CAPÍTULO 87

 

 

 

 

 

—Lea… Lea…

La voz de Michael me saca de mis cavilaciones. Vuelvo a inmiscuirme en el espacio del despacho y en el estudio de la inversión que tenemos delante.

—¿Sí?

—¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? —me pregunta.

Suspiro.

—Lo siento, Michael —me disculpo.

Michael ladea la cabeza.

—¿Estás bien, Lea? —se interesa.

La respuesta tarda unos segundos en llegar a mis labios.

—No —niego—. No estoy bien. Nada está bien.

Me echo hacia adelante y apoyo los codos sobre la mesa de cristal.

—¿Es por Darrell?

Me muerdo en el interior del carrillo.

—Es como estar con un desconocido —afirmo—. Con un completo desconocido. Sigo sin reconocerlo, y eso me exaspera —continúo—. Tenemos la misma relación que cuando mediaba entre nosotros el famoso contrato —agrego.

Es decir, me digo a mí misma, que las únicas veces que lo siento mío es cuando follamos.

—Quizá solo sea cuestión de tiempo…

—¿Y si no lo es, Michael? —le corto—. ¿Y si Darrell no recupera la memoria?

Mis ojos vibran, desesperados.

—Lea…

—No sé si seré capaz de vivir de nuevo con el señor Baker —sigo hablando.

—Me encantaría poder consolarte —me dice Michael con voz suave—. Me encantaría poder decirte que todo va a volver a ser como antes… No me gusta verte así, Lea. No me gusta verte sufrir.

Cuando levanto la vista, Michael me está mirando de una forma que no logro descifrar. En el gris profundo de sus ojos hay una mezcla de compasión, de ternura y de… ¿Acaso me está mirado con…? Niego para mí, desechando de inmediato la idea que se me está pasando por la cabeza.

Carraspeo nerviosa. Tengo que cortar este contacto visual del modo que sea.

—Será mejor que sigamos, o mañana el equipo de administración nos echará a los perros a los dos —digo, volviendo la atención a los documentos que tenemos sobre la mesa.

—Sí, será lo mejor —dice Michael, transcurridos unos segundos, sin apartar su mirada gris de mí.

Aprovecho el impasse para decirle algo que quiero comentarle desde hace algunos días.

—Por cierto, Michael, quiero que prepares los papeles necesarios para traspasar la dirección de la empresa a Darrell —digo.

Michael parece sorprendido.

—¿No quieres continuar? —me pregunta—. Puedes dirigirla junto a Darrell.

—No —niego rápidamente—. Darrell está perfectamente capacitado para seguir dirigiendo su empresa solo. Yo ya no pinto nada aquí.

—¿Cómo que ya no pintas nada aquí? —comenta Michael en tono serio—. Eres la directora y durante estos meses has gestionado esta empresa de manera brillante.

—Necesito un respiro, Michael —tercio en un arranque de sinceridad—. Necesito tomarme un tiempo. Estos meses han sido muy intensos, en todos los sentidos. Y ahora con Darrell así… —Resoplo—. Tengo que quitarme alguna carga de los hombros, porque el peso que sostengo es tremendo.

—Está bien —accede Michael—. Mañana mismo estarán listos los papeles para que los firme Darrell.

—Gracias —digo.

 

 

 

—Gloria, ¿los bebés están en la habitación? —le pregunto al llegar a casa.

—Sí, señora Baker —me responde—. Están dormidos.

—Gracias.

Subo las escaleras hasta la segunda planta y cruzo el pasillo. Tengo unas ganas locas de quitarme los zapatos de tacón y el sujetador. Cuando estoy en la puerta de la habitación de James y Kylie, me sorprende la voz de Darrell a mi espalda.

—¡¿Qué mierda es esta?! —me pregunta de pie en el umbral del despacho—. ¡¿Qué puta mierda es esta?!

Arrugo la frente al ver en su mano una carpeta con solapas de cuero de color verde oscuro.

—¿De qué hablas? —alcanzo a decir.

—¿Os hacía firmar un contrato para follaros? —me espeta.

Me quedo inmóvil como una estatua de sal y noto cómo el rubor escala hasta mis mejillas al caer en la cuenta de que es la carpeta de los contratos.

¿Por qué coño no se deshizo de ella cuando la encontró el día que nos mudamos? ¡Mierda!

—Déjame que te explique… —digo titubeante mientras camino hacia el despacho.

—¿Explicarme qué, Lea? —me reprocha ciertamente indignado—. ¿Qué alquilaba una habitación de mi lujosísimo ático a cambio de sexo?

—Darrell…

—¿No se supone que tú y yo nos habíamos conocido en una cafetería? —me corta.

Sus ojos azules se endurecen. Está realmente enfadado. Trago saliva.

—Y así fue —afirmo.

Ignora mis palabras.

—Entra en el despacho —me ordena autoritario.

Se gira bruscamente, ofreciéndome su espalda con forma de trapecio. Lo sigo de cerca con pasos precavidos. Tira la carpeta sobre el escritorio de madera. El ruido del golpe me sobresalta.

—Darrell…

—¿Qué cojones era? ¿Un monstruo? —grita—. ¿Un depredador sexual?

¿Qué? ¿Qué está diciendo?

—No, joder, no. No eras nada de eso —respondo.

Se da la vuelta y me encara.

—¿Entonces? ¿Qué es esa mierda de ahí? —me pregunta, señalando con el índice la carpeta—. Disponibilidad veinticuatro horas, receptividad, estar limpia y aseada, prohibido mantener relaciones sexuales con otros hombres… —enumera—. ¿Contigo también fue así, Lea? —continúa interrogándome sin dejarme hablar.

Me mordisqueo el interior del carrillo.

—Al principio, sí —respondo.

Darrell se pasa la mano por el pelo con un gesto brusco.

—¿Cuándo nuestra relación se convirtió en algo más que una relación por contrato? —dice sosegando la voz.

—Cuando te enamoraste de mí —afirmo.

Darrell me mira entornando los ojos. Una expresión de frustración asoma a ellos. Sé que está tratando de recordar y que no lo consigue.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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