9
La habitación subterránea en la mina del lago Victoria estaba helada. Angus había colocado serpentinas enfriadoras de motor potente en las paredes y la humedad del aire caía y formaba charcos oscuros en el suelo.
La máquina de análisis de metal y mineral ronroneaba; su pantalla proyectaba una ligera luz verde sobre todo lo que la rodeaba. Había cinco rostros tensos vueltos hacia esa pantalla: los del doctor Mac Kendrick, Angus, sir Roberto, Dunneldeen y Jonnie.
Maciza, de más de dieciocho pulgadas de diámetro, la fea cabeza del cadáver psiclo yacía sobre la placa de la máquina. Esta cabeza era ósea en su mayor parte. Se parecía bastante a una cabeza humana y con mala luz podía confundirse, pero donde el ser humano tenía pelo, cejas, labios carnosos, narices y orejas, los psiclos tenían huesos cuya forma era más o menos la misma que la de los rasgos humanos correspondientes, siendo también similares la distribución y el espaciado; el resultado era una especie de caricatura de cabeza humana. Hasta que se los tocaba, los rasgos no parecían ser óseos, pero el contacto demostraba que eran duros y no cedían.
La máquina analítica no penetraba la cabeza. No sólo los rasgos eran óseos, sino que la mitad superior del cráneo también lo era. Como había descubierto el pastor en su primera autopsia, inexperta, el cerebro estaba muy abajo y hacia atrás. En el cerebro no había descubierto nada porque no había abierto el cerebro de los cadáveres.
—¡Hueso! —dijo Angus—. ¡Es casi tan difícil de penetrar como el metal!
Jonnie podía atestiguarlo basándose en los efectos despreciables de su maza contra el cráneo de Terl, en la morgue.
Angus reacomodaba diales. Las letras psiclos eran códigos para diversos metales y minerales. Levantó cinco puntos el dial de intensidad.
—¡Espere! —dijo Mac Kendrick—. ¡Haga retroceder uno! Creo que he visto algo.
Angus disminuyó un punto el dial de intensidad de penetración, luego dos. Ahora estaba en «Cal».
En la pantalla había una nebulosa diferencia en densidad, un punto pequeño. Angus ajustó el rayo de luz de «en profundidad», enfocándolo. En la pantalla aparecieron claramente los huesos internos y las fisuras del cráneo. Cinco pares de ojos miraban con atención.
Los dedos del escocés tomaron otro botón, que dirigió un segundo rayo de luz hacia el sujeto, desde posiciones distintas.
—Espere —dijo Mac Kendrick—. Haga retroceder la luz unas dos pulgadas detrás de la cavidad de la boca. ¡Allí! Ahora vuelva a enfocar. ¡Eso es!
Allí había algo, algo duro y negro en la pantalla que a esta intensidad no emitía ondas. Angus pulsó la parte grabadora de la máquina y se escuchó muy fuerte el sonido del registro de las imágenes en el rollo de papel.
—¡Tienen algo en los cráneos! —notó Roberto el Zorro.
—No tan rápido —advirtió Mac Kendrick—. No saquemos conclusiones. Podría ser el fragmento de una vieja herida, un trozo de metal recibido durante una explosión en la mina.
—No, no, no —dijo Roberto él Zorro—. ¡Es muy claro!
Jonnie había sacado las hojas de grabación. De un lado tenían la huella de análisis de metal, con sus gráficos. Había dejado afuera el libro de códigos de análisis de metal de los psiclos, utilizado habitualmente para analizar las transmisiones de los vuelos de reconocimiento en busca de metal. En esta habitación hacía frío y era olorosa y húmeda y, vital como era, este asunto no le interesaba mucho. Aprovechó esta oportunidad para salir a buscarlo.
Página tras página, comparó los garabatos que tenía con las ilustraciones. Le llevó mucho tiempo. No era un experto y no podía encontrarlo. Después adquirió más agilidad y empezó a comparar compuestos de dos ilustraciones.
Probablemente los ingenieros psiclo que hacían estas cosas hubieran podido decirle qué era sin necesidad del libro. Maldijo la cólera de los rusos, quienes, creyendo que vengaban a su coronel, habían masacrado a los psiclos. Los cuatro que estaban en el dormitorio vigilado estaban muy mal. Dos de ellos eran simples mineros, uno era un ejecutivo, a juzgar por sus ropas y papeles, y el otro, un ingeniero. Mac Kendrick dudaba mucho que sobrevivieran. Había extraído las balas y los había suturado, pero seguían inconscientes o al menos eso parecía, y yacían en la habitación ventilada con gas respiratorio, encadenados a sus camas y respirando muy superficialmente. Jonnie ni siquiera había visto nunca un libro de primeros auxilios para psiclos. No creía que lo hubiera. La compañía podía exigir que se devolvieran los cuerpos, pero no exigía que nadie los mantuviera vivos, hecho que tendía a confirmar que la única razón para devolver los cadáveres de los psiclos era para evitar que los estudiaran ojos extraños, porque no había sentimientos complicados en el asunto. En estos complejos no había siquiera sectores dedicados a hospital, y, sin embargo, los accidentes en las minas eran frecuentes.
Un momento. ¡Uno de estos gráficos del libro se parecía mucho: cobre! Ahora, si pudiera encontrar en alguna parte ese pequeño garabato de la cola…, aquí estaba: ¡hojalata! Superpuso ambos gráficos. Parecían coincidir mejor. ¿Cobre y hojalata? No del todo. Quedaba todavía una diferencia. La buscó y la encontró: era plomo.
Gran proporción de cobre, un poco de hojalata y un poquito de plomo. Puso los modelos uno encima del otro. Ahora coincidían.
Había otro libro de códigos, muy grueso, llamado Cuerpos metálicos compuestos para análisis del scanner, pero lo había apartado porque tenía alrededor de diez mil caracteres. Pero esto que había encontrado facilitaba la revisión. Buscó bajo el encabezamiento «Depósitos de cobre», y después en el apartado «Depósitos de hojalata» y en el de «Depósitos de plomo», y encontró su modelo. Y no sólo eso. Comparándolos con variantes, descubrió que el análisis de los «por once» (los psiclos utilizaban el once como número entero) era de cinco de cobre, cuatro de hojalata y dos de plomo.
Fue aún más adelante y lo miró en un libro de hombres, donde ponía que esta combinación correspondía al «bronce». Aparentemente, se trataba de una aleación muy resistente que duraba siglos y había habido incluso una «Edad del bronce» donde las herramientas eran en su mayor parte de «bronce». Magnífico, pero le pareció gracioso que una raza técnicamente avanzada usara el antiguo bronce para meter en un cráneo. Divertido.
Entró para comunicar sus descubrimientos y vio que Mac Kendrick, con un martillo y un instrumento parecido a un cincel, había estado partiendo la cabeza. Jonnie se alegró de no haber estado allí para verlo.
—Hemos buscado en todo el resto del cráneo con la máquina —dijo Angus—. Es lo único raro que hay.
—Yo he revisado sus bolsillos —dijo Roberto el Zorro—. Es un minero de clase ínfima. Su tarjeta de identidad dice que su nombre era Cía, tenía cuarenta y un años de servicio en la compañía y tres esposas en Psiclo.
—¿La compañía les pagaba beneficios? —preguntó Dunneldeen.
—No —dijo Roberto el Zorro, mostrándole el informe arrugado—, aquí pone que la compañía le pagaba también por las ganancias de sus mujeres en una «casa» de la compañía, sea eso lo que sea.
—La economía de los matrimonios psiclos —dijo Dunneldeen— es un crédito para su moralidad.
—No bromees —repuso Jonnie—. El objeto que tiene en la cabeza es una aleación llamada «bronce». No es magnético, mala suerte. Habría que sacarlo quirúrgicamente. No se puede sacar con un imán.
Para entonces el doctor Mac Kendrick había expuesto el cerebro. Con habilidad de cirujano estaba separando unas cosas que parecían cuerdas.
¡Y allí estaba!
Tenía la forma de dos semicírculos unidos por la base y los círculos estaban ligeramente cerrados, cada uno en torno a una cuerda separada.
—Creo que éstos son nervios —dijo Mac Kendrick—. Pronto lo sabremos —siguió, separando delicadamente los objetos de las cuerdas. Sacó la sangre verde que los bañaba y los puso sobre la mesa—. No toquen nada de eso —dijo—. Las autopsias pueden ser mortales.
Jonnie miró el objeto. Era de un color amarillo apagado y tenía alrededor de media pulgada en su punto más ancho.
Angus lo levantó con una pinza y lo puso sobre la placa de la máquina analítica.
—No es hueco —dijo—. Es sólido. Es simplemente un trozo de metal.
Mac Kendrick tenía una cajita con cables y broches. Tenía un pequeño cartucho de combustible para generar electricidad. Pero antes de conectar nada con sus manos enguantadas, fue distraído por el carácter de estas cuerdas de la cabeza. Era un cerebro, pero enormemente distinto de un cerebro humano.
Cortó un trozo del extremo de una cuerda y un trozo de piel de la pata del cadáver y los llevó hasta un viejo microscopio improvisado. Hizo una muestra y miró.
Mac Kendrick lanzó un silbido de sorpresa.
—Un psiclo no está hecho de células. No conozco su metabolismo, pero su estructura no es celular. ¡Es viral! Sí. ¡Viral! —Y se volvió hacia Jonnie—. ¿Sabe? Con lo grande que es un psiclo, su estructura básica parece ser de grupos de virus. —Vio que Jonnie lo miraba desconcertado y agregó—: Simple interés académico. Sin embargo, significa que probablemente sus cuerpos son más resistentes y tienen mayor densidad. Tal vez esto carezca de interés para usted. Bueno; vamos a trabajar con estas cuerdas.
Puso un broche en el extremo de una cuerda del cerebro y colocó el otro en un brazo y, contemplando un metro, midió la resistencia de la cuerda al fluido eléctrico. Cuando la hubo determinado, retrocedió y oprimió un botón para enviar electricidad a través del nervio.
A los otros se les erizó el pelo.
El cadáver psiclo movió su pie izquierdo.
—Bien —dijo Mac Kendrick—. Nervios. No hay rigor mortis en estos cuerpos y todavía están flexibles. He encontrado el nervio que libera los reflejos ambulatorios. —Y puso una pequeña etiqueta en el nervio. Había marcado los lugares de donde habían retirado el metal con un punto de tintura en cada uno de los nervios que intervenían, pero todavía no los estaba controlando.
Sus espectadores estaban bastante horrorizados al ver, a medida que Mac Kendrick identificaba los distintos nervios con etiquetas, un cadáver psiclo moviendo las garras, apretando lo que quedaba de su mandíbula, moviendo una oreja y sacando la lengua; una cosa después de otra a medida que se ponía una descarga eléctrica en cada uno de los nervios.
Mac Kendrick vio su reacción.
—No hay nada nuevo en esto. Son sólo impulsos eléctricos aproximándose a centros cerebrales. Un científico humano hizo esto hace unos mil trescientos años, pensó que había encontrado el secreto del pensamiento e hizo de esto un culto llamado «psicología». Ahora está olvidado. No era el secreto del pensamiento, sino sólo la mecánica de los cuerpos. Empezaron con ranas. Estoy catalogando los canales de comunicación de este cuerpo. Eso es todo.
Pero era muy peculiar. Todos sintieron conmoverse hasta las capas más profundas de la superstición al ver a un cadáver moviéndose, respirando, y contemplar cómo su corazón latía dos veces.
Las manos enguantadas de Mac Kendrick estaban pegajosas de sangre verde, pero se movía de manera muy eficiente hasta que tuvo más de cincuenta etiquetas enganchadas a los nervios.
—¡Y ahora busquemos la respuesta! —dijo Mac Kendrick, y envió electricidad a través de los dos nervios a los que habían estado enganchados los objetos de bronce.
Era un trabajo muy difícil. La habitación estaba fría. El cuerpo hedía, habiéndose enmohecido más de lo habitual: un fuerte olor a psiclo.
Mac Kendrick se incorporó, algo cansado.
—Lamento decir que no creo que esta pieza de metal pueda hacer que uno de estos monstruos se suicide. Pero ahora puedo hacer una suposición bastante exacta de lo que les hace hacer.
Señaló las etiquetas.
—Diría que de ésta surgen los impulsos gustativos y sexuales. La emoción y la acción surgen de esta otra de aquí. Este broche de metal fue colocado cuando era un niño pequeño. Vean las cicatrices difuminadas, antiguas, que hay a este lado del cráneo. En ese momento los huesos serían blandos y curarían pronto.
—¿Y qué es lo que hace? —preguntó Angus.
—Mi suposición —dijo Mac Kendrick— es que conecta el placer con la acción. Tal vez lo hicieron para que el psiclo fuera feliz sólo cuando estaba trabajando. Pero creo que su efecto real, aunque no puedo asegurarlo a menos que seccione más estos nervios, fue lograr que el psiclo disfrutara de los actos crueles.
De pronto, Jonnie recordó una expresión de Terl. Lo había visto hacer algo cruel y murmurar después: «Delicioso».
—Pienso —sugirió Mac Kendrick— que el esfuerzo por hacerlos industriosos fue mal calculado por sus antiguos especialistas e hicieron una raza de monstruos.
Todos estuvieron de acuerdo.
—¡Pero eso no los haría suicidarse para proteger su tecnología! —dijo Roberto el Zorro—. Tiene aquí otro cadáver. Según sus papeles, era un director asistente y cobraba el doble que este otro. Póngalo en la mesa, hombre.
Mac Kendrick arregló otra mesa. Tendría que pictógrabar y hacer esbozos del trabajo que acababa de realizar.
Pusieron en la máquina la cabeza gigantesca del segundo psiclo. Ahora tenían la estructura y miraron el cerebro muerto de uno que se había llamado Blo.
Y Jonnie, que a medida que este macabro trabajo progresaba se iba sintiendo mal, de pronto sonrió.
¡En la cabeza de éste había dos trozos de metal! El zumbido de la máquina señaló la grabación y Jonnie se abalanzó para estudiar los libros de códigos analíticos. Allí estaba, sencillo y claro: ¡plata!
Cuando volvió a entrar en la habitación, Mac Kendrick, que ya había adquirido práctica, había desmantelado el cerebro. Estaba tiñendo las conexiones del segundo trozo de metal antes de quitarlo. Tenía unos tres cuartos de pulgada de longitud. La falta de oxígeno en el torrente sanguíneo de un psiclo había permitido que permaneciera brillante. Era un cilindro. Los nudos de cada extremo estaban aislados de la plata.
Angus lo puso en la máquina y resultó que era hueco. Jonnie hizo que ajustara mejor el equipo. Dentro de ese cilindro había un filamento de algún tipo.
Supusieron que encontrarían lo mismo en otros cadáveres de ejecutivos, de modo que cuando Mac Kendrick lo hubo esterilizado, Jonnie lo cortó cuidadosamente por la mitad.
Su interior parecía el de un componente de los controles remotos, pero no era una radio.
—No he identificado estos nervios —advirtió Mac Kendrick—, porque no sé exactamente adonde van ahora. Pero me ocuparé de eso.
—¿Podría ser un vibrador de pensamiento de longitudes de ondas? —preguntó Jonnie.
—¿Un medidor de diferencia? —preguntó Angus—. ¿Como las diferentes ondas de pensamiento de otra raza?
Jonnie dejaría que siguieran trabajando en eso, pero tenía razones para pensar que había sido diseñado para liberar un impulso en determinadas condiciones y que ese impulso podría provocar un ataque y el suicidio.
—Sólo hay una cosa que va mal —indicó Mac Kendrick—. Fue colocado a un niño pequeño. Sacarlo de la cabeza de un psiclo adulto, vivo, con todos estos huesos, sería una tarea cuyo éxito no puedo garantizar.
Pero entonces vio la decepción en todos los rostros.
—¡Pero lo intentaré, lo intentaré!
No creía que pudiera hacerse. Y sólo tenía cuatro psiclos…, que aparentemente estaban moribundos.