CAPÍTULO 85

 

 

 

 

 

Después de acercar a Lissa al Bon Voyage, donde ha quedado con Joey, Woody me lleva a casa.

Al entrar, voy directamente al salón principal, guiada por la luz que sale de la estancia y que ilumina el pasillo con una cuchilla anaranjada.

Cuando entro, sorprendo a Darrell viendo las fotografías del álbum que hicimos de nuestra luna de miel. Gira el rostro al reparar en mi presencia. Me mira.

—Parecíamos felices —dice.

Me siento a su lado en el sofá.

—Éramos felices —asevero—. Muy felices.

Darrell asiente y vuelve a centrar su atención en las fotos. Observa una imagen en la que aparezco besándolo, con el Partenón de Atenas como telón de fondo. Hasta mi mente viene el momento.

—Le pedimos a una mujer que nos hiciera una foto —comienzo a contarle—. Se supone que íbamos a posar tranquilamente, para que se nos viera delante del Partenón, hasta que te cogí desprevenidamente y te di un beso. De ahí tu cara de sorpresa —sonrío—. Bueno, de ahí tu cara.

Darrell pasa el dedo índice por nuestros rostros plasmados en el papel. Su mirada se pierde en la escena. Trato de adivinar lo que pasa por su cabeza, pero ahora me cuesta mucho saber lo que piensa. Se comporta de una manera tan hermética como cuando le conocí.

Cuando termino de hablar, se crea un silencio que termino por romper yo.

—Siempre te he dado mucha guerra —apunto.

Darrell vuelve de nuevo la cara hacia mí. El tono azul de sus ojos destaca con la luz acaramelada de la lámpara del salón.

—¿Ah, sí?

—Sí —afirmo—. Soy un poco payasa —bromeo, arrugando la nariz.

—Me gustaría ser el Darrell que aparece en la foto —asevera de pronto—. Se me ve feliz.

—Volverás a serlo —digo.

Y confío en que así sea, por el bien de los dos.

—¿Nuestra historia ha sido fácil? —me pregunta.

—No —niego—. Nos ha tocado luchar frente a muchas cosas —comento—. Algunas muy duras.

—Cuéntamelas —me pide.

Me muerdo el interior del carrillo mientras escojo cautelosamente las siguientes palabras que voy a decirle.

—Al principio eras un poco… serio —comienzo a decir. No es conveniente que le hable de su enfermedad, así que adorno un poco la realidad—. Eras muy reservado y bueno… eso no facilitaba la comunicación entre nosotros.

—Entiendo.

—Pero lo superamos —digo con optimismo. Hago una pausa. Mi expresión se ensombrece—. La vida ha puesto a prueba nuestro amor demasiadas veces. —Darrell frunce el ceño. ¿Le digo que estuvo en la cárcel? No que creo tenga importancia dado que finalmente se descubrió que era inocente—. Estuviste unos meses en prisión.

—¿Cómo?

—Un empleado de confianza de tu empresa te metió en una red de tráfico de drogas.

—¿Qué? 

—No eras culpable, por supuesto, pero…

—¿Quién fue?

—Paul.

—Paul… —murmura.

—¿Sabes quién es? —le pregunto.

—Sí —me responde, haciendo memoria—.  Tengo recuerdos difusos de él, pero sí, sé quién es.

Lo remoto prima sobre lo reciente…, parafraseo las palabras del doctor Brimstone.

—¿Qué pasó? —quiere saber.

—Durante un tiempo él y algunos de los miembros de tu antiguo equipo de administración tejieron una red de tráfico de drogas utilizando tu empresa como señuelo.

—Valientes hijos de puta —dice Darrell.

—Encontraron casi media tonelada de cocaína en los almacenes y tú aparecías como único responsable —continúo—. Todas las pruebas te acusaban, así que te declararon culpable.

Durante unos minutos le cuento los pormenores de su paso por la cárcel, de cómo me alejó de él aunque me amaba, de mi amenaza de aborto y de cómo Gloria finalmente confesó y eso hizo que saliera libre.

—Después vino mi secuestro…

—¿Secuestro? —me corta Darrell.

—Stanislas, uno de los presos con el que coincidiste en la cárcel, me secuestró —le explico.

Darrell se lleva la mano a la cabeza y se la pasa por el pelo.

—¡Joder! —exclama—. ¿Te ocurrió algo? ¿Ese hombre te hizo algo? —me pregunta, con un tono en el que denoto cierta preocupación.

¿Hay preocupación en su voz?

—No, no. No  me pasó n… —me apresuro a responder.

El llanto de James a través del vigilabebés interrumpe nuestra conversación.

—Voy a ver qué quiere nuestro pequeño —digo.

—Vale —responde Darrell.

Me levanto del sofá, salgo del salón y me pierdo escaleras arriba.

Mientras cambio el pañal a James, pienso en lo extraño que se me hace contar a Darrell las cosas que él mismo ha vivido. Es extraño, y al mismo tiempo desconcertante. Muy desconcertante.

Cojo a James del cambiador, lo estrecho contra mi pecho, deposito un tierno beso en su cabecita y lo acuno en brazos para que se vuelva a quedar dormido.

Cuando James finalmente se duerme, me dirijo al despacho. Hay unos informes que quiero revisar antes de darles mi aprobación.

 

 

 

Termino al filo de las doce y media de la noche.

Darrell ya está dormido cuando entro en la habitación. Me quito la ropa, me pongo la camiseta y el pantalón corto del pijama y me siento en la cama. Durante unos segundos lo contemplo embelesada. Ya ha recuperado el color de la cara tras los largos meses en coma y luce tan rabiosamente atractivo como siempre, con su mirada rasgada, sus pómulos altos, su nariz arrogante, su boca amplia y sensual… De repente, los ojos se me anegan de lágrimas. Ha pasado por tanto... Hemos pasado por tanto…

Niego para mí.

Retiro la sábana de mi lado y me meto en la cama. Y aunque Darrell está aquí, a solo unos palmos de mi cuerpo, en el fondo está lejos, muy lejos de mí.

Suspiro.

Te sigo echando de menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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