Parte 9

1

¡Maldito Terl!

Al comienzo, Jonnie pensó que tenía los datos sobre las posiciones clave de los postes. En su casa de Escocia no tenía equipo visor adecuado; sólo había hecho una inspección rápida y había echado una mirada a una caja enviada por Ker que parecía tener sólo un trozo de cable dentro. Faltaban meses para el día 92, de modo que se sintió feliz de quedarse a almorzar y ver otra vez a la tía Ellen y al pastor. Y también para tratar de alegrar a Pattie.

Había volado de regreso a la mina africana de muy buen humor. Esa mañana se había levantado dispuesto a ocuparse del asunto. ¡Y ahora, esto!

Glencannon había explicado que la tardanza obedecía al hecho de que Terl se había pasado la mayor parte del tiempo fuera, midiendo. Aparentemente, a Terl no le gustaba estar mucho tiempo fuera; Glencannon insinuó que al organizar la oficina habían inyectado un poco de aire en los viales de gas respiratorio, para desanimar a Terl y evitar que se aficionara demasiado a dar vueltas por ahí. Además, había dicho Glencannon que en el plan original habían omitido algo: no tenían un pictógrabador para registrar lo que sucedía en torno a la plataforma. Pero habían montado uno en un árbol, que los brigantes no habían notado, y ya no tenían que depender de los vuelos de reconocimiento.

Mirando ahora, Jonnie vio lo minucioso que había sido Terl al medir las distancias hasta los postes. Casi había usado un micrómetro. ¡Pero no había estado midiendo las posiciones de los puntos para el disparo del teletransporte!

Aquí estaba el diseño completo, con las dimensiones exactas de a plataforma de disparo, la nueva posición del cuadro de instrumentos y una línea de garabatos.

Jonnie ya sabía por qué Terl había dedicado tantos días a las ecuaciones de fuerza. ¡Había estado calculando exactamente cuánto podía acercarse esa línea a la plataforma sin arruinar el teletransporte! Y allí estaba, en el plan final: siete y ocho undécimos pies. Alrededor de la plataforma de disparo y el nuevo cuadro de instrumentos.

La caja enviada por Ker contenía una notita escrita con la pata que no correspondía, si conocía a Ker.

«A ya sabes quién.

»Aquí hay un tronco que corté por accidente, ¡ja, ja! Estoy cavando para desenterrarlo para ellos desde junto a la central al sudoeste, donde ya no se usa. Caso de que no lo sepas, se llama "cable blindado de ionización de atmósfera". No incluiré los números de pedido porque no vas a pedirlo a Psiclo, ¡ja, ja! Además, hay una multa de tres meses de sueldo por regalar propiedad de la compañía, de modo que si me cogen me debes otros tres meses. A este paso vas a fundirte, ¡ja, ja!

»Ya sabes quién.

«Agregado: Me están pagando una fortuna por desenterrar esto. Conseguirás tu parte cuando intercambiemos las cajas del almuerzo, ¡ja, ja, ja!».

Jonnie lo estudió. Era evidentemente un fragmento de lo mismo que había alrededor de la central y el complejo de Kariba. Pero ahora examinó de qué estaba compuesto. Había que ponerlo con el lado derecho hacia arriba y en la dirección en que se deseaba que funcionara la pantalla. Estaba blindado y no tenía idea de cómo se las había arreglado Ker para cortarlo.

La manera en que funcionaba resultaba bastante evidente: el interior del fondo aislado era en realidad un reflector. Justo encima pasaba la principal fuente de corriente. Después, por encima de ésta, había otro cable, y encima de éste, otro, y así hasta arriba. Un paquete de quince cables. Aparentemente, cada uno de ellos ampliaba la carga del que tenía debajo. El extremo debía ir fijado a una caja, que no se incluía, que ayudaba a la ampliación. La fabulosa carga resultante debía de estar relacionada con los cuerpos del núcleo y las partículas del anillo de átomos de aire. Una vez golpeadas, las moléculas de aire volvían a alinearse en cohesión molecular. El producto final era una cortina invisible llamada «cable blindado de ionización de atmósfera». Lo habían probado en Kariba. Ni una bala podía atravesarlo.

No era una «pantalla de fuerza». Éstas se usaban en el espacio y los hawvin las utilizaban en sus principales naves de combate. Era un blindaje de aire.

¿Iba Terl a colocar estos siete y ocho undécimos pies en torno al cuadro de instrumentos y la plataforma?

El primer plan de Jonnie había sido dejar que Terl construyera el cuadro de instrumentos y la plataforma de disparo y después; de algún modo, apoderarse de ella.

Pero esto cambiaba las cosas.

¿Cómo se podía atravesar una cortina de esa solidez?

¡Maldito Terl!

Melancólicamente, Jonnie hizo algunas copias del plan de la plataforma de disparo. Sacó el mapa de la Compañía Minera Intergaláctica con sus defensas y marcó el lugar en el que Ker estaba desenterrando cable para su reinstalación en la plataforma.

El mapa era tan viejo y estaba tan ajado, que en realidad no había observado antes que todas las minas tenían estos cables en torno a sus centrales eléctricas y a lo largo de sus líneas. Vio ahora que la mina africana tenía una segunda línea de transmisión eléctrica subterránea y lo que en tiempo de los hombres se había llamado «planta de las cataratas Owen» estaba protegido. Llamó a Angus y le pidió que fuera a controlar, diciéndole que si el cable estaba todavía allí, hiciera sacar los árboles que tuviera encima usando una máquina de palas y que si el tablero de la central seguía funcionando lo pasara a transmisión subterránea e instruyera a los centinelas para encenderlo y apagarlo, para así poder entrar y salir de la central y de la mina.

Jonnie vagó por los alrededores del complejo, tratando de resolver este nuevo problema. Vio que sir Roberto acababa de llegar y le mostró en el viejo mapa que todas las minas tenían estos cables y que probablemente debería usarlos.

Jonnie siguió caminando, preocupado.

¡Teletransporte! El secreto de los psiclos. Con él habían controlado universos. Sin él, no veía cómo podría defender el planeta.

Vio a Mac Kendrick. Sí, los psiclos heridos estaban bien. Con excepción de Chirk, que seguía allí echada. No, no se le había ocurrido ninguna manera de sacar esos objetos de las cabezas de los psiclos… Una perturbación de la estructura del cráneo mataría al monstruo. Sí, comprendía que si procuraban consultar a un psiclo sobre asuntos técnicos, éste atacaría y se suicidaría y que si se trataba de una hembra caería en coma, como Chirk.

Lo que preocupaba realmente a Mac Kendrick era la dieta de los prisioneros. Siendo psiclos, sus manuales no consideraban que fuese una información valiosa; los propios prisioneros sabían qué comían, pero no conocían los nombres de lo que en este planeta sería el equivalente, y si no lograba resolverlo, pronto no tendrían ya prisioneros.

¿Sabía Jonnie que ahora tenían tres jambitchow? Había sucedido la noche anterior. Evidentemente, habían enviado una partida de exploración para investigar la nueva actividad que se desarrollaba en Kariba, y en el momento en que el oficial escocés se enteró de que una pequeña nave se había desprendido del crucero jambitchow en órbita, había puesto en acción algo imaginado por los chinos. Lo llamaban una «trampa de tigre». Pusieron un muñeco vestido como un chino cerca de un estanque en las afueras del campo y los jambitchow fueron derecho a cogerlo, momento en el cual les había caído encima una gran red sujeta a las ramas de los árboles. Eran unos brutos de muy mal aspecto.

Mac Kendrick deseaba saber si él tenía idea de lo que comían. ¿No? Bueno; la anciana de las montañas de la Luna los estaba ayudando y tal vez pudieran descubrirlo.

Jonnie siguió caminando. ¡Maldito Terl! ¡Se estaba volviendo demasiado arriesgado! En alguna parte, de algún modo, se las tenía que arreglar para conseguir la información por algún otro canal.

Una vez, antes, había pensado en explorar un motor de teletransporte para ver si podía obtener de allí alguna respuesta. Un motor no era un aparato de transbordo, pero trabajaba con el cambio de posición del espacio.

Tenía un motor y un cuadro de instrumentos para estudiar: los que quedaban del tanque destruido en la batalla del paso. Había sido enviado al taller de reparaciones del garaje. Tal vez si lo desarmara…, era una frágil esperanza, porque ya había observado esos aparatos. Pero se puso ropas de trabajo y bajó a la planta de reparaciones.

Allí estaba el Basher, maltrecho y con un par de placas colgando. Subió, controló el combustible y encendió el motor oprimiendo en el cuadro de mandos una coordenada espacial de «aquí mismo». ¡Funcionaba! Esto era algo que podía decirse a favor de los psiclos: sus aparatos eran para siempre.

Cerró el motor y cogió un destornillador para los tornillos superiores del cuadro de instrumentos. Los aflojó medio punto cada uno.

A Jonnie lo distrajo la aparición de un centinela que le traía orejeras, pidiéndole que se las pusiese. Jonnie se puso en pie y miró por la torreta para ver qué sucedía.

Eran Stormalong y el tolnepa, el doble-insignia Slitheter Pliss, rodeado de guardias.

—¿Qué sucede? —gritó Jonnie.

No lo oyeron; todos llevaban orejeras. Entonces Jonnie vio que habían traído la nave patrullera e imaginó el resto. Probablemente, Stormalong deseara saber cómo funcionaba para poder enseñar a los pilotos cómo manejar una nave tolnepa. Y probablemente también Angus deseaba conocer los ciclos de vibración de aquel rayo paralizador.

Slitheter Pliss parecía bastante amable. Era evidente que se había eliminado a sí mismo como tolnepa. Vio a Jonnie y silbó un saludo.

Pero si iban a permitir que el tolnepa se acercara a ese letal vibrador sónico, no iban a correr el riesgo de que lo encendiera, paralizara a todos y escapara. Jonnie no lo creía porque el tolnepa no tenía dónde ir, pero de todos modos se puso las orejeras.

Al tolnepa pareció resultarle algo indignante que hubieran doblado las terminales del acumulador. Respondieron a sus señas y le dieron algunas herramientas. Enderezó las terminales y volvió a conectar el cable de potencia. Pronto la nave empezó a funcionar y la apagó. Con más gestos señaló a Stormalong los interruptores, indicando adonde iban conectados y a Stormalong le pareció bastante elemental; asintió e indicó a los guardias que se lo llevaran.

Una vez que Pliss hubo salido de la nave, Jonnie se quitó cautelosamente las orejeras y empezó a salir de la torreta para reanudar su trabajo.

El tolnepa alarmó a los guardias al hacer una pausa y abrir la puerta lateral del tanque. Estuvieron a punto de dispararle, pero Jonnie hizo gestos de que retrocedieran. Si el tolnepa trataba de morderlo, podía clavarle el destornillador en los dientes.

—Ustedes no están dirigidos por psiclos, ¿no es verdad? —preguntó el tolnepa, parado en la puerta. Al no obtener respuesta, porque Jonnie no tenía intención de dar información a un fugitivo potencial, no importa lo lejos que se fuera, el tolnepa dijo—: ¿Qué está tratando de hacer con el motor de ese tanque?

Jonnie lo miró un momento y después se le ocurrió que, como oficial tolnepa, era posible que a Pliss lo hubieran entrenado en estas cosas.

—¿Sabe cómo funciona?

—¡Demonios, no! Y tampoco lo sabe nadie de ningún universo —dijo Pliss—. Nunca hicimos una incursión en este planeta, pero sí lo hicimos en otras bases psiclos. Según los libros de texto, hemos capturado miles de estas cosas, sólo para hacerlas revisar por los expertos —y esbozó una sonrisa bastante aterradora—. Apostaría mi sueldo del mes próximo, que jamás cobraré, a que ustedes están en contra de lo mismo contra lo cual están todos.

Jonnie lo miró, alentador, aún reservándose la posibilidad de que su discurso fuera malicioso.

—Hemos capturado sus libros de texto, incluso sus textos de matemáticas. De hecho, conseguimos un panel de instrumentos de transbordo intacto. En el texto ponía que funcionaba una sola vez, y entonces, cuando quisieron saber cómo estaba hecho, ¡puf!, el panel desapareció. Los mejores comandantes tolnepa han interrogado a los ingenieros psiclo —continuó Pliss—, y no sucedió nada. Nada útil, quiero decir. Atacaban y se suicidaban. Una vez leí que hace trescientos dos mil años que sucede lo mismo. El tolnepa cambió de tema.

—¿Tiene una habitación de muestras de metal por aquí? Tengo hambre y tal vez pueda encontrar algo.

Jonnie dijo a los guardias que lo llevaran.

—Buena suerte —deseó el tolnepa con un silbido sarcástico.

Se lo llevaron.

Posiblemente fuera sólo malicia, pensó Jonnie. Pero no lo creía. Había perdido el hilo de la secuencia de acciones en que estaba inmerso cuando fue interrumpido. De modo que empezó todo otra vez. Puso los botones del cuadro de instrumentos en «aquí mismo» y tocó el interruptor de potencia para encender el motor del tanque. No sucedió nada. Revisó las conexiones. Todo bien.

Trató de recordar si el tolnepa había tocado algo, pero éste no había tocado nada.

Intentó una vez más poner en marcha el motor. Nada. ¿Qué le había dicho Ker una vez sobre los cuadros de instrumentos? Tenían una máquina de palas volcada. La cúpula estaba abierta porque Jonnie no necesitaba gas respiratorio y un torrente de polvo había caído sobre el panel de mandos. Después de eso, la máquina de palas no había funcionado. ¡Oh, sí! Ker había dicho que la dejara, que él se ocuparía. ¡No se necesitaba un mecánico, sino un ingeniero! Y había llegado un ingeniero, había desconectado el panel y se lo había llevado a un taller subterráneo con una pequeña grúa.

En ese momento a Jonnie le había interesado más la grúa. Las grúas tenían placas magnéticas en un círculo, con resortes en el medio. No tenían motores. Los brazos de la grúa se movían mediante la aplicación de electricidad a los magnetos. Jonnie deseó haber mirado cuando se llevaban el panel.

¿Qué había hecho antes de que llegara el tolnepa? Veamos. Había aflojado los tornillos de la parte superior de las placas. De vez en cuando los psiclos utilizaban tornillos. La mayor parte de las veces se limitaban a pegar el metal con una hoja molecular de adhesión/cohesión. Pero no era muy habitual.

Ahora sacó todos los tornillos y levantó la placa. Los tornillos se ajustaban en un material negro en cuya parte inferior sostenía todos los componentes complejos del panel.

Los tornillos. Debían de conectar algo con algo además de sostener la tapa. Pero no encontraba ningún interruptor. Parecían sencillamente tornillos. Pero era cierto que el giro de uno u otro había arruinado el panel.

Volvió a armarlo. Miró otro panel y descubrió los ángulos en los que se suponía que había que colocarlos. Puso los tornillos del panel del Basher en el mismo lugar.

Pero no arrancaba por mucho que hiciera.

Debían de ser los tornillos. Cuando aquella máquina se averió, había sido tal vez porque un terrón de tierra había golpeado contra el tornillo, haciéndolo girar.

Por quinta vez repitió todos los movimientos, tratando de alinear los tornillos.

Pero no había manera: tenía un tanque Basher con el motor muerto.

Finalmente se dio por vencido.

Bajó al lago y arrojó piedras a los cocodrilos. Después sintió vergüenza por molestar a las bestias.

Comparadas con Terl, eran criaturas muy amables.

Sir Roberto envió un coche de tres ruedas para decir a Jonnie que era poco prudente andar al aire libre sin protección. Los visitantes podían enviar a alguien.

—¿Le gustaría matar a un psiclo? —preguntó Jonnie al sorprendido mensajero.

¡Maldito Terl! ¡Malditos psiclos!

Saber que hacía trescientos dos mil años que cientos de razas decían lo mismo, no era ningún consuelo.

¡Tenía que pensar algo, algún plan por desesperado o peligroso que fuera, o este planeta estaba terminado!

Campo de batalla: la Tierra. La victoria
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