CAPÍTULO 73
Traspaso las puertas giratorias y salgo por fin a la calle. De pie, inmóvil en el borde de los escalones de piedra, inhalo profundamente, llenando mis pulmones de aire fresco.
No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, me repito en silencio una y otra vez.
Alzo la vista y veo a Woody metido en el Jaguar de Darrell. En cuanto repara en que me acerco a él, sale del coche.
—Lléveme al hospital, por favor —le pido.
Mientras abre apresuradamente la puerta para que entre, me pregunta:
—¿Ha ocurrido algo? ¿El señor Baker está bien?
—Sí, está bien. Simplemente necesito verlo —respondo, al tiempo que subo al Jaguar.
Woody cierra la puerta, rodea el vehículo ajustándose la chaqueta del uniforme y se monta en él. Sin decir nada más, pone en marcha el motor y se incorpora a la circulación siempre vibrante de Nueva York.
—Señora Baker… ¿se encuentra bien? —me pregunta con cierta cautela.
—Sí, Woody. Estoy bien —respondo escuetamente mientras miro el paisaje que pasa por la ventanilla.
—¿No ha sido una buena mañana? —comenta, intuyendo que las cosas no han ido bien en mi primer día de trabajo.
Suspiro.
—No. Ha sido una mala, mala, mala, malísima mañana —digo, transcurridos unos segundos.
—Todos los principios son malos —apunta Woody en un intento por animarme.
—Algunos son imposibles —afirmo.
—No se desespere, señora Baker. Roma no se ganó en una hora.
Niego para mí.
—No puedo ir a contracorriente, Woody. Hay cosas para las que no valgo, y dirigir el Holding empresarial de Darrell es una de ellas —digo en tono apesadumbrado—. Lo mejor es buscar a otra persona para que desempeñe ese cargo.
—¿Está segura?
—Totalmente segura —contesto sin dudar.
Se hace un silencio.
—Si me permite decirle algo… Lo que usted haga, bien hecho estará —dice Woody.
Lo miro a través del espejo retrovisor. Escuchar sus palabras me aligera la presión y el peso que llevo sobre los hombros.
—Gracias, Woody —le agradezco.
Entro en la habitación de Darrell. En completo silencio avanzo hacia el interior y me quedo de pie junto a su cama. Durante unos segundos observo su rostro, pálido por la falta de sol. Me muerdo el interior el carrillo mientras trato de deshacer el nudo que tengo en la garganta.
—Lo siento —murmuro, sentándome en la silla a su lado—. Lo siento mucho, mi amor. Sé que te he decepcionado. Pero no puedo… No puedo seguir con esto —digo, rompiendo a llorar—. No puedo. Le cojo la mano, me la acerco a los labios y la beso. Mis lágrimas mojan sus dedos tibios—. Ha sido una mala idea, Darrell. Una malísima idea. Yo no puedo ponerme al mando de tu empresa. No me siento capaz. No…
Mi voz se va apagando poco a poco.
—El equipo de administración parece ofendido de que sea yo y no tú el que dirija la empresa. Incluso parece que les molesta que sea mujer… Si les hubieras visto… —susurro—. Tan agresivos, tan inquisidores. Si no hubiera sido por Michael me hubieran despedazado allí mismo. —Sorbo por la nariz y me enjugo los ojos—. Te necesito tanto, tanto… —sollozo. Paso su mano por mi rostro—. Necesito tanto tus consejos, tus caricias, tu amor… —No tenerte está siendo tan duro, Darrell —digo destrozada—, que no sé si lo podré soportar.
Me quedo acariciando su mano mientras lloro rota de dolor y agoto todas las lágrimas que tengo en mi interior.
De regreso a casa, voy a buscar las llaves cuando me doy cuenta de que con las prisas me he dejado el bolso en el despacho. Resoplo.
—A este paso voy a terminar perdiendo la cabeza —mascullo.
Llamo al timbre para que me abra Gloria.
—Se me han olvidado las llaves en el despacho —le digo, cuando aparece al otro lado de la puerta.
—¿Está bien? —me pregunta, al ver mi cara llorosa.
Se hace a un lado y me deja entrar.
—No, Gloria. No estoy bien.
—¿Qué ha pasado? —me dice en el hall.
—Mi primer día como directora del Holding empresarial de Darrell ha sido un completo fiasco —respondo.
—¿Por qué?
—Porque solo soy una chica de veinticuatro años que acaba de terminar la carrera —digo, girándome hacia ella—. Sin experiencia de ningún tipo; sin nociones económicas, ni financieras, ni nada de nada, y porque la gente de allí está dispuesta a engullirme como si fuese un ratoncillo.
—Entonces…
—Se acabó —atajo, dando por zanjada la conversación—. Se acabó. ¿James y Kylie? —le pregunto, cambiando de tema.
Necesito estar con mis pequeños, con mis bebés. Ellos son los únicos capaces de darme algo de paz entre esta marabunta de sinsabores, caos, tristeza y confusión.
—Están en el parque de juegos del salón, esperando la papilla —contesta Gloria.
—Yo les daré de comer —digo—. ¿Están listas las papillas?
—Sí, se las llevo ahora para que pueda darles de comer.
—Gracias, Gloria.
Apoyo la mano en la pared, me inclino sobre mí misma, me quito los zapatos de altísimo tacón, los echo a un lado y camino descalza hasta el salón.