CAPÍTULO 76

 

 

 

 

 

Apago el ordenador y cierro el despliegue de libros que tengo abiertos encima de la mesa. Formo una pila con ellos junto a la tablet y el block de notas, para llevármelo a casa. Cojo el bolso y salgo del despacho, apagando la luz a mi paso.

Las mesas de Susan y Sarah están vacías y el silencio es sepulcral en todo el edificio. Nada que ver con el ajetreo que hay durante el día. Incluso los ascensores están sorprendentemente vacíos. No parece el mismo edificio.

Al salir, Woody me está esperando con la puerta del Jaguar abierta y el telón de las luces multicolores de la ciudad de fondo.

—Buenas noches, señora Baker —dice.

—Buenas noches, Woody. Gracias por venir a recogerme.

—Es un placer, señora Baker —afirma, sujetando la puerta—. ¿Se encuentra mejor? —me pregunta, una vez montado en el coche.

—Sí —respondo sonriente.

—Me alegro —dice, cómplice.

 

 

 

Cuando llego a casa, James y Kylie están plácidamente dormidos en su cunita.

—Gracias por ocuparse de ellos, Gloria —le agradezco—. Se me ha hecho un poco tarde.

—No tiene que darme las gracias, señora —dice Gloria, con una sonrisa afable en los labios—. ¿Está más tranquila? —me pregunta.

Asiento con la cabeza.

—Sí —respondo—. No voy a rendirme tan fácilmente —digo.

—Me alegra saber que va seguir adelante.

—Gracias, Gloria.

—Esta noche tengo tarea —anuncio, señalando la pila de libros que me he traído del despacho—. Voy a darme una ducha —digo.

—¿Qué quiere que le prepare de cena?

—Un vaso de leche.

—¿No quiere algo más sólido?

—Con todas las cosas que han ocurrido hoy tengo el estómago cerrado —le explico—. Con un vaso de leche será suficiente.

—Como diga.

—Súbamelo a la habitación de los bebés —le indico—. Voy a estar allí.

Gloria asiente con un ademán de afirmación.

Paso la noche con James y Kylie, vigilando su sueño, al tiempo que sigo empapándome de toda la información que recopilo de los libros y de los archivos que he guardado en la tablet.

De madrugada, el sueño y el cansancio me vencen y me dejo llevar por Morfeo en el sillón que hay en la habitación. Mientras duermo, mi cabeza revive uno a uno, con todo lujo de detalles, cómo fue la última noche de nuestra luna de miel en Viena.

 

 

*** 

—Ven… —me pide Darrell, alargando su mano de dedos elegantes hacia mí—. Tengo una sorpresa para ti.

—¿Una sorpresa? —repito con los ojos visiblemente brillantes. Las pupilas me vibran.

Tomo su mano y me dirige hacia el saloncito que posee la habitación del hotel. Al traspasar el umbral, mis ojos se abren de par en par.

—¿Te gusta? —me pregunta.

—Es precioso, Darrell —digo, al ver el vestido negro que hay estirado sobre el sofá.

Me acerco y lo cojo. Es largo hasta los pies, extremadamente suave, con escote barco y la espalda al aire, cruzada por un par de finos tirantes.

—No me voy a poder poner sujetador —digo, poniendo voz a mis pensamientos.

Darrell entorna los ojos y me mira con picardía como diciendo: «eso es lo que pretendo, pequeña, que no lleves sujetador».

Vuelvo a posar la vista en el vestido.

—Es muy elegante. Vamos a tener que buscar una ocasión muy especial para ponérmelo —comento, sin dejar de mirarlo.

—¿Qué te parece la ópera? —me pregunta Darrell.

Alzo los ojos poco a poco hacia él.

—¿La ópera? ¿Lo dices en serio?

Darrell se lleva las manos al bolsillo trasero del pantalón y saca dos entradas que me exhibe con una sonrisa de medio lado.

—Palco de primera clase —responde—. Entonces, ¿te parece la ópera un sitio idóneo para lucir el vestido?

—Oh, sí, claro que sí. Es perfecto —digo, lanzándome a sus brazos—. Ir a la ópera en Viena. Nada más y nada menos que en Viena. ¡Gracias! —exclamo contra su pecho.

Darrell me levanta el mentón, acerca sus labios a los míos y me besa.

—Todo es poco para ti —susurra en mi boca.

—Pero, ¿cuándo has comprado el vestido? —curioseo.

—Después de comer, cuando te has quedado dormida —me responde—. Lo vi ayer en la tienda de ropa que hay al lado del hotel, cuando volvíamos de ver el palacio de Schönbrunn, y no podía dejar de imaginármelo en tu cuerpo… —deja la frase en el aire.

Sonrío.

 

 

 

—¿Te gusta cómo me queda? —le pregunto cuando salgo del cuarto de baño con el vestido puesto.

—El negro se hizo para ti —comenta Darrell con un destello libidinoso asomando a los ojos azules, mientras termina de abrocharse los gemelos.

—Gracias —digo algo sonrojada. Sus halagos, dichos con su voz sensual y profunda, siempre me sonrojan.

Y desde luego también se hizo para él, pienso para mis adentros en silencio. Está rabiosamente atractivo con el traje y la camisa negra que se ha puesto para ir a la ópera. Cuando termino de recorrer su cuerpo con la mirada, un hormigueo travieso se instala en mi entrepierna. Y el gesto de colocarse los gemelos no está ayudando demasiado.

¡Para, Lea!, me grito. Si Darrell se da cuenta de lo que está pasando por tu cabeza o, mejor dicho, por tu entrepierna, no llegaremos a tiempo a la ópera.

¡Para! ¡Para! ¡Para!

Menos mal que está entretenido poniéndose los gemelos, sino en estos momentos estaría follándome contra la pared, o sobre la mesa, o a saber…

La Staatsoper de Viena es uno de los teatros de ópera más importantes y de mayor prestigio y tradición del mundo, con más de trescientas representaciones al año.

El edifico es una mole de estilo neorrenacentista de dimensiones cósmicas y semblante de palacio real que se recorta majestuoso contra el negro de la noche vienesa. En una palabra: maravilloso.

En el interior, el dorado y el grana son los protagonistas en las butacas y en las cuatro filas de palcos que recorren el perímetro de un extremo a otro y que dan cabida a más de dos mil personas.

Cuando llegamos, la gente ya está tomando asiento en sus correspondientes butacas. Nuestro palco es uno de los primeros. La vista va a ser privilegiada.

La obra que vamos a ver es Falstaff, una comedia lírica operística con música de Verdi y basada en Las alegres comadres de Windsor y Enrique IV, de Shakespeare, que envuelve el ambiente de enigma y magia, traspasando el alma.

En mitad del tercer acto y bajo el amparo de la intimidad que otorga la oscuridad, Darrell pone la mano en mi muslo. Lo miro de reojo, pero está con la mirada fija en el escenario, como si la cosa no fuera con él, o su mano no fuera su mano.

Agradezco que el vestido sea largo porque no creo que se atreva a subírmelo.

Oh, oh… Sí que se va a atrever. De hecho, ha alargado la mano hasta el tobillo y ha comenzado a subírmelo mientras me acaricia la pierna. Me tenso. ¿Cómo he podido dudarlo? ¡Es Darrell! ¡No conoce la vergüenza! ¡Ni siquiera en la ópera!

Carraspeo nerviosa y miro disimuladamente a mi alrededor, al tiempo que la descarada mano de Darrell sigue trepando hacia arriba. Joder, ¿no se da cuenta de que hay un par de matrimonios detrás de nosotros que nos pueden ver?

Sí, sí que se da cuenta. Precisamente por eso lo hace. Para que me ruborice hasta la raíz del pelo. Carraspeo otra vez cuando sus dedos entran en contacto con mi sexo por encima del tanga de encaje. Mi pierna está totalmente al descubierto. Vuelvo a mirarlo de soslayo. No me puedo creer que tenga una sonrisilla en los labios.

¡Qué bien se lo pasa!

Ladea ligeramente la cabeza para acercarse a mí y me pregunta con calma en el oído:

—¿Estás bien?

Lo fulmino con la mirada.

¡Aparte de no tener vergüenza, es un cabrón!

Su sonrisa se ensancha al advertir la tortura a la que me está sometiendo.

Una oleada de calor viaja por mi cuerpo cuando comienza a mover los dedos en círculo, despacio, muy despacio… Instintivamente abro un poco las piernas para que tenga mejor accesibilidad. Suspiro quedamente. El calor se hace más y más intenso. Durante unos instantes cierro los ojos y me dejo llevar por el placer que me da su mano. Me muerdo el labio inferior para reprimir los gemidos que pugnan por salir de mi garganta

Esto está llegando demasiado lejos. Oh…, sí. Está llegando demasiado lejos. Tan lejos que he dejado de pensar con claridad.

Dios mío…

De repente, la gente se levanta y estalla en una sonora ovación. La obra ha finalizado. Aprovechando el momento, me levanto del asiento y me pongo a aplaudir como una loca. La falda del vestido cae hasta mis pies. Necesito que Darrell deje de tocarme o voy a terminar teniendo un orgasmo en la Ópera Estatal de Viena.

Darrell se incorpora lentamente y acerca su rostro al mío.

—Muy oportuno el final de la obra —me susurra al oído en tono sensual.

Y entonces sé que lo único que me ha salvado es la campana, de otro modo, ahora estaría corriéndome delante de cuatro desconocidos.

 

***

 

 

El llanto de James me despierta de mi dulce sueño. Pero en mi piel aún queda el recuerdo de la mano de Darrell resbalando por mi muslo, abriéndose camino entre las piernas, acariciando mi pubis a través de la tela del tanga de encaje…

Oh, Dios… Nuestra visita a la ópera de Viena fue tan excitante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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