CAPÍTULO 68
—¿Los bebés ya toman papilla? —comenta Lissa mientras hace una pedorreta a James, que le responde a su vez con otra.
—Sí, me lo ha recomendado el pediatra. Porque cada vez tienen más apetito y ya no se sacian ni con mi leche ni con el biberón —le explico.
—Por eso están tan grandes y tan guapos —le dice Lissa a Kylie—. Tenéis unos hijos preciosos —opina—. Claro que hay que ver a los papás…
Paso a Lissa uno de los cuencos de papilla que acabo de preparar, para que le dé de comer a Kylie. Sonrío débilmente ante su comentario.
Lissa alza los ojos hacia mí.
—¿Estás bien? —me pregunta, advirtiendo que le estoy dando vueltas en la cabeza a alguna cosa—. Estás preocupada por algo, ¿verdad?
Dejo caer los hombros.
—Michael quiere que dirija la empresa de Darrell —digo sin preámbulos, mientras pongo el babero a Kylie.
Lissa abre los ojos de par en par.
—¡Júralo! —exclama como es su costumbre cuando algo le deja perpleja.
—Lo juro —respondo, siguiendo nuestro particular protocolo.
Abrocho el babero a James.
—Hostia puta, hostia puta, hostia puta —murmura Lissa por triplicado—. Vas a ser la directora de una de las mayores empresas de EE.UU —comenta.
—No sé si voy a aceptar —digo.
—¿Por qué?
Lissa parece sorprendida por mi respuesta.
—Porque no me veo capacitada para ponerme al frente de una empresa de la envergadura que tiene la de Darrell —respondo.
Me siento frente a la trona de James. Cojo una cucharadita de papilla del cuenco y se la introduzco en la boca.
—¿Está rica, mi amor? —le pregunto con voz suave.
James me regala una sonrisa que me tomo como un «sí».
—¿Porque no te ves capacitada? —repite Lissa ceñuda—. ¿Cómo que no te ves capacitada?
—Darrell es un hacha para los negocios y las finanzas. Le he visto trabajar, y a eficiente no le gana nadie. Yo no cuento con su visión ni con su eficacia —argumento.
—Eso no lo sabes —se apresura a rebatirme Lissa.
—Claro que no lo sé; porque no tengo ningún tipo de experiencia en ese campo.
—Pero eso no es un problema. La experiencia se adquiere con el tiempo. Nadie nace enseñado.
—¿No crees que va a ser demasiada experiencia de golpe? —digo con un viso de preocupación en la voz—. Solo aquí en Nueva York tendré al cargo a más de mil empleados.
—¿Demasiada experiencia de golpe? ¿Para ti? —Lissa sacude la cabeza. Después da una cucharada de papilla a Kylie, que la engulle sin rechistar—. Lea, eres una todoterreno. Solo hay que echar un vistazo a tu vida para saber por qué lo digo.
—Lissa, esto no es lo mismo… —arguyo.
—Sí lo es.
—No, no lo es. La empresa de Darrell no es cualquier empresa. Tú misma lo has dicho, es una de las más grandes de EE.UU. ¿Qué narices voy a hacer yo allí? —pregunto con ironía.
—Dirigirla —asevera Lissa.
—Lo dices como si fuera tan sencillo.
—No es sencillo, Lea. Probablemente sea muy complicado; es muy complicado, pero estoy convencida de que eres la persona idónea para ello.
—Eso mismo dice Michael.
—Somos dos contra una —afirma Lissa, cómplice—. Deberías hacernos caso, y a Darrell también —añade—. Seguro que estaría con Michael y conmigo.
—No me cabe ninguna duda —apunto, rebañando el cuenco de papilla con la cuchara y dándosela a James—. Solo hay que ver la de discusiones que hemos tenido a consecuencia de mi negativa de querer trabajar en su empresa, pese a su insistencia. —Hago una pausa y le limpio los berretes a James—. Siento vértigo, Lissa. Un profundo vértigo —le confieso—, y miedo —añado.
Lissa termina de dar la última cuchara a Kylie, gira el rostro hacia mí, me mira con sus ojos azul oscuro y me pasa la mano por la espalda cariñosamente.
—Entiendo tu vértigo y tu miedo. Yo también lo tendría. Pero tú eres muy valiente, Lea —asevera—. De hecho, para mí eres la persona más valiente del mundo.
Lissa me pasa el brazo por los hombros y me aprieta contra ella. Ladeamos las cabezas y las juntamos.
—¿Tú crees?
—No lo creo, estoy segura de ello —dice.
Sonrío débilmente.
James y Kylie nos miran con sus boquitas abiertas, después dan palmas y sonríen, soltando una sonora carcajada que inunda toda la cocina. Lissa y yo nos echamos a reír, contagiadas por su inocente alegría.
—Que vueltas da la vida… —comenta Lissa.
—¿Por qué dices eso?
—¿Te acuerdas cuando la empresa de Darrell era solo el imponente edificio que había frente al Gorilla Coffee?
Traigo hasta mi memoria aquella época.
—Sí, es verdad —digo—. Recuerdo la sensación que tuve el día que fui por primera vez al despacho de Darrell, cuando me hizo su… insólita proposición, y yo, ingenua de mí, iba pensando que me ofrecería un empleo. El edificio parecía un enorme monstruo negro dispuesto a engullirme; y el día que fui para finalmente aceptarla, ufff… De pronto, todo, incluso el edificio, adquirió una dimensión diferente para mí, pese a que lo había visto centenares de veces desde el Gorilla Coffee.
Sonrío con tristeza.
—¡Y ahora vas a dirigirla! —exclama Lissa para animarme, al ver que los recuerdos de Darrell me han ensombrecido la expresión.
—Todavía no sé si voy a aceptar —comento.
—Tienes que decir que sí. La empresa de Darrell no va a estar en mejores manos que en las tuyas. Después de todo lo que pasó con la red de tráfico de drogas y demás, no creo que sea adecuado dejar al mando a alguien que no sea de vuestra entera confianza.
Miro a Lissa.
—Parece que te has puesto de acuerdo con Michael —apunto.
—¿Por qué lo dices? —me pregunta Lissa.
—Porque me estás diciendo lo mismo que me ha dicho él —respondo.
—No me he puesto de acuerdo con Michael. Simplemente los dos estamos pensando con sentido común.
—¿Me estás diciendo que yo no pienso con sentido común? —bromeo.
Lissa se echa a reír.
—Estoy diciendo que lo más sensato es que aceptes la propuesta de Michael de ponerte al frente de la empresa de Darrell —contesta Lissa—. Eres su esposa y una de las mentes más brillantes que conozco —concluye.
James y Kylie saltan al unísono en sus tronas y gritan alegres, como si hubieran entendido lo que Lissa ha dicho y estuvieran totalmente de acuerdo.
—¿Ves? —dice Lissa sonriente—. James y Kylie también piensan como yo, y como Michael y como lo haría Darrell.
Giro el rostro hacia ellos.
—¿Vosotros también? —digo, fingiendo que los regaño—. ¿Vosotros también os ponéis en mi contra?
Ruedan sus vivos ojos hasta posarlos en mí y golpean la bandeja de las tronas con las palmas de las manos mientras carcajean y hacen pedorretas.
—Creo que ha quedado claro cuál es su postura —interviene Lissa.
Resoplo.
—Ya veo —apunto—. Ten hijos para esto —afirmo, poniendo los ojos en blanco.