CAPÍTULO 84

 

 

 

 

 

Sin parar de besarme, Darrell camina hacia adelante, arrastrándome con él hacia la cama. Me echa sobre ella y se tumba encima de mí, empujando su pelvis contra la mía para que note su erección.

Ya está listo.

Sus labios van descendiendo por mi cuello, repartiendo besos, succiones y mordiscos. Introduce el dedo por los aros del sujetador y lo sube por encima de mis pechos. Con el índice y el pulgar me acaricia el pezón, después lo pellizca con fuerza. Una punzada de excitante dolor me recorre el pecho.

—Oh, Dios… —gimo.

Darrell baja la boca hasta mi seno derecho y lo lame sensualmente. Me muerdo el labio inferior cuando exhala un poco de aire sobre el pezón, que de inmediato se endurece. La piel se me eriza, despertando a sus caricias.

Me abre las piernas, me agarra las caderas para impedir que me mueva y me penetra con ese apetito voraz que siempre lo invade con intensidad. Es tan… primario, tan repentino como una tormenta.

Darrell… Oh, mi urgente y fogoso Darrell…

Paso las manos por su soberbia espalda y lo aprieto más contra mi cuerpo. Cuando lo siento llenándome, tan dentro de mí que llega a ser doloroso, las lágrimas me velan los ojos por la innumerable cantidad de sentimientos y emociones de todo tipo que me asaltan en estos momentos. Le he echado tanto de menos… Tanto…

Muevo las caderas para acoplar su movimiento al mío, para que las penetraciones sean más profundas mientras Darrell sigue embistiéndome sin parar.

Nuestros jadeos se entremezclan y comienzan a llenar la habitación.

Darrell se incorpora un poco sobre mí, abandonando mi cuello, y coloca los brazos a ambos lados de mi cabeza. Lo miro. Sus ojos, oscurecidos por la semipenumbra, me devuelven una mirada inescrutable.

Sin decir una sola palabra se clava con fuerza en mí. Grito. Darrell sale y vuelve a entrar en mis entrañas con insistencia. Mi cuerpo se sacude bajo el suyo, cuando se hunde de nuevo súbitamente en mi entrepierna.

Esto es demasiado fuerte, demasiado intenso, demasiado urgente, demasiado…

¡Joder!

Jadeo deprisa, buscando el oxígeno del aire.

—Darrell… —musito, sin saber siquiera qué quiero pedirle.

—Shhh… —susurra él, penetrándome otra vez con fuerza—. Shhh...

Su voz siseada, a ras de mi boca, me excita hasta cotas indescriptibles. El corazón me late tan deprisa que temo que en cualquier momento se me salga por la boca.

—Diosss… —mascullo en un tono apenas audible.

Darrell  acelera el ritmo de las embestidas hasta que de una fuerte estocada se corre dentro de mí con un gruñido posesivo que llena la habitación por completo. Unos segundos después, el mundo estalla a mi alrededor entre los estremecimientos de placer que recorren cada una de las fibras de mi cuerpo. 

Darrell se deja caer a mi lado con la respiración entrecortada. Me giro hacia él, sonriente. ¡Estoy feliz de que esté aquí! Extiendo el brazo y le acaricio el torso.

—Voy a ducharme —dice, cortando mi caricia. Mi mano se queda suspendida en el aire.

Asiento sin decir nada.

Lo veo internarse en el cuarto de baño. Esta sensación me es tan conocida. Los recuerdos caen sobre mí como una pesada losa. Mis labios esbozan una débil sonrisa con sabor amargo. No estoy con el dulce y enamorado Darrell; estoy con el frío e impasible señor Baker.

Cuando regresa y se mete en la cama, espero en vano que me abrace, que me susurre al oído algo que tire por tierra mi teoría: que la alexitimia está haciendo otra vez de las suyas. Pero nada de eso llega. Darrell se da la vuelta y se echa a dormir.

—Bienvenido de nuevo, Hombre de Hielo —musito con tristeza, acurrucándome contra la almohada.

 

 

 

—Es como estar otra vez con El Hombre de Hielo —le digo a Lissa.

—¿Lo dices en serio? —me pregunta con expresión de asombro en el rostro.

Afirmo lentamente con la cabeza.

—Yo para Darrell soy una desconocida, pero él para mí también —digo—. No lo reconozco, Lissa, del mismo modo que él no me reconoce a mí. Es el Darrell del principio, el Darrell con el que firmé el contrato. El Darrell incapaz de sentir, de amar, de expresar las emociones… —Guardo silencio unos segundos—. No es Darrell el que ha despertado del coma, sino el silencioso y enigmático señor Baker. Y es el señor Baker más que nunca. No sonríe, no me abraza, no… no nada —digo impotente.

—Dios mío, Lea… No sé qué decir.

—Yo tampoco.

Bajo la cabeza y muevo el descafeinado con leche que hay sobre la mesa de la cafetería de estilo vintage en la que estamos. Un lugar acogedor con las paredes llenas de caratulas de antiguos vinilos.

—¿Habéis…?

—¿Follado? —termino la frase por ella.

—Sí.

Levanto la cabeza.

—Sí.

—¿Y…?

Me encojo de hombros.

—Es igual de apasionado que antes. Pero después de eso, de follar, no hay nada. Es frío, distante…

—¡Joder, Lea!

—Estoy tan cansada, Lissa —me lamento con voz agotada—. Tan cansada… El sufrimiento no se acaba nunca.

—Tienes que ser fuerte, Lea.

—También estoy cansada de ser fuerte —arguyo. Suspiro—. El destino parece estar empeñado en jugar con nosotros, en poner constantemente a prueba nuestro amor, en distanciarnos… El contrato, la cárcel, mi secuestro, el coma y ahora la amnesia —enumero en una lista que no parece tener fin—. ¿Y si Darrell no fuera para mí?

Lissa lanza un bufido al aire.

—Si de algo estoy segura en esta vida es de que tú y Darrell estáis hechos el uno para el otro —asevera—. Sois como el ying y el yang. Jamás he visto una pareja que se complemente del modo tan perfecto a como lo hacéis vosotros. ¡Resulta casi mágico! —exclama—. No, no, no. Darrell está hecho para ti y tú para él.

—Yo ya no estoy tan segura —dudo—. Parece que Darrell y yo no tenemos derecho a ser felices.

—No pienses eso. Claro que tenéis derecho a ser felices. De hecho, os lo merecéis más que nadie, por todo lo que habéis pasado. Darrell te ama, Lea, más incluso que a su propia vida. No es algo que me hayan contado; lo he visto cuando después de salir de la cárcel fue a buscarte a casa de tu tía Emily, lo he visto cuando te miraba el día de la boda, cuando te secuestraron… Pensábamos que le iba a dar algo. Estaba desesperado. —Lissa hace una pausa y fija sus ojos azules en los míos, para enfatizar lo siguiente que va a decir—. Y ese amor está ahí, Lea. Eso no ha cambiado. Porque es demasiado grande. Solo hay que refrescarlo, como los recuerdos.

—Puede, pero si finalmente no recupera la memoria ni los recuerdos, es como si nada de lo que ha sentido o de lo que hemos vivido hubiera existido. ¡Dios mío, es tan frustrante! —digo, llevándome las manos a la cara.

—Sí que ha existido —afirma Lissa con vehemencia—. Claro que ha existido, y está ahí. Darrell solo tiene que recordarlo. —Vuelve a fijar sus ojos en mí—. Lea, eres la abanderada de las causas perdidas. Enamoraste a un hombre que tenía una enfermedad que le impedía sentir, amar… Enamoraste al Hombre de Hielo. ¿Hay una causa más perdida que esa?

No puedo evitar sonreír ante el comentario de Lissa. No puedo con sus ocurrencias. Abro la boca para rebatirle esa afirmación, pero me lo impide.

—Dime, Lea… —se adelanta a decir, adivinando cuál es mi intención—, ¿hay una causa más perdida que esa?

Resoplo, vencida.

—Supongo que no —respondo, más por darle la razón que por que esté convencida de lo que dice.

—Una vez conseguiste derretir al Hombre de Hielo —apunta Lissa—. Estoy totalmente segura de que podrás hacerlo una segunda vez.

Me gustaría estar tan segura como lo está ella. Pero no, no lo estoy. Ni siquiera sé si podré aguantar estar otra vez al lado del Hombre de Hielo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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