CAPÍTULO 82
—¿Qué ha dicho el doctor Brimstone? —me pregunta Michael.
—Darrell sufre amnesia postraumática —respondo—. Según me ha explicado, ha habido una interrupción en el mecanismo de transferencia de memoria a corto plazo. Suele ser normal después de haber presentado un cuadro de coma —le explico con voz apesadumbrada—. Es un mecanismo de defensa. Darrell sufrió un trauma emocional con todo lo de mi secuestro… Verme indefensa en manos de Stanislas, la amenaza de la pistola sobre mi sien, saber que podía morir… El cerebro se ha vuelto protector y ha bloqueado los recuerdos. El doctor Brimstone dice que lo remoto prima sobre lo reciente. Se acuerda de su nombre, de su madre, de sus hermanos, de la universidad, de ti…, pero no de lo que ha ocurrido durante los últimos años. Los últimos años no están en su cabeza.
Aprieto los labios con fuerza, intentando no llorar.
—Darrell no se acuerda de mí, Michael —asevero—. No recuerdo quién soy. No recuerda que soy su esposa y tampoco recuerda que tiene dos hijos.
Hundo el rostro entre las manos y rompo a llorar desconsoladamente en la sala de espera del hospital. Sin pensárselo dos veces, Michael se acerca a mí y me estrecha entre sus brazos.
—Heyyy… No llores así, Lea, por favor… —me consuela—. Me parte el corazón verte llorar de esta manera.
—Es como si no existiera para él —lloro sobre su pecho—. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? —sollozo rota de dolor—. ¿Te das cuenta?
—Ya, Lea, Ya… —me dice Michael, mientras me acaricia la cabeza suavemente—. Cálmate —me susurra—. Cálmate.
—No puedo —digo—. No... No puedo. Esto es una pesadilla, Michael. Una puta pesadilla.
—Lo sé, Lea. Sé que es una pesadilla. —Deshacemos el abrazo—. ¿Ha dicho el doctor Brimstone si es irreversible? —me pregunta.
—Puede serlo —contesto, sorbiendo por la nariz—. Aunque hay veces que se atenúa y los recuerdos regresan espontáneamente.
Michael coge mi rostro entre sus manos.
—Entonces vamos a aferrarnos a esa posibilidad, ¿vale? —me dice.
—Pero algunas personas nunca recuperan los recuerdos perdidos —arguyo angustiada.
—Sí, pero también existe la otra posibilidad —dice Michael—. Y es a esa a la que nos vamos a aferrar, ¿vale? —Al ver que no respondo, insiste—. ¿Vale?
Lo miro con los ojos velados.
—Vale —digo finalmente.
Michael me enjuga con los pulgares las lágrimas que caen precipitadamente por mis mejillas.
—¿Hay algún tratamiento?
Niego con la cabeza.
—No. Aunque el doctor Brimstone me ha recomendado que Darrell se rodee de objetos familiares, fotografías, olores, música…
—Nos vamos a encargar de llenar la cabeza de Darrell de todas esas cosas, para que los recuerdos vuelvan a su memoria —dice Michael con una sonrisa optimista en los labios.
Tomo aire y, decidida, abro la puerta de la habitación.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunto a Darrell.
—Cansado —responde.
—Es normal. No te preocupes —comento.
Nos miramos a los ojos durante varios segundos. Me muerdo el interior del carrillo, nerviosa. Algo ha cambiado en su mirada. Su color azul como el mar se ve frío, indiferente a todo; indiferente a mí, como al principio, como cuando le conocí, como cuando era el imponente e intimidante señor Baker y no Darrell, mi Darrell, el amor de mi vida.
No sé qué decir ni qué hacer. No sé cómo actuar. Pese a que es mi marido, tengo la imperiosa sensación de que estoy frente a un desconocido. No me atrevo a besarle, a acariciarle… No me atrevo a nada. Para Darrell he dejado de ser de golpe su pequeña loquita.
—El doctor Brimstone me ha dicho que mañana te dará el alta —hablo al fin, rompiendo el silencio.
—¿Qué voy a hacer ahora? —me pregunta Darrell con voz grave.
—No intentes obtener todas las respuestas de inmediato, Darrell —digo—. Lo mejor es que hables, que me digas lo que sientes… Pregúntame todo lo que quieras, todo lo que dudes; yo te responderé. Yo seré tu memoria hasta que los recuerdos vuelvan a tu cabeza. Eso te hará sentir mejor.
Sin poder contenerme alargo la mano y le acaricio el brazo. La necesidad de tocarlo es tan apremiante que las yemas de los dedos me arden.
Darrell asiente en silencio, pero no dice nada. Su actitud es reservada y está extremadamente serio, como antes. Vuelvo a estar delante de El hombre de hielo.
—Pasa —le digo, abriendo la puerta de casa y cediéndole el paso.
Darrell cruza el umbral y entra en el hall. Rueda los ojos de un lado a otro, tratando de refrescar la memoria. Gloria aparece al fondo.
—Bienvenido, señor Baker —dice en tono cauteloso.
—Gracias —responde Darrell.
—Gloria es nuestra asistente y la persona que nos ayuda con James y Kylie —le explico a Darrell.
—Los bebés están en el salón principal, señora Baker —me informa Gloria.
—Gracias, Gloria —le digo—. ¿Quieres verlos? —le pregunto a Darrell.
—Sí —afirma.
Me guardo las llaves en el bolso y lo dejo sobre una de las sillas del hall.
—Vamos —indico a Darrell, que sigue mis pasos hasta el salón.
Al oír el sonido de nuestros pasos, James y Kylie giran los rostros hacia nosotros. Miran a Darrell con ojos chispeantes. A medida que nos acercamos al parque de juegos, chillan llenos de alegría, patalean y alzan los brazos para que los cojamos.
—Ya, ya... —les digo, intentando que se tranquilicen. Pero lejos de conseguirlo, se excitan más—. Ella es Kylie —digo, cogiéndola.
—Se parece muchísimo a mí —comenta Darrell, visiblemente asombrado.
—Sí —sonrío—, tiene tu color de pelo y tus mismos ojos.
Sin darme tiempo, Kylie se echa a los brazos de Darrell, hasta el punto de que no le queda más remedio que cogerla.
—Tranquilo —le digo—. No le va a pasar nada.
—¿No le haré daño? —pregunta Darrell.
Sonrío de nuevo.
—Eso mismo me preguntaste la primera vez que los cogiste recién nacidos —comento.
—¿Y… no pasó nada?
—No —niego—. Y ahora tampoco va a pasar —agrego en tono distendido.
Darrell apenas se mueve. Está con el semblante serio y no dice nada, pero Kylie toca su cara mientras lo mira con sus ojos infantiles sin parpadear, pero llenos de alegría.
James grita en mis brazos solicitando también la atención de Darrell.
—Te han echado mucho de menos —me atrevo a decir.
Darrell sigue sin pronunciar palabra, pero alarga la mano y acaricia el pelito de James, que balbucea feliz.
—James es igual que tú —apunta—. El pelo y los ojos son del mismo color que los tuyos… —Me mira, estudiando mi rostro—. Parecen de bronce.
—Han salido con los rasgos muy definidos —digo—. Kylie es como tú y James como yo.
—Ya veo.
Ajena a lo que ocurre, Kylie acerca los labios a la mejilla de Darrell y le da algo parecido a un beso.
—Cada día hacen una cosa nueva. Ahora están aprendiendo a besar —afirmo, dando naturalidad a la escena.
Después de unos segundos, Darrell da un toquecito en la nariz a Kylie con el índice, aunque no le sonríe y tampoco la besa.
Darrell no reconoce a sus propios hijos.
Esto va a ser muy duro, me digo a mí misma con tristeza.