3
Habían sacado las lonas alquitranadas de la zona de la plataforma. Había un soldado de caballería ruso en cada trinchera. El sol del mediodía caía a plomo sobre sus túnicas blancas y las armas resplandecientes. Algunos emisarios descansaban a la sombra de las torretas de la pagoda.
Jonnie llamó al anfitrión y le ordenó que hiciera pasar a los nobles a la sala de conferencias.
Al escuchar el ruido, Stormalong salió de la sala de operaciones con un despacho en la mano, intentando correr hacia donde estaban sir Roberto y Jonnie. Pero el brazo ancho y la mano vendada del coronel Iván lo detuvieron.
—Déjelos solos —se las arregló para decir en inglés el coronel Iván.
Tenía sus órdenes. Se quedó allí y vigiló a los emisarios, que entraban en la sala de conferencias. Sabía que un momento después entraría Jonnie y también sabía qué iba a hacer allí. Esto lo ponía un poco nervioso, porque allí adentro Jonnie no tendría protección directa. Una mirada casual le había indicado que muchos de aquellos nobles iban secretamente armados, pese a sus hermosas ropas y sus modales arrogantes. Cuando Jonnie hiciera lo que había planeado, podían reaccionar con violencia. ¡Sería como nadar en un río lleno de cocodrilos! El coronel Iván tomó una decisión: si herían a Jonnie, ninguno de aquellos nobles abandonaría vivo la Tierra. Pero eso no ayudaría a Jonnie si se volvían contra él. Y muy bien podían hacerlo.
Angus estaba arrodillado junto al proyector atmosférico, dando los toques finales a los ajustes. Echó una mirada, vio lo que estaba sucediendo y se dio prisa con su trabajo. Lo necesitarían en un instante.
Frustrado, Stormalong agitaba el despacho que tenía en la mano y, siempre retenido por Iván, contemplaba la entrada de los nobles. Después entraron también sir Roberto y Jonnie.
Dentro de la sala de conferencias, el anfitrión arreglaba las sillas y ayudaba a instalarse a los nobles.
Los hombrecitos grises, Mac Adam y el barón Von Roth entraron y se sentaron junto a la pared.
Sir Roberto se quedó de pie junto a Jonnie, en la tarima. Por debajo de sus cejas grises lanzaba miradas a los nobles. De alguna manera, había que domeñar aquellos poderes. No le importaba mucho lanzarse sobre ellos; esperaba sólo que el resultado no fuese desastroso.
Empezó a sonar una marcha marcial.
El anfitrión se puso en pie:
—¡Señorías, esta última parte de la conferencia ha sido solicitada por el emisario de la Tierra! ¡Les presento a sir Roberto!
Esto no empezaba bien.
Hubo algunos murmullos entre los lores. Miraron hacia Voraz, sorprendidos. ¿No se suponía que esto era una subasta? ¿Qué hacía el emisario de la Tierra?
Sir Roberto, con su uniforme de gala, ocupo el centro de la plataforma. Se encendió el spot.
—¡Señorías —dijo con su voz potente, sonora—, tenemos algo más que discutir, aparte de las subastas!
—¿Quiere decir que nos han retenido aquí para nada? —preguntó Fowlojpan.
—Nos estamos quedando sin reservas de alimentos y de atmósfera —gritó lord Dom—, y hace tiempo que deberíamos habernos ido. ¿Es esto sólo una pérdida de tiempo?
Las cosas se ponían feas. Voraz no indicaba nada; se limitaba a estar ahí sentado, impasible. Tenía muy mala opinión de toda esa escena.
—Señorías —dijo sir Roberto, lo bastante alto como para ser oído en un campo de batalla—, últimamente se ha estado hablando entre ustedes de una recompensa.
Se tranquilizaron instantáneamente. Una recompensa era algo digno de ser tenido en cuenta.
—¡Dos sumas de dinero, cada una de cien millones de créditos, se han ofrecido para estimular cierta búsqueda! —explicó sir Roberto.
—¡Era para encontrar al hombre! —exclamó uno.
Los nobles prestaron mucha atención.
—¡Aquí está el hombre! —dijo, y su mano señaló a Jonnie.
El spot pasó a iluminar a Jonnie y sus botones y su casco vomitaron fuego.
Fue dramático. Los nobles retuvieron el aliento.
No era exactamente lo que Jonnie había planeado. Sir Roberto había permitido que sus sentimientos cambiaran la escena; pero de todos modos era eficaz.
Con voz fuerte y triunfante, sir Roberto hizo un resumen de los hechos:
—¡Con la ayuda de unos pocos escoceses, él terminó para siempre con el imperio más poderoso de los dieciséis universos! Ese hombre aniquiló a un imperio que los había aplastado y aterrorizado a todos. Entre todos ustedes suman cinco mil planetas. ¡Él terminó con un imperio de más de un millón de planetas!
Los delegados permanecieron silenciosos. Tenían miedo de lo que pudiera seguir, pero estaban impresionados.
—Y ahora, ¿quieren ver lo que hizo para terminar para siempre con Psiclo?
No esperaron la respuesta. Cuatro rusos y el coronel Iván entraron corriendo a la habitación con la vagoneta que transportaba el proyector atmosférico. Lo colocaron en su lugar, retrocedieron hacia la pared y se quedaron allí en posición de firmes.
Sir Roberto apretó un repetidor remoto. El spot se apagó y se encendió el proyector.
Sobre la plataforma apareció la imagen de la ciudad imperial un instante antes del cataclismo. Allí, como si estuvieran frente a ellos, estaban las defensas de la poderosa Psiclo.
Pocos emisarios habían visto alguna vez una fotografía como ésa. Haber puesto los pies en ese lugar les hubiera costado la vida. Pero reconocieron las cúpulas del palacio, por haberlas visto en los sellos de Psiclo. Sólo ver Psiclo era ya una experiencia.
Y entonces sé inició la catástrofe.
Retuvieron el aliento.
Jamás habían contemplado un desastre más absoluto, más violento. Psiclo, atrapado en una muerte horrorosa frente a sus propios ojos, se transformó en un sol quemado, ardiente.
La película terminó. El spot no se encendió. La voz de sir Roberto los golpeó en la oscuridad:
—¡Piensen en la opresión de Psiclo! ¡Piensen cómo alteró cada sector de la vida de las naciones! ¡Piensen lo que ha producido su tiranía! ¡Y comprendan ahora que ha terminado, terminado para siempre! ¡Tienen con este hombre —y la luz del spot se centró en Jonnie— una deuda inmensa, por haberlos liberado de un monstruo!
Los emisarios no estaban acostumbrados al miedo; se sentían atemorizados.
Sir Roberto continuó. Había desatendido las órdenes de Jonnie, porque sus sentimientos eran demasiado poderosos y detestaba a estos nobles despiadados que posiblemente habían aniquilado Escocia.
—¡Ya han visto lo que puede hacerle a un planeta como Psiclo! ¡Ahora voy a mostrarles qué más puede hacer! —Y Sir Roberto apagó la luz y encendió el remoto del proyector.
Apareció la secuencia completa de la luna tolnepa. Ya habían visto trozos, pero no habían contemplado el final de esa luna, porque había sido filmado después de la lucha con lord Schleim.
Frente a ellos, la luna empezó a desmoronarse y desinflarse. Una vez más, la enorme nave que había tratado de escapar fue engullida frente a sus ojos. Y después aparecieron las imágenes tomadas desde lo alto de la montaña tolnepa.
Tampoco Jonnie las había visto. A menos que se mirara muy atentamente, la luna parecía disolverse en gases. Y después el gas empezó a licuificarse en medio del frío intenso del espacio.
Las escenas del trozo de hierro que caía contenían cosas que Jonnie no había visto. Precisamente antes de caer en la superficie de la luna, se levantó una lengua relampagueante. Durante un momento se puso al rojo vivo y después, golpeando el gas en licuefacción, se desmoronó al dirigirse visiblemente hacia el núcleo todavía fluido.
Ahora esa luna era una bola no sólo de gas sino de incontables trillones de megavoltios de electricidad. La separación de los átomos había generado una carga inmensa, pero al no haber oxígeno ni un segundo polo para permitir el fluir, el frío intenso del espacio había congelado la electricidad resultante. Jonnie comprendió que así era cómo funcionaba el combustible psiclo, aunque no tenía en él ningún metal pesado, sino sólo los metales básicos. Y esa luna mataría cualquier nave que se le acercara, no por desintegración sino mediante poderosas descargas de electricidad. ¡Ah, allí venía un meteoro! Se disparó un relámpago y lo fundió.
Los emisarios habían visto a un planeta transformándose en sol y ahora veían una luna desvaneciéndose y después congelándose en una masa helada, mortal, de destrucción.
La voz de sir Roberto los penetró como una oleada.
—¡Él puede hacerle esto a sus planetas, a voluntad!
Si les hubiera disparado, no hubiera producido un efecto más paralizante.
—¡Y además —gritó sir Roberto—, no pueden hacer nada para evitarlo!
Jonnie no había planeado que las cosas fueran tan fuertes, pero sir Roberto estaba vengándose.
El spot se centró en Jonnie.
—Va a montar veintiocho plataformas de disparo en veintiocho lugares distintos…, ninguno de ellos en este planeta —insistió sir Roberto—. ¡Se prepararán con las coordenadas de sus planetas y, si alguno de ustedes demuestra sentimientos hostiles, esas veintiocho plataformas dispararán, todas!
Esto no era lo que Jonnie le había dicho que dijera. Lo de las veintiocho plataformas, sí, pero no…
—¡Todo lo que tienen que hacer —aulló sir Roberto— es desviarse una pulgada de la línea y todos sus planetas quedarán exactamente como esa luna!
Estaban paralizados.
—Ustedes van a firmar un tratado —exclamó sir Roberto—, un tratado que prohíbe la guerra con nosotros y entre ustedes. Si no lo hacen, todos sus planetas centrales, todos, se desintegrarán como esa luna y ustedes y su gente se irán con ellos. —Y volvió a señalar a Jonnie—. ¡Él puede hacerlo y lo hará! ¡De modo que pónganse a trabajar y firmen el tratado ahora!
¡Confusión y estrépito!
Todos los emisarios se pusieron en pie, gritando de rabia.
El coronel Iván y sus soldados se prepararon.
El ruido amenazaba con romper los tímpanos de todos.
Sir Roberto los miró, sintiéndose victorioso.
Jonnie fue hacia el centro de la plataforma. El spot lo siguió. Levantó las manos para hacerlos callar. El tumulto disminuyó en parte.
Una exclamación final de Browl expresó los sentimientos de todos.
—¡Ésta es una declaración de guerra!
Jonnie se quedó allí de pie. Gradualmente, su presencia fue silenciándolos.
—No es una declaración de guerra —negó—. ¡Es una declaración de paz! Sé que sus economías dependen de la guerra. Sé que ustedes piensan que la mejor manera de librarse del exceso de población es comprometerse en una guerra. Pero en las guerras uno u otro de los combatientes tiene que perder. Cada uno de ellos siente que no puede ser él, pero las posibilidades son parejas. De modo que al declarar la paz sólo estamos protegiéndolos el uno del otro.
De pronto, Fowlojpan gritó:
—¡Cuando volvamos a casa podemos enviar grandes armadas contra ustedes! Aun si nos asesinan, esas flotas vendrán y los destruirán. ¡Y en cuanto a usted, se ha puesto en una situación que lo expone al asesinato!
Súbitamente, sir Roberto se colocó delante de Jonnie.
—Sus flotas no podrán salvar a sus propios planetas. Contra estas plataformas ustedes no tienen defensas. Sólo este hombre sabría dónde están. Y si pasaran treinta días sin que las revisaran, si algo le sucediera y no estuviera allí, esas plataformas dispararían en forma automática. Si algo le sucediera a él o a la Tierra, los planetas centrales de todos ustedes serían destruidos. Además, tiene dobles. Se le parecen mucho; es imposible distinguirlos. Si ustedes pensaran que lo han asesinado, probablemente estarían asesinando a un doble. Y si alguno de estos dobles resulta dañado o tocado, esas plataformas dispararán. ¡Todas! Proteger la Tierra y protegerlo a él es cosa de ustedes. Las vidas de ustedes, las de sus gobernantes y su gente dependen de ello. Y en cuanto a que sus flotas vengan y nos destruyan, pueden hacerlo. Pero si ustedes no llegan a casa, no sabrán nada. Nos atacarán y no tendrán base, gente o gobierno al cual regresar. ¡Piensen en ello!
—¡Está amenazando a los emisarios! —gritó Browl.
—¡Está protegiendo a los emisarios! —saltó sir Roberto—. ¡Con sus industrias de guerra trabajando, hay más de uno en esta habitación que estará representando a un gobierno conquistado por otro! Deben contemplar un principio que se conoce con el nombre de forcé majeure. Quiere decir que repentinamente ha sucedido algo inesperado e incontrolable que afecta a los universos. ¡Una fuerza superior! Este hombre y lo que él puede hacer constituyen un caso de forcé majeure. Cambia la manera en que eran las cosas. Determina cómo será el futuro. Yo soy un hombre de guerra. ¡Ustedes son diplomáticos! Tiene capacidad para ejercer influencia en esta forcé majeure, como en este momento. ¡Si no se percatan de ello, no son diplomáticos sino locos, y locos suicidas!
—¿Cómo podemos controlar esto? —preguntó un noble pequeño desde la parte trasera de la sala.
Amablemente, Jonnie llevó a sir Roberto a un rincón. Las cosas no habían salido como las había planeado. Sir Roberto tenía sus ideas, pero en realidad lo había hecho muy bien. Estaban escuchando.
—Antes de que las plataformas dispararan se convocaría una conferencia de emisarios —dijo Jonnie—. Allí podría discutirse cualquier acción injusta, cualquier idea errónea.
Vio que había despertado interés.
—Las plataformas podrían funcionar como un arma para una conferencia semejante a ésta —dijo.
Podía ver cómo lo pensaban. Podía ver que al menos algunos de ellos iban llegando a la conclusión de que esto podía darles, como individuos, un poder nuevo en sus gobiernos. Así eran ellos. No especulaban con él, sino consigo mismos. Se miraban los dedos o garras. Movían la cabeza. Pero sabía que todavía no los tenía.
—Sigue siendo una amenaza terrible —comentó uno.
—No resuelve ninguno de nuestros problemas económicos —indicó otro—. Por el contrario, provocará el caos.
Jonnie los miró. Después empezó a comprender con qué se enfrentaba realmente. Todos estos nobles y sus pueblos habían sido criados a la sombra de los crueles y sádicos psiclos. Tal vez hubieran permanecido políticamente libres, pero estaban marcados por la filosofía psiclo, según la cual todos los seres eran animales. Se suponía que la naturaleza de todo individuo era la avidez, el lucro y la corrupción. No había decencia o virtud. ¡La marca de Psiclo!
Estos sentimientos eran los de un loco. Los psiclo habían hecho la vida de esa manera y después habían dicho: «¿Ven? Así es la vida». ¿Cómo podía llegar a estos poderosos nobles?
—Nuestras industrias están ligadas a la guerra —gritó otro—. ¡Una Paz intergaláctica arruinaría a todos y cada uno de nosotros! Sí pensó Jonnie. Los psiclos deseaban que cualquiera con el que tuvieran negocios estuviera en guerra con otro. ¿A quién le importaba lo que nacían estos «planetas libres» mientras compraran metal? Los psiclos podían aplastarlos en cualquier momento. ¡Los psiclos los deseaban luchando como animales! ¡Creían que sólo eran animales!
—Hay otras maneras de manejar la economía —señalo Jonnie—. Podrían ir pasando gradualmente sus industrias de guerra a lo que se llama «producción de consumo». Hacer cosas para la gente. De este modo, la gente tiene empleo y hacen cosas los unos para los otros. Sus pueblos son sus mejores mercados. En el futuro cercano habrá intercambios espaciales entre los mundos. Los psiclos tenían las cosas organizadas de modo que todo debía embarcarse en primer lugar hacia Psiclo. Mediante esta maniobra, impedían el comercio. Las cosas se organizarán de modo que ustedes puedan, con rapidez y a poco precio, intercambiar mercancías de un sistema a otro. Ya con eso habrá prosperidad. Sus gentes, que ahora padecen hambre y se rebelan, pueden emplearse ventajosamente en las industrias de paz. Pueden tener cosas para sí. Cosas como casas y muebles mejores, ropas mejores, mejor comida. ¡Tienen ahora una oportunidad de oro para iniciar una era de prosperidad y abundancia!
No llegaba realmente a conmoverlos. Escuchaban pero eso era todo cuanto podía decirse.
—Eso no soluciona el problema de los disturbios actuales —repuso Dom.
Jonnie lo miró. Ahora daría el gran salto que haría estremecer a Voraz.
—Estoy seguro de que el Banco Galáctico concederá préstamos grandes y liberales a los gobiernos que deseen usar el dinero para comprar alimentos para su pueblo, preparándolo para el momento en que se cambie a las industrias de paz. Eso más la noticia de que no habrá más guerras, detendrá los motines y estabilizará sus gobiernos.
Browl miró a Voraz.
—¿Haría eso?
Voraz descubrió que estaba flanqueado por Mac Adam y el barón. Ambos lo incitaban a decir que sí. Se quedó allí sentado.
Jonnie siguió hablando:
—Estoy seguro de que el banco ofrecería los préstamos necesarios para reconvertir sus industrias hacia la producción de consumo. Y no sólo eso. Estoy convencido de que el banco aceptaría dar préstamos al sector privado: a los negocios pequeños e incluso a los individuos, de modo que puedan comprar nuevos productos.
Voraz ignoró los tirones que estaban dándole. Miraba a Jonnie.
Este joven estaba hablando de «banca comercial», algo habitualmente relegado a los pequeños puestos callejeros, medio crédito aquí y un cuarto de crédito allá; ese tipo de cosa.
Jonnie continuó:
—Y también deseo informarles de que en el mercado figurarán muchos planetas nuevos. Podrán pedir dinero prestado para comprarlos y tendrán amplios fondos para colonizarlos con lo que ahora consideran un «exceso de población». —Y Jonnie levantó un poco la voz y habló tranquilamente a Voraz—. ¿No es eso correcto, lord Voraz?
El presidente del Banco Galáctico se sentía como arrastrado en una oleada irresistible. En realidad, no había aceptado que este joven determinara la política del banco. ¿Se pondría en pie y lo denunciaría?
El Banco Galáctico había tratado con naciones. Después, de pronto, comprendió que en realidad había dependido de los psiclos.
Voraz pensó frenéticamente. Los banqueros de los Gredides sabían cómo hacer estas cosas. Pensó en su propia inmensa población, gran parte de la cual estaba siempre desempleada. De pronto, tuvo una visión de pequeñas oficinas del Banco Galáctico en cada ciudad, cada continente, cada planeta, ocupadas por selachees…, ¡bancos vecinos!, prestar dinero a pequeños negociantes y a los que llegaran, incluso a los empleados. ¿No lo habían hecho ya alguna vez? ¿Antes de lord Loonger? Sí…, recordaba… ¡Esto daría empleo a muchísimos selachees!
Y esos planetas por colonizar. Prestar dinero para comprarlos… ¡Abruptamente, captó el hecho de que tenía que hacer algo con un millón doscientos mil planetas! No podían quedar en la ociosidad. Y ponerlos a producir equilibraría el suministro de dinero, evitando la inflación. Este joven estaba tratando de ocupar el exceso de bienes.
¡Pero, pero, pero!, se dijo protestando. Esta idea de prestar dinero a los gobiernos para que pudieran comprar comida para su gente y entregarla… ¡Esto era banca social! No era desconocida. Pero este período de reconversión gradual del que hablaba llevaría mucho tiempo. Esos gobiernos estarían endeudados hasta la coronilla.
De pronto, lord Voraz lanzó una mirada espantada a Jonnie. ¿Sabía realmente lo que estaba haciendo a estos arrogantes nobles y sus gobiernos…, si lo aprobaban?
¡Sí! Lo veía en sus ojos. ¡Lo sabía!
—¡Conteste, Voraz! —dijo Browl—. ¿Es verdad que haría las cosas en esa escala?
Voraz se puso en pie.
—Señorías, sucede que el Banco Galáctico acaba de entrar en posesión de bienes mil o más veces mayores que cualesquiera que haya controlado antes. Será necesario poner a trabajar esos bienes. Todos ustedes han sido buenos clientes. La respuesta es sí. Con los papeles, formalidades y compromisos adecuados, el Banco Galáctico está preparado para conceder esos préstamos que se han descrito.
Los nobles se quedaron un rato callados. Esta expansión de la política bancaria era enorme.
—Y ahora, señorías —preguntó Jonnie—, ¿podríamos discutir este tratado de paz intergaláctica?
Vacilaban. Peor, algunos de ellos parecían oponerse. La cita del señor Tsung le pasó repentinamente por la cabeza: «El poder del dinero y el oro sobre las almas de los hombres excede toda suposición». Éstos no eran hombres, pero era adecuado. Dominados a lo largo de las edades por el materialismo psiclo, habían llegado a pensar como psiclos. Tendría que tratarlos como a psiclos, estimular su avidez personal.
Para su propio sentido ético era ligeramente repugnante hacer lo que sabía que tendría que hacer. Pero se estaba jugando demasiadas vidas, demasiadas civilizaciones, como para permitirse el fracaso.
Jonnie caminó hacia el borde de la tarima. Se arrodilló para que su cabeza quedara al mismo nivel que la de ellos.
—¡Apaguen ese spot! —ladró a las cámaras de botón.
—Están apagados —le respondió una vocecita.
Jonnie miró al público.
—Apaguen los grabadores que tengan —dijo, y agregó volviéndose hacia los hombrecitos grises—: ¡No debe haber grabadores del banco y deben atestiguarlo!
Los hombrecitos grises golpearon sus solapas.
—Atestiguamos que están apagados.
Ahora sí que había conseguido retener su atención. Estaban pendientes de él.
Jonnie volvió la cabeza hacia los nobles. En un tono de conspiración que los obligaba a echarse hacia adelante, dijo:
—No habrán creído que iba a dejar fuera de esto a cada uno de ustedes personalmente, ¿no es así?
Estaban muy atentos.
—¿Qué fabrican sus principales industrias? —susurró Jonnie.
—Armamentos —le murmuraron como respuesta.
—¿Y qué creen ustedes que sucederá con los intereses en esas firmas, a sus acciones y bonos?
A los nobles los sorprendió que pareciera no saberlo.
—¡Caerán estrepitosamente!
—Precisamente —dijo Jonnie, siempre murmurando—. Déjenme decirles de qué se trata realmente. Si ustedes fueran a sus casas y hablaran en voz alta y por todas partes de un tratado que prohíbe la guerra, las acciones, bonos e intereses de esas firmas armamentistas se hundirían. Y así, sin mencionar todavía ningún plan para reconvertir esas firmas a la producción de consumo o las promesas del banco de hacer préstamos adecuados, ustedes y sus amigos dejan que esas firmas se hundan y después compran todas sus participaciones e intereses, posiblemente incluso con préstamos del banco, serían propietarios absolutos de las mismas. Mientras tanto, para el pueblo serían héroes por darles dinero para comer y los disturbios cesarían. Después, cuando tuvieran el control, el banco daría préstamos para la reconversión. Esas firmas se irían para arriba. Las simplemente ricas se harían millonarias; las millonarias, billonarias. —Y se quedó allí en cuclillas un momento más. Después dijo—: Deben olvidar que he mencionado esto e incluso que he hablado. —Y se puso en pie.
Esperó. ¿Se había equivocado? No era posible. El pensamiento e todos ellos había estado demasiado tiempo condicionado por la opresión de los psiclos.
Empezaron a murmurar entré sí. Después una risita surgió de detrás de una mano y se juntaron las cabezas. Observaciones susurradas empezaron a llegar hasta Jonnie: «Puedo tomar una nueva amante». «Mi esposa siempre odió ese viejo castillo». «No tendré que vender mi yate».
Volvieron a juntar las cabezas, murmurando. Jonnie no lograba oír nada.
Después, de pronto, Fowlojpan se levantó.
—Lord Jonnie, hemos olvidado lo que ha dicho. No repetiremos nada de ello.
Fowlojpan pareció aumentar de tamaño.
—¡Construya sus plataformas! ¡Vamos a escribir el tratado antiguerra más seguro, garantizado y rabioso del que haya oído hablar!
Se volvió hacia la parte trasera.
—¡Enciendan las luces y los grabadores!
¡El aplauso hubiera bastado para tirar a cualquiera de espaldas!
El coronel Iván dejó escapar un enorme suspiro de alivio y retiró el dedo del gatillo de su arma. Rápidamente, hizo formar a sus soldados en una zona de protección, para sacar de allí a Jonnie y llevarlo a una pequeña sala de reuniones. Estos nobles le palmeaban la espalda, iban a tirarlo al suelo. ¡Maldición! No sabía qué había dicho Jonnie ni cómo habían salido las cosas. No especulaba: se concentró en sacar de allí a Jonnie antes de que lo aplastaran con sus buenas intenciones. Conociendo a Jonnie, este cambio súbito no lo sorprendió. ¡Así era la vida cuando uno estaba junto a Jonnie Goodboy Tyler!