CAPÍTULO 49

 

 

 

 

 

Los meses siguientes discurren en un abrir y cerrar de ojos viendo como Lea se esfuerza al máximo para sacar adelante el último curso de la carrera y cómo James y Kylie crecen sin que uno pueda congelar el tiempo para disfrutar de cada segundo de su existencia.

Afortunadamente para mí y para mis miedos, con casi un año de edad, son unos niños risueños y juguetones, exactamente igual que Lea. Cada día me tranquiliza comprobar que ellos no van a crecer con el halo gris y sombrío que durante tantos años envolvió mi vida.

 

 

 

Estas últimas semanas están siendo un tanto estresantes para Lea. Entre los exámenes finales, el trabajo de fin de grado y la preparación de la graduación, apenas tiene tiempo para comer. Si no fuera porque a veces casi la obligo, no probaría bocado. Como hoy, que son las nueve de la noche y sigue hincando lo codos sin salir del estudio.

Me deshago de la corbata y de la chaqueta del traje, me acerco a la cocina y le preparo un vaso de leche caliente con unas cuantas galletas Oreo, y se lo subo en una bandeja.

—¿Cómo lo llevas, pequeña? —le pregunto al entrar.

Lea resopla.

—Bien… creo —responde, frunciendo el ceño.

Se coloca el pelo detrás de las orejas.

—¿Qué tal ha estado la tarde en el despacho? —me pregunta.

—Bien —respondo—. Te he traigo un vaso de leche —anuncio—. Tienes que comer algo —digo, dejando la bandeja sobre el único hueco libre que hay sobre el escritorio de madera.

—No tengo hambre.

—Lea, tienes que comer algo —insisto, con un tono de voz ligeramente autoritario. Pero es que de otra manera no me va a hacer caso.

—Está bien —accede finalmente con resignación.

La expresión de su rostro me indica que está agobiada.

—No te agobies, Lea. Lo vas a sacar. Ya lo verás —la animo.

—Son muchas cosas… —murmura.

—Sí, son muchas cosas. Pero como siempre te digo: orden y método —afirmo—. Resuelve una cosa y cuando la hayas resuelto, preocúpate de la siguiente. No te preocupes de todas a la vez. Si lo haces, te vas a volver loca. Primero los exámenes, después el trabajo de fin de grado y por último la graduación.

—Tienes razón —repone.

Suspira, algo más tranquila.

—Hazme caso —digo—. Venga, bébete la leche.

Lea alarga la mano hacia la bandeja y, obediente, coge el vaso junto con una galleta Oreo. La moja en la leche y se la mete en la boca.

—Gracias —me agradece, mientras mastica.

Sonrío.

Lea mira el reloj.

—Hay que dar la cena a James y a Kylie —comenta.

—Yo me encargo —digo.

—¿Podrás tú solo? —me pregunta.

—Sí —respondo.

—Puedo ayudarte si... —se ofrece.

—Lo que quiero es que te termines el vaso de leche y que estudies —le corto—. Yo me encargo de los pequeños.

Lea aprieta los labios y asiente, conforme.

—Vale —dice.

Me inclino, le sujeto por la nuca y deposito un beso en su frente.

—Luego nos vemos —le digo, de pie desde el umbral de la puerta.

—Luego nos vemos —sonríe Lea.

Le guiño un ojo y cierro la puerta del estudio tras de mí, dejándola sumergida en la pila de libros y apuntes.

 

 

 

—¿Estáis listos para pasar una noche con papá? —pregunto a James y a Kylie, al tiempo que me desabrocho los puños de la camisa y me recojo las mangas a la altura del codo.

James patalea en la cuna con ojos brillantes y Kylie, a su lado, balbucea alegre. Cojo a uno en cada brazo y les bajo al parquecito de juegos que tenemos situado en el salón principal.

Aprovechando que están tranquilos, voy a la cocina y preparo sus biberones. Cuando los tengo listos, regreso al salón. Kylie está más impaciente, porque ha comenzado a fruncir el ceño y a ponerse roja, así que ella será la primera a la que dé de cenar, antes de que rompa a llorar y James se anime con ella hasta hacer una coral de sollozos entre los dos.

—¿Tienes hambre? Sí, ¿verdad? —digo.

La saco del parquecito y me siento con ella en el sofá. Vierto unas gotitas de la leche de continuación en el dorso de la mano para comprobar que no quema. La temperatura es perfecta.

—Aquí tienes, princesa.

Me quedo mirándola como un bobo cuando veo que sujeta el biberón ella solita. Aunque todavía necesita ayuda, ya sabe lo que se hace. Sonrío y le acaricio el rostro con la mirada.

Al terminar, le dejo que se distraiga en el parquecito de juegos y doy de cenar a James. Mientras se bebe su toma, se está quedando dormido.

—Venga, campeón… —digo.

Le doy unos toquecitos en la mejilla para espabilarlo y que se acabe el biberón. Se siente tan satisfecho cuando come, que últimamente siempre se queda dormido. Al final, con paciencia y espoleándolo, termina bebiéndose el biberón entero.

Después, se desperezan, y ninguno de los dos parece tener ganas de dormir. Así que extiendo la enorme manta de actividades en el parquet y me tiro al suelo para jugar con ellos.

Tanto James como Kylie han comenzado a gatear y a descubrir las cosas, y los objetos y los colores que se distribuyen por la manta acolchada, les llaman muchísimo la atención; quieren tocarlo todo y, aunque al principio se entretienen con eso, antes de que me dé cuenta, los tengo encima de mí, pataleando, manoteando y haciendo pedorretas.

Mientras juego con James, Kylie trata de tirarme del pelo. Sujeto a James con el brazo y me incorporo.

—Oiga usted, señorita, ¿qué es eso de tirar del pelo a su padre? Un respeto.

Simulo regañarla poniendo voz seria, pero Kylie me responde con un balbuceo, un grito y una sonora carcajada. James también reclama su dosis de atención y chilla en mis brazos.

—¿Y usted se está quejando, señorito? —le digo. James abre los ojos como platos y termina haciéndome una pedorreta—. ¿Quieres pelea? —bromeo.

Me tumbo bocarriba en el suelo y siento a James encima de mi tripa. Cojo a Kylie y la acerco a mí. Unos segundos después formamos un batiburrillo entre los tres en el que no se sabe quién es quién.

Se oye un carraspeo al otro lado del salón.

Giro el rostro. Lea está apoyada en el marco de la puerta, inmóvil, detenida en el umbral, contemplando la escena. Sonríe.

James y Kylie también vuelven sus caritas hacia Lea. Kylie la apunta con el dedo y balbucea algo que resulta totalmente ininteligible para cualquiera que no sea ella. James levanta los brazos para que se acerque y lo coja.

—Mi amor… —dice Lea cariñosamente, cuando se aproxima a él. Lo coge y le da un beso en la cabeza—. ¿Qué tal han cenado? —me pregunta.

—Kylie se lo ha tomado todo a la primera —respondo—. James ha tardado un poco más, pero finalmente también se ha terminado el biberón.

—Últimamente está más perezoso —comenta.

—Es más dormilón —alego mientras me incorporo y me siento sobre la manta—. Pero si le ayudas, al final se lo toma todo.

Lea hace un mohín con la boca.

—¿Me hacéis un hueco? —pregunta—. Necesito un respiro…

Miro a Kylie.

—¿Tú qué dices, princesa? ¿Hacemos un hueco a mamá? —bromeo cómplice.

Kylie parece que me entiende y da un par de palmadas con sus manitas, entusiasmada.

—Ven aquí, pequeña —le susurro a Lea, abriéndole espacio en la manta.

Lea se sienta a mi lado, junto a James.

—¿Estás más tranquila? —le pregunto con una sonrisa.

—Sí —afirma.

La rodeó con el brazo y la estrecho contra mi pecho. Lea gira el rostro hacia mí, me acaricia la mandíbula con el pulgar y me besa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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