CAPÍTULO 89
—Mi campeón… —le digo cariñosamente a James mientras le cambio el pañal—. ¿Quién es mi campeón? —le pregunto.
Me acerco a su rostro y le hago una pedorreta. James me la devuelve, llenándose de babas. Cojo una toallita y le limpio la boca. En esos momentos Kylie gruñe desde la cuna.
—Mi amor, no te enfades —le digo sonriente—. Ya sabes que tú eres mi princesa.
—Señora…
—Dígame, Gloria —digo, tomando a James en brazos y girándome hacia ella.
—El señor Michael está abajo.
—Gracias. Quédese con los niños mientras yo le atiendo —le pido.
—Por supuesto —responde servicialmente cogiendo a James—. Señora Baker, ¿está bien? —me pregunta después de unos segundos.
—Sí —le respondo de manera rápida.
Gloria no hace ningún comentario más. Pero su expresión deja claro que mi apresurada afirmación no le ha convencido en absoluto.
Salgo de la habitación, avanzo por el pasillo y desciendo los peldaños de la escalera. Ya casi he llegado al salón principal cuando veo a Michael de pie en mitad de la estancia.
—Hola, Michael —le saludo.
Michael da media vuelta.
—Hola, Lea —corresponde con una sonrisa a mi saludo. Se aproxima a mí y me da un beso en la mejilla—. He preguntado a Gloria por Darrell, pero me ha dicho que no está.
—No, no está —digo—. Salió hace un rato. Supongo que ha ido a correr.
—Venía para que firmara los papeles del traspaso de poderes de la empresa —me explica. Enarca las cejas—. Lea, ¿estás bien?
Esta tarde esa parece ser la pregunta del millón de dólares.
—Sí —miento, igual que he mentido a Gloria.
—Vale, estás bien —dice Michael—. ¿Ahora por qué no me dices la verdad? —añade con un matiz de ironía en la voz.
—Ya no puedo más con esto —digo sin poder contenerme mientras me siento en el sofá.
—¿Qué ha pasado? —se interesa Michael, sentándose a mi lado.
—Ayer Darrell descubrió la carpeta donde guardaba nuestros contratos. Se enfadó muchísimo… ¡Voy a volverme loca! —suelto. Me coloco el pelo detrás de las orejas—. ¡Te juro que voy a volverme loca!
—Heyyy, ya… —susurra Michael, intentando frenar las lágrimas que pugnan por salir de mis ojos—. Ya, Lea…
—Mis peores miedos se han cumplido —digo—. Volver a estar con el hombre frío, imperturbable y carente de emociones que era Darrell al principio. No le reconozco, Michael. No soy capaz de reconocerle. Es como estar con un desconocido. Ya no puedo más —afirmo derrotada—. Es una tortura ver cómo la persona que alguna vez estuvo tan cerca de ti, puede llegar a ser un total extraño.
Michael atrapa mi mirada con la suya.
—No te mereces tanto sufrimiento —dice en tono dulce—. Tú no, Lea. Eres tan dulce y pareces tan frágil. Si supieras cuánto me duele verte así.
Acerca su mano hasta mi rostro y me enjuga las lágrimas que dibujan surcos en mis mejillas. Después todo se precipita cuando me doy cuenta de que está peligrosamente cerca de mí. Michael baja su mirada gris y profunda hasta mis labios, aproxima su rostro al mío y me besa. Me tenso al contacto. Sin embargo, sin saber por qué, cierro los ojos y me dejo llevar.
Sus labios son suaves, tibios… Su lengua acaricia despacio la mía.
—¡¿Qué demonios es esto?!
La exclamación de Darrell rompe el momento. Rápidamente, me separo de Michael. Noto como el color se va de mi rostro.
Oh, oh…
—Darrell… —murmuro.
—¡Eres un cabrón! —espeta Darrell, lanzándose contra Michael.
Michael se levanta del sofá y le hace cara. Por suerte, puedo meterme en medio de los dos antes de que Darrell lo alcance.
—Darrell, no es… No es lo que parece —digo nerviosa, tirando de frase manida, porque me he quedado sin palabras.
—¿No es lo que parece? —repite Darrell con ironía—. Mi mejor amigo te besa, ¿y no es lo que parece? Entonces dime qué es, Lea. Dime qué cojones es.
Sus ojos echan fuego.
—No es nada, Darrell —me apresuro a decir—. Ha sido una tontería, un impulso sin importancia fruto del momento…
—¿Una tontería? ¿Un impulso sin importancia fruto del momento? —Darrell dirige su mirada entornada a Michael—. ¿Eso es lo que ha sido para ti, Michael? —le pregunta en un tono que deja entrever un papable matiz de mordacidad—. ¿Una tontería? ¿Un impulso fruto del momento?
Michael no responde. Se limita a mirarlo con las mandíbulas contraídas.
¿Por qué no dice nada? ¿Por qué se queda callado?
—Dime, Michael, ¿para ti ha sido solo eso? —le insta Darrell.
¡Responde Michael, responde! Di que sí, di que sí. Maldita sea. Di que sí.
Darrell bufa.
—¿Estás enamorado de mi esposa? —le pregunta, directo como una bala.
—¿Te importaría? —dice Michael a su vez.
—Respóndeme —le ordena Darrell.
De pronto se hace un silencio súbito en el salón.
—Sí —afirma rotundamente Michael, transcurrido unos segundos.
El corazón se me para de golpe.
¿Sí? ¿Ha dicho que sí? No, no, no. No puede ser. Michael no puede estar enamorado de mí.
—¿Qué más te da a ti si estoy o no enamorado de Lea? —dice Michael.
Darrell da un paso hacia adelante dispuesto a caer sobre Michael, pero vuelvo a ponerme en medio. La boca se me seca.
Esto va mal, muy mal.
—Es mi esposa —responde entre dientes.
—No la reconoces, Darrell. No la reconoces a ella, no reconoces a tus hijos y apenas me reconoces a mí. Eres un completo extraño. Una persona totalmente diferente a la que estaba en nuestras vidas —arguye Michael.
—¿Y crees que eso te da derecho a besarla? ¿A intentar algo con ella? —le increpa Darrell—. Hasta donde yo recuerdo, a ti las mujeres solo te sirven para calentarte la cama. Eres un mujeriego.
—Con Lea es diferente —tercia Michael.
—¿Diferente? ¡Maldita sea, es mi mujer! ¡Es mía! —enfatiza en tono posesivo.
Ese tono no me hubiera extrañado del Darrell de antes, pero del de ahora… No entiendo nada. ¿Por qué se muestra así?
—Pues cuídala —replica Michael—. Porque estoy dispuesto a enamorarla.
—¡No eres más que un jodido cabrón! —espeta Darrell, con el rostro desencajado por la rabia.
Cuando Michael abre la boca dispuesto a dar réplica a Darrell, exclamo:
—¡Ya basta! Ya basta…
Empiezo a estar exasperada. El ambiente se está caldeando demasiado. Tengo que frenar esta discusión de alguna forma o terminaran llegando a las manos. Me giro hacia Michael.
—Michael, es mejor que te vayas —digo.
—No voy a irme, Lea —objeta él—. Voy a defender lo que siento y a luchar por ti.
Sus palabras suenan con tanta intensidad y confianza que me producen un escalofrío.
—Por favor, Michael… —le pido.
La expresión de mis ojos es suplicante. Michael tiene que irse o no respondo de lo que pueda hacer Darrell. Joder, son amigos íntimos. Esto no debería de estar pasando. No entre ellos, que son como hermanos. ¡Es una locura!
—Por favor… —repito en un hilo de voz.
Michael aprieta los dientes y me mira fijamente. Sus ojos me traspasan el alma. Después de unos segundos que se me antojan eternos, finalmente asiente con la cabeza. Sé que lo está haciendo únicamente por mí, para no empeorar las cosas.
Sin decir nada, pasa justo a nuestro lado y sale del salón en dirección al hall. Cuando siento el ruido de la puerta al cerrarse, resoplo con cierto alivio. Me muerdo el interior del carrillo. Ahora queda enfrentarme a Darrell y a su monumental enfado.
—Voy a tener que vigilarte como a una niña pequeña para que no andes coqueteando con Michael —farfulla molesto.
Me doy la vuelta hacia él.
—Yo no he estado coqueteando con Michael —me defiendo—. No soy así, me conoces.
—No, Lea, no te conozco —me replica Darrell.
Enarco las cejas pensativamente. Entonces caigo en la cuenta… Es cierto, Darrell no me conoce. El Darrell de ahora no sabe cómo soy o cómo no soy. No sabe que jamás flirtearía con otro hombre, y menos con su mejor amigo. ¡Por Dios! ¿En qué cabeza cabría algo semejante?
Me paso la mano por el pelo.
—Tienes razón, Darrell. No me conoces. Ya no me conoces —digo con voz derrumbada. Guardo silencio durante un momento y me siento en el sofá. Me observo los dedos temblorosos—. Y yo a ti tampoco te conozco —añado—. Ahora mismo somos extraños el uno para el otro.
Escuchar esas palabras de mi propia boca me resulta espeluznante. Por lo que encierran, por lo que significan y por las consecuencias que tienen.
Durante unos segundos observo la alianza de casada en mi dedo anular. Un filamento de luz destella en el borde de oro auténtico.
Giro el rostro y miro a Darrell.
—Creo que lo más sensato es que nos separemos —digo.
Mi voz suena como una sentencia.