CAPÍTULO 56

 

 

 

 

 

Justo media hora después, con una puntualidad británica, Chad Craig, un hombre robusto, de barba negra recortada con método y pelo con vetas plateadas, entra en el The Modern. Mira por encima de las cabezas que se despliegan por el bar hasta que me divisa junto a Michael al fondo de la barra.

—Buenos días, señor Baker —me saluda afable cuando llega hasta nosotros, abriéndose paso entre los grupos de gente sentados en las mesas.

Le estrecho la mano robusta que extiende hacia mí.

—Buenos días —correspondo—. Craig, él es Michael Ford, amigo y mi abogado. Michael, él es el teniente de policía Chad Craig.

—Encantado, teniente Craig —se adelanta a decir Michael, dándole la mano.

—Encantado, señor Ford —dice Craig—. Un café solo con azúcar, por favor —le pide al camarero, que asiente con una ligera inclinación de cabeza.

Chad extrae una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo trasero de su pantalón vaquero azul oscuro y se dispone a tomar nota.

—¿Cómo se llama su esposa? —me pregunta.

—Leandra Baker, aunque su apellido de soltera es Swan —respondo.

—Señor Baker, cuénteme exactamente cómo ha sido la desaparición de su esposa —me indica Craig poniendo en práctica su papel de policía.

—Lea salió de casa sobre las nueve de la noche —comienzo a explicar—. Discutimos y se fue a tomar un poco el aire.

—¿Por qué discutieron?

—Me enteré de que un amigo suyo había intentado besarla

—¿Discuten a menudo?

—No.

—¿Suele ausentarse con frecuencia?

—Nunca. Es la primera vez que falta tantas horas —respondo.

Craig deja de tomar apuntes en la libreta, alza los ojos castaño oscuro y me mira.

—Señor Baker, ¿cabe la posibilidad de que su esposa se haya ido por voluntad propia?

Sacudo la cabeza enérgicamente.

—No —niego tajante.

—¿Seguro? —insiste.

—Completamente —asevero—. Conozco a Lea; ella nunca haría algo así. —Hago una breve pausa—. Prácticamente acabamos de casarnos, tenemos dos hijos, mellizos; dos bebés que todavía no han cumplido un año y a los que Lea ama con toda su alma y jamás abandonaría. Jamás —enfatizo.

—Está bien. —Craig parece convencido y no hace ninguna objeción—. ¿Ha preguntado a familiares y amigos si la han visto o se ha puesto en contacto con ellos?

—Sí. Lea no tiene padres, murieron. Pero he hablado con sus mejores amigos y con un par de tías paternas que viven en Atlanta, y nadie sabe nada de ella —explico —. También acabamos de llamar a los hospitales de Nueva York y no está ingresada en ninguno.

—Bien. De todas formas, daremos aviso por si la hospitalizaran en las próximas horas. ¿Tiene alguna foto a mano?

—Sí.

Cojo el móvil y busco una de las fotos que poseo de Lea en la galería. Elijo una en la que está sola, con semblante sosegado, sentada en el sofá de la habitación del hotel en el que estuvimos en Praga durante nuestra luna de miel.

—Pásemela al WhatsApp para que pueda enviársela a mis hombres —me pide. Hago lo que me dice—. ¿Cómo iba vestida cuando se fue? —continúa Craig con su interrogatorio.

Hago memoria.

—Pantalones vaqueros claros, camiseta blanca y una cazadora de cuero negro —le describo.

Craig toma nota.

—Supongo que se llevaría el móvil y la cartera…

—Sí.

—Comprobaremos si ha habido movimientos en su cuenta.

Extrae su teléfono móvil del bolsillo lateral de su cazadora y llama a uno de sus hombres.

—Arthur, mírame si ha habido movimientos en la tarjeta de crédito de Leandra Baker —ordena a la persona con la que habla mientras yo escucho atentamente—. Sí, los últimos desde ayer a las nueve de la tarde aproximadamente—. ¿Hay alguno? —Silencio—. Vale. Estate pendiente por si se produce alguno en las próximas horas —le indica por último. Craig cuelga la llamada y guarda el móvil de nuevo en el bolsillo de su cazadora—. No ha habido ningún movimiento en su cuenta, así que la tarjeta no ha sido utilizada.

—¿Eso que posibilidades descarta? —le pregunto.

—Para serle sincero, prácticamente ninguna —dice para mi desconsuelo—, excepto quizá que no se ha ido voluntariamente, aunque se ha podido marchar con una cantidad de dinero en efectivo.

—Entiendo.

En realidad no lo entiendo. No entiendo absolutamente nada de lo que está pasando. No entiendo por qué Lea no aparece. Es todo tan surrealista.

—¿Qué piensa que puede haber pasado? —le pregunto a Craig.

—El abanico es amplio, señor Baker, pero es mejor no hacer presunciones que no nos van a llevar a ningún lado —responde con voz formal—. Lo más sensato en estos casos es tratar de mantener la cabeza lo más fría posible y ceñirnos a lo que vayan diciéndonos las pistas.

Cabeza fría…, pienso para mis adentros, repitiendo las palabras de Craig. ¿Cómo puedo mantener la cabeza fría cuando Lea no aparece? ¿Cuando no sé dónde está? ¿Cuándo no me responde al teléfono desde hace más de ocho horas?

Suspiro. Craig vuelve a tomar la palabra.

—Seguiremos el protocolo que se lleva a cabo en estos casos, hasta que denuncie oficialmente su desaparición. —Me mira—. No se desanime, señor Baker. En el fondo solo han pasado unas horas. Quizá su esposa regrese a lo largo del día.

Asiento, pero no lo hago convencido de nada.

—Se lo agradezco.

—Le informaré de inmediato si conseguimos averiguar algo —dice.

—Estaré pendiente —digo.

—Señor Baker, no tenga ninguna duda de que voy a hacer todo lo que esté en mi mano para dar con su esposa —asevera Craig.

—Gracias.

Craig se bebe su café solo de un sorbo, inclina ligeramente la cabeza a modo de despedida, se gira y sale del bar. Contemplo cómo su silueta robusta pasa por delante de las cristaleras, recortada tras la atmósfera gris con la que se ha despertado el día.

Michael apoya la mano en mi hombro y me aprieta.

—Seguro que Lea está bien, Darrell —me anima.

Lo miro, pero no diga nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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