CAPÍTULO 98

 

 

 

 

 

Acaricio la espalda de Lea suavemente mientras nuestras piernas permanecen enredadas en un nudo que nos negamos a deshacer.

—He pasado mucho miedo, Darrell —susurra.

—Lo sé, pequeña —digo, subiendo la mano y pasándola por su pelo suelto.

—¿Lo recuerdas todo? —me pregunta, con un rastro de incredulidad en la voz.

—Casi todo —respondo—. Sigo teniendo algunas lagunas… Pero los recuerdos más importantes han regresado a mi mente.

—El doctor Brimstone dijo que había una posibilidad de que los recuerdos volvieran espontáneamente —me explica—. Reconozco que siempre he dudado de ella, sobre todo a medida que pasaba el tiempo, pero le doy gracias a Dios de que en tu caso haya sido así, porque ha habido momentos en los que he creído que iba a volverme loca. No puedo con El hombre de hielo. Ya no… —añade.

El hombre de hielo… Yo tampoco quiero que vuelva.

Giro el rostro y le doy un beso en la frente. Lea se aprieta más contra mí, como si tuviera miedo a que me desvaneciera. Yo comparto el mismo miedo con ella. La vida nos ha jugado tantas malas pasadas que me aterroriza que nos tenga preparada otra de sus jugarretas.

—No voy a permitir que el destino vuelva a separarnos, Lea —asevero.

—Yo tampoco, Darrell —dice convencida—. Ya ha jugado bastante con nosotros y con nuestro amor. Tú estancia en la cárcel, mi secuestro, la amnesia…

—Yo pasé mucho miedo durante tu secuestro —intervengo—. Cuando supe que Stanislas te tenía… ¡Dios, fue una pesadilla! Temía que te pudiera hacer algo.

—No me hizo nada —apunta Lea.

—Romperte el labio de una bofetada —afirmo, conteniendo la rabia—. Le hubiera matado con mis propias manos si te hubiera tocado, Lea. Aunque me hubiera podrido en la cárcel, le hubiera matado con mis propias manos. Te lo aseguro.

—Ya no tenemos que preocuparnos por Stanislas —dice Lea con visible alivio—. Murió. Gracias a que Michael avisó a tiempo a la policía, que intervino justo en el momento en el que iba a dispararme también a mí.

Michael…

No puedo evitar que los celos me asalten como un zarpazo. Michael, mi mejor amigo, está enamorado de Lea, de mí Lea. Intento mantener la mente fría; no puedo presionarla del modo que lo hacía antes con Matt. Lo único que crearé será un problema y ya hemos tenido suficientes. Pero necesito hablar de ello.

—Por cierto… —tanteo—, ¿Michael te besó? —le pregunto con un rastro de broma en la voz. El humor siempre es una buena forma de decir las cosas.

Lea se mueve incómoda en el sitio. Carraspea.

—Fue una tontería —dice.

—¿Pero te besó? —insisto, intentando mantener el tono distendido.

Lea hace una pausa, calibrando las siguientes palabras que va a decir.

—Sí, me besó. Pero fue una tontería —repite nerviosa.

—¿Voy a tener que hablar con él? —pregunto, fingiendo seriedad.

—¡No! —se apresura a negar Lea, incorporándose ligeramente y mirándome—. No tuvo importancia, Darrell. Solo fue… fue un impulso del momento.

Advierto un toque de rubor en sus jugosas mejillas. Me encanta ver cómo se deshace en explicaciones para convencerme de que fue algo trivial. Se ve tan sexy.

—Lea, Michael era mi mejor amigo…

—Y lo es —me corta—. Lo sigue siendo. No puedes romper una amistad como la que tenéis Michael y tú por una tontería. No fue nada… nada —se empeña en decir.

Tiro de ella hacia arriba, le sujeto la barbilla y la beso.

Eres mía, Lea. Siempre serás mía.

—Con los que voy a tener que hablar va a ser con los miembros del equipo de administración —comento en tono de reprimenda cuando nos separamos.

—Eso ya pasó —dice Lea—. Afortunadamente al final conseguí metérmelos en el bolsillo, aunque son duros de pelar.

—Estoy muy orgulloso de ti —asevero—. Muy, muy orgulloso de ti, Lea. Has sabido dirigir la empresa de forma extraordinaria y, además, has sacado adelante el proyecto de la expansión internacional.

Le doy un toquecito en la nariz con el índice.

—Al principio no fue fácil, Darrell. Nada fácil…

—Lo sé, pequeña. Sé que no tuvo que ser fácil —digo comprensivo.

—Para ser sincera, si no hubiera sido por Lissa y Michael, lo hubiera dejado. De hecho, estuve a punto de hacerlo.

—Pero no lo hiciste —digo. La miro durante unos instantes—. Eres la mujer más valiente que conozco —afirmo.

—Tenía mucho miedo.

—Nadie ha dicho que los valientes no tengan miedo. Nelson Mandela decía que el valor no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. Un hombre valiente no es aquel que no siente miedo, si no el que conquista ese miedo.

—De todas formas, menos mal que ya estás tú para seguir con la dirección de la empresa —señala. Levanto las cejas y ladeo la cabeza—. ¿Qué? —pregunta Lea ceñuda.

—¿No pensarás que voy a dejar escapar a una mente tan brillante como la tuya?

—Pero, Darrell…

No le dejo terminar.

—Pero nada —atajo—. Ahora no tienes ninguna excusa para no trabajar en la empresa. La has dirigido durante unos meses y has demostrado que estás suficientemente cualificada para ello.

—No creo que se buena idea.

—Es la mejor idea del mundo —refuto—. No voy a permitir que estés en un trabajo de mierda ganando un sueldo de mierda y desperdiciando el enorme potencial que tienes. Te quiero en primera fila de mi empresa —concluyo—. Y no estoy dispuesto a cambiar de opinión —agrego, dejándole claro cuál es mi postura.

Lea me sostiene la mirada durante unos segundos. Se muerde el interior del carrillo. Finalmente resopla, apartándose un mechón de pelo que le cae sobre la frente.

—Al final te vas a volver a salir con la tuya —dice.

—¿Eso es un «», señora Baker? —bromeo.

—Eso es un «», señor Baker —responde resignada, pero plenamente consciente de lo que está aceptando.

—¡Esta es mi niña! —exclamo, apretándola cariñosamente contra mi cuerpo.

Sonrío.

—Qué bien que ya vuelves a sonreír —me dice Lea—. He echado de menos tus sonrisas, Darrell. Las necesito tanto como respirar.

—Jamás volveré a dejar de sonreír —afirmo.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Lea hace una mueca con la boca.

—Ah, por cierto, tuve que despedir a Susan —me informa.

—No hay problema. Si no la hubieras despedido tú, hubiera terminado despidiéndola yo.

—Su única pretensión durante los meses que estuve al frente de la empresa era hacerme la vida imposible y echarme la culpa de lo que te había pasado.

—Lea, no tienes que darme ningún tipo de explicación —digo, acariciándola suavemente el hombro.

—Vale —dice, más tranquila.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La decisión del señor Baker
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