CAPÍTULO 19
—¿Ya tenéis preparados los últimos detalles de la boda? —me pregunta Michael.
—Sí —respondo—. Lea y yo nos hemos pasado las últimas semanas escogiendo el menú, las flores, los regalos para los invitados, la ropa que van a llevar los pequeños…
—¿Así que ya estás en capilla?
—Sí, totalmente.
—Nunca pensé que te vería casado, Darrell —afirma Michael.
—Yo tampoco me veía pasando por la vicaría, para serte sincero —digo—. Pero tampoco me veía enamorado y siendo padre de dos hijos —añado.
—Te ha cambiado mucho la vida en poco tiempo.
—La verdad es que sí, y todo gracias a Lea —digo—. Desde que ella llegó a mí vida, nada ha vuelto a ser lo mismo. Y menos mal que nada ha vuelto a ser lo mismo. Bendito el día que decidí hacerle mi proposición. Y bendito el día que decidí hacerle la petición de matrimonio.
—¿Ya sabes dónde os vais de luna de miel?
Asiento.
—Lo tengo cerrado desde hace unos días —respondo—. Como no me decidía por un lugar concreto, he hecho una lista digamos que… bastante extensa de sitios a los que quiero llevar a Lea. Quiero que sea una sorpresa para ella, así que no le he dicho nada.
—¿Y los bebés? ¿Van con vosotros?
—No —niego—. Me ha costado convencer a Lea, porque no quiere desprenderse de ellos, pero finalmente se van a quedar con mi madre —le explico a Michael—. Entiendo a Lea, porque a mí me sucede lo mismo, pero creo que lo mejor es que se queden aquí.
—Es lógico que disfrutéis de la luna de miel a solas —apunta él—. Si por buenas es, no volveréis a tener una luna de miel… juntos —dice con ironía—. Entendiendo luna de miel como viaje de novios que tiene lugar justo después de casarse.
—Eso espero —señalo con el mismo matiz mordaz que ha usado él—. Créeme que no tengo ninguna intención de volver a contraer matrimonio, a no ser que sea otra vez con Lea.
—Oh…, l´amour —se burla Michael pronunciando «el amor» en un perfecto francés y poniendo los ojos en blanco en actitud teatral.
Muevo la cabeza, negando en silencio.
—¿Vas a ir con alguien a la boda? —le pregunto.
—No. Iré solo.
—¿No vas a llevar a alguna de tus últimas conquistas?
—Prefiero ir solo —responde—. Llevo un par de semanas sin estar con nadie.
Entorno los ojos. Me levanto del sillón de detrás del escritorio, me aproximo a Michael y, cómicamente, apoyo la mano en su frente.
—¿Tienes fiebre? —me mofo.
—¡Vamos, Darrell! —exclama Michael.
—Te lo pregunto en serio —digo, aunque mi tono sigue siendo de broma. Aparto la mano de su cara—. ¿Tienes fiebre o te has dado un golpe en la cabeza?
—¿Tienes fiebre o te has dado un golpe en la cabeza? —repite Michael, imitando mi voz grave y profunda—. Simplemente estoy hasta arriba de trabajo. No tengo tiempo ni para echar un polvo —se queja. Chasquea la lengua—. La culpa es tuya…
Se me escapa una risilla.
—¿Qué la culpa es mía?
—Claro, eres mi jefe.
—¿Desde cuándo para ti la falta de tiempo ha sido un impedimento para follar? —inquiero—. Tú siempre te las apañas para encontrar oportunidades y sacar tiempo, aunque sea de debajo de las piedras. —Hago una pausa—. De todas formas, no te preocupes. Ya sabes lo que dicen: de una boda sale otra boda. Quizás de la mía…
—¡Eh, eh, eh, para! —me frena Michael en seco—. Una cosa es que de tu boda saque un par de teléfonos de posibles candidatas a pasar por mi cama y otra distinta es que salga una boda. No te aceleres tanto, correcaminos.
Sacudo ligeramente la cabeza.
—No voy a hacer carrera de ti —apunto.
Michael se encoje de hombros.
—Ya me conoces.
—¿En serio no te planteas sentar la cabeza? —le pregunto—. No sé… algún día… Aunque ese día este lejano.
Hace como que piensa la respuesta.
—No —niega—. Mi estado natural es la soltería —añade con vanidad—. Ser soltero es muy divertido.
—¿Sabes qué? Me gustaría que un día te enamoraras para que te pudieras comer tus palabras —le digo sarcástico.
Michael lanza al aire una sonora carcajada que resuena en todo el despacho.
—No lo verán tus ojos —se vanagloria.
—O sí —le desafío.
Porque estoy convencido de que un día, el más inesperado, aparecerá en su vida esa mujer especial que le haga perder su sempiterna soltería y sentar la cabeza.
—No todos hemos tenido la suerte de encontrar una mujer por la que merezca perder la libertad —comenta Michael—. No todos hemos tenido la suerte de encontrar una mujer como Lea.
Alzo las cejas y le apunto con el dedo índice.
—Ten cuidado con lo que dices —le amenazo en tono de broma—. He matado por menos.
Michael alza los brazos y me muestra las palmas de las manos en son de paz.
—Tranquilo —dice—. Soy consciente de que Lea es tuya y solo tuya. Por nada del mundo me atrevería a poner mis ojos en ella. Pese a que sea un mujeriego, hay cosas que para mí son sagradas. Pero tienes que reconocer que has tenido mucha suerte al encontrarla. Es inteligente, sensata, simpática y además, guapa —añade—. Me dijiste que no tenía una hermana gemela, ¿verdad? —sigue bromeando.
—Siento decirte que no —respondo en el mismo tono.
Los labios de Michael se curvan hacia abajo.
En esos momentos suena el teléfono de mi despacho, interrumpiendo la conversación. Rodeo la mesa hasta alcanzarlo y lo descuelgo.
—¿Sí? —respondo.
—Señor Baker…
—Dígame, Susan.
—Ya he hecho la reserva en el hotel Luxury Orange, tal y como pidió —dice.
—Gracias —respondo.
—¿Necesita que me encargue de alguna cosa más? —se ofrece, con la servicialidad que le caracteriza y que parece haberse acentuado los últimos meses.
—No, Susan. Gracias.
—A su disposición, Señor Baker.
Cuelgo con Susan.
—Lea y yo vamos a pasar la noche antes de la boda en hoteles distintos —digo a Michael—. Susan me acaba de confirmar que tengo lista la reserva en el Hotel Luxury Orange. Así hacemos crecer la emoción.
—Y las ganas —se adelanta a señalar Michael, guiñándome un ojo.
—Y las ganas —repito, dándole la razón—. Aunque reconozco que a mí nunca me faltan.
—Bueno, Darrell, siempre has sido muy sexual. Ese era uno de los motivos por el que alquilabas una habitación en tu casa a cambio de sexo; además, eres muy impaciente.
—Sí, lo reconozco, pero con Lea es desfasado —matizo—. No sé lo que me pasa con ella. Supongo que será el amor, pero no soy capaz de quitarle las manos de encima. Nunca he sido capaz, ni siquiera cuando nuestra relación estaba basada en el contrato que firmamos.
Michael carcajea.
—No te rías —lo amonesto, pero no lo hago de manera seria—. Lea es puro vicio para mí.