Apoyo las manos sobre las suyas y durante unos minutos nos dejamos llevar por la música, moviéndonos sensualmente al ritmo de Bailando de Enrique Iglesias. Antes de que la canción termine, Darrell me coge de la mano y tira de mí a través de la gente.
—¿Adónde vamos con tanta prisa? —le pregunto, nada más de salir de la pista.
—Aquí —dice, empujándome a un rincón sumido entre las sombras—. Llevo dos días sin tocarte. La abstinencia me está matando —afirma con voz jadeante.
Sin dejarme pronunciar palabra, me aprieta contra la pared y me besa con tanta intensidad que casi llegan a dolerme los labios. Gimo en su boca y le devuelvo el beso con la misma intensidad.
Me retira el pelo de uno de los hombros y me muerde el lóbulo de la oreja. Mi respiración se acelera. De pronto, Darrell parece tener mil manos a la vez que recorren cada una de las partes de mi cuerpo.
—Darrell, nos van a ver —digo, aunque apenas puedo prestar atención a algo de lo que ocurre a nuestro alrededor—. Darrell… —Darrell deja de besarme, gira el rostro y clava la mirada en la puerta que hay a su derecha—. Pone que es privado —me adelantó a decir, intuyendo cuáles son sus intenciones.
—No te preocupes, no vamos a tardar mucho —comenta, abriendo la puerta y arrastrándome dentro.
Antes de que Darrell me coja en volandas y me ponga encima de una mesa llena de botellas, me da tiempo a ver que estamos en una especie de almacén o de cuarto de la limpieza o de ambas cosas.
—Oh, Dios mío… —mascullo.
Trato de poner sensatez a esto, pero la boca y las manos de Darrell me lo ponen muy difícil. De un movimiento habilidoso, me levanta la falda y me penetra sin más preámbulos que un fuerte jadeo.
Rodeo su cintura con las piernas y gimo su nombre mientras se vuelca sobre mí.
—Lea… —sisea con deseo—. Joder, qué ganas te tenía…
—Y yo a ti —gimo.
Darrell me asalta una vez, y otra y otra más.
Todo sucede en un abrir y cerrar de ojos; rápida, intensa y apasionadamente. ¡Como una puta locura! ¡Es que es una puta locura! Estamos follando clandestinamente en el almacén de una de las discotecas más célebres de Madrid, expuestos a que en cualquier momento entre algún empleado y nos pille. No tenemos medida. Pero es que pecar con Darrell en un asunto fácil.
Arqueo el cuerpo y me aprieto contra él, para sentirlo completamente dentro de mí, mientras una oleada de placer me recorre de la cabeza a los pies sacudida tras sacudida. Darrell me embiste con mayor fuerza, hundiéndose en mis entrañas, hasta que se une en mi éxtasis, hasta que casi somos uno compartiendo aliento.
Respiramos tan agitadamente que parece que hemos corrido una de las seis maratones del World Marathon Majors, las maratones más importantes del mundo.
—Tenemos que salir de aquí antes de que nos pillen —le digo a Darrell con voz entrecortada, al tiempo que me incorporo.
Darrell asiente un par de veces con la cabeza, como un autómata, y me besa en la frente. Se sube la cremallera del pantalón y me ayuda a bajar de la mesa. Ni siquiera me ha bajado las bragas, se ha limitado a apartarlas a un lado para penetrarme. Desde luego tenía prisa. Ambos la teníamos…
—Salgamos —dice.
Me agarra de la mano y tira de mí hacia la puerta.