CAPÍTULO 62
—¿Cómo está? —le pregunto angustiada al médico, que frunce ligeramente el ceño—. ¿Se va a salvar?
—Señora Baker…
—Dígame si se va a salvar —insisto impaciente.
Durante unos segundos, el médico, un hombre alto de rostro enjuto y con unas prominentes bolsas bajo los ojos, me mira sin saber qué decir. Entonces comienzo a temerme lo peor.
—Haremos todo lo que esté en nuestras manos —habla finalmente—. Es lo que puedo decirle por ahora. El señor Baker ha perdido mucha sangre, tiene varios órganos dañados a consecuencia de la bala y las constantes vitales no están estables.
Asiento como un ser autómata mientras el médico da media vuelta y se aleja por el pasillo largo y aséptico del hospital.
El alma se me cae a los pies. De pronto, siento que me desinflo como un globo al que han dejado escapar el aire.
¡Dios mío, Darrell está al borde de la muerte!
Cierro los ojos y me recuesto en la pared que tengo a mi espalda. Suspiro.
—Lea…
La voz de Michael me saca de mis cavilaciones. Giro el rostro y lo veo avanzar hacia mí.
—Hola —saludo apática.
—Hola. ¿Sabes algo? —me pregunta.
Cruzo los brazos y me los acaricio con las manos de arriba abajo. Los ojos se me llenan de lágrimas mientras me muerdo el interior del carrillo, nerviosa.
—Darrell está muy grave —respondo, intentando aguantar el llanto. Respiro hondo. Noto como la barbilla me tiembla—. Está debatiéndose entre la vida y la muerte —agrego.
Sin poderme contener durante más tiempo, rompo a llorar. Michael extiende los brazos y me estrecha contra su pecho.
—Se muere, Michael —sollozo—. Darrell se muere.
—No, no, no… —me consuela—. Darrell es una persona muy fuerte. Ya verás como sale de esta, Lea. Ya lo verás.
¿Por qué las palabras de Michael no me hacen sentir mejor?
Me separo.
—Ha perdido mucha sangre, la bala le ha dañado varios órganos y las constantes vitales no acaban de estabilizarse… —explico—. En estos momentos, su vida pende de un hilo.
—Se recuperará, Lea. Tenemos que confiar en que se recuperará. —Hace una pausa—. ¿Y tú cómo estás? ¿Quieres que avise a un médico para que te examine?
Niego con la cabeza.
—Yo estoy bien —digo.
—Pero has pasado por un secuestro —anota Michael—. Eso desestabiliza a cualquiera.
—Ahora hay cosas más importantes de las que preocuparme que de mi secuestro —arguyo—. Eso ya ha pasado. —Frunzo el ceño—. Por cierto, ¿qué ha sucedido con el cabrón de Stanislas? Me vine en la ambulancia con Darrell y al final no sé qué ocurrió con él —curioseo.
—Ha muerto —me responde Michael—. Por suerte, avisé a tiempo a la policía. En mitad de la reyerta lo mataron y lograron reducir a sus dos secuaces. Afortunadamente, ese hombre ya no es ninguna amenaza.
Resoplo.
—El muy hijo de puta tenía claro que iba a matarme, pese a que Darrell pagó el rescate —asevero con tristeza en la voz.
—Ese tipo tenía una ojeriza casi obsesiva hacia Darrell —afirma Michael—. La tuvo desde el primer día que entró en la cárcel, y sabía que matándote a ti, acabaría prácticamente con él. Stanislas conocía el profundo amor que Darrell siente por ti, y su nariz también. —Ladeo la cabeza y entorno los ojos—. Stanislas hizo unos comentarios excesivamente soeces sobre ti… —Prosigue Michael—. Por eso Darrell le rompió la cara.
Esbozo una sonrisa amarga.
—Darrell nunca quiso contarme por qué le pegó, ni siquiera después de salir de la cárcel —digo.
—Lea, cariño…
Giro el rostro a la voz de Lissa.
—Lissa… —murmuro.
En cuanto me alcanza, Lissa se funde conmigo en un fuerte abrazo.
—Dios mío, Lea, he pasado tanto miedo —me susurra emocionada—. Tanto miedo.
—Estoy bien —la tranquilizo mientras deshacemos el abrazo—. Estoy bien…
—Hola, Michael —saluda Lissa a Michael.
—Hola, Lissa —corresponde él.
Lissa vuelve de nuevo el rostro hacia mí.
—¿Cómo está Darrell, Lea?
Me muerdo el labio inferior y niego para mí.
—Muy grave —respondo en un hilo de voz—. Los médicos ni siquiera saben si se va a salvar. La bala le ha dañado varios órganos y no consiguen estabilizar las constates vitales —le explico como buenamente puedo, porque apenas me salen las palabras.
—Ya, cariño… Todo va a salir bien —me anima Lissa, volviéndome a abrazar—. ¿Has podido verle? —me pregunta.
—No. Hasta mañana no me dejarán entrar a verle —contesto con una nota de impotencia en la voz.
Lissa se queda mirándome durante unos segundos.
—¿Por qué no vas a casa? —sugiere. Sacudo la cabeza de un lado a otro enérgicamente. Abro la boca para hablar, pero antes de que lo haga, Lissa me corta—. Lea, necesitas darte una ducha, descansar un poco, ver a los niños… Te han echado mucho de menos.
Mis pequeños… Yo también les he echado mucho de menos.
Ver a James y a Kylie es el único motivo que me hace entrar en razón. Me necesitan y les necesito.
—Yo me quedaré aquí por si surge algo —se adelanta a decir Michael.
—Está bien —accedo.
—Yo te llevo a casa —se ofrece Lissa—. ¿Vamos?
—Sí. —Dirijo mi mirada a Michael—. Por favor, avísame si hay alguna novedad o si los médicos te comentan algo, lo que sea…
—No te preocupes, Lea, lo haré.
—Vale —digo en tono apocado al tiempo que asiento mecánicamente con la cabeza.
—Vamos —me insta Lissa.
Bajamos hasta el parking del hospital, donde tiene aparcado su Mini blanco y negro.
—Hemos pasado mucho miedo, Lea —comenta, ya metidas en el apabullante tráfico de Nueva York.
—Yo también —afirmo—. Han sido unos días horribles. Horribles…
—Pero, ¿cómo te secuestraron? —se interesa Lissa.
—Darrell y yo discutimos porque me oyó decirte que Matt había intentado besarme —comienzo a explicarle.
—Me lo contó Darrell cuando me llamó para preguntarme si estabas conmigo la misma noche que desapareciste. No sabes lo preocupado que ha estado, Lea. Tenías que haberle visto. Creíamos que se iba a volver loco.
Pienso en cómo está ahora, debatiéndose entre la vida y la muerte y me emociono.
—El caso es que, cuando caminaba por la calle, un par de encapuchados me empujaron hacia un callejón, me pusieron una bolsa de tela negra en la cabeza y me introdujeron a la fuerza en una furgoneta.
—¡Dios santo! ¡Dios santo! ¡Dios santo! —exclama Lissa, con su habitual costumbre de repetir las cosas tres veces—. Que horrible, Lea —apunta, prestando atención a la circulación.
—Después me llevaron a una casa vieja —continúo con mi relato—. No sé dónde estaba situada exactamente, aunque sí sé que era dentro de Nueva York, y allí me encontré con ese hijo de puta de Stanislas. —Guardo silencio durante unos instantes. De repente, me asalta la imagen de Darrell tirado en el suelo, desangrándose—. Vi como ese cabrón disparaba a Darrell, Lissa —digo, reviviendo en mi cabeza el momento—. Vi como caía de rodillas a unos metros de mí con un balazo en el abdomen, como se desangraba entre mis brazos…
Una punzada de dolor me atraviesa el corazón. Me echo a llorar desconsoladamente. Lissa alarga el brazo y me coge la mano cariñosamente.
—Se muere, Lissa. Darrell se muere —sollozo con voz rota.
—No pienses eso, Lea —trata de consolarme Lissa. Me aprieta la mano—. Se va a salvar. Ya verás que se va a salvar. Ten fe. Ahora está en buenas manos. Lo están atendiendo los mejores médicos de EE.UU. y él es una persona fuerte. No se va a dejar vencer por ese cabrón de Stanislas.
Ojalá, pienso para mis adentros.