CAPÍTULO 80
—¿Cómo han sido tus primeros dos meses como directora del imperio Baker? —me pregunta Lissa, mientras nos tomamos unas cervezas en el Bon Voyage.
Resoplo.
—Después de presentar al equipo de administración el estudio de mercado para el lanzamiento de la empresa al mercado europeo, bien —respondo.
—¡Esa es mi Lea! —exclama Lissa.
Levanta la palma de la mano y choco los cinco con ella.
—Menos mal que con eso los calmé —comento—, porque si no, a estas alturas solo encontraríais mis pedazos.
—Uno siempre piensa que eso de los ejecutivos agresivos es una leyenda urbana —dice Lissa.
—Te aseguro que no —afirmo—. Darrell lo es, por lo menos cuando trabaja, y el equipo de administración de su empresa también. Defienden sus intereses como perros de presa.
—La verdad es que es admirable cómo al final te los has metido en el bolsillo.
—No ha sido fácil —apunto—. Esa gente es muy exigente. —Cojo mi cerveza y doy un trago. Veo pasar a Joey de un lado a otro del bar—. ¿Qué tal con Joey? —le pregunto a Lissa, girando el rostro hacia ella.
Lissa se encoge de hombros.
—A ratos bien y a ratos no tan bien —dice desanimada.
—¿Sigue sin decirte que le pasa?
—Sí. —Lissa alza los ojos y me mira—. Estoy completamente segura de que ocurre algo. Pero no se qué es —dice. Hace una breve pausa—. Estoy empezando a temerme lo peor.
—¿Lo peor? —pegunto ceñuda—. ¿Qué quieres decir?
—Que esté con otra tía —asevera.
—Lissa, no te adelantes a los acontecimientos —le digo con sensatez—. La mayoría de las veces sufrimos más por lo que imaginamos que por lo que realmente es. La cabeza suele jugarnos muy malas pasadas.
Lissa chasquea la lengua y dirige la vista hacia Joey, que está ahora detrás de la barra, consultando unos papeles.
—¿Le ves? —me pregunta—. Antes no paraba de mirarme y ahora no para de esquivar mi mirada. —Vuelve los ojos hacia mí—. Ni siquiera el sexo es tan frecuente y apasionado como cuando empezamos. A este paso vamos a terminar pareciendo un matrimonio de ancianos —concluye, dando un trago a su cerveza.
—Lissa… —trato de frenar sus pensamientos.
Lissa niega para sí.
—Te lo digo en serio, Lea —me corta—. Somos una pareja de jóvenes, pero nos comportamos como viejos.
—Todas las parejas tiene crisis —digo—. Ya verás como esto termina pasando.
—Ya no sé qué pensar…
—No pienses nada. A veces, pensar es malo —le aconsejo—. Mejor deja que pase lo que tenga que pasar y después actúas.
Lissa se muerde el labio inferior.
—Creo que eso es lo mejor que puedo hacer, no pensar. —dice Lissa—. Es muy estresante.
Ambas intercambiamos una sonrisa.
—Tengo que volver al despacho —anuncio. Me bebo de un sorbo la cerveza que queda en mi vaso y me levanto del taburete—. ¿Tienes que ir a algún sitio? —le pregunto—. Puedo decir a Woody que te acerque donde quieras.
—No es necesario —dice Lissa—. Me voy a quedar un rato más aquí. A ver si mi novio se decide a hablarme.
—Paciencia —indico, cogiendo el bolso del respaldo del taburete. Lissa suspira de forma ruidosa—. Te llamo mañana —digo.
—Vale —responde—. Que tengas buena tarde.
—Gracias. Igualmente.
Me acerco a su rostro y le doy un beso en la mejilla a modo de despedida.
Al llegar al despacho, Susan me recibe con su habitual semblante altanero. Cada día se me hace más cuesta arriba tratar con ella, porque es sumamente impertinente, hasta el límite de lo tolerable.
—Este informe no es el que le he pedido, Susan —digo, intentando por todos los medios templar mis ánimos, cuando me entrega unos documentos que no tienen nada que ver con lo que le he solicitado.
—No se habrá explicado bien —me replica con suficiencia.
Respiro hondo.
—¿Que no me habré explicado bien? —repito.
—Usted cree que es buena para este puesto solo porque al equipo de administración le gustó su mierda de propuesta, pero está muy equivocada —espeta con desprecio.
—Yo no me creo nada —refuto—. Sé que para usted no soy tan buena jefa como lo es el señor Baker. Pero ya ve, esto es lo que hay —digo, sin dejarme intimidar por ella ni por su tono avasallador.
—Debería caérsele la cara de vergüenza —dice. Frunzo el ceño, confusa. Al advertir la expresión de mi rostro, continúa hablando—: El señor Baker está postrado en una cama por tu culpa…
Me levanto del sillón de cuero casi de un salto.
¿Quién se ha creído esta que es? ¿Se puede ser más gilipollas?
—¿Qué…? —farfullo.
—Sí, el señor Baker está en coma por tu culpa. Por tu única culpa. —Su voz está llena de rabia. De una rabia que ha dejado de contener y que escupe contra mí como si fuera veneno—. Esa bala era para ti. Ojalá la hubieras recibido tú y no él. Ojalá fueras tú la que estuvieras en esa cama.
Alargo el brazo y le pego un bofetón. Susan reacciona levantando la mano, pero la sujeto por la muñeca antes de que consiga pegarme.
—No te voy a consentir que me hables así —le digo entre dientes, tuteándola, igual que ella hace conmigo—. Que estés enamorada de mi esposo, no te da ningún derecho a hablarme así.
—Yo puedo hablarte cómo me dé la gana —se defiende enfadada.
—Tienes razón. Y yo no tengo por qué aguantar tus impertinencias —digo—. Desde este mismo momento estás despedida —asevero, soltando con fuerza su mano. Susan no mueve un solo músculo. Se limita a taladrarme con la mirada mientras se acaricia la mejilla que ha recibido la bofetada y que está ligeramente roja. Sus ojos echan fuego, tanto como los míos—. ¡Fuera de aquí! —le grito autoritariamente, apuntando con el índice hacia la puerta—. ¡Ya!
Sin replicarme, Susan da media vuelta y de unas pocas zancadas alcanza la puerta y sale del despacho. Cierro los ojos durante un par de segundos y resoplo.