CAPÍTULO 79
—Y con esto concluyo la exposición —digo—. Espero que les haya quedado claro cuál es mi intención y el futuro de la empresa en Europa de aquí en adelante.
Observo los rostros de los miembros del equipo de administración. Juraría que están satisfechos. Pero no me atrevo a asegurarlo, porque sus expresiones son poco explícitas, la verdad.
Me muerdo el interior del carrillo, esperando que alguien diga algo, o que salgan corriendo.
Michael comienza a aplaudir. Al principio está solo. Tres palmadas después, para mi sorpresa, el resto se une a él. Cuando veo a todos esos ejecutivos trajeados ovacionándome, siento como las mejillas me arden. Estoy tan ruborizada que tengo la sensación de que voy a entrar en combustión de un momento a otro.
¡Madre mía…!
—Gracias —es lo único que se me ocurre decir, cabizbaja.
—Enhorabuena —me dice Michael una vez que nos quedamos solos en la sala de juntas—. Te has metido al feroz equipo de administración en el bolsillo —asevera.
La tensión y la adrenalina del momento me impulsan a abrazarlo. Cuando reacciono, me separo de inmediato de él.
—Lo siento —me disculpo con toda la naturalidad del mundo. Michael sonríe sin darle importancia—. ¿Tú crees? —le pregunto escéptica, volviendo al tema.
—Solo había que ver sus caras para darse cuenta de que tu propuesta les ha gustado y… sorprendido —responde—. Creo que no se esperaban algo semejante.
—Era una apuesta arriesgada —digo—. Soy consciente de ello, pero sé que Darrell lo tenía en mente desde hace algún tiempo. Me ha hablado de lanzar la empresa al mercado europeo varias veces, y de que quería que la expansión empezara por España o Reino Unido. Así que he decido aventurarme y proponérselo al equipo de administración. Aparte, estoy convencida de que es un proyecto que tiene todas las posibilidades.
—Yo también lo creo —anota Michael—. Darrell lo ha hablado muchas veces conmigo y, al igual que tú y que él mismo, pienso que es un proyecto cien por cien viable. —Sonrío. Michael me mira fijamente a los ojos—. Eres increíble, Lea —asevera.
Su repentino halago me sonroja.
—Gracias, Michael —digo, colocándome un par de mechones de pelo detrás de las orejas—. No lo hubiera conseguido sin ti y sin Lissa. Vosotros sois los que me habéis impulsado a seguir adelante, los que me habéis apoyado, los que me habéis animado a seguir con esto.
—No, Lea —refuta—. Lo has conseguido tú sola. Te lo dije ayer; eres puro tesón y una luchadora nata. —Un silencio gravita sobre nuestras cabezas mientras nuestros ojos se miran—. Darrell estaría muy orgulloso de ti —dice transcurrido unos segundos, rompiendo la mudez del momento.
Mis ojos se humedecen al recordarle. A pesar de todo, estoy muy sensible.
—Estoy aquí más por él que por mí —confieso—. No quiero decepcionarlo. Cuando despierte del coma y todo esto pase, porque pasará —digo esperanzada—, quiero que sepa que hice lo correcto, lo que debía; que hice lo que tenía que hacer.
—Lo sabrá, no te preocupes —afirma Michael.
Asiento ligeramente con la cabeza.
Al mediodía, me acerco al hospital a ver a Darrell. Estoy pletórica y necesito contárselo. Necesito contarle lo que ha pasado.
—Hay que afeitarle —me comenta la enfermera.
—Yo lo hago —me adelanto a decir, cogiendo la palangana que trae en las manos.
—Como quiera.
Me echo un poco de espuma de afeitar en las manos y la extiendo por el rostro de Darrell, como lo suelo hacer desde que está en coma.
—¿Sabes que he presentado al equipo de administración el estudio del lanzamiento de la empresa en el mercado europeo? —le pregunto mientras paso con cuidado la maquinilla por su mandíbula angulosa. No quiero cortarle—. Estuve toda la noche trabajando en el dosier que propuse. Tenías que haberlos visto, mi amor… Tenías que haber visto sus caras mientras exponía el proyecto —digo entusiasmada. Le rasuro suavemente la mejilla—. Creo que alguno ha flipado gambas fritas —digo entre risas. Meto la maquinilla en el agua de la palangana y la enjuago—. Sobre todo, ese tal Thomas. Es como un grano en el culo —río.
Hago una breve pausa y paseo la maquinilla por su barbilla, mientras lo miro con ojos cariñosos.
—Estarías tan orgulloso de mí, Darrell —murmuro a media voz—. Tan orgulloso…
Respiro profundamente.
—Lissa y Michael me han ayudado mucho —continúo hablando—. De hecho, creo que sin ellos no hubiera podido enfrentarme de nuevo a ese equipo de administración que has puesto —digo—. Te aseguraste de que iban a defender la empresa y sus intereses a capa y espada —ironizo.
Termino de afeitarle, dejo la maquinilla a un lado y le quito los restos de espuma de la cara con la toalla.
—Sea como sea, en breve tu empresa se va a hacer las europas —bromeo—. Exactamente se va a Madrid. ¿Te acuerdas lo que nos gustó esa ciudad cuando la visitamos en nuestra luna de miel? —le pregunto—. ¿Y te acuerdas de cómo te enfadaste conmigo cuando me quemé con sol de Madrid, porque se me olvidó darme la crema protectora que me compraste?
Suspiro recordando el momento.
Cojo el frasco de after shave y le doy un poco en el rostro para que no se le irrite la piel.
—Me gustaría tanto que volvieras a protegerme de la forma que siempre has hecho —digo con tristeza—. Que me cuidaras, que me mimaras… Me siento tan sola sin ti. —Guardo silencio durante unos segundos—. No te puedes dar por vencido, Darrell. Y no puedes hacerlo porque todavía tengo que decirte muchas cosas, tengo que decirte que te quiero, que te quiero con locura. No puedes darte por vencido porque tengo que darte las gracias por darme una familia, por protegerme, por cuidarme, por salvarme la vida
—No sé si puedes oírme —continúo con mi monólogo—. Espero que sí. Necesito que te quedes, Darrell. Necesito que te quedes conmigo —enfatizo—. ¿Me oyes? Necesito que te quedes conmigo.
La voz se me quiebra. Aprieto los labios para no llorar. Alargo el brazo y apoyo la palma de la mano sobre su corazón. Me encanta oír cómo late, porque indica que al menos está vivo, que está aquí, aunque su rostro de rasgos cincelados se encuentre estático e inexpresivo como una estatua de mármol.
Será mejor que cambie de tema.
—La semana que viene es el cumpleaños de nuestros pequeños, de nuestros polluelos. ¡Ya un año! —digo—. ¿Te lo puedes creer? Parece que fue ayer cuando te anuncié que estaba embarazada… Estaba aterrada porque no sabía cómo ibas a reaccionar. —Sonrío con un halo de tristeza—. Has resultado ser el mejor padre del mundo —afirmo—. Ellos también te echan de menos, ¿sabes? Tanto como yo.
Miro el reloj. Son las cuatro y media.
—Ahora tengo que irme, mi amor. Tengo que ir al despacho. Hay muchas cosas que hacer. Pero no te preocupes, mañana vendré a verte de nuevo —digo—. Voy a pedir permiso al médico para que me deje traer a James y a Kylie el día de su cumpleaños para que estén un ratito contigo.
Me inclino y apoyo los labios en su frente, depositando un beso en ella.
—Hasta mañana —susurro a unos centímetros de su boca.
El martes de la semana siguiente y con la aprobación del doctor Brimstone, llevo a James y a Kylie al hospital. Es el cumpleaños de nuestros pequeños y quiero que Darrell note su presencia.
—Mira quién ha venido a verte… —le digo a Darrell cuando entro con ellos en la habitación.
Cojo a Kylie en brazos y la acerco a Darrell. Abre mucho sus ojitos azules, lanza unos cuantos gorgoritos y carcajea alegre cuando lo ve.
—Es papá —digo—. Pa-pá, pa-pá… —repito. Kylie me mira extrañada después de unos segundos, al ver que Darrell no se mueve—. Está dormido. ¿Ves? Está dormido… Por eso no puede decirte nada, princesa.
La aproximo un poco más. Kylie apoya las manitas en las mejillas de Darrell y las acaricia suavemente, como si no quisiera despertarlo de su profundo sueño.
La escena hace que se me encoja el corazón.
—Ahora tú, campeón —le digo a James, sentando a su hermana a un lado de la cama.
Al igual que Kylie, James balbucea alegre y se ríe cuando ve a Darrell. Da unas cuantas palmas, patalea y alarga los brazos como queriendo que Darrell lo coja.
—Papá no puede cogerte ahora, mi amor —murmuro—. Está descansando.
James me mira desconcertado con sus grandes ojos color bronce, sin entender qué ocurre, como Kylie. Supongo que se preguntarán por qué Darrell no los coge, por qué no les dice nada, por qué no juega con ellos como otras veces…
Los tumbo a su lado para que Darrell sienta su calor. No hay peligro de que se caigan porque la cama es amplia y está protegida por una barandilla a ambos lados.
—¿Has visto cómo han crecido? —le pregunto a Darrell—. Se están haciendo mayores —bromeo—. Hoy cumplen su primer añito. Son unos pequeños terremotos; no paran quietos —digo, mientras James y Kylie se retuercen juguetones a sus costados.
Mientras James apoya la cabeza sobre el pecho de Darrell, Kylie gatea hasta su rostro y pega su mejilla a la suya.
Las lágrimas arrasan mis ojos. La escena que se desarrolla delante de mí, se vela. Como buenamente puedo, reprimo el llanto. No quiero que los pequeños me vean llorar, porque ya se dan cuenta de las cosas, de cuando alguien está triste o contento.
James levanta la cabeza y me mira. Me observa durante unos instantes y arruga la nariz. Entonces alza sus brazos para que lo coja.
—Todo está bien, mi vida —le digo, abrazándolo contra mi pecho—. Todo está bien.