CAPÍTULO 24

 

 

 

 

 

Un minuto después, está completamente desnudo frente a mí. Ciento ochenta y ocho centímetros de músculo, fibra y pura definición. Ciento ochenta y ocho centímetros de Darrell Baker, que me hacen babear como un caracol.

—¿Estás bien? —me pregunta con un visible deje de ironía en la voz, al ver que he comenzado a sudar como una condenada.

—Sí —respondo, haciéndome la dura, pero creo que no lo consigo.

Darrell se sube a la cama como un gato y acerca su rostro al mío sigilosamente.

—¿Segura? —tantea a solo unos centímetros de mi cara.

Trago saliva. Su cercanía me pone nerviosa. No puedo evitarlo. Es Darrell Baker, la perfección hecha hombre. ¿Qué mujer podría resistirse a él? Si hubiera vivido en la época renacentista, ahora su cuerpo estaría exhibiéndose en mármol en todos los museos del mundo, como el David de Miguel Ángel. .

—Sí —afirmo de nuevo a duras penas.

—Vamos a verlo —dice Darrell en tono desafiante.

Espero a que dé el siguiente paso, a que haga algo. Sin embargo, no se mueve un ápice. Se mantiene inmóvil como una estatua de sal, mirándome fijamente. Está jugando.

De pronto, me corroen las ansias. Necesito que me bese, que me acaricie, que me folle. Intento mantener la compostura y no abalanzarme sobre él, pero el calor que desprende su cuerpo no ayuda demasiado y su profunda mirada azul tampoco. Solo aguanto unos segundos y antes de que me dé cuenta, me lanzo a su boca y lo beso apasionadamente. Darrell sonríe de medio lado, triunfante. ¡Se ha salido con la suya! ¡Siempre se sale con la suya! Tengo tan poca voluntad ante él…, respiro resignada.

Darrell me tumba, se tiende sobre mí y se abre hueco entre mis piernas, que cruzo alrededor de su cintura. Mientras me acaricia los muslos, alternando pequeños pellizcos, me aferro a sus hombros y lo atraigo más hacia mí, haciendo que su erección se apriete contra mi vientre. Hundo mi rostro en su cuello y lo beso.

Darrell roza su nariz con la mía.

—Te quiero, Lea —me dice, a ras de los labios.

Su tono es cariñoso pero serio.

—Yo también te quiero, Darrell —susurro.

—Nada me hace más feliz que seas mía para siempre… Para siempre.

Sus ojos, fijos en los míos, vibran.

—Hasta que la muerte nos separe —asevero, parafraseando la afirmación que ha dicho el sacerdote en la celebración de la misa.

—Hasta que la muerte nos separe —repite él.

Sus palabras se pierden en mi boca cuando se acerca y me besa de manera suave, como si de repente tuviera la sensación de que voy a romperme o a desaparecer.

Sin penetrarme aún, Darrell empieza a moverse  sobre mí. Un cálido hormigueo serpentea hasta mi vientre y se instala en mis entrañas, produciéndome un profundo placer, que se incrementa cuando finalmente introduce su miembro enhiesto dentro de mí poco a poco. Lo hace tan despacio que puedo sentir como me llena por completo, como me lleno de él, centímetro a centímetro.

Darrell sale y entra en mí lentamente, haciéndome sentir un placer rotundo y extremadamente exquisito. Mis gemidos se entremezclan con sus jadeos, que cada vez son más apremiantes, anunciando lo que está por venir.

Su pelvis sube para volver a bajar sobre mí sensualmente, hasta que mi tripa comienza a tensarse con su suave contoneo.

—Te deseo, mi pequeña loquita… —susurra, atrapando mis ojos con su penetrante mirada azul—. Te deseo….

Y su voz, grave y profunda, susurrando de esa manera, hace que me corra de golpe. Un fuerte gemido se arranca de mi garganta. Un gemido que ahogo hundiendo mis dientes en su hombro. Darrell gruñe de placer en mi oído cuando nota el mordisco.

Se mueve llevado por la pasión y el deseo y unos cuantos envites después, su cuerpo se sacude con un fuerte espasmo, vaciándose dentro de mí.

Cuando su espalda se destensa, acerca su boca a la  mía y me besa, tratando de recuperar el aliento.

—Dios santo, Lea —masculla con la respiración agitada—. Follarte es una de las mejores cosas de esta vida.

—Darrell… —pronuncio su nombre divertida. Creo que está exagerando.

Darrell se deja caer a mi lado. Se coloca de costado hacia mí y apoya la cabeza en el codo. Estira la mano y me aparta un mechón de pelo del rostro sin retirar la mirada de mi cara. Suspira, rendido.

—¿Cómo me puede gustar tanto follarte? —me pregunta con cierto asombro.

—¿Te gusta follarme? —repito, porque quiero que me lo vuelva a decir.

—Es como si estuviera bajo un embrujo del que no soy capaz de escapar —responde.

Sonrío ante su comentario y me acurruco contra él, para estar piel con piel. El calor que desprende su cuerpo es tan reconfortante... Paso la mano por su mejilla y sin pronunciar palabra, me recreo en la belleza perfecta de su rostro. Darrell me acaricia la espalda con ternura.

Agotada, me recuesto en su brazo y cierro los ojos, dispuesta a abandonarme en las manos de Morfeo.

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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