CAPÍTULO 83

 

 

 

 

 

Siguiendo la recomendación del doctor Brimstone de rodear a Darrell de escenarios familiares, le llevo al ático, el lugar donde hemos vivido la mayor parte de nuestra historia de amor.

Aparco el Jaguar frente al edificio en cuya cúspide está emplazado.

—Es aquí —digo.

Darrell echa un vistazo a la construcción a través de la ventana de cristales tintados.

El ático está intacto, igual que el día que nos fuimos. Me acerco al sofá de cuero del salón y quito el plástico que lo cubre.

—Te empeñaste en tener un amplio jardín para que James y Kylie pudieran jugar y correr a sus anchas, así que compraste la casa de Manhattan en la que vivimos ahora —le explico.

Darrell da una vuelta dejando vagar los ojos de un rincón a otro. Mientras escruta la estancia, lo observo pasear con pasos lentos con su elegancia innata. Me parece mentira verlo así después de estar más de tres meses en coma, pero también me parece mentira que no me reconozca.

Subimos al dormitorio. Darrell entra y se dirige hacia los ventanales. Durante unos segundos permanece de pie, mirando la extraordinaria panorámica que regala Nueva York. La luz natural del sol hace brillar su pelo negro.

—¿Cómo nos conocimos? —me pregunta, girándose hacia mí.

—En una cafetería —respondo.

No creo que sea bueno hablarle del contrato, ni de que me alquiló una de las habitaciones de este mismo ático a cambio de sexo. Probablemente no lo entendería.

Carraspeo.

—Yo trabajaba de camarera en el Gorilla Coffee, la cafetería que había en frente de tu empresa.

—¿Había?

—Sí. Bill, el dueño, tuvo que cerrarla por falta de clientela.

—¿Cómo era contigo?

—Eras como un adolescente enamorado, tan divertido que me enternecías —digo—. Cariñoso, protector, detallista, apasionado… —enumero. Me sonrojo al decir «apasionado». No puedo evitar sentir que Darrell en estos momentos es un desconocido para mí. Y, sobre todo, yo para él. Me muerdo el interior del carrillo.

—No tengo ninguna duda de que fuera apasionado contigo —asevera. Y noto que detrás de su frase hay una segunda intención.

Alzo la vista. Sus ojos reservados me escrutan. Algo se enciende en mi interior. ¡Maldita sea! ¿Por qué me mira así? ¿De ese modo tan tajante? El corazón comienza a golpear mi pecho.

De pronto tengo la imperiosa necesidad de decir algo —lo que sea—, de hablar, de que el sonido de las palabras rompa el súbito silencio que envuelve su intimidante mirada.

—Bueno… lo… lo hacíamos mucho —titubeo con timidez.

¿Lo hacíamos mucho? ¿Lo hacíamos mucho? ¿Es que no tengo nada mejor que decir?

—¿Follábamos mucho? —me pregunta Darrell.

Trago saliva.

Oh, Dios… Sigue tan directo como siempre.

Hago un ademán afirmativo con la cabeza.

—Todos los días… varias veces —digo con la voz llena de timidez y ruborizada hasta la raíz del pelo.

—Vaya…

Los ojos de Darrell sonríen de esa forma tan característica suya. Hay cosas que no han cambiado.

—¿Recuerdas… algo? —le pregunto, cambiando de tema.

Darrell vuelve a echar un vistazo al dormitorio. Toma aire y niega con la cabeza.

—No —responde, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

Arrugo la nariz.

—Bueno, ya volverán los recuerdos. Hay mucho tiempo —digo, haciendo gala de optimismo.

 

 

 

Por la noche, James está guerrero, así que me quedo con él en la habitación hasta que se duerme. A eso de las doce, lo meto en la cuna y me voy al dormitorio.

Cuando entro, Darrell acaba de salir de la ducha. Mis ojos danzan por su cuerpo hasta detenerse en la toalla que lleva puesta en la cintura. El reflejo lechoso de la luna muestra el perfil de sus músculos. Ha perdido algo de definición durante los meses que ha estado en coma, pero sigue manteniendo un cuerpo fibroso.

—Siento haber entrado sin avisar —me apresuro a decir—. Si quieres me salgo para que te cambies…

—No es necesario —me corta Darrell con aplomo—. No creo que vayas a ver nada que no hayas visto ya —apunta con mordacidad.

—Darrell…, si te resulta incómodo que durmamos juntos, puedo pedirle a Gloria que te prepare otra habitación —digo.

—No quiero irme a otra habitación —asevera, clavando sus intensos ojos azules en los míos. Siento que el aliento se me corta de golpe cuando lo veo avanzar hacia mí con pasos seguros—. De hecho, no quiero irme a ningún lado —afirma—. Quiero quedarme aquí.

Intento tragar saliva, pero apenas puedo. Darrell está a solo unos centímetros de mí. ¡A solo unos centímetros de mí!

—Darrell… —susurro.

La excitación y la ansiedad me han cerrado la garganta y no me dejan pronunciar palabra.

Lo miro a los ojos con la respiración agitada. Darrell me agarra de la cintura, tira suavemente de mí y me atrae peligrosamente hacia él con una mirada llena de lujuria.

¡Santo Dios!

Me recoge el vestido y me lo saca por la cabeza. Mientras sus ojos repasan cada curva de mi figura, como si nunca antes la hubiera visto, baja la mano, tira de la toalla que tiene en la cintura y la echa a un lado. Ver su cuerpo completamente desnudo hace que me hierva la sangre de forma apremiante.

¡Necesito tanto que me haga suya! ¡Que me posea como solo él sabe hacerlo!

Darrell se inclina sobre mi rostro y me besa con urgencia, introduciendo su lengua en mi boca y recorriendo con ella cada recoveco. No sé la razón, pero me tenso bajo sus labios.

—¿Estás bien? —me pregunta, separándose un poco de mí.

¿Dónde están las caricias cariñosas? ¿Las carantoñas? ¿Las palabras de amor musitadas al oído? ¿Dónde está el código secreto lleno de complicidad que habíamos creados entre los dos? Darrell está tan… frío.

—Sí —respondo después de unos instantes, afirmando al mismo tiempo con la cabeza.

—Bien… —murmura distante, reclinándose de nuevo hacia mí.

Darrell vuelve a besarme. La humedad y el sabor dulce de su lengua me provocan un torrente de deseo que viaja por mi cuerpo de la cabeza a los pies. Inevitablemente, me dejo llevar, porque la pasión y el amor que siento por él son más fuertes que mi voluntad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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