CAPÍTULO 60
—No puedes ir solo —me advierte Michael.
Da un trago del whisky con hielos que tiene en la mano.
—No voy a ir con nadie —digo con expresión rotunda en el rostro—. Tengo que seguir meticulosamente cada una de las instrucciones de Stanislas, me guste o no. La vida de Lea está en juego.
—¿Y si es una trampa? —pone sobre la mesa Michael.
—Lo he pensado… Incluso se lo he preguntado. —Sonrío con amargura—. Pero como me ha dicho ese cabrón, no tengo otra opción más que confiar en él.
—Como si su palabra valiera de algo —se queja Michael.
—Su palabra no vale nada —comento—. Pero no puedo hacer otra cosa.
Me dejo caer en el sofá y hundo la cara entre las manos.
—Darrell, esto no me gusta nada. Esa gente forma parte de una banda organizada. Son criminales. ¿Por qué no hablas con la policía? ¿Por qué no le cuentas al teniente Craig lo que está pasando?
Levanto la cabeza de golpe y fulmino a Michael con la mirada.
—¡Porque no puedo! —grito, presa de los nervios—. ¡No puedo, maldita sea!
Michael suspira quedamente desde el otro sofá y asiente de manera imperceptible. Cierro los ojos y trato de calmarme. Este asunto se me está yendo de las manos. La sensación de no tener la situación bajo mi control me desespera.
—¿No te das cuenta? —pregunto de forma retórica, sosegando la voz—. No puedo hacer nada. Estoy atado de pies y manos.
—Darrell…
La ansiedad invade cada célula de mi cuerpo.
—Estoy aterrado, Michael —le corto con suavidad—. Aterrado. Nunca he experimentado un miedo tan atroz e irracional como el que estoy experimentado ahora. Nunca. Lo siento como si fuera una mano alrededor del cuello. Una mano que me estrangula poco a poco.
—Lo sé, Darrell —dice Michael, comprensivo—. Me imagino cómo te sientes. La situación es… Bueno, no encuentro palabras para describirla. Incluso desde fuera resulta espeluznante.
—Me siento tan culpable —le confieso.
Michael detiene el vaso de whisky a mitad de camino de la boca y frunce el ceño con gravedad.
—¿Culpable? ¿Por qué?
Me llevo la mano a la frente y me la acaricio.
—Tenía que haber sido más precavido. Sobre todo después de estar en la cárcel —me reprocho en tono apesadumbrado—. Soy uno de los hombres más poderosos del país y allí todo el mundo lo sabía… ¿Cómo no se me ocurrió pensar que alguno de aquellos delincuentes iba a aprovecharse de la situación, como lo ha hecho el desgraciado de Stanislas? Tenía que haber contratado una escolta, haber protegido a Lea.
—No puedes culparte por eso, Darrell —se apresura a decir Michael. Y suena como una orden más que como un consejo.
Tomo aire, negando con la cabeza, pero no levanto la vista del suelo.
—¿Te imaginas que Lea hubiera estado paseando a James y a Kylie? —pregunto. Un escalofrío me recorre el cuerpo igual que una descarga eléctrica—. No me atrevo ni siquiera a pensarlo.
—No te agobies por eso… Quédate con que no ha sido así y que los niños están bien.
Michael trata de poner un punto de sensatez a mis divagaciones. Alzo los ojos.
—Sea como sea, Lea es una víctima de mis circunstancias, de mi mundo… De un mundo del que tenía que haberla protegido. Ella no debería de estar pasando por esto —afirmo.
Michael se echa hacia adelante en el sofá y deja el vaso de whisky sobre la mesa auxiliar.
—El sábado se va a acabar todo, Darrell —señala—. Le entregarás el dinero a ese hijo de puta, recuperarás a Lea y vuestras vidas volverán a ser como antes.
—Eso espero —digo.
Quiero creer a Michael, quiero creer en sus palabras. Necesito hacerlo. Pero aunque lo intento, la garganta se me cierra.
—Me desespero cada hora que pasa sin saber de ella —digo en un hilo de voz—. Sabía que la amaba, que la amaba mucho, pero no me imaginé que tanto… —Guardo silencio unos instantes antes de decir—: A veces tengo la sensación de estar inmerso en una pesadilla. Una pesadilla de la que quiero despertar y salir pero no puedo.
—El sábado despertarás, el sábado saldrás de ella —repite Michael—. Ya lo verás, Darrell. El sábado acabara todo y Lea y tú volveréis a estar juntos.
—Ojalá… —suspiro—. Necesito que todo esto termine, necesito que Lea esté a mi lado, necesito saber que está bien. —Me quedo unos segundos pensativo, con expresión meditabunda en el rostro mientras me acaricio la barbilla—. Cuando todo esto pase, nos iremos de viaje… Sí. Podemos volver a España. Lea adora Madrid —matizo, con la mirada brillante—. Nos llevaremos a James y a Kylie y seremos felices de nuevo. —Me rasco la nunca compulsivamente—. Pero antes tengo que liberarla.
Michael clava sus ojos grises en los míos.
—Déjame ir contigo —me pide.
Me levanto del sofá, rompiendo el contacto visual con Michael, y enfilo mis pasos hacia los ventanales. Dejo que mi vista se pierda en un punto impreciso del vacío. Mirando pero sin ver.
—Soy consciente de que estoy sonando muy repetitivo, pero no puedo —digo—. Stanislas o alguno de sus hombres te vería…
—Iré en mi coche, unos metros por detrás de ti —propone Michael con firmeza.
En el reflejo de mi rostro en el cristal, advierto como mi expresión se ensombrece.
—Michael, con exponer a Lea ya es más que suficiente —arguyo.
Trato de convencerlo pero, conociendo a Michael, creo que estoy lejos de conseguirlo. Es condenadamente obstinado cuando quiere.
—Tú también te vas a exponer —refuta.
—Yo no importo —atajo.
Me giro.
—No seas insensato, Darrell —me reprende Michael—. Por una vez en la vida, déjate ayudar. —Le dirijo una mirada con los ojos entornados—. Sabes que iré de todas formas, con o sin tu aprobación —añade—. Si no va a intervenir la policía, al menos deja que yo te cubra las espaldas.
Le sostengo la mirada unos instantes. Sé lo que está pasando por su cabeza.
—Te conozco, y sé que lo que dices es cierto —digo—. Te las apañarás para seguirme, lo quiera o no. —Aprieto los labios. Suelto el aire por la nariz—. Está bien, pero lo haremos a mi manera.
Michael levanta las manos en un gesto de docilidad.
—Lo haremos como quieras, jefe —apunta.